Lenta biografía literaria (3/6)

Por Martín Cristal
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Continúo la serie de posts donde, a modo de «biografía literaria», comparto una versión extendida del texto que se publicará antes de fin de año en los Cuadernos de la Biblioteca Córdoba, acerca de las obras que fueron puntos de inflexión en mi derrotero de lector-escritor.
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[Leer la parte 1 | Leer la parte 2]
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El palacio de la luna, de Paul Auster

Paul-Auster-El-palacio-de-la-luna25 años | Novela ágil e hipnótica, mi favorita entre las del autor (que publica con demasiada frecuencia y, más tarde lo comprobaría, es bastante irregular). La releí diez años después, listo para desilusionarme, pero el libro volvió a seducirme, en especial la primera parte, cuyo ritmo es arrollador. Un narrador querible —urbano, joven, atolondrado—; un viejo ciego como el de Perfume de mujer; una historia de cowboys colada al medio… Ah, sí: resulta que todos son familia, como en las malas telenovelas, pero a esto hay que enmarcarlo en la obsesión de Auster por el tema del padre. Cerca del final, en lugar un cierre progresivo, a Fogg siguen pasándole cosas. Me conquistó esa sensación de que el libro termina pero la vida sigue. También descubrí que una novela que te hace pasar de parada en el bondi tiene que ser buena.

Agradezco cuando los autores cuelan pequeñas lecciones de narrativa en sus relatos. De los paseos neoyorquinos del viejo Effing, aprendí cómo describir: como si uno le estuviera hablando a un ciego cascarrabias, que debe ver por nosotros, pero sin hartarse de nosotros.
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Cartero, de Charles Bukowski

Charles-Bukowski-Cartero26 años | Bukowski es un perdedor que alcanza el éxito por la vía de contártelo todo acerca de la época en que era un perdedor. Uno romantiza de inmediato esa vida, y hasta quiere vivir peor de lo que vive para parecerse más a Hank Chinaski. Si a Buk lo agarrás de grande, quizás no te gusta o te parece trivial (hablo de su narrativa; no de su poesía, más poderosa). En cambio, a los veintitantos es guarro y divertido. Si todavía quiero a este dirty old man es porque, ante el desánimo, siempre me ha dado fuerzas. Muchos de sus poemas transmiten esa determinación (mi favorito: “Aire y luz y tiempo y espacio”), y también algunos cuentos. Si te sentís olvidado y sin fe, Bukowski te dice: “¿Vos pensás que estás jodido? No, nene: jodido estaba yo, que trabajé doce años en una oficina de correos, pero nunca dejé de escribir. Vos sos sólo un maricón al que le gusta llorar la carta…” (ojalá lo hubieran traducido así los de Anagrama). Bukowski no deja que te rindas.
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Cantos de marineros en La Pampa, de Fogwill

Fogwill-Cantos-de-marineros-en-la-pampa26 años | Con esta antología me acerqué a la literatura argentina contemporánea. Hasta ahí yo leía a los próceres mainstream, muertitos y bien catalogados, absteniéndome del presente. Cierto: algunos de estos textos de Fogwill ya tenían casi veinte años… pero para mí fueron “lo nuevo”, porque el autor todavía estaba vivo (ya había leído Glosa de Saer, pero tardaría en valorarla; en Fogwill percibí mayor inmediatez y proximidad). De paso descubrí que prefiero una antología así de potente, aún a riesgo de creer que el autor tiene superpoderes, antes que los “cuentos completos”, en los que siempre hay varias páginas que desilusionan.

Fogwill descontracturó mi visión del cuento. Imposible apropiarse de su prosa furibunda e inteligente (uno es lo que es), pero tras leerlo trato de evitar los atavismos de un lenguaje literario forzado, algo que Fogwill predicaba: no decir encendí, sino prendí; no decir ascendí, sino subí. Mi cuento “Yo te adoro, Aznavour”, aunque difiere por el tono deliberadamente ingenuo, le debe bastante a “Muchacha punk” (y ambos a la archiconocida fórmula chico-conoce-chica).

Mi gran inconveniente con la narrativa de Fogwill: no me emociona. Su inteligencia es brillante y afilada como una navaja, pero al leerlo mi corazón se mantiene inalterado. Es claro que procurar la emoción a toda costa puede volvernos cursis, o llevarnos a dar golpes bajos. Esto desemboca en una paradoja: para emocionar al lector, también debemos ser inteligentes. Para tocar su corazón, debemos usar el cerebro.
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Los mejores relatos, de Rubem Fonseca

Rubem-Fonseca-Los-mejores-relatos26 años | Cuentos brillantes por su precisión argumental (todos los policiales de Mandrake), por su humor (“Amarguras de un joven escritor”) o por la emoción que provocan aun siendo muy breves (“Orgullo”). Algunos tienen una gran dosis de violencia (“El cobrador”, “Feliz año nuevo”) que influyó en algunos de mis cuentos de Manual de evasiones imposibles, aunque en ellos es más una violencia individual, privada (ver “Arena” o “Gretagarbo”) y no generada por la desigualdad social. Un personaje de Fonseca es un luchador; fue un antecedente para la historia de Tony en Bares vacíos. De esta antología de Fonseca aprendí que las rayas pueden eliminarse de los diálogos si la oralidad de la frase se trabaja para hacerlos reconocibles como tales de inmediato, algo que me animé a incorporar recién en Las ostras.
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[Continuará en el próximo post].