El adversario, de Emmanuel Carrère

Por Martín Cristal

Hombre de familia

Emmanuel-Carrere-El-adversario“Yo no sé por qué, sargento, me lleva al destacamento, si somos una familia muy normal”: así ironizaban Charly García y Nito Mestre en su canción “Mr. Jones, o pequeña semblanza de una familia tipo americana”. La familia Romand no era americana, sino francesa; vivía muy cerca de la frontera con Suiza y, al contrario de los desquiciados Jones de Sui Generis, sí era bastante normal… excepto por el padre, Jean-Claude, que el 9 de enero de 1993 decidió borrar del mapa a tres generaciones de los suyos: mató a sus propios padres, a su mujer y a sus dos hijos (de siete y cinco años). Ni el perro se salvó.

Cuando supo del caso, el escritor Emmanuel Carrère (París, 1957) se encontraba terminando una biografía de Philip K. Dick titulada Yo estoy vivo y ustedes están muertos. A la manera de Truman Capote en A sangre fría, Carrère se interesó genuinamente por el criminal y sus circunstancias: se contactó con éste en prisión, lo entrevistó, siguió su juicio y así fue reconstruyendo la trama creciente de mentiras que Romand había sostenido contra viento y marea desde hacía dieciocho años, cuando le había hecho creer a todo el mundo que se había recibido de médico.

(No me queda del todo claro cómo pudo Romand haber terminado de fraguar ese engaño inicial referido a su título universitario. Entiendo la trampa administrativa y la mentira de los exámenes a familiares y compañeros de clase, pero ¿no hay acto de colación en Francia? ¿Entrega de diplomas? ¿Cómo evitó o superó esos compromisos, si es que existían?).

Los engaños, en todo caso, no se detuvieron ahí; al contrario, crecieron como una bola de nieve. ¿Qué extraordinaria presión interna llevó a Romand a mentir y a estafar durante la mayor parte de su vida para finalmente cometer crímenes tan atroces? El adversario de Carrère se dedica a pormenorizar datos y a articular posibles motivos, conformando un relato atrapante sobre la vida de este mitómano devenido asesino. Su densidad nunca afecta la destacable fluidez con que Carrère concatena hechos y reflexiones. El retrato psicológico del camaleónico Romand es certero y no tiene desperdicio.

El libro acaba de reimprimirse en la Argentina; en realidad salió en 2000 y pasó automáticamente a integrar la lista de ejemplos célebres en la corriente conocida como “no ficción”: narrativa testimonial, con un pie en las prácticas de la crónica periodística, donde los hechos son reales pero se presentan novelados. Dicho de otro modo, el estilo y la estructura —lo formal— es de novelista pero, antes que por la construcción de un verosímil, el texto se juzga por un “contrato” con el lector que es de tipo periodístico: leemos asumiendo que los datos en que se basa la novela no faltan a la verdad porque son fruto de una investigación prolija, honesta.

(Vale recordar que la mencionada A sangre fría, que suele machacarse como el libro que inauguró la “no ficción”, no es tal: Operación masacre de Rodolfo Walsh fue publicada casi diez años antes, en 1957).

Conociendo ya lo esencial del caso, ¿por qué todavía vale la pena leer El adversario? ¿Por qué no basta, por ejemplo, con recurrir a la película homónima de 2002, protagonizada por Daniel Auteuil? Porque la posición que toma Carrère como autor —su involucramiento con el tema— hace de estas páginas una experiencia que resulta intransferible a una mera sinopsis o a otras adaptaciones. Carrère descubre a Romand: duda, contacta, se arrepiente de contactar, interactúa, olvida, retoma, asume la posición, se entrega a fondo, intenta comprender sin juzgar pero a la vez tratando de dejar claro que no por eso convalida o perdona los crímenes (Carrère piensa en sus propios hijos). Razona, reconstruye, sintetiza, se sorprende, desconfía, repregunta, indaga, especula sólo cuando no puede ir más allá con la información que tiene.

Emmanuel-Carrere

Y más todavía: de un modo ejemplar, el autor también se autocritica al incluir lo que otros colegas y personas cercanas al caso piensan de su rol como biógrafo de un asesino. “[Romand] debe de estar encantado de que escribas un libro sobre él, ¿verdad?”, le recrimina una periodista que también cubre el caso. “En el fondo ha hecho bien matando a toda su familia, todas sus plegarias han sido atendidas. Se habla de él, aparece en la tele, van a escribir su biografía…”. Carrère asume el lado en que lo deja (mal) parado su labor incluso frente a los familiares de las víctimas.

El falso doctor Jean-Claude Romand, un Satán, adversario de Dios y matador de toda su familia, fue condenado a cadena perpetua con prisión firme de veinte años. Esto quiere decir que recién a los sesenta y un años de edad —o sea ahora, en 2015—, el asesino puede empezar a pedir la libertad condicional. Hay reimpresiones que son oportunas, no me digan que no.

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El adversario, de Emmanuel Carrère. No ficción. Anagrama, 2000. 172 páginas. Recomendamos este libro en “Ciudad X”, La Voz (Córdoba, 5 de noviembre de 2015).

Felices los felices, de Yasmina Reza

Por Martín Cristal

Hasta que la vida los separe

Yasmina-Reza-Felices-los-felicesSi bien Yasmina Reza (París, 1959) ya tiene varias novelas publicadas, es probable que entre nosotros sea más fácil ubicarla por sus éxitos como dramaturga: baste mencionar su obra más famosa, Art (de 1994) —que en Buenos Aires supo permanecer en cartel durante años con Ricardo Darín, Oscar Martínez y Germán Palacios en los roles protagónicos—; o bien una de las películas más recientes de Roman Polanski, Carnage (de 2011, estrenada aquí bajo el título de Un dios salvaje).

La última novela de Reza se llama Felices los felices; con ella obtuvo el premio Le Monde en 2013. El título surge de unos versos de Borges (tomados del libro Elogio de la sombra): “Felices los amados y los amantes y los que pueden prescindir del amor. / Felices los felices”. Esta novela se compone de veintiún monólogos que captan los vanos esfuerzos en pos de la felicidad, las desavenencias y las complejas interrelaciones que conforman a un puñado de matrimonios y familias de la Francia contemporánea.

“Los sentimientos son cambiantes y mortales. Como todas las cosas de este mundo. Los animales mueren. Las plantas. De uno a otro año, los ríos no son los mismos. Nada dura. La gente quiere creer lo contrario. Se pasan la vida recomponiendo los pedazos y a eso lo llaman matrimonio, felicidad o yo qué sé”. Esto declara en su monólogo uno de los dieciocho narradores que tienen a su cargo este coro novelístico. Ellos no se distinguen tanto por el trabajo de sus voces como por la meticulosa diferenciación de sus circunstancias, y también por su manera particular de comprenderlas y encararlas. Entretejidos con esos monólogos se intercalan algunos diálogos, no siempre marcados con raya y muchas veces a renglón seguido, lo que puede exigir cierta atención extra del lector.

Hay que señalar que Reza no bucea en distintas clases sociales; ella se concentra en personas de clase media y alta, en general adultos, mayormente profesionales: banqueros, psicólogos, funcionarios, periodistas… con maridos y esposas, con amigos, con hijos y con amantes. Con enfermedades y problemas de todo tipo (domésticos y también de los graves). Como es lógico, el círculo de personajes se va a ampliando a medida que ingresan más y más narradores; sin embargo, el mérito de la novela no se centra en esa previsible expansión de la mancha humana representada, sino en la forma en que se va haciendo cada vez más densa la cantidad de interrelaciones entre ese cúmulo de personajes.

Las alusiones de unos respecto de otros —menciones que a veces son sutiles, como dichas al pasar, y otras veces directas y en detalle— van componiendo una trama de proximidades como la que hoy podrían calcular los algoritmos de cualquier red social. Lo que ningún programa puede calcular todavía es todo lo que suelen callar esas relaciones: sus amores clandestinos o viciados; sus tribulaciones, rechazos y hartazgos sin confesar; el daño que la rutina le inflige a todo lo que es sensible, el desgaste del tiempo (implacable, y sin embargo desparejo para cada pareja). El disfrute del lector se centra en sopesar las cualidades de cada relación a medida que se va develando el sociograma propuesto. La maestría de la autora está en presentárselo sagazmente, desnudando con sutileza todos los matices de las conexiones humanas y llevándolo hacia una escena que reúna lo que en principio parece disperso.

Los personajes de Felices los felices son de hoy y están tan vivos como nosotros. La experiencia dramática de Reza, su manera de construir las escenas —discusiones en el supermercado o en la cama; diálogos casuales en la sala de espera del médico; encuentros clandestinos en un bar cualquiera— y, sobre todo, su oralidad, nos colocan frente al texto como si estuviéramos frente a un escenario o ante la pantalla de un cine. Por el enfoque del tema y por su sentido del humor (que muchas veces resulta la única salvación de los personajes), la historia se acerca a Maridos y esposas, de Woody Allen; por su estructura, se asemeja a Vidas cruzadas de Robert Altman; por sus encrucijadas y por la manera en que quedan expuestos las taras y los sentimientos de los personajes, recuerda quizás a alguna película de Agnès Jaoui (Como una imagen, o El gusto de los otros). Si se consideran su rabiosa contemporaneidad y las credenciales de su autora, no resultará extraño que esta novela termine adaptándose para la pantalla grande, más temprano que tarde. Mientras tanto, es un gran placer leerla.

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Felices los felices, de Yasmina Reza. Novela. Anagrama, 2014. 192 páginas. Recomendamos este libro en “Ciudad X”, La Voz (Córdoba, 5 de febrero de 2014).

Dos novelas del narco mexicano

Por Martín Cristal

Ante el desbordado saldo de muertes relacionadas con el narcotráfico en México (del que en buena parte también es responsable el ex presidente que le declaró la guerra: no se apagan incendios con gasolina), resulta lógico que varios narradores de ese país hayan enfocado el tema en sus ficciones. Elmer Mendoza, Juan Villoro, Daniel Sada, Sergio González Rodríguez y hasta Carlos Fuentes son algunos de los que dieron cuenta, cada uno a su modo, de distintos aspectos de esta delicada situación social, económica y política, que ya sobrepasa lo coyuntural para ser, llana y tristemente, una faceta cultural más de México.

Se ha querido acuñar el término “narcoliteratura”, lo que quizás sea un exceso, ya que en todo caso son apenas algunos rasgos temáticos comunes los que se aglutinan, y no necesariamente una forma narrativa o un estilo. El término, sí, funciona como una etiqueta comercial rápidamente asimilable para el mercado exterior. Y es que el narcotráfico como tema literario ha interesado más allá de las fronteras mexicanas: por ejemplo, las dos novelas breves que recomendamos aquí, se consiguen en librerías de Argentina por la vía de ediciones españolas.

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Trabajos del reino, de Yuri Herrera

Yuri-Herrera-Trabajos-del-reinoEsta novela breve de Yuri Herrera (Actopan, 1970) narra en tercera persona pero desde el punto de vista de un cantante de corridos, esa música popular del norte mexicano que, en sus letras, es el cantar de gesta del narco y sus antihéroes (o como la define Herrera: “…no son canciones para después del permiso, el corrido no es un cuadro adornando la pared. Es un nombre y es un arma”). Este Artista —Herrera elige nombrar a sus personajes por el arquetipo que representan— se pone al servicio de un Rey del narco para difundir sus proezas y las de sus aliados. A cambio de sus epopeyas de acordeón y redoblante, el bardo recibe dinero, alojamiento, comida y hasta la posibilidad de grabar: todo lo que jamás tuvo, al menos nunca a granel y con tanto lujo. Ahora lo tiene por trabajar para este Reino, en el que enseguida descubrirá cuán inestable es el equilibrio entre traiciones y deseos prohibidos. Bajo el ala del Rey no se pueden cometer errores.

Destaca el uso del lenguaje por parte de Herrera (algo que Fogwill supo elogiarle): en esta novela es lírico —ciertas páginas incluso parecen poemas—, pero a la vez tiene una fuerte raigambre oral mexicana, sin excesos, en un balance muy bien logrado. El lector argentino no familiarizado con la vertiente mexicana del idioma quizás pueda acusar que el sentido de algunas frases se le escapa; insisto en que el sazón del texto está precisamente ahí, y que no por esa nimia dificultad debería soslayar este excelente libro (además, en esta era digital todo lo que uno no entiende puede guglearse más tarde).

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Fiesta en la madriguera, de Juan Pablo Villalobos

J-P-Villalobos-Fiesta-en-la-madrigueraEn lo escritural, la primera novela de Juan Pablo Villalobos (Guadalajara, 1973) va hacia el lado opuesto: simplifica al máximo la cuestión del lenguaje mediante la asignación de la voz del relato a un narrador de corta edad, lo que la hace de digestión más rápida y para todo público. Tochtli es hijo de Yolcaut, un poderoso narcotraficante; con la ingenuidad de su mirada, que a veces pone al relato cerca de la fábula infantil (aunque matizada con toques de esa rara madurez que Salinger le atribuía a los niños en sus cuentos), Tochtli va dando cuenta de la vida que lleva, aislado en la mansión desértica de su padre.

Uno de los caprichos de este principito es obtener, para su zoológico privado, un hipopótamo enano de Liberia, animal en vías de extinción que sólo puede conseguirse en África (en el zoo de la novela de Herrera, el animal-emblema es el pavo real). Claro que ningún deseo es imposible para el hijo de un hombre como Yolcaut. La gracia de la novela de Villalobos reside en que el lector infiere del relato cándido de Tochtli todo el mundo opresivo y violento que lo rodea. La persistente inocencia del niño es un milagro entre toda esa sangre. Una sangre que todavía se derrama y espanta y da que hablar, tanto en México como en el resto del mundo.

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Trabajos del reino, de Yuri Herrera. Novela. Periférica, 2008 [2004], 128 páginas. | Fiesta en la madriguera, de Juan Pablo Villalobos. Novela. Anagrama, 2010, 112 páginas. Recomendamos estos libros en “Ciudad X”, del diario La Voz del Interior (cuyo manual de estilo insiste en cambiarme las X por J cuando escribo «mexicanos» o «mexicanas»). Córdoba, 6 de marzo de 2014.

Mr Gwyn, de Alessandro Baricco

Por Martín Cristal

De cómo dejar la literatura para escribir de verdad

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Cuando un escritor elige que el protagonista de un relato también sea un escritor, la ficción suele tomar por un camino trillado donde el oficio del personaje da pie a consideraciones librescas: se intercalan citas, anécdotas de otros autores, reflexiones sobre el arte de narrar o escribir, cantos sobre la dificultad, el valor o la inutilidad de dedicarse a esa tarea… entre otros ensayos camuflados de narración.

Menos abundantes son los casos en que el autor sólo toma el aura del artista-escritor como un punto de partida, para luego llevar el relato hacia la vida que ese hombre-escritor vive cuando no está escribiendo. Los ejemplos contemporáneos más difundidos quizás sean varios personajes de Roberto Bolaño [*]: narradores y poetas de cuya vida se nos cuentan muchísimas cosas, pero de cuyas obras, estilo o ideas estéticas se nos dice bastante menos.

De las obras literarias de Jasper Gwyn no leeremos casi nada a lo largo de la novela que lo tiene por protagonista. Alessandro Baricco (Turín, 1958) nos presentará en Mr Gwyn a este exitoso escritor inglés en el preciso momento en que decide abandonar la escritura para siempre. Un lugar común, sí  —otro que renuncia, un Bartleby más para la colección de Vila-Matas—, salvo que Gwyn no permanecerá ocioso tras su retiro. Ante la desesperación de su agente, dejará atrás las formas habituales de la literatura, se inventará una actividad artística interdisciplinaria, y se concentrará en las obsesiones necesarias para llevarla a cabo.

No conviene revelar el espíritu de la nueva empresa de Jasper Gwyn. Adelantemos sólo dos cosas: primero, que Gwyn necesitará que alguien lo asista en su proyecto, alguien cuya perspectiva ante la vida cambiará tras prestarse para ese trabajo. Y segundo, que el acto de escribir participará del asunto pero sin volverse literatura convencional, es decir, sin que Baricco tenga que volver a ese camino gastado que mencionábamos al principio. (Puede amagar con hacerlo en algunos pasajes reflexivos iniciales, pero luego se despega).

Y es que no importa qué tal escribe Gwyn o qué personajes creó para sus novelas. Lo que importa en Mr Gwyn es que Baricco ha vuelto a modelar personajes que uno quisiera abrazar. Los narra con cariño, sin miedo de rozar —y algunas veces, incluso, de saltar— la cuerda que separa la emoción pura del mero sentimentalismo; una frontera difícil de determinar, pero que sin duda separa a sus fans de sus detractores.

¿Demasiado dulce, tal vez? Yo aprecio al autor de Seda por el pulso de su prosa, pero sobre todo porque narra y narra y narra y no para de narrar nunca, afirmándose en símiles efectivos y en un humor cándido o irónico según convenga. Baricco crea historias que al leerlas nos importan como personas queridas, y también personajes entrañables que al fin y al cabo no son otra cosa que historias vivientes.

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Mr Gwyn, de Alessandro Baricco. Novela. Anagrama, 2012. 178 páginas. Recomendamos este libro en “Ciudad X”, La Voz (Córdoba, 4 de abril de 2013).

[*] Por cierto, Baricco camufla en la novela una broma (?) que involucra a Bolaño: «Cuando acabó de comer, [Gwyn] dejó la mesa puesta y se tumbó en el sofá, escogiendo los tres libros a los que le dedicaría la velada. Eran una novela de Bolaño, las historietas completas del Pato Donald de Carl Barks, y el Discurso del método, de Descartes. Por lo menos dos de los tres habían cambiado el mundo. El tercero al menos, lo había respetado.» [p. 76]

Carta a Carlos Busqued

Por Martín Cristal

La nueva revista En ciernes. Epistolarias está compuesta en su totalidad por cartas. Su sección Encrucijadas sería la típica sección de reseñas de libros, salvo que aquí el reseñista le escribe una carta al autor del libro en cuestión (carta que el autor a su vez contesta). Para el Nº 2 me invitaron a escribirle una carta a Carlos Busqued, a propósito de su novela Bajo este sol tremendo (Anagrama, 2009).
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Córdoba, junio de 2011

Hola, Carlos:

¿Cómo va? Supongo que sabés que en Córdoba se te lee un poco como a un escritor cordobés, por el tiempo que viviste por acá y también por esa parte importante de Bajo este sol tremendo que transcurre en nuestra ciudad. Leí tu novela apenas salió, en 2009; fue de lo mejor que leí ese año (de esto dejé constancia en mi blog). Una historia potente, con gran impacto. Claro que fue muy difícil leerla sustrayéndome de la chapa de su publicación en Anagrama y todo eso. Cuando En ciernes/Epistolarias me invitó a escribirte, aproveché para releerla con un poco más de distancia. Viste cómo es: hay “anécdotas de publicación” que pechan tanto como el libro en sí, más allá de que el libro esté bueno de verdad (un caso paradigmático podría ser el de John Kennedy Toole y La conjura de los necios).

Tu novela extrema lo inhóspito del mundo. Es impiadosa, una exposición de la violencia sin moralina, enseñanza o comentario ético alguno. Hasta aquí, nada nuevo bajo este sol (tremendo), visto que ya se ha hablado mucho de la amoralidad de tus personajes. En esa discusión, aportaría que Cetarti y Danielito sí me parecen amorales, pero que a Duarte lo veo más cerca de la inmoralidad. Duarte sabe mejor a qué juega y qué leyes desafía con sus actos. Los otros, hundidos en una abulia constante que los exime de toda reflexión, no se reconocen a sí mismos como rebelados contra (o ajenos a) un sistema reglado. Duarte, en algunos momentos, sí: por ejemplo, el primer curro que propone consiste en “dibujarla” ante la obra social de la Fuerza Aérea, es decir, ante un subsistema de un sistema de reglas al que él pertenece. Quizás en otros crímenes suyos esto sea menos evidente.

Más allá de esta sutileza, los reúne la crueldad de un universo narrativo en el que no se explicita una lucha contra demonios internos o presiones externas; no hay justificaciones freudianas o patológicas; no hay construcciones ideológicas —por retorcidas que pudieran ser— para avalar la violencia. No hay bajadas de línea ni búsqueda de redención ni, en lo argumental, un “proceso completado de cambio”: Cetarti no sale transformado por la historia que le ha tocado vivir (es más: puede decirse que, al final, es el azar el que toma las decisiones por él). Alguien señaló que El extranjero es un antecedente de tu novela, por ese protagonista anestesiado, por esa manifiesta indiferencia ante una madre muerta, por esa forma de quedar a la deriva y a las puertas del crimen. Es cierto, con una salvedad: en las últimas páginas del libro de Camus, el imperturbable Meursault sí llega a razonar con lucidez sus actos, su vida y su próximo destino. En cambio, Cetarti, de lucidez, nada: el porro y la “conducta desmotivante” lo borronean todo el tiempo.
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Con todo esto quiero decir que una de las cosas que más impacta de la novela es que no aparezcan segundas intenciones narrativas detrás de su crueldad implacable, al contrario de otras obras, famosas por su violencia, en las que sí se dejan ver esas segundas intenciones. La naranja mecánica, por ejemplo, sí nos da un mensaje explícito: la elección moral —aun optando por el mal— es lo que nos hace libres y, por ende, humanos. Por violentas que puedan ser las escenas del libro —recubiertas, en el recuerdo, por las imágenes de Kubrick—, esa intención última termina apareciendo con claridad; por otra parte, la genial estilización del lenguaje distancia al lector de esa violencia narrada. Dice Burgess (en un prólogo de 1986):


No es misión del novelista predicar, sino mostrar. Yo he mostrado suficiente, aunque a veces lo oculta la cortina de un idioma inventado; otro aspecto de mi cobardía. El
nadsat, una versión rusificada del inglés, fue concebido para amortiguar la cruda respuesta que se espera de la pornografía. Convierte el libro en una aventura lingüística.

Tu prosa se aparta deliberadamente de “aventuras” así. Pero antes de hablar de eso, quiero traer otro ejemplo de ficción violenta. En American Psycho, Bret Easton Ellis se basa en dos elecciones narrativas capitales: la primera persona y el tiempo presente, combinación ideal para narrar lo impredecible de un asesino psicópata (más tarde —qué desilusión— Ellis siguió usando esta forma para otras obras donde, a mi juicio, ya no es tan pertinente). Si se atraviesan todas las capas de violencia escalonadas en el texto —cosa que muchos lectores no soportan—, se descubre el “objetivo” velado: cuestionar la noción de éxito en los Estados Unidos, su consumismo y, sobre todo, la relación directamente proporcional que el sistema norteamericano establece entre el capital moral de una persona y su capital a secas. Entre otras razones, a Patrick Bateman no lo pescan nunca porque, en una sociedad así, un joven millonario de Wall Street no puede ser además un asesino desquiciado sin parámetros morales.

Si se piensa la construcción de ficciones como la de Ellis, se ve que es posible aumentar el diámetro de la depravación prácticamente hasta el infinito. La violencia y la crueldad humanas no tienen límites exteriores, lo cual permite forzar el verosímil de su eventual relato. Rumbo a esa órbita inalcanzable, todo es posible: el personaje viola / o viola y mata / o viola, mata y despedaza / o viola, mata, despedaza y come / o viola, mata, despedaza y obliga a comer a otros / etcétera. Si se trata de mostrar crueldad pura y nada más, podés no parar nunca, al menos hasta llegar al límite de lo inefable, que no es el límite del mal, sino el del lenguaje. (En la revista Diccionario Nº 8, en la cual participaste, hay un ensayo muy interesante de Demian Orosz que toca este tema). Así va escalando Ellis la violencia en su novela; y así también llega Apollinaire, en Las once mil vergas, a una de las escenas más violentas que he leído en mi vida: a punta de pistola, un padre es obligado a violar a su bebita mientras la madre es forzada a verlo. Son apenas unas cuántas líneas, un pasaje más dentro de un catálogo pornográfico que (menos en esa página) incluso puede leerse desde el humor. Lo que estremece no es sólo la situación en sí, sino también el hecho de que Apollinaire no parezca tener ningún motivo para narrarla, excepto ése: narrarla.

De esa condición ilimitada del mal proviene una curiosidad como la que declara Duarte respecto de las películas porno que colecciona: no las tiene para hacerse la paja, sino para ver “hasta dónde puede llegar la especie humana”. En la ficción se puede asistir a un muestrario dantesco de horrores sin dañar nuestra integridad física: el dolor no toca la piel del hombre concreto que lee o mira la pantalla. Creo que el morbo —que todos tenemos, en mayor o menor grado— es un motor de lectura para algunas partes de tu novela. Un morbo cercano al de Como un guante de seda forjado en hierro, pero sin esos condimentos lyncheanos con los que Clowes enrarece su historieta; algo quizás más cercano a los “secretos en el sótano” que hay en Pulp Fiction (“bring out the gimp”, etc.), aunque sin los mecanismos de citas y parodias ni el humor con los que Tarantino estiliza su relato para distanciarnos de la acción violenta.
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Esto del morbo-motor me lleva a uno de los efectos secundarios de la relectura (que conecta con Burgess y lo del estilo). Tu novela es notablemente sólida en lo argumental. Está 100% centrada en las acciones. La relectura me devolvió a esos hechos terribles, pero —con la trama ya sabida— éstos ya no me ofrecieron la tensión (el morbo) de ir descubriéndolos a medida que se sucedían. Cierto: esto pasa con el argumento de cualquier libro, pero una relectura también puede ofrecer el repaso del estilo como renovador del goce. Te soy franco: a mi placer de lector le costó encontrarse con la prosa de Bajo este sol tremendo en la segunda lectura, salvo quizás en las descripciones de la casa del hermano de Cetarti o en algún pasaje sobre animales. Igual, me imagino que para vos esto es accesorio o irrelevante.

En toda violencia hay cierta dosis de inmadurez, de evolución no resuelta: una bestialidad inalterada o parcialmente vigente, un animal que insiste en su brutalidad y no logra “civilizarse”. Ahí es donde en tu novela encastran a la perfección las relaciones abiertas que establecés con el mundo animal: nos interpelan porque nunca nos hemos alejado mucho de ese animal planet. Aprovecho para contarte de una novela que escribí hace algunos años —Las ostras, todavía inédita— donde intercalo citas sobre animales tomadas de un viejo libro de divulgación científica. No es la enciclopedia de Cousteau, pero también se llama Misterios del mar (!) y —otra coincidencia— lo encontré en un depósito de antigüedades que tenía mi papá, un lugar muy oscuro y lleno de cachivaches, un poco como la casa del hermano de Cetarti.

En plan de coincidencias, y vistas otras cosas tuyas en la web, te cuento que me gusta la música de Frank Zappa; que el único avión a escala que tuve fue un biplano ruso —un Polikarpov— que nunca terminé de armar; y que también tuve un axolote, pero de los blancos. Se llamaba Julius y murió medio hervido en un accidente que te voy a contar mejor si nos vemos alguna vez.

Te mando un abrazo.
Martín Cristal

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El Nº 2 de la revista —con la respuesta de Busqued—
se presenta en Córdoba el 9 de septiembre de 2011,
en el marco de la Feria del Libro.

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Addendum del 29/03/21: Acabo de enterarme de la prematura muerte de Carlos Busqued. Todavía no lo puedo creer. Inevitablemente recordé este post, el cual completo a continuación con la respuesta que en su momento me enviara Carlos. QEPD. (MC)

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Respuesta de Carlos Busqued:

Cómo vas Martín contesto la carte de atrás para adelante.

Probablemente el biplano Polikarpov que tenés o tenías, es uno que fue conocido como “chato” en la guerra civil española, yo justo tengo pendiente de armar un sucesor monoplano de ese modelo: el Polikarpov I-16, que también combatió en la guerra civil y en los comienzos de la segunda guerra mundial. El kit trae dos juegos de insignias (soviéticas y españolas de la República, pienso usar las últimas). Está en escala 1/48 y me lo regaló mi hermana para la última navidad, y todavía no encaré armarlo. Lo último que armé fue un Mig 17. Me gustan los aviones soviéticos. Una vez leí que el criterio de diseño aeronáutico ruso consistía en “quitarles la gracia y dejarles la fuerza” a sus aparatos. La obediencia a ese criterio ha dado logar a una hermosa serie de artefactos potentes y gloriosamente feos, muy interesantes para contemplar y replicar en detalle. Tengo un Mig 3, un Mig 31, y ahora el 17 que mencioné antes. Cuando vivía en Córdoba tenía un Mig 21 y un helicóptero Kamov de combate, todos en escala 1/72.

Mi axolote viene soportando mi compañía hace casi un año, y la verdad que pese a lo mínimo de sus actividades (o tal vez debido a ello), es muy entretenido de observar. Lamento no haber conocido mejor a estos bichos durante la escritura de la novela, hubiera podido agregar unas cuantas cosas a la relación de Cetarti y su axolote. Dicen que llegan a vivir entre 25 y 40 años, debe ser la calma con que se toman las cosas. Le hice una pequeña cueva con piedras y se pasa encerrado ahí la mayor parte del tiempo. Sale únicamente cuando tiene hambre o el agua no está en buenas condiciones. Sin el hambre o la incomodidad, su existencia consiste en estar encerrado. Algo que yo sería feliz si pudiera lograr. No le puse nombre porque me dijeron que no se reproducen en cautiverio, sino que los traen directamente de no sé qué laguna volcánica de Xochimilco. Quiero decir, considero que es un animal secuestrado de su origen y traído a miles de km de distancia y que tuvo la pésima suerte de depender de mí. Así que no le pongo nombre porque no lo considero de mi propiedad, sino a mi cuidado. Medio que es una cuestión de respeto.

Por lo que decís de la novelita:

Con respecto al tema del “estilo” mh la verdad no es que no me importe, para el individuo siempre está mejor que le digan que es perfecto, admirable o similar. Pero bueno, la única verdad es la realidad. La elección de esta manera de narrar obedece a mis preferencias y motivaciones como lector. Yo tomo whisky para emborracharme, no para apreciar el sabor y esas pelotudeces. Si está rico, mejor, pero si es un whisky de 15 mangos y pega y no hay otra cosa, bueno, le doy lo mismo. En el mismo sentido, leo única y exclusivamente para evadirme, porque la realidad no me gusta nada y cualquier cosa que me saque de ella, me sirve. En el camino de esa evasión , es cierto, te encontrás con cosas de mucha calidad. Pero nunca leo para “apreciar la prosa” del que escribe. En general prefiero al narrador que no interfiere con la acción, me gusta esa discreción. Esto tiene que ver con lo de evadirse. Un narrador que cuenta concreto y simple, que te lleva de la nariz por la historia, produce un efecto parecido a ver una película, un narrador complicado, que hace disgresiones y agrega sus “pensamientos” es como si pagaras la entrada de cine y en vez de película no hay película, viene un tipo que te cuenta la película. Y sabemos que en general, los tipos que te cuentan las películas son unos plomos bárbaros. De ahí mi elección. Sumado a una cuestión de eficacia: cuanto más simple es un mecanismo, menores son las posibilidades de una falla. Sé que es bastante pobre pero bueno, no me da para agregarle rebusques y vueltas raras.

Esta novela la releí del libro (en parte porque no podía creer que estuviera publicada) y por momentos me quería cortar las bolas por cosas que están directamente mal escritas. Siempre me acuerdo de “la iluminación malignamente potente del sol” No, guanaco, es maligna y potente”!, o cualquier otra cosa pero que no suene tan feo como “malignamente potente”. Hay otras, también, no es ésa sola.

Los animales existen porque me gustan y porque son interesantes, la especie humana no necesita paralelismo con animales para que nos demos cuenta de que es tan despiadada como cualquier cosa existente. Para mí fue muy importante la lectura del libro El gen egoísta de Richard Dawkins. Hay un relato del comienzo de la vida que es fascinante, el relato va del proto canibalismo en las primeras moléculas estables en la sopa primordial, a la generación de organismos complejos como “máquinas de supervivencia” para un puñado de aminoácidos. Y desde entonces las reglas no han cambiado nada. Hace poco, leí sobre unos de campesinos que en 1988 quisieron escapar de Vietnam en un barco. Se les rompió el motor y después de dos meses a la deriva, empezaron a comerse entre ellos. Eran campesinos, buena gente, y tuvieron que elegir comerse a algunos porque sino morían todos. No se les puede criticar nada, es un procedimiento doloroso pero natural. Y el criterio de selección de las víctimas a ser comidas era el mismo de cualquier momento de la historia de la naturaleza. Según el relato de uno de los sobrevivientes, se seleccionaba “primero a los más débiles, y después a los que estaban solos”. Toda la economía calórica y sentimental del ser humano va por la misma bicisenda, aunque con un montón de firuletes de adorno y diferentes niveles de intensidad.

Y no hay “mal” porque no hay “bien”. Si el tigre se come al venado, o si el venado escapa y el tigre muere de hambre, el universo sigue girando. Y eso es lo único que hay en el centro de la cebolla de la existencia.

Como un guante de seda… está muy bien, no sé en qué medida lo afané, pero algo saqué de ahí seguro. Clowes tiene algunas cosas bastante fallidas, pero ésa y Ghost World son una MARAVILLA. Me gustó en su momento American Psycho, pero no sé si volvería a leerlo. Leí Menos que cero y me pareció una bosta. Ha ha son opiniones nomás, los tipos viven de su obra y yo soy un pelotudo que tiene que remarla, no soy nadie para criticar.

Mh no sé que decirte de lo de Kubrick, estoy de acuerdo en mostrar y no predicar. No sé a dónde iba con el nadsat, no creo que sea una aventura lingüística, pero lo cierto es que después de leerlo estuve usando palabras del nadsat un rato largo, y todavía me acuerdo algunas. Yarboclos, drugos. Eso debe querer decir algo

Haha, ¿quién te dice que Cetarti no es lúcido?, sólo un tipo que ve puede querer nublarse la vista. Por lo que te decía antes yo no hablaría de moral, sino de capacidad de adaptación al orden natural. Duarte es un predador,es la clase de gente que “quiere algo y lo consigue”, alguien que se las arregla para sacarle cosas al mundo. Danielito y Cetarti son mas bien tipos atropellados por los acontecimientos, ellos no se las arreglan tan bien con el mundo como Duarte. Por eso me caen más simpáticos, me siento más cerca de ellos.

En fin, es complicado decir qué cosa es un escritor cordobés más allá de lo geográfico, y desde allí claro que estoy adentro del concepto, los años que viví en Córdoba fueron más que intensos y todavía vuelvo todos los meses, así que si me molestara estaría negando algo.

Bueno Martín, gran abrazo, espero que haya servido de algo!

Carlos

En los zapatos de Margo Glantz (II)

Por Martín Cristal

Segunda parte de la nota sobre la escritora, crítica y académica mexicana Margo Glantz que se publicó en el Nº 7 de la revista Ciudad X (enero de 2011). Incluyo un recuadro que por motivos de espacio no salió publicado en la versión en papel.

[Parte I: sobre las obras de Margo Glantz editadas en la Argentina]

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Entrevista

En los zapatos de Margo Glantz

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—En Saña contás que el pintor inglés Spencer, al recibir el título de Caballero, explicó que “siempre había deseado el galardón pero de manera sencilla, parecida a la de un hombre que espera que su vecina le regale un tarro de mermelada…”. ¿Cómo deseabas vos los reconocimientos que hoy tenés? ¿Cuánto piensan escritores y académicos en premios y doctorados honoris causa?
—No se escribe para ganar premios, pero es satisfactorio y desagradable a la vez recibirlos. Te exalta y te deprime al mismo tiempo, o por lo menos a mí. Quisiera tomármelo con más sentido del humor, como se lo tomó Nicanor Parra cuando le anunciaron que había sido el primero en obtener el Premio Juan Rulfo, sin ninguna solemnidad, con sentido del humor. Si sacas un premio prestigioso, te conviertes en otra persona para los demás. Hay quienes creen que no lo mereces, otros te siguen sólo porque lo sacaste… Pero, es evidente que a final de cuentas me satisface haber recibido premios, sobre todo el de la FIL, para mí siempre Premio Juan Rulfo, extraordinario escritor aunque no le guste a César Aira.

—Al constatar que una noticia sobre una top model hoy puede ocupar más espacio en el diario que otra sobre una guerra, te preguntás: “¿Pueden delimitarse las jerarquías si no existe previamente un orden?”. Enfoco esa pregunta sobre tu propio libro: ¿están disueltas las jerarquías temáticas de Saña? ¿Por qué elegiste entremezclarle los temas al lector?
—Si hubiera separado los temas de una manera común y corriente, Saña no sería lo que es. Esas mezclas, esos regresos, esas tribulaciones, esos viajes intertextuales le otorgan su más íntimo sentido; además, trabajo con la fragmentación, y la unidad la tendría que encontrar el lector. Yo creo que está presente, pero entreverada, diluida y a la vez fuertemente sugerida. Por otra parte, creo que cada texto funciona también individualmente por cuenta propia.

Saña podría haberse gestado como blog: textos breves, variados, con eje en tus intereses como autora… Hay recurrencias que hubieran podido interrelacionarse con links o haberse articulado con tags (“etiquetas”, que con sólo un clic reunirían los textos correspondientes a un mismo tema). ¿Te parece pertinente este paralelismo?
—Quizá sea pertinente, pero como soy en cierta medida una escritora antediluviana —me limito a usar la computadora como una máquina de escribir más eficiente— soy completamente ajena a esas técnicas que enumeras. Aunque pienso que quizá pudiera tomarse como tú dices mi texto —es una posible interpretación—, yo lo escribí como si fuese un libro que se ha ido integrando paulatinamente y cuyos fragmentos se fueron produciendo a lo largo de los años. En el trabajo de estructuración lograron conformarse como un todo armónico.

—En uno de los mejores relatos de Zona de derrumbe, la narradora va a hacerse una mamografía. Ese texto destila femineidad, una manera de ser mujer por la sencilla vía de serlo, y no un feminismo militante, que sesgaría la lectura. ¿Creés que esto sucede sólo por la situación narrada, a la que un hombre no tiene acceso? ¿Se debe a tu mirada femenina, o quizás a una manera consciente de escribir que pueda tipificarse como “propiamente femenina”?
—Me importaba explorar en ese cuento —cosa que sigo haciendo— el aspecto biológico del cuerpo sujeto a la enfermedad, y de alguna manera explorar la identidad corpórea femenina. Esa relación se explicita metafóricamente en el texto, pues se refiere específicamente a una enfermedad que le sobreviene a un cuerpo femenino, aunque conozco a algunos varones que han sufrido el mismo tipo de cáncer, con un significado obviamente distinto, lo viven por lo general como una doble humillación. Existe un cáncer equivalente en el hombre, el de próstata, pero en el relato mencionado, “Palabras para una fábula”, los senos delimitan una zona corporal femenina ligada al erotismo, a la maternidad y a la enfermedad. Me interesa también explorar cómo una zona del cuerpo pasa de ser erógena para convertirse en una zona de muerte.


Margo Glantz. Foto: Alina López Cámara.

—Con Las genealogías indagaste en tus orígenes judíos. ¿Creés que trabajar ese texto a lo largo de todos estos años, pueda haber sido, en el fondo de tu mexicanidad, tu manera de ser judía, una manera de expresarte como judía?
—La identidad es resbaladiza y ambigua, hay muchas formas de enfrentarla. Yo intenté hacerlo con Las genealogías y también leyendo a y escribiendo sobre autores como Roth, Celan, Levi, Benjamin, Sebald, Arendt. Las genealogías es un asunto familiar, reencontrarme con mis padres de otra manera, conocerlos de otra forma distinta a la visceral.

—Corregiste y aumentaste Las genealogías en sucesivas reediciones; un pasaje de El rastro (acerca de un museo bostoniano) reaparece como fragmento independiente en Saña; los relatos de Zona de derrumbe se reconfiguran y expanden en Historia de una mujer… ¿Qué valor encontrás en la reescritura?
—No creo en la fórmula matemática de que el orden de los factores no altera el producto. La manera de insertar un fragmento textual en situaciones narrativas distintas altera totalmente el sentido que tiene ese fragmento por sí mismo. Como algo específico, funciona también perfectamente así aislado, pero en el conjunto se potencia de manera diferente; es una forma muy habitual que tengo de trabajar… Varios de los textos de Saña sobre la India se recogerán, se alterarán, se reconstruirán y formarán parte de otra textualidad; así pasó con el que mencionas de El rastro. Allí se adecuaba al sentido del relato, pero cuando se alía con otros textos donde el arte es importante adquiere connotaciones especiales… A menudo recurro a la pintura para explicarlo. Como otros pintores, Bacon —muy presente en Saña y en un nuevo libro que estoy escribiendo— regresa al mismo tema una y otra vez, pero cada vez que lo hace produce algo totalmente distinto de lo anterior, aunque obviamente se adviertan las conexiones.
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Onda y nuevas generaciones

En 1971, Glantz publicó la antología Onda y escritura, jóvenes de 20 a 33. Así le dio nombre a una corriente surgida en los ‘60, la “Literatura de la Onda”: José Agustín, Gustavo Sainz y otros escritores, siempre reticentes en aceptar el nombre acuñado por Glantz. Actualmente a ella ya no le interesa recordar a aquellos autores: “fueron importantes pero circunstanciales”, dice.

Visto que el Jurado de la FIL también destacó a Glantz como “referente indispensable para nuevas generaciones de escritores”, le preguntamos por la literatura mexicana contemporánea y le pedimos recomendaciones sobre los autores jóvenes de hoy.

—Hay escritores diversos, no me atrevería a hacer una catalogación como lo hice con la “Generación de la Onda”. No puedo ponerle títulos a las corrientes que están surgiendo. Pero sí es una literatura mucho más trabajada. La Onda rompió con formas establecidas e inauguró un lenguaje nuevo, pero allí naufragaron muchos escritores, se convirtió en una receta. Ahora hay un mayor cuidado por la escritura. Interesan nuevos temas, por ejemplo, y tristemente, el del crimen y el narco.

Recomendaría sobre todo a Mario Bellatin, que ya está totalmente consolidado, una voz importantísima que sobrepasa lo local; también a Guadalupe Nettel, una escritora de 40 años, a Emiliano Monge, de unos 30, y a Valeria Luiselli, de 25.

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En los zapatos de Margo Glantz (I)

Por Martín Cristal

Poco antes del bicentenario de México, Margo Glantz obtuvo el Premio de Literatura de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), galardón al que ella sigue llamando con su nombre original, Juan Rulfo.

Entrevisté a Glantz para el Nº 7 de la revista Ciudad X (enero de 2011). La nota está estructurada en dos partes: primero, un breve recorrido por los libros que esta escritora, crítica y académica mexicana ha publicado recientemente en la Argentina; y después, las preguntas y respuestas propiamente dichas.

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Primera parte

En los zapatos de Margo Glantz

En el último año, Margo Glantz ha recibido diversos homenajes y reconocimientos por su trayectoria. Sus méritos seguramente no son ninguna sorpresa para los lectores que hayan estado atentos a la aparición de este nombre sobre los estantes de las librerías argentinas.

En 2001 la editorial Beatriz Viterbo publicó Zona de derrumbe, seis relatos que contornean a Nora García, alter ego de Glantz. Sus narraciones están hechas de miedo (a una mamografía; al descubrimiento de que a cierta edad se empieza a babear por la comisura de los labios) y de amor (por las mascotas; por la mesa de Francia o la pintura de Inglaterra; por los zapatos). La prosa, amena y sencilla, incorpora también elementos ensayísticos, rasgo distintivo de la autora. Parte de este libro, reconfigurado, integraría luego Historia de una mujer que caminó por la vida con zapatos de diseñador (Ed. Anagrama, 2005).

En 2002 desembarcó El rastro (Ed. Anagrama), novela en la que reaparece Nora García: vuelve a su pueblo para asistir al velorio de su ex marido, músico como ella, quien acaba de morir de un infarto. La acción, mínima, deja lugar a una escritura que avanza en forma de bucle, explorando facetas del mismo tema: el corazón (músculo y símbolo a la vez). Dicho loop mezcla los recuerdos que Nora tiene de su ex con varias consideraciones sobre la música: Glenn Gould, Bach, las Variaciones Goldberg… Ese concepto, la variación, es clave para comprender la forma de este libro, finalista del Premio Herralde de Novela en ese mismo año.

En 2010 apareció Saña (Ed. Eterna Cadencia), un libro que se compone de más de 250 textos breves y variados. Este álbum del gusto, el interés y la curiosidad de Margo Glantz intercala temas como la vida y obra de Bacon, Spencer, Scarlatti, Gould, Rimbaud o Perec; la escatología; la guerra, el nazismo, la guillotina y otras “sañas” históricas; la locura; la conquista de América; la idiosincrasia y el paisaje de la India; los peinados, las modelos, la moda… y los zapatos. En el conjunto, que no se amolda a un género específico, dominan la reflexión y la cita, como paráfrasis o bien como transcripción libre, sin usar nunca las comillas. El Jurado de la FIL destacó de Glantz “su propuesta en torno a la […] frontera de los géneros mediante poéticas fundadas en la fragmentación y el acopio de discursos provenientes de diversas disciplinas”. Saña representa bien esa apreciación.

Y, también en 2010, el sello Bajo la Luna reeditó Las genealogías, obra central en la producción de Glantz. Publicada por entregas en un diario mexicano, y luego como libro en 1981, esta oportuna reedición argentina nos acerca la reconstrucción que la autora hizo de su historia familiar. De la investigación y los viajes, pero sobre todo del diálogo íntimo con sus padres, Glantz desovilla la saga de estos judíos ucranianos que emigraron a América escapando del hambre, las guerras y la violencia del antisemitismo. La vida en Europa central, la travesía marítima, México como destino fortuito, la adaptación cultural, la difícil integración y el paulatino proceso de asimilación de hijos y nietos no son escalas de una cronología inflexible, sino un trayecto plástico por el que Glantz va y viene, ensamblando lo que finalmente también es una forma de autobiografía.

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Perfil de la autora

La trayectoria de Margo Glantz (México, 1930) comprende, entre otros reconocimientos, el Premio Nacional de Literatura, el Premio Nacional de Ciencias y Artes, y la Medalla de Oro de Bellas Artes de su país. En agosto pasado se le otorgó el Premio FIL en Lenguas Romances, el cual le sería entregado a fines de noviembre, durante la inauguración de la 24ª edición de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Glantz integra la Academia Mexicana de la Lengua y es profesora emérita de la UNAM. Publicó gran cantidad de ensayos académicos —es especialista en Sor Juana Inés de la Cruz— y también obras narrativas que se funden con el ensayo y la autobiografía. Varias de esas obras han sido editadas en la Argentina. Actualmente prepara un libro sobre la India, bajo el título La tierra ajena.

[Continúa con la entrevista propiamente dicha, en el próximo post.]

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Lo mejor que leí en 2010 (2/3)

Por Martín Cristal

Segunda parte de los libros que más disfruté leer en 2010:
[Leer la primera parte] _____

Vidas perpendiculares, de Álvaro Enrigue

Anagrama, 2008. Novela.

La novela de este autor mexicano presenta una estructura compleja, basada en el concepto hindú de la transmigración de las almas. La saga de los Rodríguez Loera se irá barajando con las memorias de personas de distintas épocas y lugares del mundo; progresivamente, esas memorias dispersas se reconocerán como la autobiografía milenaria de una misma alma reencarnada varias veces. Este libro nos gustó mucho, tanto que lo recomendamos en el Nº 2 de la revista Ciudad X (agosto).

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Antología poética, de Joaquín O. Giannuzzi

Visor de poesía, 2006.

La profunda mirada de Giannuzzi es la que “ve” la poesía en todas partes (incluso en la anatomía interna del cuello de una jirafa); sus versos comparten con nosotros, sin distorsión, eso que él ve así, y que nosotros, de otro modo, no veríamos.

En algún punto, un par de versos condensan el sentido (filosófico, diría) de aquello que el poeta registra. Llegué al libro por este poema, que ya es famoso, pero que siempre alguien leerá, como yo, por primera vez:

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Poética
La poesía no nace.
Está allí, al alcance
de toda boca
para ser doblada, repetida, citada
total y textualmente.
Usted, al despertarse esta mañana,
vio cosas, aquí y allá,
objetos, por ejemplo.
Sobre su mesa de luz
digamos que vio una lámpara,
una radio portátil, una taza azul.
Vio cada cosa solitaria
y vio su conjunto.
Todo eso ya tenía nombre.
Lo hubiera escrito así.
¿Necesitaba otro lenguaje,
otra mano, otro par de ojos, otra flauta?
No agregue. No distorsione.
No cambie
la música de lugar.
Poesía
es lo que se está viendo.

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Creo que no tengo que agregar nada más. En todo caso, quién necesite más razones para leer a Giannuzzi, puede encontrarlas en el remix que hicimos aquí. (Lo siento, Joaquín: nosotros sí cambiamos la música de lugar…).

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Los combates cotidianos,
de Manu Larcenet

Norma, 2003-2008. Historieta.

Marco es un joven fotógrafo francés que desarrolla “comportamientos obsesivos” y “neurosis diversas”. Lo asaltan ataques de pánico que lo paralizan hasta el dolor físico. Los “combates cotidianos” son los que Marco libra día a día para lograr que los ataques al menos sean más espaciados.

La manera en que lo va logrando a lo largo de las cuatro entregas de la serie es, primero, yéndose a vivir al campo; luego relacionándose sinceramente con quienes lo rodean —sus nuevos vecinos; su pareja; su hermano y la familia de éste— y capeando todos los altibajos de estas relaciones; pero, sobre todo, desarrollando un nuevo camino para su fotografía. Marco deja atrás las fotos exóticas e impactantes que hacía cuando era corresponsal de guerra y pasa a involucrarse con los obreros de los astilleros franceses, donde también trabajó su padre. Retrata a estas personas, más próximas a su propia vida, cuando están pasando un momento difícil (estamos a comienzos del siglo XXI). La respuesta que Marco le da su galerista para defender esta decisión artística me conmueve y me resulta terriblemente inspiradora. En la cuarta parte hay un paseo nocturno de Marco con uno de los obreros —Pablo, que se parece a Faulkner—: el diálogo es honestísimo, magistral.

Así como Marco madura a lo largo de esta historieta, también lo va haciendo el dibujo de Larcenet. Inicialmente se ve caricaturesco, casi infantil, y no deja sospechar la densidad narrativa que la historieta será capaz de alcanzar, si bien desde el principio hay excepciones: las páginas en que Larcenet representa las fotografías en blanco y negro tomadas por su personaje. En esos pasajes —los más reflexivos de la obra— complejiza el trazo para ilustrar los pensamientos que, finalmente, evidencian el crecimiento de Marco, amén de su tránsito por las etapas naturales de la existencia humana: la muerte del padre, la relación de pareja, la llegada de una hija… Así, las reflexiones sobre el arte se van mezclando con la política y con las cosas más íntimas de la vida.

Los combates cotidianos es la historia de una madurez ganada a pulso, día a día. Una historieta que consigue conmover como pocas.

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La máquina de pensar en Gladys,
de Mario Levrero

Irrupciones, 2010. Cuentos.

Es el primer libro de cuentos de Levrero, publicado originalmente en 1970. Tardó más de 25 años en ver una segunda edición, rápidamente extinguida. Desde julio, y gracias al sello Irrupciones de Montevideo, por fin puede conseguirse esta tercera edición.

Aunque sin alcanzar todavía la riqueza de Espacios libres (1987), La máquina… ya es una buena muestra del Levrero más “raro”: con su frescura intacta, se desmarca de toda lectura totalizadora al reunir once cuentos extraños, entre los que brillan “La calle de los mendigos”, la historia de un hombre que comienza arreglando un simple encendedor y termina —tal como el de “Los reflejos dorados”— muy lejos del territorio familiar en el que empezó; “El sótano”, una pieza juvenil a lo Lewis Carroll; “La casa abandonada”, que varía sus misterios en cada habitación; y “Gelatina”, el primer relato de Levrero, treinta páginas magistrales con densidad de novela corta. Lo recomendamos en el Nº 5 de Ciudad X (noviembre).

[De paso y por si no lo vieron: en El pez volador hicimos un mapa completo de la obra levreriana].

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Leer parte 3 de 3

Lo mejor que leí en 2010 (1/3)

Por Martín Cristal

Va la misma introducción que al inaugurar esta costumbre en 2009:

No siempre salgo a cazar las últimas novedades; tampoco me atrinchero sólo entre los clásicos. Leo sobre todo narrativa, pero no exclusivamente. El azar puso estos excelentes libros en mis manos durante este año. Van en orden alfabético de autores (esto no es un ranking). Para coincidir o disentir con otros lectores, como recomendaciones o como agradecimiento por las recomendaciones de terceros, leyéndolos tarde o temprano respecto de otros (¿qué importa?), estos son los libros que más disfruté leer en 2010:
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100 balas, de Brian Azzarello
y Eduardo Risso

Vertigo-DC Comics, 1999-2009. Historieta.

Serie negra americana, altamente adictiva, con abundantes crímenes, gangsters violentos, chicas fatales, facciones de la mafia enfrentadas y conspiraciones secretas.

Una galería de personajes del bajofondo americano se va involucrando con el misterioso agente Graves a partir del tentador regalo que todos ellos reciben de sus manos: un maletín con pruebas irrefutables de alguna traición que merecería ser vengada, más una pistola y el toque mágico: 100 balas imposibles de rastrear. Cualquier crimen cometido con ellas será ignorado olímpicamente por la policía.

Es el viejo truco de la lámpara y los tres deseos, salvo que la lámpara de Azzarello es una automática, que el genio son cien balas y que el deseo de todos los involucrados es uno solo: gozar de impunidad en su venganza.

A lo largo de —of course— 100 entregas, el dibujo del argentino Eduardo Risso asegura, con su reconocible estilo, la cohesión imprescindible que otras series largas, que cambian de dibujante de un número a otro, no logran mantener (sólo el personaje de Lono parece alterarse —crece y se hace más brutal— desde su primera aparición hasta las últimas).

Azzarello logra que la aventura de cada entrega cierre bien y aporte más tensión al arco general de la historia, con paciente inversión en el trasfondo de cada nuevo personaje (aunque sin abandonar los estereotipos habituales del género). Así nos lleva directo a la gran conflagración: el religioso baño de sangre que nos espera al final de toda historia de mafia, al menos desde cada peli de El Padrino para acá.

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Cómo hablar de los libros
que no se han leído
, de Pierre Bayard

Anagrama, 2008. Ensayo.

Ni licencia para mentirosos ni recetario cínico: el de Bayard es un ensayo brillante sobre la no-lectura, que sincera ciertas imposturas de la circulación cultural. Si quieren hablar de este libro sin haberlo leído, pueden leer la recomendación que hicimos de esta obra en el Nº 3 de Ciudad X (septiembre).

Con eso basta para hablar de este libro. Claro que, si quieren hablar de otros libros sin leerlos, entonces sí les convendría leer completo el de Bayard…

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El amor es la más barata de las religiones,
de Ariel Bermani

HUM, 2009. Novela.

En un artículo que le dedicamos a las novelas de Ariel Bermani, dimos cuenta de esta novela corta que funciona como un catálogo de voces y que toma de Cesare Pavese su título y su problema central.

En ese artículo —que luego se reprodujo en la revista Casa del Tiempo (UAM, México DF)— relevamos las relaciones de El amor… con las otras dos novelas que Bermani lleva publicadas: Veneno y Leer y escribir. Las tres comparten personajes y rasgos comunes.

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Horla City y otros, de Fabián Casas

Emecé, 2010. Poesía.

Fabián Casas se apropió de la difusa y amenazadora aparición creada por Maupassant, El Horla, para darle nombre tanto a este libro como a su propio communication breakdown (nervous, más bien), el cual le apagó “la musiquita” durante un largo período…

Abarcando ese hiato, el libro reune toda la obra de Casas de los últimos veinte años y, cosa rara para un libro de poesía contemporánea, va camino a convertirse en un modesto best-seller nacional, cosa que ha desviado la atención de algunos desde los versos hacia este mero hecho contable. Un estrabismo que en general es producto de la envidia, como bien explica Alejandro Schmidt en su blog.

El libro compila imágenes tan sencillas y cotidianas como potentes; como ejemplo hay una heladera de Coca-Cola que fulgura en la noche de un estacionamiento y que posiblemente sea el Zahir de nuestro tiempo.

Casas admite: “…esta falsedad / de tensar los poemas con una catástrofe / se ha convertido ahora en mi segunda naturaleza”. Sincerado el método, sus versos traslucen melancolía persistente, o extrañeza sobre el entorno, o amor filial… Los malos poetas siempre riman amor con dolor; Casas no rima nunca y trasmuta ese amor (o dolor) en inquietud por el presente, o bien en la añoranza de otras épocas, de ciertos afectos, de ciertos lugares.

La cronología de estos poemas desnuda una erudición creciente que va incrementando el número de citas doctas. No es una mutación que yo prefiera, la verdad, pero la admiración por Frank Zappa —que Casas expresa en un poema corto de Oda, y que yo también profeso— me obliga a olvidar el asunto y a darle la mano al poeta.

Urbano, rockero, culto y “chabón”, Casas entrecruza sentencias reflexivas a lo Giannuzzi, el spleen de Baudelaire aplicado al barrio de Boedo, versiones locales del budismo zen, súbitas revelaciones con la basura en la mano y la angustia universal del tempus fugit.

La yapa del libro es un “ensayo bonsái” colado al final del libro: el brillante e inspirador “La voz extraña”. Y claro, el Poet-Jockey ya remixó Horla City

Me voy de vacaciones. Quedan programadas para enero las dos entregas que completan esta serie. Como siempre, los comentarios serán bienvenidos, aunque demoraré en responderles… ¡Feliz año nuevo para todos!

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Leer parte 2 de 3 | Leer parte 3 de 3

Cómo hablar de los libros que no se han leído, de Pierre Bayard

Por Martín Cristal

Una versión más corta del presente artículo se publicó en el número 3 de la revista Ciudad X.

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En un cuento de Efraim Kishón, éste se encuentra con un escritor que hace meses le envió por correo un ejemplar de su último libro. El encuentro desemboca en la pregunta inevitable: “¿qué te pareció?”. Pero Kishón no ha leído el libro; ni siquiera le ha quitado el papel madera en que venía envuelto. No sabe el título ni el género de la obra. El cuento («Cómo comentar libros sin demasiado esfuerzo», incluido en El arca de Noé, clase turista) prosigue con los esfuerzos de Kishón por hacer observaciones ambiguas y generales que le permitan obtener de su colega algún dato con el cual construir un comentario decente.

Situaciones así le interesan a Pierre Bayard (Francia, 1954) en su brillante ensayo Cómo hablar de los libros que no se han leído. La estrategia para arrancar cada capítulo es la que usamos aquí: recordar una obra literaria donde alguien habla de un libro no leído. Enseguida, el autor analiza a fondo dicho ejemplo. Bayard toma casos de Musil, Valéry, Eco, Montaigne, Greene, Lodge y Wilde, entre otros. El elocuente epígrafe que abre el libro es precisamente de Oscar Wilde: Jamás leo los libros que debo criticar, para no sufrir su influencia.

Entre todos los ejemplos que analiza Bayard, se destaca el de un estudio antropológico: la interpretación que una tribu africana —los tiv— hace de Hamlet. Cuando, en la propia aldea de los tiv, la antropóloga Laura Bohannan les refiere la obra de Shakespeare, las opiniones y críticas que expresan los miembros de la tribu resultan articuladas e interesantes, incluso sin que ellos conozcan nada de la cultura inglesa o europea (mucho menos de Shakespeare en particular).

¿Licencia para mentirosos? ¿Recetario cínico? No: el de Bayard es un ensayo honesto, que sincera ciertas imposturas de la circulación cultural. En especial blanquea la “no-lectura”, que no es la prescindencia total de los libros, sino toda situación limítrofe a la lectura: los libros leídos y luego olvidados, los que sólo hojeamos alguna vez, aquellos de los que sólo hemos oído algo… Primero, Bayard razona estas “maneras de no leer”; luego distingue situaciones en las que podría tocarnos hablar de un libro no leído (en la vida mundana, frente a un profesor, frente al mismo autor del texto o frente al ser amado); por último, analiza algunas conductas que convendría adoptar en esas situaciones (no sentir vergüenza, inventar el libro que se comenta o bien, hablar menos del libro que de uno mismo).

El autor alega por una “evolución psicológica” que nos libere del peso de la cultura y nos haga entrar de lleno en el terreno de la creación. Sostiene también que nuestra relación con los libros se da en “un espacio oscuro habitado por fragmentos de recuerdos”. En suma, Bayard nos dice: nadie lee tanto como dice leer y nadie puede leerlo todo, así que relajémonos un poco, desactivemos las prohibiciones culturales y opinemos libremente con los elementos que tengamos a mano. Bayard nos propone esto a través de un libro irónico, divertido y liberador. Un libro que espero poder leer entero alguna vez.

Cómo hablar de los libros que no se han leído, de Pierre Bayard. Anagrama, 2008.

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Ciencias morales, de Martín Kohan

Por Martín Cristal

En septiembre pasado, vino Martín Kohan a la Feria del Libro de Córdoba. Antes de leer su divertido cuento “El amor” en la última noche del ciclo La letra encendida, lo escuchamos en una charla que dio en el Cabildo. Ahí Kohan contó que la directora del Colegio Nacional de Buenos Aires no quería dar el permiso para filmar in situ la versión cinematográfica de Ciencias morales, la novela de Kohan que ganó el Premio Herralde en 2007. Ahora que leí la novela, entiendo el porqué.

La historia: María Teresa es una preceptora muy joven del Colegio Nacional de Buenos Aires. Estamos en la dictadura, aunque el autor no quiere que sepamos bien en qué año (al menos no de entrada). Las normas del colegio son estrictísimas. Marita —que vive aburrida con su madre mientras su hermano hace la colimba— se compenetra con su trabajo: quiere hacerlo bien para impresionar al señor Biasutto, su jefe. Decide que agarrar a algún alumno en flagrante violación del reglamento del colegio puede ser lo que ella necesita para recibir una felicitación, por lo que se pone en campaña para lograrlo. Ése es el universo —mezquino, limitado, opresivo, oscuro y asfixiante— en el que se mueve Marita cuando empieza a bajar por la espiral del cazador que tal vez termine cazado. El centro de esa espiral es un agujero negro de abusos e impunidad. Seguramente fue eso lo que no le gustó a la actual directora, aunque en el resto de la novela Kohan rezuma orgullo por haber asistido él mismo a ese colegio de larga tradición.

Las referencias temporales son deliberadamente elididas al comienzo del texto; sólo en la página 87 aparecen los primeros indicios claros referidos al año en que transcurre la acción de la novela. Dichos indicios están muy bien dosificados a lo largo del libro, escalonados de menor a mayor evidencia, y así abren un juego interesante para el lector. Lamentablemente, y como suele suceder, la contratapa de Anagrama traiciona ese excelente trabajo de Kohan.

El estilo es ordenado, aunque un tanto insistente y confirmatorio: tiene el «hábito docente” de acumular variaciones de una misma idea, como para dejarles claro el concepto a los alumnos (los lectores). Una oralidad de disertante, de catedrático. A veces con estas repeticiones Kohan consigue un efecto rítmico, pero otras se vuelve un poco extenso y machacón (ver por ejemplo las pp. 161-162, donde hay un párrafo de dieciocho líneas sólo para dejar claro que Marita no puede saber con certeza si el alumno que huele a colonia Colbert y acaba de entrar al baño es Baragli). El diálogo de Biasutto y Marita en el café es muy bueno para conocerlos mejor a ambos, aunque algunos sobreentendidos de dos personas que conversan frente a frente no hayan sido considerados.

Lo mejor del libro: el ambiente de la escuela, su correlato con la atmósfera marcial del país y la sutileza con que se insertan las marcas de época (el frente curvo de los camiones militares Mercedes Benz 1114; la extinguida gaseosa Tab, que Marita pide en el bar) o los rasgos ideológicos de los personajes (“Hay tan lindas carreras para que siga una mujer”, le dice Biasutto a Marita cuando ella le cuenta que no sabe bien qué podría estudiar).

PD. Nombrar a cierto colegio cordobés (que está en la esquina de Duarte Quirós y Obispo Trejo) justo en el último párrafo de la novela es una señal de mal gusto; cualquiera que —como yo— haya hecho la secundaria en el Manuel Belgrano no puede dejar de lamentar un desliz así en una buena novela como ésta.
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Ciencias morales, de Martín Kohan. Barcelona. Anagrama, 2007.