Por Martín Cristal
Estilo proviene de la palabra latina que designaba el punzón con que se escribía sobre tablas enceradas. Hoy, en literatura (y en las artes en general), el término se refiere al modo particular de expresarse que distingue a cada autor o artista.
El estilo de un autor es la sumatoria de a) sus preferencias, y b) las recurrencias de las que adolece su obra. Mientras sus preferencias le sirven como perros fieles que repiten las suertes que han aprendido (“sentado”, “echado”, “ataque”), las recurrencias son como gatos molestos que lo sobresaltan desde cualquier tejado con un maullido inesperado en medio de la noche. El autor apenas puede trabajar una parte de lo que él llama su estilo: sus preferencias. Las recurrencias (temáticas, formales), aun cuando las reconozca y las combata, son ingobernables.
El autor cree que elige o cincela un estilo, cuando la verdad es que —al menos en parte— lo padece, porque sus defectos como escritor —esos incorregibles, que se van sumando— también son parte fundamental de lo que él llamará su estilo. Convendrá que reconozca pronto esos defectos invencibles, que acepte sus limitaciones y las incorpore a sus maneras lo más naturalmente que pueda.
Un ejemplo, desde la música: se dice que el día en que Miles Davis comprendió que no podría tocar tan rápido, agudo y caliente como Dizzy Gillespie y Charlie Parker, fue el día en que prefiguró el estilo que lo distinguiría del be bop y lo haría mundialmente famoso: el cool jazz. Davis reconoció sus limitaciones y las convirtió en virtud. (Después, dejaría el cool para reinventarse a sí mismo y al jazz otras dos veces… Una nueva lección de Miles. No hay nada peor que un autor conforme con su estilo, porque no hay nada peor que un artista conforme).
Son los lectores quienes canonizan —y así congelan, y estancan— el estilo de un autor. Son ellos los que lo definen teóricamente, por más que el autor crea que nadie puede conocer mejor que él mismo en qué consiste su estilo. Para muchos lectores el estilo de un autor es, primero, un descubrimiento, un hallazgo; después una expectativa, un deseo de reencuentro; y, finalmente, la razón principal de su saciedad o hartazgo, el motivo para buscar un nuevo autor que leer.
Un largo camino
El camino hacia el estilo personal es largo. Nacemos analfabetos; con algo de suerte, doce años de educación pública nos enseñarán a escribir pésimamente. Se deja de escribir mal después, cuando uno por algún motivo se interesa en el oficio y aprende a redactar. Pero, en la literatura —que, suele olvidarse, es un arte—, sólo se empieza a escribir realmente bien cuando por fin uno deja de redactar. Y es que, con un poco de aplicación y algo de estudio, cualquiera puede escribir «correctamente» una historia; pero para las artes, la corrección no es suficiente. La técnica debe ser aprendida y luego superada.
Un ejemplo, ahora desde la pintura: en el Museo Picasso de Barcelona puede verse un gran cuadro que el pintor terminó a los quince años de edad (!). Es la escena de una primera comunión. Es un cuadro técnicamente perfecto, luego del cual nadie podría reclamarle a Picasso ninguna clase de explicaciones acerca de lo que era o no capaz de hacer en el campo técnico de la pintura. Su temprano dominio está demostrado ahí, en esa obra. Pero aquí hablo de perfección para decir que el cuadro es técnicamente correcto. Correcto: nada más. Una obra maestra precisa algo más por fuera de su virtuosismo o corrección técnica, por más que la técnica perfecta sea difícil de alcanzar. De hecho, ese “algo más” es tan importante que hay obras maestras que prescinden por completo de la corrección técnica porque ese “algo más” las lleva más allá: es algo trascendente.
Dentro de la obra completa de Picasso, el cuadro de la Primera Comunión difícilmente podría ser reconocido —por un neófito— como un Picasso. No se parece al arquetipo delimitado por la memoria de los cuadros más famosos del artista. Los “Picassos” que hoy reconocemos al primer golpe de vista llegaron después, cuando la técnica estaba superada y el artista comenzó a llevar sus propias creaciones al límite, imponiendo lo personal a la escuela. Lo que vendría serían las apropiaciones varias de los distintos períodos y por fin el desarrollo del «estilo Picasso».
Al aprendizaje de «lo correcto» mediante el estudio, se le suma también la herramienta de la imitación. Imitando a otros se aprende; pero escribir a la manera de otro escritor no debería pasar de ser un ejercicio (de estilo, justamente).
Querer romper reglas que se desconocen: triste papel de quien no sabe ni siquiera qué es lo correcto. Querer romper las reglas de la misma manera en que otros ya las han roto antes: triste papel de quien no consigue superar la imitación, la influencia. Por eso conviene que las influencias sean múltiples: de ese concierto de lecturas procesadas, quizás surja más claramente nuestra propia voz.
En el cuento «El espejo y la máscara» (El libro de arena, 1975), Borges plantea para el poeta una secuencia de tres etapas (a las que yo antepondría, como grado cero, «la iniciación», el momento en que uno «se prueba», a ver si le sale, si le gusta, escribir). En síntesis, Borges propone:
- 1) La «corrección» clásica, lo aprendido (el manejo, la destreza);
- 2) la ruptura vanguardista, que «supera todo lo anterior y también lo aniquila», y que tal vez sólo entenderán los doctos; y
- 3) por fin, la consecución de la verdadera Belleza.
En ese camino se iría desovillando el estilo que, a la larga, distinguirá al poeta (al escritor).
¿Algo que decir?
La gran trampa del estilo radica en que su perfeccionamiento consume tantas energías que a veces aleja al autor del descubrimiento de aquello que tiene para decir. La belleza del «cómo» nos desvela y nos olvidamos de la relevancia del «qué». Creo que el éxito, la verdadera felicidad del escritor, es lograr la máxima integración entre ambas categorías, «qué» y «cómo»: volverlas inseparables. En “Escribir un cuento”, Raymond Carver apunta:
Son muchos los escritores que poseen un buen montón de talento; no conozco a escritor alguno que no lo tenga. Pero la única manera posible de contemplar las cosas, la única contemplación exacta, la única forma de expresar aquello que se ha visto, requiere algo más. […] Cualquier gran escritor, o simplemente buen escritor, elabora un mundo en consonancia con su propia especificidad.Tal cosa es consustancial al estilo propio, aunque no se trate, únicamente, del estilo. Se trata, en suma, de la firma inimitable que pone en todas sus cosas el escritor. Este es su mundo y no otro. Esto es lo que diferencia a un escritor de otro. No se trata de talento. Hay mucho talento a nuestro alrededor. Pero un escritor que posea esa forma especial de contemplar las cosas, y que sepa dar una expresión artística a sus contemplaciones, tarda en encontrarse.
Lo cual no quiere decir que haya que escribir como Carver (eso sería no haber entendido a Carver). Tarda en encontrarse a sí mismo, el escritor, porque en forma paralela al desarrollo del propio estilo —a dar “una expresión artística” a sus “contemplaciones”—, la gran pregunta que tiene que hacerse es qué historia es la que tengo que escribir yo, esa que, si no es contada por mí, no será contada por nadie. La respuesta se tomará su tiempo en llegar.
No es sólo encontrar un modo de decir, sino también descubrir un mundo personal que espera ser revelado. Porque, atención: el tipo de escritor «más socorrido (más universal)» —según piensa el Mono en la fábula de Monterroso—, es aquel «que cuando ha perfeccionado un estilo, se encuentra con que no tiene nada qué decir».
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Hola! muchas gracias por el artículo, me ha sido de mucha utilidad, aunque es un tema que requiere de mucha mucha meditación mientras se «camina» me has dado mucho mucho en que pensar sobre la cuestión del «Estilo propio». Desde hace ya unos años que he notado que cuando ejecuto mi arte, siempre estoy imitando a este o aquel artista y no logro no imitar ni mucho menos encontrar mi estilo sin sentir que copio esto o aquello de aquel pintor pero que no me pertenece…En fin, muchas gracias!
¡De nada, Mr. T! Ahora, manos a la obra…
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Quería hacer una consulta, sobre la forma de escribir.
Por ejemplo, si se dejara de lado la técnica, y uno se vaciara de contenido, si se es libre de ella, y desde la ingenuidad y desconocimiento se diera la obra, seria como un diamante en bruto sin pulir? si la obra tuviera algún valor, o puede encontrarse un estilo desde este lugar vacío de técnica en donde pueda surgir un estilo propio, original y auténtico? o este seria un descuido, una obra descuidada, que solo tiene sus frutos si existe detrás el talento?, o la influencia, de la técnica y de las obras ya existentes, siempre va existir y es inevitable que nos condicione?
Es necesario conocer las reglas para transgredirlas? o el arte de la escritura no lo permite a diferencia de otra actividad artistica? Y si se trasgreden, siempre vamos a estar condicionados, por influencias de los patrones de creación? O seriamos libre?
libres
Carolina: Creo que «vaciarse de contenido» sin prestar atención a la técnica puede ser un buen camino inicial, una manera de empezar a escribir un texto en particular; no veo por qué dicho camino no podría funcionarle a algunos escritores, entre muchos otros que podrían tomar… para descubrir qué tiene para decir y así arrancar con la labor.
Digo para arrancar porque, como bien señalás, al concluir esa etapa el texto quedaría en un estado de «ingenuidad» y «desconocimiento», incluso si el contenido fuera atractivo; el asunto es que en cierto punto, para que el contenido sea en efecto atractivo, la forma también debe serlo: los mejores textos son los que logran que forma y contenido sean indisolubles.
Hasta ahí el estado del texto podría considerarse como «preliterario». Podrá contener «errores felices», esas recurrencias que se integran a nuestro decir, pero seguramente contendrá errores técnicos, que lisa y llanamente podrían corregirse para beneficio del texto.
Si hubiera una intención literaria, es decir, artística —subrayo la palabra intención: si la hay, entonces los errores que puedan señalarse como tales sólo pueden achacarse al descuido (y la transgresión de las reglas, sólo a su conocimiento previo)—, creo que sí hay que aprender la técnica, y no sólo eso: trascenderla, superarla. De ese modo se alcanza, según mi parecer, un modo personal de decir las cosas: un estilo. Algo parecido con las influencias: es bueno absorberlas para luego triturarlas y procesarlas con naturalidad.
Todo esto, claro, no es más que un parecer. Saludos,
M