Talleres literarios

Por Martín Cristal

Conozco a algunos escritores que dirigen talleres literarios. Sé que los coordinan con honestidad, porque creen en lo que hacen y son buena gente. Con todo esto, no cabe más que decir que en su caso se trata de un trabajo digno. Los respeto como escritores y como trabajadores. Espero que ellos también puedan respetar mi punto de vista general sobre los talleres literarios.

Brevemente: detesto los talleres literarios. El mío es un rechazo natural, apriorístico, irracional, aunque después me haya puesto a pensar sobre ese rechazo. Son muchas las veces en que la literatura funciona así: primero sube desde el estómago el me gusta/no me gusta y sólo después baja desde el cerebro el porqué de ese agrado o desagrado.

Tengo para mí que la escritura es un espacio de libertad individual donde nadie puede decirme lo que tengo que hacer. Es una de las razones por las que adoro ese espacio desde que lo descubrí. Puedo tolerar las humillaciones diarias del ámbito laboral o de la vida en sociedad sólo porque sé que de regreso a casa tendré ese terreno privado de libertad total. Mi último reducto, mi reino. Tendría que estar loco para exponer ese jardín secreto al mandato, la tutela o la aprobación regular de terceros.

John Cheever dice (en el prólogo de sus Relatos) que el escritor “se presenta más bien solo y determinado a instruirse por su cuenta”; así lo entendía yo incluso antes de leer a Cheever. No digo que sea siempre del modo que pasaré a detallar, pero en demasiadas ocasiones el taller literario sólo sirve para:

1. Escribir igual o casi igual que el coordinador del taller, al aceptar de entrada su criterio de autoridad (en el caso de los talleristas más ingenuos, sin siquiera haber leído antes cómo escribe dicho coordinador) y pensar que su visión de la literatura es la literatura toda, al someter lo escrito al criterio escolar de “bien hecho” o “mal hecho”, evaluación que cada uno debería ser capaz de lograr para sí mismo y según parámetros propios.

2. Utilizar secretamente el taller como un modo de relacionarse con el coordinador en caso de que éste sea un escritor “famoso” (en cuyo criterio de autoridad se confiará sólo por eso), sobre todo porque así puede que consigamos su recomendación editorial para llegar al sueño del primer libro publicado. Cuando se consigue el objetivo, o cuando se descubre que es imposible de conseguir, la continuidad en el taller pierde sentido.

3. Exponer nuestros textos a la crítica demente de otros idiotas que inconscientemente utilizan el taller como terapia grupal para canalizar otros problemas y descargan sus frustraciones sobre lo que nosotros hemos escrito, grupo en el que, con frecuencia, se incluye también al coordinador. (En el caso de que un taller tenga como finalidad central, abierta y declarada la de ser algún tipo de terapia de grupo, entonces todo se vuelve mucho más sincero, aunque en ese caso tanto da que sea de literatura como de crochet o jardinería).

4. Utilizarlo secretamente sólo para conocer gente, lo cual explica la disminución de la asistencia cuando los talleristas van encontrando pareja, o la disolución total del taller cuando el que encuentra pareja es el coordinador.

5. Considerarlo como un “talentómetro” para medirse frente a terceros. Mientras que los escritores potencialmente buenos son siempre los primeros en irse al darse cuenta de que en realidad no necesitan el taller, los malos se quedan porque nunca tienen idea de lo que pasa por encima de sus cabezas, y los de la mitad de la tabla también se quedan, porque están encantados con su nueva posición luego del retiro de los buenos. Resultado: el Reino de los Talleres Literarios pertenece a los Mediocres. [Tengo la sensación de haber leído esto en alguna parte, pero ¿dónde? Ciertamente no en un taller].

6. Considerarlo sólo como un pasatiempo, lo cual no es un problema para los pasatiempistas, que son legión, sino para los dos o tres pobres tontos que se toman el taller a pecho y tienen que escuchar las críticas vagas, endebles o arbitrarias de los otros, que la están pasando bárbaro.

7. Proporcionarle al coordinador un público cautivo asegurado para la presentación de los libros que él mismo publique.

8. “Ganar tiempo” en un proceso de ensayo y error colectivo, en vez de “perder tiempo” en un proceso de ensayo y error individual (?).

9. Exponerse a situaciones como las que recrea Roberto Bolaño al comienzo de Los detectives salvajes:


“…leíamos poemas y Álamo [el coordinador], según estuviera de humor, los alababa o los pulverizaba; uno leía, Álamo criticaba, otro leía, Álamo criticaba, otro más volvía a leer, Álamo criticaba. A veces Álamo se aburría y nos pedía a nosotros (los que en ese momento no leíamos) que criticáramos también, y entonces nosotros criticábamos y Álamo se ponía a leer el periódico.

El método era el idóneo para que nadie fuera amigo de nadie o para que las amistades se cimentaran en la enfermedad y el rencor”.

10. Corroborar lo que Stephen King —por citar a un escritor que está en las antípodas de Bolaño—, también apunta en Mientras escribo (On Writing):


“Los talleres de escritores presentan el grave problema de erigir el ‘debo’ a categoría de norma. […] Y no olvidemos las críticas. ¿Qué hay de ellas? ¿Qué valor tienen? Según mi experiencia, lamento decir que muy escaso. Suelen ser de una vaguedad exasperante. Sale fulanito y dice: ‘Me encanta el clima del cuento de Peter… tiene algo como… como una sensación de… no sé, como muy tierno… No sé describirlo bien…”.

Otras gemas de seminario son ‘me da la sensación de que pasa algo con el tono’, ‘el personaje de Polly me ha parecido muy estereotipado’, ‘me han gustado mucho las imágenes, porque ayudan a ver con claridad de lo que se trata’…

Y en vez de tomar las palomitas recién hechas y acribillar al charlatán, el resto de corro suele ‘asentir con la cabeza’, sonreír y mostrarse ‘pensativo’. Demasiado a menudo, los profesores y escritores residentes asienten, sonríen y compiten en mostrarse pensativos. Por lo visto hay pocos inscriptos a quienes se les ocurra que si tienes tal o cual sensación y no puedes describirla, si es como, no sé, una especie de, ahora no caigo, quizás te hayas equivocado de clase, joder”.

[…] Las clases o seminarios de escritura son tan poco ‘necesarios’ como este libro o cualquier otro sobre el oficio de escribir. […] La mejor manera de aprender es leyendo y escribiendo mucho, y las clases más valiosas son las que se da uno mismo.”

Creo que está bien prepararse para hacer, pero creo que es mejor hacer. Creo que leyendo y escribiendo se aprende a escribir. Creo que la literatura se enseña a sí misma, ya que provee en forma de textos todo el conocimiento necesario para construir nuevos textos (esto no sucede en otras artes: no hay piezas musicales que me expliquen por sí solas cómo se interpreta o compone la música, ni una pintura que explique por sí misma cómo se pinta; pero sí hay libros que explican cómo se hace un libro, cómo funciona la gramática, cómo se escribe un cuento o una novela…).

Creo en equivocarme y avanzar sobre mis errores. Creo en reconocer mis limitaciones y transformarlas en virtud para conseguir un estilo propio. Creo que practicar la autonomía de mis decisiones estéticas favorecerá mi confianza respecto de esas decisiones. En caso de duda, creo en la consulta específica —en el momento en que uno siente que la necesita— sobre un trabajo concreto personal (no una consigna de taller) a mentores o pares que uno elija sobre la marcha y cuyo criterio respete de antemano por conocer lo que hacen o piensan. Creo también en la escucha atenta de lo que los editores y los correctores de estilo, desde su experiencia como tales, tienen para sugerir, independientemente de que después uno atienda o no esas sugerencias. Creo en la publicación de la obra como una instancia más del aprendizaje.

Es probable que todos los talleristas del planeta repudien esto. Buena suerte, muchachos: pueden discutirlo en la reunión de la próxima semana.

36 pensamientos en “Talleres literarios

  1. Nunca he asistido a uno, aunque he acariciado la idea muchas veces. Claro está, tenía otra visión de ellos. Interesante entrada… quizás vaya a uno para corroborar lo que tú expones ;)
    Estoy de acuerdo, de todas formas, en que nadie te puede enseñar a escribir y las críticas hay que escucharlas pero las decisiones son propias.

  2. Un saludo, Martín. Yo tengo una visión muy parecida de los talleres literarios. Cuando dudo o requiero una opinión prefiero, en sana camaradería, preguntar a los que reconozco como iguales o mejores que yo sobre la configuración de determinado texto.
    Aparte, esos talleres parecen el escenario idóneo para hacerte de enemigos gratuitos o no solicitados.

  3. eariandes: Si te ofrecés como conejilla de indias, adelante… Si sobrevivís, volvé y contanos. Como el Coronel Kurtz: «el horror, el horror…».
    Gracias por el comentario.

    Édgar: A coincidencia pura, nada que agregar. Sobre lo de los enemigos, bueno, ahí está la escena con que Bolaño arranca en Los detectives salvajes… Saludos.

  4. Hola, Martín.
    En este caso, te puedo hablar desde la voz de la experiencia. Soy escritor y lector de prosa desde hace años y, como una cuestión de curiosidad -y, claro está, de auténtico interés al inicio-, tuve alguna experiencia tallerística de meses, y conozco la dinámica de otros talleres que trabajan por ahí. Leyendo cada uno de los puntos que ves como posibles realidades, te cuento que el «o» no aplica, sino el «y»: cada una de estas cosas pasa en cada una de las sesiones. Opiniones totalmente fuera de tono a veces; comentarios infundados o, en los casos más patéticos, pequeños panegíricos para aliviar viejas querellas; pérdida de un norte que de por sí nunca hubo; palomitas volando enceguecidas alrededor de una lámpara-maestro, que terminan por caer deslumbradas o por querer deslumbrar en demasía; franca pérdida de tiempo.
    ¿Algo bueno? Pues claro, las salidas informales pos-taller (paradójicamente, dejan sin función al taller como tal). Resumo: no son necesarios, desde mi punto de vista.

  5. Interesante el tema de la entrada. Completamente identificado con la sensación de Bolaño: «El método era el idóneo para que nadie fuera amigo de nadie o para que las amistades se cimentaran en la enfermedad y el rencor”.

    Creo que a eso me refería exactamente el otro día cuando te comentaba mis pareceres sobre los que sucede en el medio, esa es la onda.

    Quizás agregaría que muchos de los que dirigen talleres no muestran interés genuino por conseguir un trabajo, generalmente gente limitada, a quienes la escritura, la que practican, los faculta para considerarse algo así como un profesional de las letras. Nadie sólo el que escribe puede nombrarse a sí mismo escritor. No se necesita de un otro que lo garantice, y mucho menos de un título que lo faculte (además, el que no sabe redactar se refugia en una vanguardia). Por ahi, dictar talleres literarios les permite sentir que tienen una profesión, el título académico que no pudieron alcanzar en su cronicidad universitaria, la mediocridad y la vagancia en pinta. Que revienten antes de reventar a otros.

    Pero también existen talleres, o grupos de lecturas, que funcionan como espacios de contención social, donde asisten personas que se sienten solas, pero eso merece otra entrada.

  6. Toty: estoy seguro de que hay muchos coordinadores que son tal como los pintás. Si hay algunos por encima de esa media… es algo que nunca sabré, porque no voy a someterme al experimento de averiguarlo.

    Como en todo, también en esto de los talleres deben de haber buenos y malos, y los buenos necesariamente son los menos, de ahí quizás la visión negativa que prima sobre ellos.

    Para matizar un poco, entonces, aquí van algunas consideraciones de John Gardner, quien esboza algunas diferencias entre los buenos y malos talleres/profesores. Las tomo de Para ser un novelista, texto que el amigo Gaiteri me pasó recientemente:

    «Quizá el gran peligro del que debe guardarse quien asiste a un buen curso de literatura creativa es la posibilidad de que los conocimientos teóricos y técnicos que se adquieren le resten personalidad y predisposición a arriesgarse.

    Los malos talleres de literatura creativa tienen una o más características comunes. Si el estudiante las observa en el taller que ha escogido, debe abandonar el curso.

    En un mal taller, el profesor permite e incluso fomenta el ataque. […] En un buen taller, el profesor procura crear un ambiente de benevolencia y evitar que haya competitividad y agresividad. Si la clase está bien llevada, los compañeros de clase de quien ha leído su relato no comienzan exponiendo cómo lo habrían escrito ellos o dando rienda suelta a sus prejuicios sobre lo que está bien o no lo está; dicho de otro modo, no empiezan por corregir la historia creando otra o exigiendo un estilo distinto. Intentan comprender y apreciar la historia tal como ha sido escrita. Dan por supuesto, aun cuando lo duden para sus adentros, que el relato ha sido construido con minuciosidad e inteligencia y que sus rarezas han de tener alguna justificación. Y si no comprenden por qué la historia es como es, hacen preguntas al respecto. Uno de los defectos de quienes estudian con malos profesores es la costumbre de apresurarse a decidir que lo que ellos no han logrado comprender no tiene sentido.

    […]

    El mal profesor empuja a sus alumnos a escribir como él. Esta tendencia es natural, pero no excusable. El profesor ha trabajado durante años para crearse su estilo y para ello ha tenido que estar continuamente rechazando alternativas. Como resultado de ello, si no tiene cuidado es probable que oponga cierta resistencia a lo escrito de forma decididamente distinta de la suya o, lo que es peor aún, en un estilo opuesto al suyo, como en el caso del estilista que ha de juzgar prosa escrita en crudo lenguaje popular. La meta del profesor debe ser ayudar a sus alumnos a encontrar su manera de escribir.

    […]

    Lo que el alumno tiene que aprender es a pensar como un novelista. Y lo que no le conviene es un profesor que imponga su solución, como un profesor de álgebra que da el resultado sin demostrar cómo ha llegado a él, porque es el proceso lo que el joven escritor tiene que aprender: los problemas de las novelas, a diferencia de los de álgebra, pueden tener varias soluciones.

    […]

    Finalmente, el mal taller peca de «tallerismo» o exceso de academicismo. Dicho de otro modo, en él se suele dar mayor importancia al tema y a la estructura que al sentimiento y a la narración. Por exceso de trabajo y ante el elevado número de estudiantes a su cargo, y debido sobre todo a su escasa
    calidad como profesor, éste, para simplificar su labor, puede acabar eliminando lo que de original puedan tener las ideas de sus alumnos y convirtiéndolas en lo que todo buen editor identifica inmediatamente como fórmulas de taller de literatura.»

    ¿Será así? En todo caso, no seré yo quien lo compruebe.

  7. Pingback: Sumario #2 « El pez volador

  8. Hola Tincho.
    De acuerdo en casi todo.
    Casi. No estoy muy seguro de tus afirmaciones respecto de la música. Creo que lo tuyo sería pensar que una buena interpretación precisaría palabras para explicarse, lo mismo una buena composición. Imaginemos. Es posible un taller musical donde no se hable, sino se ejecute un instrumento? Bastaría con eso para darse a entender? Abrazo y disculpá haber llegado tan tarde a este texto.

  9. ¡Hola, Claudio, tanto tiempo!

    Lo que quería decir, al hacer la comparación con otras disciplinas artísticas, es lo siguiente: mientras que existen muchísimos textos que explican cómo escribir (y cómo leer) textos, no hay sinfonías o canciones o pinturas «teóricas» que expliquen por sí mismas cómo se hacen sinfonías, canciones o pinturas. Pienso que eso hace que en Literatura, leyendo y escribiendo en soledad, uno pueda «educarse a sí mismo» más fácilmente que en otros campos donde la figura del Maestro (o el Taller) se me hace más inevitable, aunque también en esos campos sea posible optar por ser autodidacta, por qué no.

    No lo decía entonces para desestimar los talleres de otras artes, para nada. Comparaba sólo para mostrar que la Literatura es la que menos los necesita.

    Abrazo (¡y no llegas tarde!).

  10. Martin, un abrazo, cuando regreses por mexico llamame, mi experiencia con los talleres fue distinta, fue en cuba y eramos un grupo de amigos, eran como tertulias con te o con un vino de arroz pesimo que hacia un amigo entrañable, de verdad q extraño mucho esos tiempos.

  11. ¡Hola, Nelson! Tanto tiempo.

    El vino de arroz debe de haber colaborado casi tanto como el hecho de que fuera un grupo de amigos. Enhorabuena si la experiencia fue positiva.

    Abrazo y saludos a Marta y los tuyos.

  12. Martín, querido Martín. Qué linda entrada, un resumen envidiable, lamento habérmela perdido cuando salió. Me gustó mucho que citaras a King, ahora mismo estoy leyendo su última novela y en la página 167 descubrí por qué me gusta tanto este autor. Cuando nos veamos, te cuento.

    Abrazo y muy buen tema para hablar.

    José.

  13. Joseé, a mí, la verdad, la obra de King no me atrae mucho, pero lo cité porque coincido con ese punto de On writing (así como no comparto muchos otros del mismo libro).

    Abrazo.

    PD. No entiendo lo de lamentarse por «habértela perdido cuando salió»… Leíste la entrada, ¿qué importa cuándo? Es un texto sin fecha de vencimiento. Lo digo porque Claudio también dice algo acerca de «haber llegado tarde»… Me llama la atención.

  14. Martín: cité lo de King porque sabía que no era de tus favoritos; siendo de los míos, me agrada verlo acá.

    Mi lamento es un elogio hacia el tema (o el enfoque, o la lista, o la ironía) que casi me pierdo. Si no fuera por tu resumen, lo habría pasado por alto. No sé cuál es el caso de Claudio, el mío es que no suelo bucear mucho en los blogs, sólo veo lo que está a la orden del día, entonces me dan nostalgias retroactivas potenciales cuando siento que me perdí la posibilidad de debatir en caliente, cuando la discusión se armó y fue un intercambio con otros comentaristas en el mismo plano temporal. Ahora es como dejar grafitis en una pared alejada de un barrio que no se visita más. Por eso tampoco me atrae leer blogonovelas cerradas, el tema ya está.

    Igual, nada como para analizar. Abrazo.

  15. José: OK, ya entiendo. Yo pensaba sólo en comentar el texto de la entrada, pero tenés razón: la posibilidad de debatir entre comentaristas se da sobre todo en una «ventana» temporal cuyo momento se pasa poco tiempo después de publicado el artículo…

    Qué bueno que viste el resumen, entonces. Abrazo.

  16. Deberías proponer un taller para que los incautos no caigan presa de un taller.

    Concuerdo con todos los puntos del post, excepto por el antepenúltimo párrafo, pues considero que más allá de manuales o textos teóricos sobre técnicas y otros, en todas las artes el aprendizaje se da por el contacto con las obra. Y más aún, en música podemos pensar en el Bolero, De Ravel, que es una demostración de cómo se construye un tema con base en tres elementos: ritmo, melodía y armonía. O en pintura, la tendencia abstracta de «cuadros de colores sobre otros cuadros de colores», que plantean cómo se usa la líena, el volumen o el pigmento.

    Saludos.

  17. Gustavo: sí, el contacto con las obras es fundamental, no cabe duda. Y es cierto, esas obras de otras disciplinas que comentás —el Bolero de Ravel, etc.— son bastantes transparentes en cuanto a su propia estructura y por eso «enseñan»… sin embargo, aun en esos casos el aprendizaje del espectador se da por inferencias de éste; esas obras en sí mismas no tienen por objetivo central enseñarle nada del arte. En cambio, me parece, sí hay textos cuya meta explícita es enseñar a escribir textos…

    Por eso sí encuentro más necesario —aunque no imprescindible— el aprendizaje de la música o la pintura con un maestro o un taller, y no tanto el de la Literatura…

    Saludos.

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  19. Martín, es interesante tu diatriba, pero no deja de ser un compendio de lugares comunes. Tu afirmación de que como «en demasiadas ocasiones» los talleres son malos hay que darles con un palo se podría aplicar con la misma lógica a todos los campos. Como la mayoría de los libros que se publican son basura, entonces prendamos fuego todos los libros. Tu dogmatismo en ese sentido es irracional, como lo admitís al principio. Para decirlo bien clarito: hasta el agua es nociva y puede matar. Preguntale a Alfonsina Storni.

    Ahora, la cuestión es otra. Uno tiene que meterse en lugares e ir con la actitud de tomar y de dejar, de seleccionar. Si uno es un tarado obnubilado por un escritor, o va a levantarse minitas, o se corta las venas porque alguien le tachó un adjetivo en un texto… y bueh, macho, cualquier cosa le va a hacer mal a alguien así.

    Convengamos en que el mundo rebalsa de pelotudos, pero sabés qué, eso no significa que uno tenga que renunciar a él. ¿Por qué no asistir a un lugar que te permite discutir durante dos horas una metáfora, donde se pueda acceder a cómo los otros te leen? Después agarrás lo que te sirve y el resto lo descartás. Me parece un ejercicio interesante bajar la guardia y mostrar tu texto y luego, ayudado por algo que vio otro en tu texto pero vos no, volver a releer.

    No es cierto, tampoco, que sólo valen las críticas de alguien que valorás como autoridad. Un lector que lee poco a veces puede ver también algo.

    Estoy de acuerdo sí en algo: hablar de taller «literario» es ridículo. Quizás convenga hablar de «taller de texto» o «taller de escritura». Ese nombre ya te predispone en contra, de la misma manera que me pone los pelos de punta escuchar hablar de «inteligencia artificial» y que no puedan programar un robotito ni para que diga hola que tal.

    ¿Pero cuál es el sentido de tanta ira con este tema? ¿Es tan pero tan difícil de imaginar un grupo de 12 personas amables y más o menos sensatas, entusiasmadas con un trabajo artesanal, que se juntan para ensuciarse un poco las manos, corregir las cosas que no funcionan y apuntalar las que sí? ¿También estás en contra de los talleres de cocina y los talleres de pintura?

    Estas diatribas terminan sonando elitistas. Dejemos de lado la cuestión de la escritura como arte. Supongamos que no es posible fabricar un escritor en un taller. ¿Y qué tal si bajamos ese objetivo a «lograr que alguien cuente una anécdota y se entienda de punta a punta»? Y luego, plantear objetivos como: «tratar de evitar los lugares comunes» y «manejar reglas básicas de gramática y estructura».

    Ese objetivo, que debería haber cumplido quizás la escuela secundaria, no lo cumple el 99% de las personas. Llamalo taller de redacción, si querés. Yo defiendo esos talleres a muerte, y creo que se puede enseñar eso. Técnicas básicas que hacen que uno pueda leer un texto de punta a punta y entenderlo.

    Y luego se ve si hay voz personal, si el texto te enamora o no. Pero primero hay que despejar toda esa idea de literatura engolada que te enseñaron pésimamente en la mayoría de las escuelas. Y la idea de que algo es literatura si es afectado, poético y pretencioso.

    Después, empiezo a estar de acuerdo con vos. Un taller no es imprescindible (y quizás no es necesario, pero ese es otro argumento débil, muchas cosas que uno disfruta son innecesarias). Y uno no puede inyectarle talento para la escritura a alguien que no lo tiene. Pero sí esa persona puede desaprender cosas que sí son bazofia y que nos quedan pegados a todos en la secundaria. O por lo menos ponerlas en discusión. Aprender mejor a leer y a leerse. Acceder a otros autores, a otras miradas. Y hasta forzarse a escribir una vez por semana, si querés, porque sino, solos, no escriben.

    Creo, claro, que todo debe hacerse con el máximo respeto y consideración hacia el otro. Buscando guiar al otro para que encuentre su propia voz y su mundo. Impidiendo la mala leche y la terapia grupal en la que mucha gente cae apenas le das la posibilidad de criticar o de autoexpresarse.

    Pero no, ni en pedo todos los talleres son malos. Ni uno de cocina, ni uno de literatura. Por supuesto que son reemplazables por editores amigos, por un grupo de amigos que escribe, etc, pero qué vivo, muchos no tienen acceso inmediato a eso.

    Te doy un ejemplo clarito. Al taller al que yo asistía venía una mina que laburaba en un lavadero. Se la pasaba en el lavadero laburando y se hacía dos horitas para ir al taller. Escribía de recontra puta madre, textos sencillos pero hondos. Esa mina no tiene la posibilidad de ir a hacerse la bohemia a las 2 am y charlar de literatura en un bar. ¿Por qué debería privarse de un taller si le funca para escribir?

    Es cortito el tema, y hay que ser menos dogmático. A un montón de gente le sirve escribir dentro de un taller. No buscan publicar ni ser James Joyce. Buscan jugar un poco con la escritura, ver qué se les mueve, ver si les calienta. ¿Cuál es el problema? ¿Por qué hay que caerles encima con este tipo de diatriba tan cliché?

    Y además, no es cierto que todos los escritores que van a talleres escriben mal o terminan escribiendo mal. Si es cierto que luego los abandonan. No sé si tiene sentido ir a un taller 6 años. Pablo Ramos escribe de puta madre y fue a un taller. Y es super agradecido con el taller que hizo. Y así hay muchos, muchos casos.

    No hay razones sensatas para oponerse a un taller. Si querés denunciar un taller trucho o contar tu propia (mala) experiencia, bienvenido. Pero sino lo que estás haciendo es una generalización irracional, que además, es muy poco original.

    Abrazo.

  20. Xtian: Entiendo tu posición aunque no comparto (casi) nada de lo que decís, cosa que de todos modos ya sabías desde el principio.

    De todas maneras te agradezco el aporte, porque completa el panorama. A lo que propuse inicialmente en el artículo, es decir, mi postura personal de no acercarme nunca a un taller (lo cual jamás se planteó aquí como una preceptiva para los demás, sino como una decisión individual: yo no le “caigo” a nadie encima con esto, ni mucho menos digo nunca que quemen todos los talleres o algo parecido), se han sumado otras perspectivas valiosas: la de quien considera lo expuesto pero de todos modos probaría el taller, para ver de qué se trata; la de quien coincide sin más con lo dicho; la de quien se ha reconocido en lo enumerado porque lo ha vivido en carne propia (y porque, efectivamente, para él esa enumeración fue un compendio de lugares comunes, sí: penosamente comunes, y reales); la de quien coincide conmigo pero rescata la contención social de los talleres; o la de quien verdaderamente disfrutó el taller y hasta lo extraña… (una defensa mucho más económica que la tuya, tendrás que reconocer).

    Quizás no lo viste, pero aclaré también que no creo que todos los talleres sean malos; lo hice cuando citaba a John Gardner para aportar también su diferenciación entre los buenos y los malos talleres, lo cual puede serle útil a otros.

    A todas las perspectivas mencionadas, faltaba sumarles una: la del defensor militante. Tu prolijo comentario ha dado cuenta de ella. Te lo agradezco, más allá de nuestras diferencias.

    Un saludo.

  21. Todas las opiniones son personales, pero no todas son fundamentadas o razonadas. Y aunque acepto y celebro la disparidad de criterio, no creo que tu post se lea sólo como a mí no me gustan, sino que avanzan hacia la descalificación de los que sí los disfrutan. En eso, por supuesto, te equivocás y resultás condescendiente y prejuicioso.

    ¿Por qué? Porque lo que mencionás como problemas de un taller literario (que la gente habla pavadas, que la gente critica sin razón, que la gente busca inflar(se) el ego, etc) son problemas de naturaleza humana y se dan en cualquier lugar donde se junten y se comunican 4 o 5 personas. Se dan en un partidito de papi-fobal y se dan también, ejem, en un blog. ¿Estás también en contra de la enseñanza secundaria?

    El único momento en el que pretendés razonar es cuando decís que todo lo que es necesario para aprender a escribir está en los libros. Bueno, todo lo que se necesita para pintar la Gioconda se vende en una pinturería. ¿Y? Podés esquivar algunos ejemplos (diciendo que para la música se necesita aprender partituras o lo que sea) pero lo cierto es que tu razonamiento ahí no es un razonamiento: es un capricho. En todas las disciplinas hay gente que prefiere aprender en contacto con los demás, en contacto con el docente, emprender parte del trabajo en forma colectiva, digamos, social, y gente que no. En casi todas las artesanías, oficios o artes, se puede optar por porcentajes variables de trabajo solitario y de anotarse en cursos o laburar colectivamente. Y eso es una decisión personal, y andar cayéndoles encima (cosa que vos hacés, lo reconozcas o no. Decir «En mi modesta opinión todos los que van a talleres literarios son bobos engañados, egos pegados con cinta scotch, obsecuentes del profe o calentones que quieren levantarse al compañerito» es caerles encima. Tu derecho a decir lo que quieras está salvaguardado, pero hacete cargo de lo que escribís) es de policía. Martín: más poesía, menos policía.

    Lo otro que decís es que los que van al taller tienden a copiar el estilo del profesor, que se los impone. Bueno, eso no pasa en todos los tallers. Y aunque pasara, no es privativo de un taller. Pasa seguido también en escritores autodidactas. Hasta Borges o Bioy se quejaron de sus primeras obras porque estaban demasiado pegados a sus influencias.

    Pero vayamos al punto que creo fundamental y que vos evitás discutir, porque no tenés argumentos sino prejuicios flúo y porque preferís sacar el cuerpo a través de una invocación a la libertad de opinión y expresión. ¿Sabés que es lo que siento, Martín? El problema no es la señora divorciada aburrida en la casa que va al taller literario en vez de hacer un curso de crochet o tarjetas españolas. No, el problema es que la gente no lee. El promedio, creo, es de un libro por año. Y con suerte. Sí, leen blogs, iupi, bárbaro. Y escribir, mucho menos. Sí, escriben sms, pero la mayoría no puede expresarse más allá de 140 caracteres.

    La literatura está bien a salvo, claro. Con gente como vos, que (y esto dicho sin ironía) relaciona literatura y vida con todas las preposiciones posibles y ve la literatura casi religiosamente (leer y escribir). Literatura como arte, como inmersión completa.

    Pero más allá de eso, yo creo en el placer de escribir y de leer. Y creo que es accesible a todos, aunque sea en balbuceos, a las trompadas, y que no hace falta convertirse en un monje para disfrutarlo. Creo que uno puede tener un touch and go. Escribir dos textos y subirlos a un blog. Mandar una poesía por email. Leerle en voz alta algo a tus amigos. Creo que hay una forma de conocimiento (y autoconocimiento) a la que se accede sólo punzando letras en un papel o una pantalla. Y creo que se puede compartir ese placer y esa pasión aun con gente que no le interese un pomo ser escritor, ni el llamado de las Musas, ni nada de eso. Creo, que si un taller literario sirve para que alguien pase de escribir un párrafo inentendible y lleno de lugares comunes, a escribir algo con una voz personal, eso ya alcanza. Y lo he visto, no una vez, sino decenas de veces.

    Ese milagro, el del clic que se produce de forma misteriosa, que destraba algo y que permite que la escritura se desenrrolle como una alfombra frente a nuestros ojos, a veces se produce, también, y aunque vos no lo creas, en el contexto de un taller literario. Es así, la escritura es misteriosa. El punto A y el punto B no se conectan necesariamente por una línea recta, o con tu idea de cargar los estantes y leer con atención y voluntad. Eso te sirve a vos. Y te felicito. Pero pretender que cualquiera que no siga ese camino está engañando a alguien o autoengañándose no es sólo un error y un prejuicio. Es también una manera de jugarla en contra. Lo que yo quiero es que cada vez más gente se acerque a lectura y la escritura. Aun oblicuamente, aun en un touch and go rápido y sin compromisos, aun jugando o histeriqueando con ella. Se puede flirtear con la escritura, cuál es el problema.

    Si el problema son los manochantas que prometen que con un cursito te convertís en Dante (o siquiera en Stephen King), ahí avisame, y te ayudo en la denuncia. Pero ese no es el caso. No conozco nadie que de talleres literarios que proponga eso. Los que conozco proponen explorar la escritura en un ámbito grupal. Como yo estoy a favor de todas esas cosas (curiosear, escribir, juntarme con gente, etc), no puedo estar de por sí en contra. Si después a cada uno le sirven o no, somos todos grandes, cada uno decidirá.

    Y para terminar. ¿No esta diatriba contra los talleres parecida a la diatriba contra los blogs? Tiene las mismas variables: que la gente no se los toma en serio, que genera chupadas de medias y críticas feroces, que es una manera de promocionarse y un gran don Pirulero de egos desinflados…

    Puede ser que eso sea cierto para muchos blogs. No para todos (así es la vida, viste, el 80% de todo es una mierda). Yo veo en esas dos críticas rasgos comunes. La necesidad de preservar lugares sagrados (la escritura DEBE ser una empresa individual, la escritura DEBE terminar en un libro) y el imperativo de cortar cualquier posibilidad de flirteo (ir a probar que te pasa con la escritura a un taller es idiota, probar que te pasa con la publicación de tus textos en internet es idiota).

    A guardar la ira para batallas que vale la pena pelear. La pelea porque cada vez más gente lea y escriba, todavía vale la pena pelearla. Aun con armas ridículas, como un taller de lectura y escritura.

  22. Hay un dato relevante respecto a John Gardner y que seguro que conocés porque forma parte del prólogo de On becoming a novelist, el libro que citás. Raymond Carver, uno de los mejores cuentistas del siglo XX, fue alumno de Gardner en su curso de Escritura creativa. No sólo eso, sino que esa clase fue crucial para que existiera Carver como escritor. Le trasmitió un credo estético, le mostró nuevos escritores y textos (algunos que inicialmente Carver desdeñó pero que luego admiró) y le dio un espacio para que mostrara sus historias (y para que las escribiera, ya que lo proveyó de un «cuarto propio»).

    El mismo libro On becoming a novelist, es claramente una reflexión surgida de las propias ideas de Gardner surgidas y alimentadas por la enseñanza de escritura creativa a través de los años (además de su trabajo como escritor).

    Por otro lado, no es cierto que hay mucho material disponible para las personas que quieren saber cómo escribir, ni siquiera cómo redactar bien. En Argentina no existen, casi, ni siquiera, manuales de estilo. No hablo de libros que den recetas, porque tal cosa es imposible, pero sí que ordenen un poco, al menos, las ideas al respecto. O que sirvan para iniciar discusiones. Hay entrevistas a escritores, que a veces derrapan al cholulismo de si escribe en cuaderno rayado o no, y no mucho más. Un par de libros de Gardner (también está The art of fiction, que es muy bueno), el de Stephen King, uno de Alicia Steimberg acá y casi nada más. Hay otras cosas (ensayos de Poe, algunos de Cortázar, los de Flannery), sí, pero hay poco que no sea o académico o caprichoso.

    Falta, también, gente que enseñe a leer, algo que también puede educarse y refinarse (hay un libro excelente de Lodge: El arte de la ficción; y uno muy interesante que se llama Cómo lee un buen escritor).

    Es interesante poner el tema de la lectura y la escritura en circulación, y acercar a la gente a la práctica de la escritura, no ahuyentarla. Persuadir, porque para disuadir ya está la tele, el celular y todo lo demás. Se necesitan más talleres y mejores, no menos. Me encantaría que Nick Hornby de un taller o asistir a las clases de Lorrie Moore. No soy tan creído como para suponer que no puedo aprender un poco de alguien (más bien al contrario, creo que casi todo ayuda); tengo suficiente confianza en mí como para ir a cualquier lado y tomar lo que me sirve y descartar lo que no, para quedarme si me gusta o para irme si no.

  23. Laire: si un artista es bueno o no, eso es algo que se juzga por su obra. En este artículo yo sólo doy cuenta de mi camino y mis sentimientos. No es mi intención desalentar a nadie. Si mis sensaciones personales o mis decisiones individuales contribuyen a ese estereotipo que decís, no por eso son menos sinceras respecto de mi propio caso. Saludos.

  24. Estoy por dejar un taller porque, si bien valoro las opiniones de mis compañeros y coordinadora, observe (perdon por la falta de acentuacion, no estoy en mi PC y no los encuentro) una insistencia por intentar cambiar el sentido de mi obra y de reducir el vocabulario empleado a terminos mas simples, pues alegaban que yo escribia dificil (utilizo terminos hallados en otras obreas literarias). Considero que hay que rescatar el lenguaje elevado en pos de un mejoramiento (honestamente no escribo asi para lucirme, sino para mantener un lexico en franca decadencia). En este taller se valoraba mas expresiones como «bondi» para referirse al colectivo (porque es mas «cool») y, tal vez, yo sea chapada a la antigua y prefiera terminos mas tradicionales (o una literatura mas formal). Excesos de correcciones no realizadas desde el vamos (corregia y siempre aparecia algo nuevo «no visto» desde el comienzo y, a lo ultimo, «todo el sentido estaba mal o era «de dificil comprension»)
    Decidi, por el momento, seguir concurriendo solo al club de lectura (pues el analisis de autores reconocidos me permite ahondar en ellos y conocer nuevos).

  25. Ángela: Creo que los clubes de lectura son mil veces más útiles y sinceros que un taller literario.

    Por otro lado, hace poco una amiga me preguntaba con qué libros se puede aprender a escribir/narrar. Aquí una lista de algunos, que puede serte útil también a vos:

    De redacción básica:
    Ortografía de la RAE;
    Redacción sin dolor, de Sandro Cohen. Autor mexicano, excelente, en internet o Amazon debe conseguirse.
    La cocina de la escritura, de Daniel Cassany (Anagrama). Acaba de reeditarse, impreso en Argentina, es decir que se consigue y no tan caro como antes.
    Escritura creativa. Técnicas para liberar la inspiración y métodos de redacción, de Louis-Timbal Duclaux (EDAF). Lo tengo en fotocopia, no debe ser fácil de hallar. Es un autor prolífico sobre el tema.

    De técnica narrativa:
    Mientras escribo, de Stephen King. Ameno, nos abre el «cajón de sastre» de su oficio. Incluye una mini autobiografía de escritor.
    El novelista y las novelas, de Manuel Gálvez (aunque no lo recomiendo tanto, porque está muy desactualizada su visión, la verdad).
    Para ser novelista, de John Gardner, que era el «maestro» de Carver y dictaba cursos universitarios de escritura creativa; cité fragmentos en un comentario anterior.
    De escritura, de Bernardo Ruiz. Mexicano también. Muy completo y generoso, con ejercicios y ejemplos. Un buen maestro.
    • Las conferencias de Antonio Muñoz Molina en la Fundación Juan March («Sobre la realidad de la ficción»; son cuatro, de 1991). Están en MP3.
    El arte de la ficción, de David Lodge. Genial: un capítulo para cada aspecto de la narrativa contemporánea, con ejemplos de la literatura inglesa.

    Y ya tallando sobre literatura, intercalando ensayo literario y consideraciones artísticas o incluso filosóficas:
    Ser escritor, de Abelardo Castillo;
    El escritor y sus fantasmas, de Ernesto Sabato.
    Bioy Casares a la hora de escribir, de Félix della Paolera y Esther Cross.
    Conversaciones con Mario Levrero, de Pablo Silva Olazábal.
    …y un largo etcétera lleno de decálogos y colecciones de ensayos.

    Alguien se queja: «son difíciles de conseguir». Pero claro, desde que se inventaron los pretextos, se acabaron las excusas… Todos los que te cito acá los tengo en mi biblioteca. El que busca, encuentra. Y más ahora que tenemos internet. Saludos.

  26. Martín:
    ¡Gracias por tu ayuda! (Ahora que estoy en mi PC puedo colocar los acentos).
    Me leíste la mente, pues estaba en el trabajo cuando te escribí y pensaba:¿Dónde puedo conseguir material confiable para poder manejarme en forma autodidacta? (Recurso que frecuento porque me manejo a gusto sola, pues voy a mi ritmo). Seguiré tus indicaciones y…a escribir!!!

  27. Me gustaría compartir en este blog las diversas situaciones que observé en mi asistencia a un taller.
    Si bien es cierto que hoy en día la escritura es más libre, no tan sujeta a métricas exactas ni a rimas exigentes ello, en mi opinión personal, genera una especie de «vale todo», «todo es literatura» (así lamentablemente se suele dar también en el arte donde cualquier mancha sobre un lienzo es una «obra maestra».
    Puede ser una limitación personal mía para entender la nueva literatura, pero me cuesta que palabras escupidas en un «ratatatatá» (como disparos de una ametralladora) sean consideradas una genuina creación, me refiero a composiciones tales como:
    «me gusta tu piel
    flor
    aire
    el quilombo de mi pieza
    pizza
    cosas así, que se parecen más a las llamadas «brain storm» o lluvia de ideas que utilizan los empresarios para inspirarse en la ideación de nuevas estrategias (pero para producir algo más trascendental a partir de ello y no que las palabras inconexas sean el resultado final).
    Por otro lado, observé que hay circunstancias en donde es más literaria la interpretación dada por el coordinador que la obra del autor. Ejemplifico, alguien escribe: «esta maniana me levante re depre y al escuchar los pajaritos me hizo re bien» (con esa ortografía). Quien coordina tal vez genere una interpretación como la siguiente:»Aquí se verifica cómo los estados de ánimo son radicalmente influídos por agentes externos tales como la naturaleza, es hermooosoo». Algo que el autor no tenía ni la más ramera noción del trasfondo de su expresión. Creaciones así no requieren siquiera acceder al cociente intelectual promedio (no digo que quien lo haga sea un infradotado, pero en cambio de «sacarle las papas del fuego al texto» y alabarlo para que se se sienta ya un gran escritor, sería mejor estimularlo para que mejore su léxico, utilice metáforas, crezca). Con la adecuada labia se puede hacer un análisis digno de Freud hasta de una cucaracha rociada con Raid (quien maneja letras la tiene).
    Con esto no quiero ofrecer una imagen de criticona autosuficiente que se la cree por sobre los demás (tengo mucho que pulir, especialmente el uso correcto de los signos de puntuación entre otras cosas).
    Esta fue mi experiencia personal, en donde me sentí coartada para dejar fluir mis ideas en pos de «simplificar porque si no otros no entienden». A ver, yo no soy ningún genio, cualquier persona con un CI promedio y esfuerzo puede leer calidad. Pero también reconozco que aprendí técnicas y buena parte de las correcciones me ayudaron a evolucionar, pero siento que ya llegué a un punto en el que la permanencia no me ayuda pues no pueden imponerme un estilo que no responda a mi esencia.
    Saludos a todos.

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