Por Martín Cristal
Adoro las películas de Clint Eastwood, pero no creo que El sustituto (Changeling, 2009) se encuentre entre las mejores, más allá de los Óscares que pueda cosechar dentro de un par de días. El problema quizás no está tanto en la película como en la difusión previa de la película. El sustituto quiere ir a lo seguro, y por eso no entrega casi nada que no sepamos desde antes de entrar a la sala, debido a que el caso —real— en el que se basa la historia ya se nos había presentado en los avances con demasiados detalles, y así la trama tiene poco más que ofrecer para completar aquella información.
Ya desde el trailer de la película sabíamos que un niño desaparece a fines de los años veinte; su madre, Christine Collins (Angelina Jolie), hace la denuncia. La policía de Los Ángeles —desprestigiada por su corrupción, su violencia y su ineptitud— intenta anotarse una victoria frente a la prensa, y halla al niño… sólo que el que le devuelven a Christine no es su hijo, sino un impostor. Ante los reclamos de Christine, quien jamás acepta que ése pueda ser su hijo Walter, la policía hace de todo por desacreditarla, y llega al extremo de ordenar que la encierren en un manicomio.
Lo que vemos en el trailer es más o menos media película, y recuerda a esas contratapas (o reseñas) traicioneras que nos cuentan casi todo del libro que vamos a leer.
El sustituto (Changeling; Clint Eastwood, 2009) – Trailer
En mi caso, a la traición del trailer se le sumó el hecho de darme cuenta, en medio de la película, que ya conocía un relato por el estilo. En Historia universal de la infamia (1935), Borges incluye un cuento titulado “El impostor inverosímil Tom Castro”, cuya síntesis es la siguiente:
Arthur Orton es un tosco inglés que sale a recorrer los mares; cuando pasa por Chile, cambia su nombre por el de Tom Castro. Más tarde, en Australia, conoce a un ingenioso negro llamado Bogle, cuyo mayor miedo es morir atropellado. Bogle se entera por los periódicos que Lady Tichborne de Inglaterra reclama noticias del paradero de su hijo, Roger Charles, náufrago desde hace ya catorce años. A cambio de una recompensa y comodidades, Bogle decide presentar a Castro como el hijo de Lady Tichborne, prescindiendo de todo parecido para evitar las comparaciones: la treta funciona gracias al enorme deseo de la madre de recuperar a su hijo. Cuando Lady Tichborne muere, los herederos denuncian al impostor. El fabulador Bogle es atropellado por un coche, y no auxilia con su labia al insulso Castro, que va a parar a la cárcel y muere en 1898.
El caso también habría sido real, aunque según explica Emir Rodríguez Monegal —en su antología Ficcionario—, la fuente de este relato no es la que declara Borges en su libro (la Historia de la piratería de Philip Gosse), sino la edición de 1911 de la Enciclopedia Británica.
Las circunstancias son diferentes, pero el meollo del argumento es el mismo. En ambas historias el deseo de la madre de volver a ver a su hijo es idéntico. En la historia de Borges, la madre —ya vieja— acepta al impostor, se entrega al autoengaño; en la de Eastwood, la joven Christine no lo admite. Quizás esa diferencia en las reacciones pueda atribuirse a las diferentes edades de las madres, o bien al tiempo transcurrido desde la desaparición del hijo, lapso mucho mayor en el caso de Lady Tichborne.
No es el primer contacto entre una película de Hollywood y un cuento de Historia universal de la infamia. En “El asesino desinteresado Bill Harrigan”, Borges cuenta la historia de un personaje al que el cine regresa de tanto en tanto: el famoso pistolero Billy The Kid, quien a los veintiún años de edad —cuando el sheriff Garrett lo mató, en 1880— debía ya veintiuna muertes (“sin contar mexicanos”). Por ejemplo, lo vimos en Young Guns (1988) en la piel de Emilio Estevez. Otro ejemplo es el relato “El proveedor de iniquidades Monk Eastman”, el cual narra la vida del líder de una pandilla de principios del siglo XX. Eastman es una bestia bruta con garrote, y todo el cuento ejemplifica esa brutalidad. El relato de Borges antecede a la película de Martin Scorcese, Pandillas de New York (2002) y está basado en la misma fuente: un libro de Herbert Asbury, Gangs of New York, publicado en 1928.
Y qué decir de The Kid (John Turteltaub, 2000) en donde Bruce Willis se encuentra consigo mismo, pero cuando tenía diez años; muy a la manera de «El Otro».
Muy interesante, no me había dado cuento. Vi la película pero no me gustó, como a vos, tuve todo el tiempo la sensación de que ya la había visto.
El impostor… ¿no hay un cuento de Silvina Ocampo?
Édgar: sí, también, aunque ése no está en Historia universal….
Estrella: Me puse a pensar estas cosas en el cine, lo cual creo que es un defecto de la película, o de la relación de la película con su trailer (con la historia premasticada te dan mucho tiempo para pensar en otras cosas). El cuento de Ocampo no lo conozco. ¡Saludos!
Respeto la opinión de Borges, pero no la comparto en lo absoluto. Cuando se asiste al cine para ver un film que recrea una historia de la vida real, quienes conocen la historia, no van a la sala a sorprenderse con el final (a menos que se trate de una adaptación manipulada o alterada para agradar al público o favorecer la taquilla (Titanic[1997]). Quienes asisten con conocimiento de la historia lo hacen con la visión de quien analiza la fidelidad de la adaptación, la ambientación e incluso la actuación y caracterización. Quienes no conocen la historia tienen el privilegio de impactarse en cada evento, pero no el gusto de quien aprecia el relato en su justa dimensión. Imaginemos por un momento que alguien diga que no le gustó “Schindler’s List (1993)” o ”La Caída (2004)” porque supo mucho de la historia a través del tráiler, sería preferible declarar que sólo se disfruta de aquellas producciones capaces de sorprender no por los detalles de su realización sino por el giro sorpresivo de la trama. Poco importa si el trailer es revelador o no, si se trata de una película que reproduce hechos de la vida real. Lo contrario ocurre con la ficción, donde un indiscreto avance saboteará de seguro un final que ha de ser sorpresivo o al menos incierto (Quarantine [2008]).
Por otro lado, desmeritar un film por la exacerbada comercialidad de los Oscars, resulta injusto para la obra en sí. Sería como decir que no nos gusta La Gioconda por la excesiva publicidad que el El Louvre hace de ella para atraer público al Museo. La crítica ha de ser sobre la obra no sobre sus adherencias.
Carlos: tu comentario es respetuoso, sin duda, y te lo agradezco. Creo sin embargo que tiene mucho de prescripción: pretende establecer cómo debe verse una película. Yo, como cualquier espectador, voy a ver la película desde el punto de vista que se me antoje. Mi «crítica» —que no era tal, sino el registro de lo que me pasó como espectador— no parte de tus presupuestos.
Por ejemplo, a mí me importa un comino que una historia esté basada en un hecho real o no. No hago distingos. Ni voy ni dejo de ir al cine por eso. Si lo consigno en el artículo, es para brindar el dato, no porque el dato resulte crucial para mí.
Puedo ver El señor de los anillos conociendo de antemano el texto de Tolkien e igualmente disfrutarla al máximo; puedo ver Zodiac de Fincher, basada en un caso real del que no tenía ni idea, sin esperar una «sorpresa del final»; y puedo ver La caída y disfrutar la recreación precisa de un hecho histórico largamente establecido. Pero si cualquiera de esas películas me revela demasiado en su trailer, el efecto que puedan producirme se resentirá, sin duda.
Pido que se me cuente bien una historia, con bellas imágenes. Que la historia me atrape, me envuelva, me absorba. En esta película de Eastwood —a diferencia de otras del mismo director— eso no me pasó. El ritmo narrativo habitualmente sereno del director me aburrió en la primera hora de película porque él mismo decidió adelantarnos en el trailer los hechos (y las imágenes) cruciales de esa primera parte.
Trato de no juzgar a un libro en función de su contratapa (¿qué texto podría estar a la altura de esos exagerados elogios?); pero sí me doy cuenta cuando una contratapa reveló demasiado y terminó afectando mi lectura. Eso es lo que me pasó con el trailer de Changeling, que en el fondo es lo que yo criticaba, no tanto la peli en sí.
Por lo demás, lo de que yo busco «desmeritar» (?) el film «por la exacerbada comercialidad de los Oscars» es una lectura apresurada de tu parte. Fijate que, cuando en el primer párrafo del artículo digo «más allá de los Óscares», digo justamente eso: que mi opinión no tendrá relación alguna con los premios que la película pueda recibir.
Saludos y gracias por el comentario.
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