Por Martín Cristal
En un artículo anterior ya me referí al misterio del título de 2666, la gran novela póstuma de Roberto Bolaño. Aquí empiezo a recorrer la novela parte por parte, arrancando con las tres primeras (de cinco): «La parte de los críticos», «La parte de Amalfitano» y «La parte de Fate».
1. “La parte de los críticos”
Cuatro críticos literarios europeos se conocen y estrechan relaciones a partir de su interés por la obra de Benno von Archimboldi: un escritor oculto, una especie de Salinger alemán, aunque más prolífico que Salinger. No hay que confundirlo —o quizás sí— con J. M. G. Arcimboldi, novelista francés al que se menciona un par de veces en Los detectives salvajes (y cuyas iniciales coinciden con las del Nobel 2008, Jean-Marie Gustave Le Clézio). En ambas novelas, Archimboldi/Arcimboldi figura como autor de un texto borgeanamente titulado La rosa ilimitada, como si Bolaño, en 1998, ya hubiera entrevisto al personaje central de 2666 sin definirlo del todo todavía: francés en lugar de alemán, con un nombre que todavía no era el definitivo…
Siguiendo el rastro difuso de su admirado escritor, los críticos terminan visitando un “páramo cultural”: la ciudad de Santa Teresa, en el estado de Sonora (México), ciudad ficcional por la que también pasaron Arturo Belano y Ulises Lima en Los detectives…, y que se calca sobre la verdadera Ciudad Juárez.
Bolaño despliega su máxima plasticidad poética cuando narra los sueños de los personajes. Y ya que sus personajes son críticos, Bolaño aprovecha para interpolar consideraciones literarias o artísticas: plantea una paradoja para preguntarse hasta qué punto alguien puede conocer la obra de otro; margina a la crítica “ultraconcreta”, que aporta datos pero no tiene ideas propias (una “arqueología de la fotocopiadora”); presenta a la obra de un autor como el campo de batalla donde críticos contrapuestos buscarán imponer su lectura, una “lectura que va a durar”; caracteriza a los escritores e intelectuales mexicanos como cortesanos seducidos por el Estado. Como siempre, Bolaño equilibra magistralmente lo vital y lo literario.
Como curiosidad: hay un cameo de Rodrigo Fresán en Kensington Gardens. A lo largo de 2666, Bolaño también se las arregla para nombrar a otros amigos suyos: Vila-Matas, Rey Rosa, Villoro…
Otra vez el viaje en busca de un escritor: la misma motivación que en Los detectives salvajes, que arrastra a los protagonistas de ambas novelas al mismo punto del planeta, Santa Teresa. Más allá de esa similitud, en esta “parte de los críticos” no se encuentra aquel relato coral con voces bien diferenciadas, en primera persona, que Bolaño había desplegado en Los detectives…, sino un narrador convencional, en tercera persona y tiempo pasado. La estrategia narrativa principal de Bolaño en esta parte de 2666 es otra: se trata de la digresión fecunda, el aprovechamiento de cada detalle nimio de la historia principal, de cada textura del tronco, para hacer que de ahí nazca una historia nueva, una rama que se sumará a la frondosa fabulación de 2666.
2. “La parte de Amalfitano”
Amalfitano es un profesor universitario chileno que, luego de vivir en Barcelona, recala en la Universidad de Santa Teresa, Sonora, el mismo “páramo cultural” al que más tarde llegarán los críticos de la primera parte. Amalfitano vive con su hija Rosa y, en el patio de su casa, reproduce un ready-made: en la soga para la ropa, cuelga un libro de geometría de Rafael Dieste. (“Se me ocurrió de repente, dijo Amalfitano, la idea es de Duchamp, dejar un libro de geometría colgado a la intemperie para ver si aprende cuatro cosas de la vida real. Lo vas a destrozar, dijo Rosa. Yo no, dijo Amalfitano, la naturaleza. Oye, tú cada día estás más loco, dijo Rosa.”). En efecto, el ambiente sórdido y ominoso de Santa Teresa hará mella en la salud mental del viejo profesor.
Si en la primera parte se echó a los intelectuales en México, aquí Bolaño despacha a los de Chile:
En Chile los militares se comportaban como escritores y los escritores, para no ser menos, se comportaban como militares, y los políticos (de todas las tendencias) se comportaban como escritores y como militares, y los diplomáticos se comportaban como querubines cretinos, y los médicos y abogados se comportaban como ladrones, y así hubiera podido seguir hasta la náusea, inasequible al desaliento. (p.286)
En esta parte, hay un fragmento importante que funciona como una defensa de las novelas “torrenciales”, o totales, al estilo de 2666:
[El farmacéutico] prefería claramente, sin discusión, la obra menor a la obra mayor. Escogía La metamorfosis en lugar de El proceso, escogía Bartleby en lugar de Moby Dick, escogía Un corazón simple en lugar de Bouvard y Pécuchet, y Un cuento de Navidad en lugar de Historia de dos ciudades o de El Club Pickwick. Qué triste paradoja, pensó Amalfitano. Ya ni los farmacéuticos ilustrados se atreven con las grandes obras, imperfectas, torrenciales, las que abren camino en lo desconocido. Escogen los ejercicios perfectos de los grandes maestros. O lo que es lo mismo: quieren ver a los grandes maestros en sesiones de esgrima de entrenamiento, pero no quieren saber nada de los combates de verdad, en donde los grandes maestros luchan contra aquello, ese aquello que nos atemoriza a todos, ese aquello que acoquina y encacha, y hay sangre y heridas mortales y fetidez. (p.289)
“Sangre, heridas mortales y fetidez”: todo eso hay, y de sobra, en la cuarta parte de 2666: “La parte de los crímenes”, la más densa de todo el libro. Pero antes pasemos por la tercera…
3. “La parte de Fate”
Quincy Williams —hay que leer un rato para darse cuenta— es negro o, si se prefiere, afroamericano (“Soy americano. ¿Por qué no dije soy afroamericano? ¿Porque estoy en el extranjero? ¿Pero puedo considerarme en el extranjero cuando, si quisiera, podría ahora mismo irme caminando, y no caminar demasiado, hasta mi país? ¿Eso significa que en algún lugar soy americano y en algún lugar soy afroamericano y en algún otro lugar, por pura lógica, soy nadie?”). Trabaja como periodista para una revista de Harlem, Nueva York. Suele escribir sobre temas sociales pero, debido al fallecimiento del columnista de deportes, es enviado a México para cubrir una pelea de boxeo. Ahí se interesará por los asesinatos de mujeres que se cometen en Santa Teresa, y terminará visitando la cárcel para entrevistar a uno de los inculpados.
Si un nombre es un destino, “destino” es el nombre que Quincy Williams eligió como seudónimo: en su trabajo todos lo conocen como Oscar Fate (fate = destino). El juego de palabras entre ambos idiomas no debe dejar de considerarse, ya que en esta parte el estilo de Bolaño varía hasta parecerse a una traducción al castellano de un autor estadounidense. Por momentos parece un ejercicio paródico de la novela negra norteamericana, y casi no se reconoce a Bolaño. Aquí van dos pequeños ejemplos:
1.
–Así me gusta, muchacho –dijo el jefe–. ¿Te enteraste de que se cargaron a Jimmy Lowell?
–Algo oí.
–Fue en Paradise City, cerca de Chicago –dijo el jefe–. Dicen que Jimmy tenía allí una zorra. Una nena veinte años menor que él y casada. (p. 300)2.
Antes de despedirse de ellos Fate les dijo que probablemente nunca les perdonarían haber desfilado bajo la efigie de Osama bin Laden. Ibrahim y Khalil se rieron. Le parecieron dos piedras negras sacudiéndose de risa.
–Probablemente nunca lo olvidarán –dijo Ibrahim. (p. 371)
En el segundo ejemplo hay dos verbos, “Perdonar/Olvidar”, que en inglés suenan parecido (Forgive/Forget). En el libro, el segundo verbo aparece enfatizado con itálicas, como si el autor norteamericano —¿Robert Bolan?— hubiera hecho un juego de palabras en el idioma original, juego que casi se perdió en la traducción al castellano realizada por el chileno Roberto Bolaño.
En esta parte se critica la sociedad capitalista norteamericana (sus sonrisas, su mala comida, su obsesión por la utilidad…), y en ese contexto también se interpolan consideraciones salteadas sobre la esclavitud. Esto es importante: en el abanico de vileza humana que Bolaño despliega en 2666, cuyo eje son los crímenes de Ciudad Juárez, abarca las formas más terribles de la crueldad: la discriminación racial de negros y mexicanos (en esta misma parte), los campos de exterminio nazi o la tiranía soviética (en la quinta parte)… y, por supuesto, también la crítica literaria (en la primera parte).
Respecto de los crímenes, en esta parte se lee: “Nadie presta atención a estos asesinatos, pero en ellos se esconde el secreto del mundo”. Quizás el destino de Oscar Fate es llegar sólo hasta el borde exterior de ese secreto.
Recién terminé la primera parte, la de los críticos. No sé si es que lo empecé con mucha expectativa, pero por ahora siento que aún no termino de engancharme.
Otra cuestión: me cuesta mantener semejante libraco entre las manos, se me hace incómodo el acto de leer, ¿por que no lo hicieron en varios tomos, por lo menos dos?).
Sigo entonces con la segunda parte, y con entusiasmo renovado. ¡Gracias!
Estrella: yo creo que no lo hicieron en tomos no sólo por la cuestión de mantener la unidad del conjunto y por el «respeto al valor literario de la obra», tal como se indica en la nota inicial de los herederos, sino también por un motivo comercial: así aprovecharon el momentum de la muerte de Bolaño y le vendieron a los ávidos seguidores del autor un libro de mil y pico de páginas de una sola vez. Más adelante —no me cabe duda— lo reeditarán por partes; quizás cuando terminen de secar la fuente de textos inéditos.
Saludos y adelante con la lectura.
Creo que la segunda parte merece mayor atención: hay varios elementos en «Los detectives..» que se relacionan directamente con esta parte del libro.
JoséM: Quizás no los detecté. ¿Cuáles serían esos elementos?
Sólo recuerdo que en las últimas partes de los detectives salvajes, cuando están en Barcelona, hay varias referencias a Duchamp, el Gran Vidrio, Desnudo bajando las escaleras. Igual, si la memoria no falla, hay partes que hablen de esos combates de esgrima y eso «algo» que acoquina. Luego te paso bien las referencias, saludos.
Estrella.. con el respeto merecido a esta gran obra, que finalmente es la comprobación del desencanto antes de morir y la gran batalla del escritor, puedo aportaros lo sgte.
«O lo que es lo mismo: quieren ver a los grandes maestros en sesiones de esgrima de entrenamiento, pero no quieren saber nada de los combates de verdad, en donde los grandes maestros luchan contra aquello, ese aquello que nos atemoriza a todos, ese aquello que acoquina y encacha, y hay sangre y heridas mortales y fetidez.»
Estoy terminando con horror el cuarto capitulo. No excento de pesadillas y nauseas varias.
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Comencé este viaje a 2666
…y al parecer todavía no terminó. :)
Asombroso alarde de audacia y poderío narrativo”, como ya te lo comenté en más de una ocasión y con más de un pisco sour en el mate, no puede existir algo que se adecué más a esta impresionante obra maestra de Bolaño. Desde las primeras líneas de su novela póstuma: “La primera vez que Jean-Claude Pelletier leyó a Beno Von Archimboldi fue en la navidad de 1980…”, hasta el ocaso de la novela, no existe algo que se le parezca en mi pobre y desnutrido prontuario literario. La capacidad narrativa de los seres humanos parece haber sido caprichosa y da cierta envidia sana, y rabia por el infortunio de su vida, que a este chileno se le haya concedido tan bien aprovechado don. Desde el inicio, y para quienes ya estamos acostumbrados a su extraordinario poder de contar miles de historias sin dejar de lado el hilo conductor de la idea principal, esta novela nos arrastra hasta los más insondables caminos de las particularidades para lograr hacer una novela en extremo apasionante y en extremo extraña, con un montón de matices encarnados por sus variados personajes, principales y secundarios, hasta terciarios, si es que para Bolaño existe alguna diferenciación entre la categorización de quienes participan en la obra, pues a veces su pluma nos hace navegar por historias intercaladas, que toman un protagonismo inesperado en nuestra cabeza. Dentro de esta novela se logra apreciar a un Bolaño maduro y en extremo ansioso por terminar algo, algo que no se si en realidad esta terminado, algo que ni siquiera los que la leímos sabemos donde nos deja parados, y es más, a los que alguna vez nos da por escribir algo, nos lleva a la reflexión total, de cómo nos gustaría escribir algo, de cómo plantear con una lucidez brillante un sin número de historias inconclusas, tan bien contadas, tan bien contextualizadas, que da rabia terminarlo, da rabia pues piensas en seguida “¿que mierda hago ahora?”.
La pluma salvaje, al igual que sus detectives, nos hacen viajar desde el mediterráneo hasta la segunda guerra mundial, nos hace sufrir en los desiertos de sonora, nos lleva a las frustraciones y desagravios de muchas mujeres vilmente asesinadas sin motivo alguno, nos lleva al desarraigo de alguno de sus personajes, cosa común en Bolaño, la búsqueda pasional y detectivesca de los cuatro críticos europeos, hasta las situaciones totales que pasa un cronista afroamericano que se ve inmerso, sin quererlo, en esta increíble trama que tiene como telón de fondo una ciudad sin justicia, donde las historias se mezclan, se revuelven, se encuentran, pero nunca terminan. En resumen, una novela TOTAL, imposible de comparar a nada de lo que he leído, impensable de haber podido ser escrita por un sólo ser humano, sólo Bolaño.
¿»…como ya te lo comenté en más de una ocasión y con más de un pisco sour en el mate»?
Rafael, ¿estás copiando y pegando algo que escribiste para otra persona? ¿O peor, algo que no escribiste? ¿Spam disimulado?
(De paso: no hay envidia sana.)
Es una critica que le envie a mi pareja, por eso lo del pisco sour…!!!, pero digamos que lo de verdad parte en: «Desde las primeras líneas de su novela póstuma: “La primera vez que Jean-Claude Pelletier leyó a Beno Von Archimboldi fue en la navidad de 1980…”
Ah, OK…
Bueno, parece que te encantó 2666. Me quedo con lo que decís de que luego de leerlo uno se pregunta «cómo plantear con una lucidez brillante un sin número de historias inconclusas»…
La próxima vez que tomen mate con pisco, inviten.
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