Don Quijote versus Don Quijote

Por Martín Cristal

Sobre el final de la Primera Parte del Quijote, Cervantes adelantó que la siguiente excursión de su personaje tendría como destino Zaragoza. Como es sabido, a partir de ese dato el licenciado Alonso Fernández de Avellaneda fraguó una Segunda Parte apócrifa del Quijote, en 1614. Fue un primitivo robo de propiedad intelectual (antes de que ésta fuera inventada).

Cervantes se venga en su Segunda Parte —la verdadera—, la cual publica al año siguiente; no para de criticar al Quijote falso hasta el mismísimo capítulo final de la novela. Hay ejemplos de esto en el Capítulo LIX (en el que don Quijote decide no ir jamás a Zaragoza: «…y así sacaré a la plaza del mundo la mentira dese historiador moderno, y echarán de ver las gentes, como yo no soy el don Quijote que él dice»); y también en los capítulos LXII y LXX.

El combate de los dos Quijotes

Cervantes llega al punto de introducir en su Quijote personajes del Quijote falso. En el Capítulo LXXII aparece un tal Álvaro Tarfe; al verlo, don Quijote dice de él: “cuando yo hojeé aquel libro de la segunda parte de mi historia, me parece que de pasada topé allí este nombre de don Álvaro Tarfe”.

En efecto, se trata de ese mismo Tarfe, el cual declara más tarde que él conoció en persona al don Quijote que protagoniza el libro de Avellaneda: “fue grandísimo amigo mío”, dice. Sancho y don Quijote le explican que eso no puede ser; le revelan que los verdaderos héroes son ellos (“yo no soy el don Quijote impreso en la segunda parte, ni este Sancho Panza mi escudero es aquel que vuestra merced conoció”). Tarfe, sin más pruebas que las buenas maneras y el lenguaje con que se dirigen a él, les cree y termina declarando (¡ante escribano público!) “como [él, Tarfe] no conocía a don Quijote, que estaba allí presente; y que no era aquel que andaba impreso” en la obra del licenciado de Tordesillas.

La idea es simpatiquísima: tenemos a un personaje del Quijote apócrifo que está dispuesto a testimoniar la falsedad de aquella obra que le dio cuna, así como la verdad del personaje central de Cervantes. Tarfe es un personaje que traiciona a su autor, se evade de su novela y se pasa al bando de Cervantes por artificio de éste.

Más divertida aún es otra idea que se desprende de la anterior: tal vez sin querer, al incluir en la trama al personaje “don Quijote” del licenciado de Tordesillas, Cervantes lo subió al mismo plano de realidad que su propio don Quijote. Hasta este punto de la novela, el “falso don Quijote” estaba en un plano inferior que el don Quijote original: no cumplía otro rol que el de ser el personaje de una novela leída por algunos personajes de la novela de Cervantes (tal como Anselmo o Lotario lo son en la Novela del curioso impertinente; I, 23). Pero si al don Quijote de Cervantes se le permite encontrarse con Álvaro Tarfe; y si Tarfe asegura haber conocido al otro don Quijote, al falso; entonces, por carácter transitivo, los tres están en el mismo plano de realidad. Esto permitiría suponer que mientras nuestro don Quijote andaba por los caminos de España, había alguien que cabalgaba por las mismas tierras haciéndose pasar por él. Cierto: Álvaro Tarfe ha jurado que el otro don Quijote es un impostor y que el verdadero es el de Cervantes; pero ha declarado la falsedad del otro, no su inexistencia, aun cuando luego él quiera creer que todo lo que vio y pasó fue obra de un encantamiento.

Dicho encantamiento no sería plausible. En la Odisea, por ejemplo, cuando Homero nos dice que Palas Atenea transfiguró temporalmente a Ulises en un anciano para que nadie lo reconociera al regresar a Ítaca, aceptamos ese encantamiento —al igual que los otros que pueblan la obra— porque ninguno de los personajes ni el narrador niega o pone en duda la posibilidad de esa magia; así queda establecido que la magia divina es un hecho corriente en el cosmos del relato homérico. En cambio, en el Quijote, aunque se habla de encantamientos aquí y allá, no podemos creer en ninguno de ellos porque siempre hay personajes que no creen en esa magia, la niegan o la ponen en duda —cuando de plano no la descarta el propio narrador al indicarnos que todo es un artificio—; los lectores siempre sabemos que todos los encantamientos no son más que autoengaños de don Quijote, o «industrias» de terceros. Así, aunque Tarfe pueda creer que el pasado que recuerda es obra de un encantamiento, los lectores no podemos aceptar esa versión, porque eso sería creer que éste es un encantamiento verdadero, el único en toda la novela de Cervantes (y por ende, deberíamos creer además en la existencia del mentado encantador, y de un móvil para sus actos mágicos…).

Lo divertido del asunto es que podríamos imaginar un azaroso encuentro entre don Quijote y su émulo. ¿Quién estaría más loco: el loco famoso o el impostor que se hace pasar por ese mismo loco famoso? ¿Qué diálogo y qué picnic departirían los dos escuderos? Y si batallaran los caballeros, ¿quién vencería? Yo quisiera que el de Cervantes, porque me cae mejor su tierna demencia que la impostura del otro.

quijotevsmickey

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Ver además:
Don Quijote en Nueva York

Imprecisiones del Quijote

Borges y el Quijote: un error
Borges y el Quijote: una solución

10 pensamientos en “Don Quijote versus Don Quijote

  1. Hola, Martín. ¡Qué buena entrada! Lo pasé un semestre entero con el Quijote en la universidad, pero tus palabras aquí me hacen querer cabalgar con él de nuevo dentro de poco (había olvidado de este episodio particular). ¡Un saludo quijotesco!

  2. Richard: qué bueno que eso suceda con este pequeño artículo. Y sí, el Quijote es un libro enorme, al que se puede volver siempre. Recuerdo que en una entrevista que leí, William Faulkner decía: «leo el Quijote todos los años, como algunas personas leen la Biblia».

    Saludos.

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  7. Addendum de febrero de 2010:

    Para mi último cumpleaños recibí de regalo una hermosa edición (Poliedro, 2005) del Quijote apócrifo de Alonso Fernández de Avellaneda. A la sorpresa del regalo se sumó el agrado de leer el provechoso prólogo de la edición, escrito por José Antonio Millán, quien lleva adelante el blog Libros y bitios (en nuestro blogroll desde que nos lo recomendaron), entre otros sitios de interés.

    En la página XX, Millán se refiere al encuentro de Sancho y don Quijote con Álvaro Tarfe, y da cuenta de los efectos de este encuentro con bastante más concisión que la de este post. “La fusión de los universos narrativos ha consumado una extraña realidad cuántica por la que deambulan, sin rozarse, dos versiones distintas de toda una serie de personajes”, se asombra Millán, y poco después agrega: “Un digno remate de esta situación habría sido (y aquí sólo podemos dar la razón a Nabokov) que la Segunda parte cervantina hubiera terminado con el duelo entre ambos Quijotes…”.

    Leer esto me puso justo sobre el filo de una sensación ambigua, incómoda y cíclica: primero, la vergüenza de haber descubierto la pólvora otra vez, cosa que —tratándose de un clásico— es muy común que suceda; y enseguida, la vanagloria de pensar que al menos he leído el texto de Cervantes con tanta atención como Millán (o Nabokov, nada menos). Esta tonta vanidad, a su vez, dura poco, porque de inmediato ella misma me vuelve a llenar de vergüenza… and so on.

  8. Siempre resulta placentero volver al inventor de la novela moderna. Una y otra vez descubrimos nuevos sentidos. Más que divertido , diría que Cervantes, sin saberlo (¿sin saberlo?) pone en funcionamiento una alucinante puesta en abismo semiótica, donde la ficción y la realidad se miran en un espejo deformante, provocando una risa que tiene mucho de inquietud, como la vida, claro.
    Los lectores – Sansón Carrasco, los duques, Álvaro Tarfe – son personajes, los personajes son lectores y conocen a Quijote como figura textual que sale de un texto para entrar a otro y así…

    Salve , maestro Cervantes.
    LEAN , LEAN Y LEAN EL QUIJOTE

  9. Amigo Martín Cristal: yo creo que todos (quien más, quien menos, como decimos en España) vamos descubriendo pólvoras, y esta repetida acción va permitiendo que muchos lectores redescubran a su vez cosas valiosas, que es lo que importa. Sobre su «sensación ambigua, incómoda y cíclica» (que conozco perfectamente) tan solo gracias por haberla descrito tan bien.

    Un saludo cordial

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