Por Martín Cristal
I.
La secuencia de lecturas de un escritor es un aspecto importante a la hora de modelar su creatividad: no sólo importa qué obras ha leído, sino también en qué orden las ha ido descubriendo. Lo que escriba sin duda no será igual si intercaló lecturas disímiles —distintos autores y países de origen, distintas épocas y temáticas— que si leyó en bloque los clásicos griegos, o toda la literatura inglesa del siglo XIX.
A mi entender, uno de los problemas de cursar la carrera de Letras es que la secuencia de las lecturas está organizada de manera inflexible, siguiendo la cronología o la geografía de las lenguas. Este método, cuando la pretensión del alumno es la de ser un cabal lector para dedicarse al estudio, la investigación, la enseñanza, la crítica o para comprender la historia de la literatura —no la literatura, sino “la mera historia de la literatura”, parafraseando a Herbert Quain—, me parece orgánico y positivo; pero si la intención del alumno es narrar, cuando su anhelo es inventar historias… entonces esa rigurosidad puede cercenar buena parte de la alquimia creativa que ofrece una secuencia aleatoria (o la estructurada según intereses personales). Disminuye en mucho las posibilidades de un error en el sistema, de una grieta en los cánones, de una reacción química sorpresiva que le permita al autor basar su obra en una combinación de lecturas diferente. De ahí que muchos de los alumnos de Letras que poseen la intención de convertirse en narradores, necesiten un tiempo después de la facultad para “olvidar” lo aprendido y desembarazarse de las lecturas canónicas. Si tienen la paciencia de esperar, entonces realmente no tienen un problema; pero si no la tienen…
El disfrute inicial de una obra —y, particularmente, su posterior relectura— son los mejores maestros que se puede tener si se quiere escribir. Luego vendrá el trabajo propiamente dicho: Scribendo disces scribere.
II.
El juicio que hacemos de las obras literarias también se ve modificado por la secuencia de su lectura. Luego de leer un libro al que le otorgamos una calificación personal alta, es probable que el siguiente libro pase desapercibido si recibe una media; en cambio, en nuestra percepción, ese mismo libro con calificación media puede recordarse como dueño de una calificación media-alta o alta si fue leído luego de una ristra de libros intragables, con calificaciones bajas. (Hablo de “calificaciones” sólo a los fines prácticos de explicarme; no sé si alguien le ponga una calificación formal a cada libro que lee).
Ésa es la falla por la que, muchas veces, no funcionan los listados de recomendaciones. Cuando un amigo nos pide la listita con «los mejores 10 libros que hayas leído en tu vida», es inevitable que, si los consigue a todos y los lee de corrido (cosa que muy rara vez sucede), esta secuencia condensada de diez títulos —que uno leyó distanciados por otros libros intermedios de distinta calidad— se vuelva en sí misma un factor más entre los que impedirán que el juicio de ese amigo sobre esas obras coincida al 100% con el de uno (sumándose este factor, claro, a las diferencias de gusto o conocimientos que ya ambos traen de fábrica).
Algo parecido sucede cuando entramos al universo de un nuevo autor. A él también podemos llegar a juzgarlo de modos muy diferentes según cómo sea la secuencia de lectura que hagamos de sus obras. Para paladear cabalmente a un nuevo autor es muy importante saber por qué puerta —por qué libro— nos conviene entrar a su universo. La obra completa de un autor es un cosmos, una pequeña galaxia llena de estrellas: algunas centrales, otras periféricas; algunas brillantes, otras menos; posee planetas extraños, alguno inhabitable, alguno más hospitalario, otros que aún no han sido descubiertos…
No da igual leer por primera vez a un autor entrando por su obra cumbre, que por la excéntrica, que por las de juventud, que por la póstuma. No es lo mismo “más famosa”, que “más influyente” o “mejor” (esto último exige declarar un criterio previo). No es lo mismo “iniciática” que “más representativa”, “de ruptura” o “de transición”. Nuestra percepción de ese autor y su obra completa variará también de acuerdo al orden en que abordemos la lectura de los textos que la componen. Para ello creo que no debemos hacer un ranking las obras del autor que pretendemos leer, sino hacer un mapa: comprender sus interrelaciones, su posición relativa dentro de la obra total del autor.
Yo no entre a estudiar pedagogía en español o en literatura, por el miedo a que me enseñaran la “historia de la literatura” , encontraba que la facultades estaban un poco contaminadas de citas entre sí.
Mi novia estudia pedagogía en español y una vez fuimos a un seminario y la verdad cada cinco minutos se mencionaba a Barthes , Foucault y la intertextualidad , nunca una experiencia con los libros , ni cosas por el estilo.
Era mucho para un lector no criado en el ambiente.
Pd: Gran blog , es decir he leído un par de entradas , pero funciona. Profesional lo encuentro.
saludos
Soy de esas lectoras que se fanatizan con un autor. Si me gustó un primer libro, no sólo leo otros, sino también todo lo que ese autor ha leído y ha admirado. Así, avanzo sobre lo central, sobre lo periférico, sobre lo inhabitable.
Muy buena reflexión.
Me gustó.
Confieso, como Estrella (¡hola estrella, tanto tiempo sin encontrarte!) , mi fanatismo por un autor en particular. Aunque mi pequeño canon es dependiente del tiempo (no del clima, ojo, aunque pensándolo bien, los días de calor y humedad se me da por la ciencia ficción -Asimov- o los policiales ingleses-belgas).
Comparto (ampliamente) la necesidad de esos «mapas» que vinculan autores diversos y las obras (también eclécticas, a veces) de cada autor. Ahora bien, en algunos casos esa cartografía es muy proselitista (lo cual no es un problema, si se comparte, luego de disfrutar con las lecturas, el color «político-literario» del cartógrafo).
En fin, toda literatura es política pero sólo cierta literatura es un placer (y aun así inabarcable).
Hiper-lector: tu testimonio ilustra algunos riesgos del ambiente académico, pero ojo: no creo que todo el mundo tenga que padecerlos por igual ni replicar exactamente mi parecer o incluso tu experiencia. Hay escritores de puta madre que pasaron por la universidad y otros, de puta madre también, que no lo hicieron… de lo que se desprende que la universidad no es una condición imprescindible para convertirse en narrador.
Aquí yo sólo señalo que la carrera tiende a rigidizar por un período la secuencia de lecturas, y que a corto plazo eso puede tener consecuencias a la hora de escribir ficción. Por lo demás, a algunos escritores la carrera les sirve; a otros, no.
A Alan Pauls, por ejemplo, sí le sirvió. En una entrevista reciente, él dice:
«…soy totalmente pro-universidad y estoy totalmente en contra de los idiotas que dicen que la carrera de letras aniquila escritores tanto como que los produce. Soy totalmente contrario a todos esos prejuicios ridículos que hay. Obviamente si querés escribir literatura ficción no tenés por qué ir a la carrera de letras, pero podés perfectamente ir a la carrera de letras y pasarla genial y leer textos geniales y tener amigos increíbles y ser un gran escritor.»
Pauls prosigue con una lectura ideológica de los «prejuicios ridículos» de esos «idiotas» (habla de sorianismo, de populismo, antiintelectualismo…). El resto de la entrevista —en la que el autor de El pasado también se despacha sobre los blogs— está en:
http://www.no-retornable.com.ar/v3/entrevista/
Saludos.
Estrella: Recordaba que ésa era tu forma de leer, creo que lo contaste en algún post de tu blog, ¿es posible?
Yo al principio hacía lo mismo, después pasé por una etapa en la que me paranoiqueé con lo de las influencias y hasta me prohibí leer así… una restricción que hoy encuentro tonta, como ya conté en el artículo Formas de leer. (Ahí vos me pasaste el decálogo de Daniel Pennac, ¿te acordás?).
¡Saludos!
Ángel eléctrico: Sin duda, todo mapa está hecho por un cartógrafo que ve las cosas desde un punto de vista particular… y político. No hay mapas inocentes. Pero, ¿no es preferible eso —aun teniendo que estar atentos a lo ideológico— antes que las listas de «Top 10» o los rankings de ventas? Yo, al menos, lo prefiero.
Podemos superponer mapas ideológicos, también: uno sobre otro como si fueran transparentes, y ver así todas las tensiones que despiertan las mismas obras… La Literatura, creo, queda definida por ese entramado.
hubieras puesto un esquemita del tipo no es lo mismo poner el jamón como tapa del pan, una onda así cósmica
creo que se puede tener un equilibrio lo mejor de las carreras de letras está en las bibliotecas de las universidades alli tienes el caudal de lecturas canónicas y el azar de las novelas raras, de los poetas con una sola publicación
saludos (cósmicos)
no logro accesar al enlace de Pauls
una cosa parecida a la de tu post dice en el factor borges
Costasinmar: Muy cierto lo que decís de las bibliotecas universitarias. Ahí hay una ventaja innegable.
El enlace funcionaba hace unos días. Intento entrar al sitio de No Retornable y también tarda años en cargar, debe tener algún problema el servidor que aloja la revista. Podés intentarlo más tarde, a ver si se solucionó. Saludos.
Pingback: La Tierra de Oz « El pez volador
Entré en la carrera de Letras con la esperanza, justamente, de «ordenar» mis lecturas, porque siempre fui una lectora muy despelotada. Pero la verdad, gracias tal vez a mi indisciplina, salí de la universidad con las mismas o más ganas de leer y de escribir (y algunas pautas, y algunos libros con los que simplemente aluciné, y sólidos conocimientos de gramática española y latina que a ningún escritor le vienen mal). De la frase que escuché mil veces de mis compañeros: «cuando empecé la universidad dejé de escribir» creo que es simplemente una excusa. Si sos escritor (o al menos te lo proponés) la carrera de Letras lejos de «bloquearte» te abre posibilidades increíbles.
Eva: Está claro que la universidad le es útil a muchos y buenísimo si a vos te sirvió sin alterar tu impulso inicial. Quizás, como decís, te salvó tu propia indisciplina.
Me llama la atención esa frase que escuchaste de tus propios compañeros. Puede ser, sí, sólo una excusa. Pero, ¿por qué tantas veces ésa? Te pregunto: ¿Creés que siempre es una excusa? ¿No podría ser un hecho verificable en algunos casos? (Ni siquiera digo en la mayoría). Y, si es una excusa siempre, ¿por qué se excusan tantos en la universidad, entonces? ¿Porque nunca iban a ser escritores —con universidad o sin ella— o porque en efecto la universidad puede resultar un escollo (temporal, no infranqueable) para que algunos se conviertan en escritores más adelante?
En todo caso, creo que para ser escritor nada está contraindicado. Universidad o calle, alcohol o sobriedad, sedentarismo o viajes, vitalismo o metaliteratura, vivir en la riqueza o la pobreza, trabajar de otra cosa, no trabajar de otra cosa…
Monterroso recomienda que cada uno aproveche su propia circunstancia, sea cual fuere ésta. Creo que es un buen consejo para cualquier artista. El paso por la universidad puede tener ventajas para unos y no ser bueno para otros. Lo importante, pienso, es que cada uno esté alerta y pueda detectar a tiempo si ese ámbito —o cualquier otro— le resulta nocivo para lo que desea ser.
Hola Martín:
Agradezco al azar de los links haber llegado a este blog. Un blogger que se toma el tiempo de pensar no sólo para postear sino también para leer (y contestar) los posts no es nada habitual…
Está buena la idea de que no hay contraindicaciones para escribir; y el consejo de Monterroso me parece muy sabio. Coincido también con vos en que si alguien se da cuenta de que la universidad o cualquier otra cosa le está impidiendo escribir la tiene que dejar.
La universidad te obliga a leer algunos textos, te impone un canon, pero no te impide seguir leyendo «tus cosas». Me acuerdo cuando tuve que leer «Respiración Artificial» de Piglia (en primer año de Letras y con una profesora a la que admiraba). Yo estaba indignada: ¿A quién se le ocurre escribir una novela donde no pasa nada más que dos tipos hablando de política y de literatura? Un amigo que ya había sobrevivido a la carrera se rió y me puso a dieta de Chandler y Salinger para purgarme. De cualquier manera, creo que un taller literario demasiado permisivo, pocas lecturas, demasiado blog y que tus amigos te digan «qué bien que escribís» puede ser mucho más perjudicial para un escritor novato que pasar por la universidad.
Eva: Muy buena la ayuda de tu amigo el sobreviviente. Quizás entonces al pasar por la universidad lo importante sea, primero, no hacerlo ingenuamente, sino atentos a lo que sucede, en ese estado de alerta que decíamos antes; y, segundo, contar con estrategias propias (como la que te ofreció tu amigo) para no diluirse en el canon impuesto. En una palabra: prepararse para recibir críticamente lo que la universidad brinda.
El mismo Alan Pauls (en la entrevista que le comentaba a Hiper-lector más arriba) dice: «…entré a la facultad pero ya estaba como blindado. Entré a la facultad pensando que nada me podía dañar porque ya tenía como una base, yo había estudiado en tres años todo lo que iba a ser mi formación».
Por lo demás, coincido en que todo eso que señalás como potencialmente perjudicial, sin duda lo es.
Me alegra que te guste el blog. Saludos.
foo ermanoo chauu
Pingback: Sumario #3 | El pez volador
Pingback: Las lecturas son el combustible de la escritura | Circulación lenta con paradas intermitentes