Tiempo recobrado (III)

Por Martín Cristal

Lectura del primer tomo de En busca del tiempo perdido mediante la tecnología Text to Speech (“Texto a audio”). Tercera y última parte: algunas relaciones entre esta experiencia de audio y el texto de Proust.

[Leer la primera parte: motivos y preparativos]
[Leer la segunda parte: apuntes sobre la experiencia]

Proust versus iProust

En la segunda parte de esta serie consigné algunos apuntes acerca de escuchar a Proust en la voz monocorde de un sintetizador. Aunque la experiencia me ha demostrado que ésta es una forma de «leer» perfectamente practicable, qué impersonal resulta ser si se la compara con la manera en que, en la novela, Proust accede a las obras de George Sand: cuando niño, y a través de la voz experta de su madre…


Si mi madre no era una lectora fiel, lo era en cambio admirable para aquellas obras en que veía el acento de un sentimiento sincero, por el respeto y la sencillez de la interpretación y por la hermosura y suavidad de su tono. […] Asimismo, cuando leía la prosa de George Sand,
[…] atenta a desterrar de su voz toda pequeñez y afectación que pudieran poner obstáculo a la ola potente del sentimiento, revestía de toda la natural ternura y de toda la amplia suavidad que exigían a estas frases que parecían escritas para su voz y que, por decirlo así, entraban cabalmente en el registro de su sensibilidad. Para iniciarlas en el tono que es menester encontraba ese acento cordial que existió antes que ellas y que las dictó, pero que las palabras no indican; y gracias a ese acento amortiguaba al pasar toda crudeza en los tiempos de los verbos, daba al imperfecto y al perfecto la dulzura que hay en lo bondadoso y la melancolía que hay en la ternura, encaminaba la frase que se estaba acabando hacia la que iba a empezar, acelerando o conteniendo la marcha de las sílabas para que entraran todas, aunque fueran de diferente cantidad, en un ritmo uniforme, e infundía a esa prosa tan corriente una especie de vida sentimental e incesante.

Nada de esto logra la pobre voz de “Jorge” en mi reproductor de mp3. No me quejo: bastante bien lo hace para ser una máquina. Esto me hace creer que para la ficción el audiolibro es superior al TTS, siempre que quien lo graba sepa desterrar de su voz esa afectación que sí sabía eludir la madre de Proust cuando leía.

iProust

En otro pasaje de la novela, el niño Proust lee un libro en el jardín; lo lee con tanta atención que se pierde de oír algunas de las campanadas que marcan las horas desde la iglesia de Combray:


Y algunas veces, esa hora prematura sonaba con dos campanadas más que la última; había, pues, una que se me escapó, y algo que había ocurrido, no había ocurrido para mí; el interés de la lectura, mágico como un profundo sueño, había engañado a mis alucinados oídos, borrando la áurea campana de la azulada superficie del silencio.

Mientras usamos la vista para leer, el oído se abstrae del entorno. Por el contrario, al usar mis oídos para seguir el relato de Proust, mi vista —desacostumbrada a adoptar un rol secundario— no quiere dejar de registrar lo que sucede alrededor. Por eso me resulta más factible distraerme del relato al oírlo que al leerlo. Si oigo una historia mientras circulo por el espacio público, otras funciones siguen operando en forma paralela (debo mirar, caminar sin tropezar, etc. Muy pocas veces estoy en situación de poder cerrar los ojos).

Para que la escucha de un relato en mi reproductor de mp3 gane algo de esa abstracción natural que se produce al leer un libro, tengo que reconfigurar los mecanismos de mi atención. Sólo así las “capas de conciencia” que separan la experiencia interior de la lectura y el mundo exterior no terminarán cambiadas tal como están cambiados mis sentidos en esta nueva experiencia.

Para que esas capas no se trastoquen, intento que los sentidos se reconfiguren; así, esas “capas de conciencia” vuelven a funcionar en un orden natural que bien puede ser el que analiza Proust en el mismo fragmento en que recuerda sus lecturas en el jardín de Combray:


En aquella especie de pantalla coloreada por diversos estados, que mientras que yo leía, iba desplegando, simultáneamente mi conciencia, y cuya escala empezaba en las aspiraciones más hondamente ocultas en mi interior, y acababa en la visión totalmente externa del horizonte que tenía al final del jardín, delante de los ojos, lo primero y más íntimo que yo sentía […] era mi creencia en la riqueza filosófica y la belleza del libro que estaba leyendo, y mi deseo de apropiármelas […]

Tras esta creencia central, que durante mi lectura ejecutaba incesantes movimientos de adentro afuera, en busca de la verdad, venían las emociones que me inspiraba la acción en la que yo participaba […]. Eran los sucesos ocurridos en el libro que leía […].

[…] Venía luego, proyectado a medias ante mí, y ya menos interior a mi cuerpo que la vida de aquellos personajes, el paisaje que servía de fondo a la acción y que influía sobre mi pensamiento más poderosamente que el otro, aquel que yo tenía a la vista, cuando alzaba los ojos del libro. […]

[…] al ir siguiendo de dentro afuera los estados simultáneamente yuxtapuestos en mi conciencia, y antes de llegar al horizonte real que los envolvía, me encuentro con placeres de otra clase: sentirme cómodamente sentado, percibir el buen olor del aire; no verme molesto por ninguna visita, y cuando daba la una en el campanario de San Hilario, ver caer trozo a trozo aquella parte ya consumada de la tarde, hasta que oía la última campanada…

Con mi mp3, claro, la cosa es bien distinta. El oído, que al leer se cierra al mundo exterior, casi como si dejase de funcionar, aquí debe estar atento al interior; y la vista, que al leer se consagra al mundo ficcional del relato, aquí se queda fuera, de guardia en una frontera donde, si bien no cesa de funcionar, se mantiene firme en stand by: un vigilante del mundo exterior, desde donde provienen la mayoría de las distracciones. De éstas no se libran los que escuchan ni los que leen. Ni siquiera Proust, que nos confiesa: A veces, arrancábame de mi lectura, desde mediada la tarde, la hija del jardinero, que corría como una loca…

El TTS y otras herramientas electrónicas de lectura

Ninguna de las herramientas electrónicas de las que disponemos hoy para leer —algunas de las cuales ya abordé al referirme a la lectura del Ulises— parece desbancar por sí sola a la lectura en papel, pero todas en su conjunto resultan ser muy poderosas.

La tecnología TTS es muy útil como complemento. Sin duda será más potente cuando mejoren las condiciones de las máquinas (memoria RAM, etc.). Si en vez de grabar sílabas se introducen a su diccionario más palabras completas (hoy hay sólo algunas), el audio será cada vez más fluido. Para eso, claro, hará falta un programa que se vaya acercando a la lógica de Funes el Memorioso: cada vez menos combinatoria de bloques básicos, y cada vez más pregrabación de bloques complejos.

En lo personal, pienso seguir usando esta tecnología. Admito que no con Proust (a quien seguramente volveré en papel), sino con novelas breves con un estilo más conciso y seco, o bien con textos ensayísticos o teóricos, lecturas «por saber» a las que también quisiera tener acceso sin restarle tiempo a las lecturas «por placer», ésas que todavía prefiero encarar en mi casa, tirado en una hamaca, descalzo y con un vaso de algo a mano.

14 pensamientos en “Tiempo recobrado (III)

  1. Subrayo tus subrayados:

    «… daba al imperfecto y al perfecto la dulzura que hay en lo bondadoso y la melancolía que hay en la ternura…». Qué genio.

    Decididamente, este sistema le va a otro tipo de textos, no a un Proust, como decís. Para leer el diario estaría bueno, le lleva varias ventajas: uno se libera del tamaño de sus hojas, saltea las publicidades indeseadas, no tiene que padecer las letras minúsculas. Y el tono monocorde… para lo que hay que leer!

    Saludos!

  2. Ciertamente la voz sintética de Jorge no es la mejor voz para escuchar, pero sirve de vez en cuando. Aunque igual reconozco que tener la vista en «stand by» no es muy cómodo. Al menos a mí me hacía sentir que no estaba haciendo nada, tenía que empezar a garabatear en una servilleta como si hablara por teléfono o hacer un seguimiento de las líneas de mis manos, por hacer algo, por sentir que estoy allí mientras el aparato lee.

    Abandoné a Jorge, preferí seguir quedándome ciega poco a poco mientras me trago las negras líneas de los textos.

    Saludos. Me agrada tu blog.

  3. «borrando la áurea campana de la azulada superficie del silencio.», leído o escuchado, cómo escribe este animal!.
    De tu experiencia parecería deducirse la vieja teoría de la distinta importancia de los sentidos y la primacía de la vista por sobre los restantes. Será que también la materialidad del libro aporta elementos al olfato y al tacto, mientras que el gusto lo dejamos para lo que contiene «tu vaso de algo a mano».
    Saludos


  4. Estrella: Para el diario está bueno. Pero ojo: para algunos textos literarios también, si están escritos en un estilo más contemporáneo o de frases cortas. El mes pasado escuché Una novelita lumpen, de Bolaño, y la experiencia anduvo lo más bien.

    Salma: Lo de la vista en «stand by» es todo un tema, sí. En casa, cuando escucho un texto y no estoy ocupado con otra cosa, suelo mirar por la ventana. Me alegra que el blog te guste.

    Herida: Tal cual. Sobre el tema de la supremacía de la vista y la materialidad del libro, ampliamos —con vos y Ale— en los comentarios de la segunda parte (linkeo por si no los viste).

    Y sí: Proust, un animal.

    ¡Saludos!

  5. Quizás debamos ser pacientes y esperar las obras de los nacidos y criados en la generación digital. Imagino que para los contemporáneos al nacimiento de la imprenta, la lectura solitaria y silenciosa debe haber sido un pobre sucedáneo de la experiencia de la lectura colectiva (Me parece que el tema esta bien desarrollado en la «Historia de la lectura» de Alberto Manguel). Una obra como Madame Bovary (si me permiten, la más grande novela jamás escrita) fué concebida para la lectura que permitió la reproducción mecánica. Como decía Al Jolson en «El cantor de jazz»: Esperen, no han escuchado nada todavía.

    De paso, Felicidades para Navidad, Jánuca, o la fiesta solsticial que les sea de su agrado.

  6. Ale: Sin duda será interesante conocer esas obras. Mientras tanto, tenemos que explorar todo lo híbrido que tenemos hoy, de manera que cuando dichas obras nuevas lleguen, tengamos algún parámetro para dimensionarlas y dejarnos asombrar mejor por lo que sean capaces de lograr.

    Como ejemplo, un híbrido recién salido, algo básico: la novela El proyecto Lázaro, de Aleksandar Hemon, que además del texto como libro tiene continuidad com cierto material audiovisual disponible en el website del autor: http://www.aleksandarhemon.com/lazarus/

    ¡Felicidades para vos también!

  7. Off topic: Móvido por la curiosidad fuí a buscar que encontraba de Aleksandar Hemón en las librerías de Cba y por unos módicos 70 pesos (Anagrama y la %$# que los tiró) me hice de «La cuestión de Bruno», lectura que le recomiendo muy especialmente.

    De paso Feliz año

  8. Pingback: Tiempo-recobrado-III : Sysmaya

  9. Ale: Epa, recién leo tu comentario, se me había pasado.

    Yo también leí La cuestión de Bruno más o menos por noviembre. Me gustaron varios cuentos: el primero, «Islas», el de la visita al tío; el de la Hemoníada, «Charlas agradables»; el de Sarajevo, «Una moneda», impresionante; también «El acordeón», cuya estructura me gustó. Otros me parecieron largos («Blind Jozef Pronek & Dead Souls»), tontos («Vida y andanzas de Alphonse Kauders») o rebuscados sin necesidad («La red de espionaje de Sorge», aunque la anécdota del chico es interesante).

    Hay otro, «Imitación de la vida» que, justamente, empieza con una alusión de Proust…

    Saludos.

  10. Coincido que Blind Josef… es farragoso al cuete, y coincido en general con la apreciación de los cuentos pero, (y hete aquí que todo romance llega a su fín), los dos cuentos que no te gustaron me divirtieron bastante.
    En fin, acabo de terminar «El sindicato de la policia Yidisch» de Chabon y me gustó bastante. ¿Qué te habrá parecido?

  11. The Yiddish Policemen’s Union, va de novela policial en contexto ucrónico (como no me gusta el termino ucronía). En un mundo donde el estado de Israel no sobrevivió al enfrentamiento con los arabes en 1948, los judíos europeos se instalan con estatus transitorio en parte del territorio de Alaska, lo que genera conflictos permanentes con USA, con los Tinglit, más los conocidos enfrentamientos entre paisanos (sionistas contra no sionistas, sionistas de izquierda contra sionistas de derecha, progres asimilacionistas contra religiosos). En el medio de la crisis por la inminente revocación del permiso de resisdencia, en un 2008 alternativo, el detective Landsman tiene que resolver un asesinato. Las derivaciones por supuesto son innumerables. Un poco la novela sería lo que daría de sumar James Ellroy + Phillip K. Dick + Scholem Aleichem. No es un 10 felicitado pero fue una lectura de verano bastante entretenida (Después que mi señora la lea averiguaré si es igualmente divertida para gentiles o solo es entretenida para yids)

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