Por Martín Cristal
En casa tengo empezada Contraluz. Ya leí unas 150 de sus 1300 páginas. Esa novela sólo puedo leerla en casa: el libro es un ladrillo intransportable. (Osteópata, revisándome la espalda: “¿Hace algún tipo de actividad física?”. Yo: “Sí, estoy leyendo a Thomas Pynchon”).
Para el morral reservo libros más delgados: por ejemplo, Esta historia, de Alessandro Baricco. Me lo regaló mi hermana y es ligero en todo sentido. Refrescante y liviano. (Al hecho de que hay libros que da para llevarlos en la mochila y otros que no, ya lo habíamos comentado).
Mi «sintaxis» de lectura, entonces, podría ser
Pynch[Baricco]on
Diez años atrás no hubiera podido —ni me hubiera permitido— leer de esta forma. Pero hoy estas «subrutinas» me resultan bastante frecuentes. A veces claro, esto no es más que una excusa para inconclusiones del tipo
Pynch[Baricco]… [otros autores]
A principios de diciembre, fui al centro a cortarme el pelo. Tenía que caminar diez cuadras y no tenía apuro. Entonces, lo de siempre: “¿qué habrá de nuevo en las librerías?”. (Las librerías más importantes de Córdoba se encuentran en un conveniente cuadrado de tres por tres manzanas).
Así que, de camino a lo del peluquero, hice el tour por las librerías. Pero sucede que me avergüenza comprar libros con más rapidez de lo que puedo leerlos (releer a Monterroso y su cuento “Cómo me deshice de quinientos libros”). Cuando me descubro a punto de hacer eso, me freno: entonces miro vidrieras, pero no entro. Lo que sí me permito es pasar por las librerías de usados: el hallazgo de una oportunidad que no hay que dejar escapar justifica la compra más allá de mis eventuales sentimientos de culpa por mi acumulación burguesa.
Entré en Macao y no paré hasta descubrir esa oferta corleonesca que no podía rechazar: Inolvidables veladas, de Marcelo Cohen. Un Minotauro en tapa dura, editado en Barcelona, por sólo $15 (unos 3,75 dólares). Una ganga. Por supuesto, al salir de la librería, en vez de seguir a lo del peluquero, me desvié a un café para leerlo.
Hacía calor, así que elegí un café que tiene sus mesas afuera, en la nueva zona peatonal de Caseros. Y empecé a leer, con lo cual la fórmula ya era
Pynch[Bari[Cohen]cco]on
…y esto sólo si a la fórmula no le incorporamos las otras procrastinaciones extraliterarias, lo cual esa tarde hubiera dado
Pynch[Bari[Pelu[Ca[Cohen]fé]quería]cco]on
Pedí un café con leche y dos medialunas. El mozo —muy lookeado y algo amaneradón— volvió con el pedido a los diez minutos. No tenía bandeja: traía la taza en una mano (el platito tomado desde abajo como con una garra) y las medialunas, el azúcar y el vasito de soda amontonados en la otra mano: un asco. Para colmo cuando llegó a la mesa, se distrajo con un pibe que, rosa en mano, trataba de sacarle un billete al macho de la parejita de al lado. Molesto porque el mangazo era insistente y se producía en su área de cobertura, el mozo terminó volcando medio café con leche sobre la mesa.
Se disculpó, limpió y volvió con otro café con leche. Y entonces, como para socializar, me preguntó qué estaba leyendo. Le mostré la tapa del libro (en la que hay un personaje cabizbajo sentado a una mesa con un vaso enfrente, tal como estaba yo en ese momento). Entonces el mozo me dijo: “Enseguida te vas a llevar una sorpresa. Pasate a la otra silla”.
Me cambié a la silla de enfrente. Ahí descubrí que, a espaldas de mi silla anterior, habían puesto un silloncito con una especie de pareo colorido encima, junto a una mesita baja y una vela muy coqueta. Miré esa escenografía durante dos minutos, con la creciente molestia de reconocer que había obedecido al mozo de inmediato, como un corderito. No, no, no: me volví a mi silla anterior (un rebelde con delay). Leí algunas páginas más y disfruté medio café, cuando del bar salió un violinista rastafari para tocar y pasearse entre las mesas.
Cuando el violinista de Hamelín capturó la atención de todos, la condujo hasta el silloncito en el que se instaló una chica con el pelo recogido y anteojos de marco negro. El violín se calló —no así la ciudad alrededor del violín— y la chica, sin micrófono y sin mediar presentación alguna, empezó a leer. (Tuve que volver a la silla que me había sugerido el mozo).
La chica tenía acento español. Y leía poemas. Que quizás eran tan lindos como ese acento, no sé: aunque quise, no pude concentrarme, porque mi fórmula de lectura ya había hecho metástasis a
Pynch[Bari[Pelu[Ca[Coh[PoetaDesconocida]en]fé]quería]cco]on
El día se me estaba complicando: pedí la cuenta y huí. Me apuré en las siguientes cinco cuadras, pero llegué tarde: estaban cerrando. Por ahora sigo con el pelo largo.
Incluso en casa, leer Contraluz es un atentado a la columna vertebral. Pero se trata de ese tipo de sacrificio corporal que nos rinde beneficios estupendos.
En este sentido, tal vez el 2011 sea un buen año para cambiar un poco de lectura por otro de gimnasio… Pero Ud. mismo lo vive en carne propia, entre tantos corchetes literarios no hay tiempo ni para cortarse el pelo!
Saludos, felicidades y un excelente fin/inicio de año.
Qué identificada me siento con este post. Además de que, la verdad sea dicha, son los post que más me gustan. Hola, ángel!: los admiro, a mí se me hace imposible sostener esos libracos. Ahí tengo el Borges de Bioy, al que agarro de tanto e tanto para no resentir mis manos, porque a mí lo que me duele es eso, la articulación toda de la mano izquierda. ¿Por qué no los dos o tres tomos? Es que no tienen piedad de nosotros, los lectores. Ni de nuestras columnas ni de nuestras manos, y mucho menos, de nuestros ojos. Una pena.
Saludos y Felices Fiestas!
Pruebo con lo mio de estos dias.
1Estética e Historia (2Come si guarda (3Arte y (4Ven (5El Gráfico5) ezia4)Poesia3) un quadro2) de las artes visuales1.
1/Berensson (mochila)
2/Marangoni (no Claudio y sólo en casa: muy pesado)
3/Heidegger (mesa de luz)
4/Guia del Touring (mesa de comedor mientras escribo mi propia guia)
5/Pastore en la tapa (WC)
Saludos y excelente como siempre.
Feliz Navidad.
Matias: Tenés razón, algo habrá que hacer con este cuerpo, además de sentarlo frente a la computadora… En cuanto a Pynchon, todavía no sé si debí seguir tu recomendación y empezar por La subasta del lote 49.
Estrella: Sabía que te iba a gustar, toca algunos de los temas que te interesan, sobre todo el de las experiencias de lectura, pero también el del problema de los libros gordos, que siempre te saca esa queja: ¡por qué no en varios tomos!
Herida: jajajj, es verdad, las revistas van al baño y son la típica intercalación entre otras lecturas «mayores». La guía de Venecia que decís que estás escribiendo, ¿es privada, tipo diario, o saldrá como libro? ¿Es una guía turística o más bien arquitectónica?
Felices fiestas a todos.
Uy, qué horrible, soy una pesada yo!!
Las guias son privadas de uso público y están subidas la blog. Empecé por la de Roma ciudad donde viví cinco años por que me pidió una amigo que viajaba, después Florencia a la que conozco bastante por que un socio se iba y por último Venecia una caradurez total por que en total debo haber estado cinco días. La empecé hace tiempo y en estos días viaja un hermano y me comprometí a terminarla.
Saludos
Me recordaste lo que estoy leyendo ahora: «Historia del pelo», de Pauls. Todo sucede por el pelo que crece, que se rebela, que se revela, que asusta y que es omnímoda (lo que hacen con uno las lecturas…). Saludos, felices fiestas. (Por cierto, mientras leo a Pauls y a Watanabe y un par de cosas más, como vos, leo a Pynchon: lecturas en medio de lecturas.)
Guillermo: Parece que andamos siempre encaminados en lecturas similares… Ahí vi en tu blog tu reseña de La máquina de pensar en Gladys, de Levrero. ¡Qué joya! Para mí, uno de los mejores libros que leí este año.
No puedo decir lo mismo de Historia del pelo: aunque me encanta la sintaxis de Pauls (enrevesada, llena de parentéticas y de períodos largos), debo reconocer que el libro comenzó a desdibujarse aceleradamente apenas lo terminé. No quedó nada, no me produjo nada. Quizás influyó que yo estaba muy distraído, en pleno proceso de mudanza…
Espero con interés, sin embargo, la última parte de su trilogía, Historia del dinero, cuyo tema —al menos desde el título— se me hace más interesante. Sigo leyendo a Pauls quizás por el crédito abierto que dejó en mí otra novela suya, El pasado.
Y con Pynchon… ahí la llevo. Todavía no sé si me gusta o no.
Abrazo y felices fiestas.
Si yo hubiera comenzado a conocer a Pauls por «Wasabi», posiblemente no lo hubiera leído más; a «Historia del pelo» le sigo dando el beneficio de la duda porque no la termino aún, a pesar de que reconozco su frivolidad, su maña de meter detalles que no vienen al caso solo para alargar la obsesión capilar del protagonista. Yo busco en los libros de Pauls, como vos, «El pasado», que para mi gusto es descomunal (en el sentido de la permanencia, del escalofrío, de la mancha que no se arranca) y, según voy adivinando, irrepetible.
Leete «The crying of the Lot 49» de Pynchon, es un jarabe ultraconcentrado, impresionante en todo sentido.
Y Levrero… qué decir de Levrero, todo se le queda corto…
Saludos
No sé si ponerme contento sería la mejor descripción y decir que me siento identificado me suena a adulador barato, pero tengo exactamente el mismo conflicto con las lecturas: leo demasiadas cosas al mismo tiempo. Y a veces, es contraproducente.
Hablando de «libracos», o «librotes»… hace unas semanas terminé 2666, y la verdad es que nunca estuve cómodo leyendo (salvo capaz las páginas centrales que hacían equilibrar el peso en ambas manos).
Para unir los dos «tópicos» (palabra elegante en toda conversación literaria) confieso que me impuse (así, con ese rigor) leer 2666 y solamente eso hasta terminarlo. Ahora ya estoy de nuevo en la locura de los corchetes:
[Sali[Di Bene[Bolaño]detto]nas]
Fran: Sí, a veces puede ser contraproducente, pero también te permite estar más tiempo leyendo cosas que te gustan. Vas probando de todo un poco, tenés varios libros abiertos a la vez, y así siempre elegís el que tenés ganas de leer en tal o cual momento. Por supuesto, está bueno terminar alguno de vez en cuando… (Descorchetar: casi tan bueno como descorchar).
¿Y qué te pareció 2666?
PD. Ojo que no da igual cualquier tópico…
Hace un tiempo que vengo pensando eso de que leer así mucho a la vez no es más que para sobrellevar la angustia de no poder nunca llegar a leer todo lo que quisiera. Incluso le puse nombre: «El sentimiento trágico del lector» (en un robo evidente a don Miguel de Unamuno)
Sobre «2666», algo escribí en el «Kraken». mientras lo leía.
Ahora que lo terminé y pasó un tiempo, creo que estoy empezando a «digerirla», a saborear mejor algunas partes. La parte de los crímenes realmente me dejó mal, la enumeración de muertes durante 400 páginas es demoledora. Creo que no pude ver noticias sobre asesinatos durante una semana al menos.
Fran: Sí, «La parte de los crímenes» es terrible. Es el núcleo del libro, en mi opinión. «La parte de Archimboldi» es muy bella, pero es en la de los crímenes donde está puesta toda la carne en el asador. Su impacto la vuelve inolvidable.
En cuanto a lo de querer leerlo todo… esa angustia tiende a mitigarse con el tiempo. Luego de que forjás un gusto y un interés, muchas zonas de la literatura pasan a un segundo plano. Quizás no las descartes del todo, pero —ya resignado a la finitud— las postergás sin culpa…
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