Por Martín Cristal
En 1985 recibí de regalo uno de los libros más populares de aquella década: Cosmos. Es muy probable que los trece capítulos de la serie televisiva homónima hayan contribuido tanto o más que las aulas a la idea de universo que mantienen hasta hoy quienes fueron niños o adolescentes en los ochenta. Si hay una “cosmovisión popular ochentera”, en su núcleo duro seguramente está la serie (o el libro) de Carl Sagan.
En el décimo capítulo de la serie —“El filo de la eternidad”; ver p. 262 y ss. del libro—, Sagan explica los conceptos de cuarta dimensión y de teseracto (o hipercubo). Para hacerlo, se apoya en la imaginería de una obra de ficción escrita casi cien años antes por “un estudioso de Shakespeare que vivió en la Inglaterra victoriana”. Esa obra es Flatland: A Romance of Many Dimensions, una extraña novela publicada en 1884 por Edwin Abbott Abbott. (Como curiosidad: los padres de Edwin eran primos entre sí, de ahí la repetición en el apellido).
Abbott murió en 1926, por lo que el texto original en inglés ya es del dominio público; en Argentina, Ediciones Godot acaba de publicarlo en traducción de Micaela Ortelli bajo el título de Flatland: El Plano, una aventura de muchas dimensiones. [El título difiere en la tapa y la carátula de la misma edición]. Lo vi en la vidriera de una librería cordobesa y, dada mi fiebre de sci-fi, no pude resistirme.
Es que, en tanto especulación científica, esta “novela abstracta” es una clara precursora de lo que hoy conocemos como ciencia-ficción. Su protagonista es un ser de sólo dos dimensiones: un Cuadrado, que se dedica a la abogacía (dejo a consideración de los lectores el análisis de la relación entre ser un cuadrado y ser abogado). Este señor —“autor” y voz narradora del texto— vive en El Plano (Flatland), un mundo que desconoce la altura: hay izquierda y derecha, hay adelante y atrás, pero no hay arriba ni abajo. Nadie en El Plano sabe qué es eso. Tampoco les preocupa demasiado: ellos creen que El Plano abarca todo lo existente.
A partir de ahí, Abbott se propone un plan doble. Primero aflora su plan menor: el de divertirnos con un muestrario de las costumbres de El Plano y sus habitantes chatos, que viven estratificados en castas poligonales y bajo rígidas normas sociales (muy a la manera de la sofocante atmósfera victoriana en la que vivió el propio Abbott). Por otro lado está su plan mayor: reduciendo la experiencia a un mundo de dos dimensiones, Abbott encuentra una forma didáctica de proyectar lo extraño que resultaría para nosotros —seres tridimensionales— recibir una visita de la cuarta dimensión: sería tan impactante como lo es para el pobre Cuadrado conocer a la Esfera, un ser que se acerca volando a El Plano y le habla desde un lugar inimaginable: desde “arriba”. Aquí el viejo Carl nos lo explicaba mejor:
Carl Sagan, Cosmos (Cap. 10)
Desde “arriba” o “abajo”, la Esfera puede ver y hacer cosas que nadie conoce en El Plano: puede aparecer en cualquier parte, ver dentro de habitaciones cerradas o incluso las partes interiores de un individuo. Si el Cuadrado logra asimilar el shock, es gracias a que la noche anterior tuvo un extraño sueño en el que visitó un mundo unidimensional: La Línea. En ese mundo-riel, nuestro Cuadrado podía hacer cosas que ni siquiera el Rey de La Línea podía. Con la lógica visitante-visitado invertida, Cuadrado asume mejor las enseñanzas de la Esfera, que en otra excursión también lo llevará al comprimido Abismo de la Dimensión Cero: el reino de El Punto, donde todo lo social queda reducido a la reflexiva autocomplacencia del individuo absoluto que lo llena.
Así, la novela funciona como una honda: los lectores somos la piedra en una banda de goma de la que Abbott, primero, tira hacia atrás, tensando nuestra imaginación para que tome impulso en su consiguiente especulación hacia adelante. El resultado del ejercicio será comprender nuestra limitada jaula de tres dimensiones, entrever con curiosidad la teoría sobre una cuarta, y aceptar que las posibilidades del universo no tienen por qué detenerse ahí. La complejidad de lo infinito acecha luego de las (tristes) páginas finales de este libro.
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En 2007 se realizó una película animada basada en la obra de Abbott. Aquí un video que resume Flatland (la película). Con otra versión del presente artículo, reseñamos este libro en el suplemento «Vos» de La Voz del Interior (15 de octubre de 2011).
no lei el libro pero podria ser una variante literaria del tertium organum de ouspenski. Interesante reseña. Recien empiezo a recorrer, asombrado, tus posts, son excelentes!!
Lapiedeltigre: No conocía el trabajo de Ouspenski (¿Uspenski?). Pero, según dice en Wikipedia, el Tertium Organum es de 1912. Por ende, es la obra de Ouspenski la que podría ser una variante —¿esotérica, pseudocientífica?— de la de Abbott (que es de 1884), y no al revés…
Gracias por leer y por tu amable comentario.
Tenés razón, no habia prestado atencion a la fecha de publicacion del libro. En cuanto a la obra del ruso podria decirse que es, especificamente teosofica. Ouspenski fue dicipulo de Gurdjieff, un autodenominado mistico armenio que introdujo la teoria del Cuarto Camino en occidente, esta teoria es basicamente un sincretismo de conocimientos sufies y de rituales budistas en su manifestacion zen. Ouspenski aparece , de vez en cuando, en algunos textos de Borges ( por ejemplo en el excelente «El tiempo y J.W Dunne») que fue un avido lector de su obra. Supongo que seria una variante ligada a la mistica en oposicion al cientificismo que predominaba a fines del s. XIX . En fin , una idea recurrente que va cambiando de vestidos supongo.
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