Por Martín Cristal
1. Fundación
El comienzo-problema de Fundación de Asimov, como impulsor del relato, me pareció interesante. El psicohistoriador Hari Seldon, que opera desde Trántor —el planeta-capital
de un Imperio galáctico—, combina el estudio de las Matemáticas con el de la Historia. Mediante un manejo casi perfecto del cálculo probabilístico, Seldon es capaz de razonar el futuro comportamiento de las masas, y así prevé, con altísimo grado de certeza, la inevitable caída del Imperio. Seldon le pone fecha y todo; volverá la barbarie y durará milenios… salvo que se siga su plan. El psicohistoriador no puede impedir la caída del Imperio, pero esa barbarie milenaria podría ser mucho más breve, casi un mal pasajero, si se hace lo que él propone: crear una Fundación, oculta en una esquina del sistema planetario; conformada por la crema del mundo científico, la Fundación se abocará en un principio a la construcción de una Enciclopedia Galáctica que conserve el conocimiento de la humanidad, para que éste no se pierda tras la caída del Imperio. Así podrá contrarrestarse la barbarie y reducir su reinado de oscuridad a apenas algunos siglos, hasta una posterior restauración.
El impulso de ese planteo —que vuelve “científico” el viejo tema narrativo del oráculo y sus espejismos— me duró mientras leía las tres primeras partes (“Los psicohistoriadores”, “Los enciclopedistas” y “Los alcaldes”); en la cuarta (“Los comerciantes”), mi interés decayó por el mecanicismo argumental de la serie. Y es que, si bien el planteo de esta popularísima saga de Isaac Asimov es poderoso, después nos será repetido machaconamente en cada capítulo, un defecto cuyo origen seguramente nace en la publicación original por entregas, que se veía obligada a actualizar a los nuevos lectores sobre el concepto inicial de la obra. En el conjunto de la llamada Trilogía de la Fundación, ya fusionada en un único volumen —donde no han sido editadas esas actualizaciones repetidas— el efecto resulta hartante.
En Fundación, Asimov no invierte en la construcción interior de los personajes (como si lo hace, por ejemplo, Frank Herbert en Dune, cuyo primer tomo leí al abandonar esta trilogía asimoviana; como escritor, Herbert me pareció muy superior). Quizás Asimov renunció a esforzarse en esa inversión debido a los amplísimos saltos temporales que hay entre las partes, elipsis centenarias que impiden que un personaje pueda reaparecer vivo en la parte siguiente. Por esta razón o por la que sea, lo cierto es que en este Asimov no hay nada del investment of character que J. J. Abrams nos recomienda apasionadamente para cualquier ficción (aun si la batuta la llevan los efectos o los elementos fantásticos, como en su serie Lost).
Así, los personajes de Fundación se perciben como meros peones en sucesivos dilemas lógicos apenas disfrazados de narración. Esta sensación de que el problema a resolver tiene más peso que el propio relato de la búsqueda de una solución —es decir, que el relato es apenas un ejemplo animado para comprender la abstracción de dicho dilema—, es algo que ya había detectado en los cuentos de Yo, robot, del propio Asimov, los que en su momento también me parecieron meras ilustraciones de paradojas lógicas. Sin embargo, en aquellos cuentos, por ser más breves, el frío provocado por la frazada corta de ese camuflaje narrativo se me hizo más tolerable.
La estrategia discursiva principal de Asimov en Fundación es el diálogo, pero en esto el autor tampoco se muestra muy sutil. Los intercambios entre los personajes son agobiantes declamaciones sobre intrigas y encrucijadas históricas, centradas en detectar fallas y descartar cursos de acción posibles, para así hallar el más conveniente en cada crisis. Las nuevas intrigas palaciegalácticas y políticas —que pueden ser tan aburridas como las del Episodio II de Star Wars— y los engaños que suceden a esas discusiones siempre se resuelven al final de cada parte, como en un relato policial clásico.
En suma, el libro se vuelve una narración mecánica, bastante monótona. Luego de tres partes, esa monotonía queda desnuda en su sentido seriado, y ahí el interés comienza a decaer. Quizás esta lectura mía sólo se deba a que, tras unos pocos libros, la space opera y la ciencia ficción hard se han ido perfilando como una de las variantes que menos me atraen dentro del género.
2. Fundación e imperio
[Atención: spóilers].
En el segundo libro de la trilogía, Fundación e imperio, Asimov subsana lo de la discontinuidad de los personajes, ya que aparece un grupo de ellos que persiste de un capítulo a otro. En lo dramático, el golpe magistral en este segundo libro es el de cancelar la ilusión de “éxito asegurado” de esa misión transgeneracional iniciada en el primer libro. El plan perfecto de Hari Seldon, que parecía destinado al triunfo, aquí se revela como falible, abriendo las posibilidades de la trama.
La aparición mística y amenazadora del Mulo es refrescante como elemento desestabilizador de la imperturbable lógica seldoniana, pero la «intriga» de cuál es su verdadera identidad se ve venir a media legua: es muy previsible, porque cede y cede ante la sospecha de que responde a la fórmula de “en el más débil se esconde el más poderoso”. (En El señor de los anillos, por ejemplo, éste es uno de los temas centrales: cada ser es vital para el equilibrio del todo, por lo que no hay ningún ser insignificante; así, la Tierra Media debe esperar que su destino sea resuelto por el viaje de un minúsculo hobbit).
La apertura del final hacia la búsqueda de la Segunda Fundación —tal el nombre del tercer libro de la trilogía— seguramente logrará su propósito de revivir la intriga sobre la continuación de la saga para muchos lectores, pero en mi caso no consiguió que remontara mi creciente desagrado por el estilo trabado y mecánico de Asimov. Esos diálogos —formales, repetitivos, llenos de planteos que vuelven a recapitularse cada vez sólo para agregar un término más a la ecuación lógica que el autor construye tras cada crisis histórica— me fueron cargando de impaciencia al negarme otro disfrute que no fuera el de “descubrir” o “adivinar” soluciones para esos problemas planteados, como si en vez de estar leyendo una novela, estuviera resolviendo un sudoku de 895 páginas. Con todo el dolor del mundo (es sólo una forma de decir, en realidad) decidí no leer las 300 de Segunda Fundación, al menos por ahora. Quizás me arrepienta y termine la Trilogía alguna vez. Hari Seldon seguramente ya calculó que la mayoría de los lectores lo hace.
Es indiscutible lo que señalás sobre los personajes en esta serie, pero, a la vez, hay que tener en cuenta que originalmente los textos de la trilogía fueron cuentos, publicados a lo largo de bastantes meses en revistas de ciencia ficción. Las primeras novelas-novelas de Asimov (y ahí sí hay construcción de personajes) son las tres del Imperio Galáctico (Pebble in the sky, The stars like dust y The currents of space), y luego las policiales con robots, The caves of steel y The Naked Sun. En estas dos últimas ya hay una caracterización más tradicional y efectiva, especialmente en cuanto al duo protagonista (estilizados pero personajes en fin), asi que se podría hablar quizá de cierta evolución de Asimov como creador de personajes. Yo leí la trilogía a los 12 años y me encantó; no la he vuelto a tocar, debo admitir. En cualquier caso, en general los fans de Asimov (dejé de serlo hace años, pero todavía le puedo encontrar algún interés especial si me pongo a buscar) concuerdan en que su mejor novela no pertenece al ciclo de la Fundación; sería «Los propios dioses», de 1971 creo recordar. Saludos!
¡Hola, Ramiro! Sí, claro, tuve en cuenta lo de la escritura por entregas (de hecho lo comento en el segundo párrafo), pero saberlo no me ayudó a bancármelo mientras leía. Me había enterado ya de esa predilección del fandom asimoviano por Los propios dioses porque consultando la Guía de lectura de CF hecha por Miquel Barceló (de 1990), me di con que él también pone a esa novela en el podio entre las del autor…. Igual, la verdad, no sé si explore otras obras de Asimov, al menos por ahora. Abrazo.
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