Por Martín Cristal
—Maitland, viejo, estás aquí varado como Crusoe. Si no te cuidas, te quedarás en esta isla para siempre.
Según la edición de Minotauro, La isla de cemento (Concrete Island, 1974), conforma una trilogía “urbana” junto con la novela anterior de Ballard, Crash, y la posterior Rascacielos.
Robert Maitland es un arquitecto inglés al que encontramos en el preciso instante de tener un accidente: mientras conduce a exceso de velocidad, su Jaguar pincha un neumático. Maitland pierde el control del auto, que vuela por sobre el borde de la autopista elevada y cae a un espacio baldío, mucho más abajo: un triángulo yermo entre tres autopistas de cemento, el único espacio urbano no planificado entre esas modernas vías de comunicación.
“Ese terreno abandonado en la conjunción de las tres autopistas era literalmente una isla desierta”, explica Ballard, que así actualiza al náufrago clásico de Daniel Defoe, llevándolo al terreno de sus intereses: el paisaje distópico.
Con todo y lo buena que es la idea —el ciudadano que no puede escapar de una isla desierta enclavada en el corazón de su propia civilización moderna (pero previa a los teléfonos móviles, que hoy hubieran resuelto el problema enseguida)—, hay que decir que los esfuerzos de Ballard por verosimilizar la situación resulta un tanto ampulosos y notorios. Demasiadas casualidades juntas impiden que el machucado Maitland escape de su isla, al menos en los sucesivos intentos que se llevan la primera mitad de la novela.
[Atención: spoilers].
Es cierto que estos fracasos mueven al lector a sospechar que, inconscientemente, Maitland no quiere volver a su vida de siempre. En efecto, veremos una transformación en el alienado arquitecto, un sinceramiento con su lado salvaje, que conecta con la metamorfosis social de Rascacielos, aunque en esta novela Ballard no sea tan sutil en la gradación del proceso.
Los móviles de lectura más comunes en las historias de náufragos suelen ser los medios de supervivencia y el rescate (intrigas: ¿cómo se las ingeniará X para sobrevivir? ¿Podrá escapar de la isla desierta?). En parte, de eso van Robinson Crusoe, y la peli Náufrago con Tom Hanks, y Lost, y muchas otras propuestas con situaciones extremas aisladas. En cierto punto de la novela, Ballard pone sobre las mesa ambas premisas, y altera las prioridades del náufrago: es ahí cuando Maitland reconoce que “esta voluntad de sobrevivir, de dominar la isla y aprovechar sus escasos recursos, era ahora un objetivo más importante que el de escapar”.
Con las intenciones trastocadas, Maitland llega a decirse, en voz alta: “Yo soy la isla”. Hasta aquí la novela parece sólo un cuento algo inflado, de progresión previsible. A mitad del libro, sin embargo, Ballard introduce un Viernes, unos Otros de los que es mejor no agregar más. Valga decir que la historia mejora, y que la ambigüedad del protagonista respecto de escapar o no de la isla se ahonda y persiste más allá de este punto.
En lo personal, de este trío ballardiano, antes que La isla de cemento me quedo con Rascacielos, e intuyo que también preferiré Crash, al menos a juzgar por la imaginería que David Cronenberg pudo destilar de esa novela.
Con lo que me gustan las obras de Ballard, tengo que decir que algo de ese absurdo que hace que Maitland no pueda escapar de la isla, fue lo que me hizo abandonar el libro antes de llegar a la mitad. Tendría que darle una segunda oportunidad y ver qué pasa con la introducción de ese Viernes.
Muy buenas tus reseñas, Martín, las sigo desde hace unos cuantos meses.
Marcelo, tal cual: de lo que llevo leído de Ballard, es el libro más flojo que me ha tocado. Y sí, la historia mejora con esa aparición, pero tampoco es que se redime demasiado, te advierto. Al menos así me pareció a mí.
Me alegra que las reseñas del blog te resulten útiles. Saludos. M.
REcuerdo que hace unos 4 o 5 años vi una adaptación coreana de l;a novela al cine. no era un espacio entre 3 autovías pero sí el protagonista caía en un islote al querer suicidarse desde un puente de tránsito, un islote deshabitado donde se juntaba la basura flotante de la ciudad. Completamente acostumbrado a tener mala suerte, la entrega a su destino siempre accidentado hace que el protagonista bla bla bla, jeje, sino le quito la gracia. Lo importante es que está adaptada, y es una muy buena película coreana, de las que me sorprendieron (el póster engaña, y mucho.