Por Martín Cristal
Cuesta abajo en mi rodada
John Maxwell Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940) fue galardonado con el premio Nobel en 2003. Tiene fama de no gustar de los micrófonos; a pesar de eso, en los últimos dos años ha venido desde Australia —donde ahora reside— para asistir a ferias y festivales de literatura en nuestro país. Uno de sus libros más conocidos es Desgracia, novela con la que ganó el prestigioso premio Booker en su año de aparición (1999). El libro se llevó al cine en 2008, con John Malkovich en el papel del desganado profesor Lurie.
David Lurie da clases de literatura en la Universidad Técnica de Ciudad del Cabo. Su trabajo ya casi no le interesa. Esa indolencia suya parece consecuencia de haber tocado techo en su vida (característica que conecta a Lurie con el François que protagoniza la novela Sumisión, de Michel Houellebecq). Dos divorcios le han hecho desistir de soñar con una familia. En el plano sexual se arregla con prostitutas, hasta que su favorita interrumpe sus servicios. Entonces Lurie se fija en una de sus alumnas…
En este punto inicial, el libro parece prometer sólo una actualización de Lolita, de Vladimir Nabokov (algo que, dicho sea de paso, también sucede a cierta altura de Las correcciones, de Jonathan Franzen). Sin embargo, la salida a la luz del affaire entre profesor y alumna, y el consiguiente escándalo en la universidad, llegan para que ese Lurie que parecía haber tocado techo, vaya directamente a tocar fondo.
Y es que, aun siendo responsable de esa y otras faltas, el orgulloso Lurie se niega a dar las disculpas públicas que le son requeridas. Prefiere renunciar e irse a lo de su hija Lucy, quien hace tiempo se ha emancipado de él y vive en una agreste zona rural de Sudáfrica.
Lo resumido hasta aquí abarca sólo un cuarto del argumento; el resto es mejor no revelarlo. Baste decir que en esta nueva etapa, Lurie tendrá que enfrentar no sólo su propia decadencia, sino además el espíritu independiente de su hija; el ámbito silvestre (salvaje) de la vida rural; las tensiones raciales que perviven en la Sudáfrica postapartheid; y en especial las consecuencias de un hecho violento e irreversible, que dejará a padre e hija en veredas opuestas por el hecho de que ambos toman decisiones similares, pero en momentos y contextos distintos.
Al menos Lucy no aparenta temerle al futuro; David, en cambio, parece quedar desahuciado. ¿Lo salvarán el arte o la piedad por los animales, aunque sea íntimamente? ¿Tenemos derecho a elegir el propio fracaso como una forma válida de la existencia?
Además de la precisión de la prosa —impecable, con un tono de acero y paso firme para narrar sin freno (apenas se detiene en algunas consideraciones sobre poesía romántica inglesa, la materia que enseña Lurie)—, cabe destacar que Coetzee no explicita la raza de las personas en sus descripciones. Si dice que “por el camino avanzan tres hombres”, no nos aclara abiertamente si son blancos o negros; serán algunos detalles posteriores acerca del cabello o la vestimenta, las acciones y el contexto los que nos vayan guiando al respecto. Éste es sólo un ejemplo, entre otras sutilezas similares, de la sólida escritura de J. M. Coetzee.
Ya desde el título, Desgracia nos propone una historia amarga, cargada de gravedad y de renuncia, que deja muy poco margen para la redención de nadie.
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Desgracia, de J. M. Coetzee. Novela. Mondadori, 2000 [1999]. 264 páginas. Recomendamos este libro en «Ciudad X», La Voz (Córdoba, 7 de enero de 2016).
¡Qué casualidad! Lo leí hace poco y la verdad, no esperaba el tono del autor. El inicio me descolocó en el sentido de que esperaba que siguiera por esos mismos derroteros y no que cambiara tanto. He leído que a muchos lectores les encanta el personaje de Lucy pero yo no lo acabo de entender, o no soy capaz de ponerme en su piel…
Creo que Lucy presenta para su caso razones parecidas a las que su padre usó para argumentar en el suyo: algo en plan «es mi derecho a elegir mi vida». Pero no caprichosamente: en sus discusiones con el padre, sus razones me parecen bien fundamentadas, explícitas y (muy importante) relativas a una elección ya tomada hace mucho tiempo: la de vivir ahí mismo, en esas condiciones, y con conciencia de los riesgos.
En ese sentido el personaje está mucho mejor construido (por poner un ejemplo que me parece parangonable) que el de Dolores Fonzi en la remake de la película argentina La patota, dirigida por Santiago Mitre (en España creo que le pusieron Paulina); en ella, tras un hecho similar, las decisiones del personaje son opacas en sus fundamentos, y así todo parece pura obcecación.
Saludos.