Lo mejor que leí en 2019

Por Martín Cristal
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Van en orden alfabético de autores; esto no es un ranking. Figura el link a la correspondiente reseña, si es que la hubo en este blog. Aquí están los libros que más disfruté leer en 2019:

  • The Power, de Naomi Alderman [leer reseña].
  • The Game, de Alessandro Baricco.
  • Sabrina, de Nick Drnaso.
  • Breves respuestas a las grandes preguntas, de Stephen Hawking [leer reseña].
  • Umami, de Laia Jufresa [leer reseña].
  • La masacre de Kruguer, de Luciano Lamberti [leer reseña].
  • Esa chica, de Lilia Lardone.
  • La asesina de Lady Di, de Alejandro López.
  • Aniara, de Harry Martinson.
  • Doscientos canguros, de Diego Muzzio [leer reseña].
  • Las esferas invisibles, de Diego Muzzio.
  • Ventiladores Clyde, de Seth.
  • Barrio chino, de Fernando Stefanich.
  • Casi invisible, de Mark Strand.
  • Fabricar historias, de Chris Ware [leer reseña].

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Soundtrack de Se está haciendo tarde (final en laguna), de José Agustín

Una relectura musical

Cuando viví en México, leí con placer la novela de José Agustín Se está haciendo tarde (final en laguna); lo hice en la edición de 2001 de Joaquín Mortiz. Disfruté de la frescura del texto, intacta a partir de su manejo del lenguaje coloquial. Admiré la representación epocal y generacional, manifiesta no sólo en esas formas del habla mexicana, sino también en la manera de expresar la diversión (las vicisitudes del consumo de drogas, el “reventón”); también la libertad de los juegos tipográficos y la ambición joyceana de seguir el adentro/afuera de los personajes a lo largo de un solo día, estructurado en escenas casi teatrales. Y por supuesto me divertí con su sentido del humor, que aparece aquí y allá y es capaz de convivir con el azoramiento, la tristeza y el puro malviaje.

Al volver a la Argentina, no me traje el ejemplar: craso error. Por suerte, hace un par de años, en la Feria del Libro de Córdoba, pude conseguir la edición conmemorativa de Nitro/Press (México, 2017), la cual incluye valiosos materiales adicionales. Pensaba leer sólo esa sección de extras, pero terminé releyendo la novela completa.

En la relectura del libro el placer fue aún mayor, en parte por el reencuentro con su propia variante de la lengua mexicana (la juvenil-rockera de los años sesenta/setenta) y en parte porque ahora, con Google, pude bucear sin demora en las abundantísimas referencias musicales de la novela respecto del rock de aquellos años. Son tantas las menciones de bandas, discos, canciones y letras que pensé que podría confeccionarse un verdadero soundtrack para las aventuras de Rafael, Virgilio y sus amigos.

Las bandas de rock que José Agustín menciona son anteriores a mi propia existencia (nací en 1972, seis meses después de que él terminase este libro). A algunas las conocía, pero a varias nunca las había escuchado hasta ahora. Buscarlas en YouTube y escucharlas, sólo eso, ya me significó una gran ganancia. Por cierto, mi disco favorito entre los nuevos que escuché —nuevos para mí se entiende— es It’s a Beautiful Day (1969), de la banda homónima. Precioso.

Infografía: recorrido geográfico y musical de Se está haciendo tarde (final en laguna)

Así que, por las puras ganas de hacerla, terminé diseñando la siguiente infografía. Me ayudé con Google Maps; no conozco tanto Acapulco, donde he estado sólo un par de veces (y, claro, nunca a principios de los setenta). Las referencias, entonces, son aproximadas.

Recomiendo ampliar el gráfico para verlo en detalle.

 

Posdata sobre el tiempo de la acción

La acción de Se está haciendo tarde… transcurre en un día, desde las 6:00 de la mañana hasta el anochecer. El texto no especifica mes o año exacto; sólo dice, en la primera página, “a principios de los años setenta”.

Al relevar la discografía, descubrí que los álbumes más recientes que aparecen en el texto son de 1970. Salvo error u omisión de mi parte, no hay ninguno de 1971 ni de 1972, aunque el autor dató el cierre del proceso de escritura a fines de abril de 1972.

Pero resulta que aparece un disco de 1973: Wilson Pickett’s Greatest Hits. Así, la acción de la novela tendría que transcurrir, como muy temprano, en 1973. Sin embargo, eso sería un año después de que José Agustín terminó de escribirla… lo cual resulta por lo menos extraño. ¿Habrá sido agregado más tarde, ese disco? Tras consultar la discografía de Pickett en Wikipedia me inclino a pensar que José Agustín tal vez incluyó ese compilado del músico pensando en otro anterior, que tiene un nombre bastante parecido: The Best of Wilson Pickett, de 1967. Por cierto, en ambos compilados se incluye el tema “Funky Broadway”, mencionado en la novela.

Si este último fuera el caso, entonces podría decirse que la acción transcurre, más lógicamente, en 1970… pero, atención: el más reciente de los discos de ese año mencionados en el texto es The Worst of Jefferson Airplane, una recopilación publicada en noviembre de 1970. Así que, o bien la acción tiene lugar en noviembre/diciembre de 1970, con el disco de Jefferson Airplane recién salido del horno, o —más holgadamente— todo sucede a principios de 1971, cuando los personajes todavía no han adquirido discos o cassettes aparecidos en ese mismo año.

(Por cierto: creo detectar otro posible desliz en la atribución del álbum Atmosphères a Édgar Varèse, el cual no conseguí ubicar vía Google. Se me ocurre que quizás se trata de una confusión con uno de György Ligeti, muy conocido en los sesenta porque Stanley Kubrick lo usó en parte para su película 2001: Una odisea espacial. Si alguien puede aclararme este punto, se lo agradeceré).

Y si alguien ya hizo (o se anima a hacer) una lista de Spotify o de YouTube con el soundtrack completo, se agradecerá mucho que comparta el enlace en los comentarios.

Actualización del 13/7/19: Isaac Meléndez se animó ¡y creó la lista de Spotify! Pueden escucharla en este enlace.

Lo mejor que leí en 2018

Por Martín Cristal

Van en orden alfabético de autores; esto no es un ranking. Figura el link a la correspondiente reseña, si es que la hubo en este blog. Aquí están los libros que más disfruté leer en 2018:

  • El cuento de la criada, de Margaret Atwood.
  • Moronga, de Horacio Castellanos Moya.
  • Francamente, Frank, de Richard Ford.
  • El hijo judío, de Daniel Guebel.
  • Cuando Alice se subió a la mesa, de Jonathan Lethem.
  • Mapas literarios. Tierras imaginarias de los escritores, de AA.VV. (edición de Huw Lewis-Jones).
  • Nana, de Chuck Palahniuk.
  • Una casa junto al Tragadero, de Mariano Quirós.
  • Los sordos, de Rodrigo Rey Rosa.
  • El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, de Oliver Sacks.
  • Lincoln en el Bardo, de George Saunders [leer reseña].
  • Frankenstein, o El moderno Prometeo, de Mary W. Shelley (con prólogo de Alberto Manguel).
  • Talking Jazz. Una historia oral, de Ben Sidran [leer reseña].
  • Paisaje con grano de arena, antología de Wislawa Szymborska.
  • 1280 almas, de Jim Thompson.

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Pájaro de celda, de Kurt Vonnegut

Por Martín Cristal

Los años como personajes de la Historia

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Con tapas de Liniers y traducciones de Carlos Gardini, La Bestia Equilátera fomentó un revival de la obra de Kurt Vonnegut (1922-2007). Pájaro de celda es una de esas reediciones. A esta novela le caben los mismos calificativos que a otras ficciones satíricas del autor: imaginativa, irónica, pesimista, compasiva… y divertidísima.

Si en Cuna de gato Vonnegut ajusta cuentas con la religión; si con Galápagos lo hace con Darwin y la biología evolutiva; y si en Barbazul se lleva por delante al arte contemporáneo, en Pájaro de celda su blanco es la historia reciente de los Estados Unidos.

El narrador de esta novela sobre la relación dinero-poder es Walter F. Starbuck, un viejo egresado de Harvard que rememora su vida desde la celda donde está por cumplir su condena. Sin un centavo —pájaro desplumado—, pronto saldrá para reinsertarse en la misma sociedad en la que, pocos años antes, fuera un opaco e inoperante funcionario del gabinete de Richard Nixon. En 1975, tras el escándalo de Watergate, Starbuck fue a la cárcel junto con otros miembros de ese gabinete.

Escrita al calor de este contexto histórico tan cercano (el libro es de 1979), Pájaro de celda podría señalarse como la más coyuntural de las novelas del autor. Sin embargo, Vonnegut no entra directamente en la historia de Starbuck en los setenta; como en otras de sus novelas, primero establece una breve historia-marco donde prima la voz autorial: el que narra ahí sería el propio Vonnegut, que arranca en modo autoficción.

En Pájaro de celda, esa primera voz autorial se desenvuelve en un prólogo (firmado por “K. V.”) donde lo histórico y lo ficcional se barajan a la vista del lector. Por ejemplo, el autor “confiesa” que algunos de los personajes secundarios de la novela están basados en personas reales, y detalla similitudes o diferencias; y también presenta un antiguo antecedente para la historia de Starbuck, una “violenta confrontación entre huelguistas y la policía y los soldados”: la Masacre de Cuyahoga. A renglón seguido, Vonnegut admite que esa masacre es “un invento” suyo, “un mosaico compuesto de fragmentos de anécdotas de muchos disturbios similares” de fines del siglo XIX. La maestría del autor se patentiza cuando, aun habiéndonos avisado esto, Vonnegut nos narra esa masacre con pelos y señales, en un alarde de su capacidad para insuflarle credibilidad a una escena de ficción.

La relación entre esa vívida escena y el relato que Starbuck hará de su propia vida quedará clara al final del prólogo. Sigue una significativa cita de una carta de Nicola Sacco —escrita justo antes de que lo ejecutaran junto a Vanzetti—, la cual subraya el tema de la novela: los desmanes de la despiadada política económica norteamericana, consecuencia lógica de un capitalismo extremo. El diagnóstico a futuro es el predominio de las empresas por sobre los gobiernos, representado en una corporativización total de la sociedad (en la novela todo va pasando a formar parte de una misma compañía, la RAMJAC).

Vonnegut revisa la historia del siglo XX y no da dos centavos por el futuro de la humanidad. Sin embargo, no es un satirista amargo, impiadoso y violento como, digamos, Céline; y no lo es gracias a que en su espíritu siempre guarda una pizca de compasión por los seres humanos. Esa compasión y un característico sentido del humor descomprimen el desconsuelo de los lectores. Con Vonnegut podemos, a pesar de todo, reír, y sentir que, si bien como especie lo hacemos todo mal, todavía tenemos alguna chance de redimirnos.

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Pájaro de celda, de Kurt Vonnegut. Novela. La Bestia Equilátera, 2015 [1979], 256 páginas. Con una versión ligeramente distinta de esta reseña, recomendamos este libro en el suplemento “Número Cero” de La Voz (Córdoba, 13 de mayo de 2018).

Talking Jazz. Una historia oral, de Ben Sidran

Por Martín Cristal

Quince de los grandes

Talking Jazz: una historia oral compila entrevistas a quince personalidades de este género musical. El índice del libro de verdad impresiona. Sólo podría señalarse que en este conjunto de entrevistas —amables y bien llevadas por Ben Sidran (Chicago, 1943)— los grandes ausentes son los contrabajistas y los guitarristas, aunque algunos entrevistados sí se refieran a ellos de vez en cuando (sobre todo a los primeros).

El resto de los roles habituales en las bandas de jazz están bastante bien equilibrados en cantidad y calidad: tres trompetistas (Miles Davis, Wynton Marsalis y Don Cherry); tres saxofonistas (Sonny Rollins, Michael Brecker y Johnny Griffin); tres pianistas (Herbie Hancock, Keith Jarrett y Horace Silver); cuatro bateristas (Art Blakey, Max Roach, Paul Motian y Mel Lewis); un ingeniero de sonido (Rudy Van Gelder); y una compositora, cantante y multiinstrumentista (Carla Bley; hubiera sido interesante contar también con el testimonio de más vocalistas).

Hoy más de la mitad de estas grandes figuras ya ha fallecido; Sidran las entrevistó en su programa de radio de los años ochenta, Sidran on Record. Por entonces él ya tenía una carrera como músico; quizás por eso es aceptado enseguida como un interlocutor válido. El ida y vuelta también es fértil porque Sidran conoce bien la obra de quien está entrevistando.

En confianza, los músicos revisan anécdotas e influencias; comparten sus ideas sobre música y jazz; revelan cómo compusieron o grabaron algunas piezas clave, y cómo fueron evolucionando sus intereses, su aprendizaje y la búsqueda de su propio sonido. También comparan viejas épocas con el presente, confiesan las miserias del negocio alrededor de la música, señalan el cisma que significó la llegada del rock y comentan los cambios introducidos por los avances tecnológicos.

Música: sobre eso se centran estos diálogos. Incluso un asunto habitual como el del consumo de drogas en el jazz —el gran antecedente del reviente en el rock— no se menciona más que al pasar una sola vez.

Sonny Rollins cuenta cómo largó todo para irse con su saxofón a practicar sobre un puente de Nueva York. Miles Davis explica por qué su forma de tocar debía ser fácil de entender por la gente, y por qué no vuelve nunca a las canciones clásicas. Herbie Hancock resume su ascenso jazzístico en la suerte de haber estado en el lugar indicado en el momento indicado, y da ejemplos de eso. Art Blakey cuenta cómo elegía a sus músicos para integrar sus inoxidables Jazz Messengers, y también cómo y por qué se debe tratar bien al público. Don Cherry narra desde los días en que trabajaba en una aerolínea hasta su descubrimiento de la world music en África del Norte.

Paul Motian refiere su amistad y su colaboración con Bill Evans, y defiende su preferencia por las baterías pequeñas. Wynton Marsalis explica su compromiso con la tradición, y relaciona jazz con música clásica. Horace Silver asegura que la música tiene propiedades sanadoras, y cuenta sus ideas para desarrollarla en tal sentido. Michael Brecker habla de sus inicios en sociedad con su hermano Randy (de paso: alguna vez ambos tocaron juntos en la banda de Frank Zappa). Max Roach condensa la historia temprana del jazz, y señala a la batería como “el único instrumento surgido de la cultura estadounidense”.

Johnny Griffin cuenta cómo, antes de llegar al saxofón, tocar el oboe le salvó la vida. Carla Bley asegura que su vida empezó de verdad cuando abandonó su casa y manejó de California a Nueva York sólo para ver a Miles Davis. Mel Lewis valora la herencia de las big bands y reniega de los sintetizadores y las máquinas de ritmo. Rudy Van Gelder revela a cuentagotas algunos detalles de la creación del mítico “sonido Blue Note”. Keith Jarrett se pone espiritual y habla de ese “estado” tan particular  y misterioso al que un músico tiene que llegar cuando toca jazz en vivo.

Todo eso —y mucho más— hay en este libro.

Las relaciones profesionales y de amistad entre los músicos afloran constantemente en la conversación: quién formó parte de qué banda, con quiénes y cuándo; dónde tocaban, qué discos grabaron y cómo. Nadie se priva de alardear de su “genealogía jazzística”: son sus propias credenciales. En la lectura, tanto name-dropping puede resultar fascinante (para los conocedores) como cansador (para los demás).

Más allá de ese detalle, lo que emana de esos cruces es la inequívoca sensación de comunidad artística, de enseñanza mutua y de creación colectiva. Un permanente estado de ebullición, que surge en especial de los testimonios de los músicos más viejos.

El volumen puede leerse como si tratase de arte en general; o de música en general; o bien, centrándose específicamente en el jazz. Para esta última forma de leerlo, puede que este libro resulte desaconsejable para los no iniciados en el género (a ellos quizás les convenga buscar primero algún otro que cartografíe estilos y etapas históricas).

En cambio, para los viejos amantes del jazz, o incluso para aquellos que han comenzado a explorarlo hace poco, este libro no sólo es recomendable, sino fundamental por lo que ofrece: el testimonio vivo y de primera mano de varias personalidades —en su mayoría, centrales— de un género musical tan popular como complejo, cuya riqueza le aportó muchísimo a buena parte de la música del siglo XX.

 

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Talking Jazz. Una historia oral, de Ben Sidran. Entrevistas. Letra Sudaca-ICM, 2017. 288 páginas. Con una versión más corta de esta reseña, recomendamos este libro en el suplemento “Número Cero” de La Voz (Córdoba, 1º de abril de 2017).

Lo mejor que leí en 2017

Por Martín Cristal

Van en orden alfabético de autores; esto no es un ranking. Figura el link a la correspondiente reseña, si es que la hubo en este blog. Aquí están los libros que más disfruté leer en 2017:

  • Los cuerpos del verano, de Martín Felipe Castagnet [leer reseña].
  • Éste es el mar, de Mariana Enriquez.
  • Vivir en la salina. Cuentos completos, de Elvio E. Gandolfo.
  • La voz, de Arnaldur Indridason [leer reseña].
  • Todo oscuro, sin estrellas, de Stephen King.
  • El zoo de papel y otros relatos, de Ken Liu (en castellano; lo había empezado el año anterior en inglés) [leer reseña].
  • Sultanes del ritmo, de Leonardo Oyola [leer reseña].
  • La luz mala dentro de mí, de Mariano Quirós.
  • Las furias, de Renzo Rossello [leer reseña].
  • Stoner, de John Williams.

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Cien años de soledad, a medio siglo de su primera edición

Diseñé el siguiente gráfico divulgativo —con el árbol genealógico de la familia Buendía— con motivo del 50º aniversario de la primera edición de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez (la cual, según su colofón, se terminó de imprimir el 30 de mayo de 1967). También hice otra versión, mucho más esquemática, para el diario La Voz; se publicó el domingo 28 de mayo de 2017.

[Clic para ampliar]

 

Como todas las infografías literarias de este blog, ésta tampoco pretende reemplazar la lectura del libro, sino ofrecerse como un ayudamemoria para su relectura; por ende, la sinopsis de cada personaje incluye spoilers. Los íconos asignados a los personajes son aproximaciones meramente ilustrativas, no una representación exacta de cada uno de ellos.

Por último, una curiosidad editorial: el ejemplar que García Márquez tiene sobre la cabeza en la foto, no pertenece a la primera edición. Ese diseño de Vicente Rojo debía ser para la primera, pero —según esta nota de la BBC— la obra no llegó a tiempo para la fecha de lanzamiento del libro, por lo que la diseñadora de Sudamericana, Iris Pagano, tuvo que realizar otra portada (la del galeón y los lirios). La imagen de Rojo salió a partir de la segunda edición, tras agotarse muy pronto la primera.

Lo mejor que leí en 2016

Por Martín Cristal

bestlibros2016

Van en orden alfabético de autores; esto no es un ranking. Figura el link a la correspondiente reseña, si es que la hubo en este blog. Aquí están los libros que más disfruté leer en 2016:

  • Voces de Chernóbil, de Svetlana Aleksiévich [leer reseña].
  • The Volturno Poems, de Francisco Bitar.
  • El ciclo de vida de los objetos de software [The Lifecycle of Software Objects], de Ted Chiang.
  • Cero K, de Don DeLillo [leer reseña].
  • Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enriquez [leer reseña].
  • El increíble Springer, de Damián González Bertolino [leer reseña].
  • Sueños de trenes, de Denis Johnson [leer reseña].
  • La maestra rural, de Luciano Lamberti.
  • La rueda celeste [The Lathe of Heaven], de Ursula K. Le Guin [leer reseña].
  • The paper menagerie [El zoo de papel], de Ken Liu (lectura en curso, ya casi).
  • Maniobras de evasión, de Pedro Mairal.
  • Aquí, de Richard McGuire [leer reseña].
  • Después de Mao. Narrativa china actual, antología de Miguel Ángel Petrecca [leer reseña].
  • Arrugas, de Paco Roca [leer reseña].
  • 25 minutos en el futuro. Nueva ciencia ficción norteamericana, antología de de Pepe Rojo y BEF [leer reseña].

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Borges y la evolución de los escritores

Por Martín Cristal

Brian-Boru-en-la-Batalla-de-Clontarf
Brian Boru en la batalla de Clontarf
(grabado en el
Pictorial Times. Londres, 1845).
Fuente: website del Trinity College Dublin.

En “El espejo y la máscara” —cuento de El libro de arena (1975)—, entreveo una posible evolución que Borges sugeriría para el trabajo de un escritor (o de cualquier artista).

En el cuento, el rey de Irlanda, vencedor en la batalla de Clontarf, le encomienda a un poeta la oda correspondiente. El poeta se declara apto para la tarea y trabaja durante un año. Su poema resulta técnicamente correcto, pero no emociona a nadie. El rey le regala un espejo de plata por sus esfuerzos y le pide otra versión.

Al año llega la segunda versión, más breve, extraña, iconoclasta: “supera todo lo anterior y también lo aniquila”. Innova, introduce variantes, técnicas y reglas propias. El rey cree que los ignorantes no la comprenderán, aunque sí los doctos (que son menos). Le regala al poeta una máscara de oro, y le pide una versión más.

Pasa otro año. El poeta, demacrado, vuelve ante el rey; su nuevo poema tiene una sola línea. La intolerable maravilla de ese verso demuda a ambos. El regalo real para tan magnífica obra es una daga. El poeta comprende y se suicida. El rey se hace mendigo y se pierde, porque, como él mismo explica, el pecado de ambos fue “haber conocido la Belleza, que es un don vedado a los hombres. Ahora nos toca expiarlo”.
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Los tres escalones

Según leo en el cuento, serían entonces tres los escalones en el trabajo de un escritor. Primero el estudio, el dominio de la técnica. Algo que —ya conseguido, o incluso antes de conseguirse— se revelaría como insuficiente.

No se pueden cambiar reglas que se desconocen: sólo con la técnica adquirida y superada, el escritor podría entrar en la fase de experimentación y soltarse, probar formas novedosas y estrategias propias para transitar por caminos más personales.

Y recién entonces —como decantación, o como síntesis de las etapas anteriores— podría aspirar a una belleza genuina. En el cuento, la belleza es algo objetivo —un trofeo incandescente que no se puede ni mirar— y no algo subjetivo, variable según el corazón de cada lector. Sólo se podría aspirar a “una” belleza parcial, jamás lograr “la” Belleza. Ésta sólo es una guía. Como ideal, estaría reservado para la divinidad.

Los defectos que el rey señala en las dos versiones rechazadas del poema —no lograr la emoción ni una comprensión mayoritaria—, se deducen (por contraste) subsanados en la versión final aceptada. Una obra bella, entonces, sí provoca emoción en los lectores; y éstos, a su vez, se sienten capaces de comprenderla, si no racionalmente, al menos de forma intuitiva a través de esa misma emoción.
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Símbolos de regalo

Los obsequios del rey pueden interpretarse simbólicamente como “atributos” que el escritor se gana al ejercer su oficio. La reflexión y el necesario autoconocimiento para la vida artística podrían amalgamarse en ese espejo.

La máscara podría simbolizar la habilidad con que el escritor oculta y revela, a la vez, su verdadera persona dentro de sus obras. La invención de ficciones y la representación teatral son quizás las disciplinas artísticas en las que esa máscara resulta más necesaria. Según la etimología, persōna viene del latín, “máscara” (de actor, de personaje teatral). Así, una máscara puede ocultar a una persona, pero toda persona también es una máscara. Cuando los lectores de una novela se preguntan “¿será autobiográfica?”, y no saben qué responderse, es que el autor ha usado bien sus máscaras.

Finalmente, en la daga —omitida por Borges en el título para realzar el desenlace— se condensa el compromiso del artista con la propia obra. La entrega total: el artista da la vida, es capaz de aniquilarse por lo que su obra produce (o no produce) en los demás y sobre sí mismo.
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El cuento de Borges aplicado a él mismo

¿Es verificable esta evolución en todos los escritores? Seguramente no. ¿Y en el propio Borges?

Su robusta formación autodidacta se verifica en sus lecturas tempranas (en castellano e inglés); en el influjo de la biblioteca paterna; en su educación en Europa, donde sumó el francés y el alemán; en las reuniones sevillanas con los poetas ultraístas, y con Cansinos-Asséns en Madrid… En suma, en todo el bagaje que reunió previo a la autoedición de Fervor de Buenos Aires (1923). Podría argumentarse que esa etapa formativa se extiende incluso durante unos diez años más.

La experimentación formal es lo que no estaría tan presente en Borges, siempre afín al clasicismo. En El otro, el mismo (1964), declara: “Los idiomas del hombre son tradiciones que entrañan algo de fatal. Los experimentos individuales son, de hecho, mínimos […]. Alguna vez me atrajo la tentación de trasladar al castellano la música del inglés o del alemán; si hubiera ejecutado esa aventura, acaso imposible, yo sería un gran poeta […]. No pasé de algún borrador urdido con palabras de pocas sílabas, que juiciosamente destruí”.

En ese mismo prólogo, Borges resume otro proceso de maduración que, creo, develaría un aspecto central en la consecución de la ansiada belleza. Dice ahí que el escritor “al principio es barroco, vanidosamente barroco, y al cabo de los años puede lograr, si son favorables los astros, no la sencillez, que no es nada, sino la modesta y secreta complejidad”. A esa complejidad y a la belleza, los astros sí les fueron favorables en muchas de las obras que Borges nos ha legado.

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Versión completa del artículo publicado en “Número Cero”, suplemento de cultura de La Voz (Córdoba, 12 de junio de 2016).

A qué edad escribieron sus obras clave los grandes novelistas

Por Martín Cristal

“…Hallándose [Julio César] desocupado en España, leía un escrito sobre las cosas de Alejandro [Magno], y se quedó pensativo largo rato, llegando a derramar lágrimas; y como se admirasen los amigos de lo que podría ser, les dijo: ‘Pues ¿no os parece digno de pesar el que Alejandro de esta edad reinase ya sobre tantos pueblos, y que yo no haya hecho todavía nada digno de memoria?’”.

PLUTARCO,
Vidas paralelas

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Me pareció interesante indagar a qué edad escribieron sus obras clave algunos novelistas de renombre. Entre la curiosidad, el asombro y la autoflagelación comparativa, terminé haciendo un relevamiento de 130 obras.

Mi selección es, por supuesto, arbitraria. Son novelas que me gustaron o me interesaron (en el caso de haberlas leído) o que —por distintos motivos y referencias, a veces algo inasibles— las considero importantes (aunque no las haya leído todavía).

En todo caso, las he seleccionado por su relevancia percibida, por entender que son títulos ineludibles en la historia del género novelístico. Ayudé la memoria con algunos listados disponibles en la web (de escritores y escritoras universales; del siglo XX; de premios Nobel; selecciones hechas por revistas y periódicos, encuestas a escritores, desatinos de Harold Bloom, etcétera). No hace falta decir que faltan cientos de obras y autores que podrían estar.

A veces se trata de la novela con la que debutó un autor, o la que abre/cierra un proyecto importante (trilogías, tetralogías, series, etc.); a veces es su obra más conocida; a veces, la que se considera su obra maestra; a veces, todo en uno. En algunos casos puse más de una obra por autor. Hay obras apreciadas por los eruditos y también obras populares. Clásicas y contemporáneas.

No he considerado la fecha de nacimiento exacta de cada autor, ni tampoco el día/mes exacto de publicación (hubiera demorado siglos en averiguarlos todos). La cuenta que hice se simplifica así:

[Año publicación] – [año nacimiento] = Edad aprox. al publicar (±1 año)

Por supuesto, hay que tener en cuenta que la fecha de publicación indica sólo la culminación del proceso general de escritura; ese proceso puede haberse iniciado muchos años antes de su publicación, cosa que vuelve aún más sorprendentes ciertas edades tempranas. Otro aspecto que me llama la atención al terminar el gráfico es lo diverso de la curiosidad humana, y cuán evidente se vuelve la influencia de la época en el trabajo creativo.

Recomiendo ampliar el gráfico para verlo mejor.

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Ver más infografías literarias en El pez volador.
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La rueda celeste [The Lathe of Heaven], de Ursula K. Le Guin

Por Martín Cristal

Ursula-K-Le-Guin-La-rueda-celesteThe Lathe of Heaven es literalmente “El torno del cielo”; el traductor, Rubén Masera, adaptó el título como La rueda celeste. Publicada en 1971, esta novela de Ursula K. Le Guin (California, 1929) resulta amena y fluida, en parte gracias a una prosa con menos arabescos que la que antes encontré en otra famosa obra de Le Guin: La mano izquierda de la oscuridad (1969).

La autora —quien, además de muchos premios, también tiene en su curriculum el haber traducido al inglés la novela Kalpa Imperial de Angélica Gorodischer— propone en La rueda celeste un argumento de claro corte dickiano.

[Atención: spoilers].

George Orr es un habitante de una Portland futura y sobrepoblada. Es un hombre rabiosamente promedio, que no se destaca en ningún aspecto salvo en uno íntimo: cada tanto, tiene sueños “efectivos”, esto es, capaces de alterar la realidad.

No vaticinan el futuro, sino que, al despertar, ya han modificado el continuum de Orr. Así, por ejemplo, el sueño de la muerte de una tía con la que Orr no se llevaba bien termina con el descubrimiento, al despertar, de que (ahora) esa tía está muerta desde hace ya varios años. Todos recuerdan el accidente que la mató. Sólo Orr recuerda ambas líneas temporales: la actual (tía muerta) y la anterior (tía viva hasta ayer mismo).

Con sentimientos de culpa, Orr empieza a tomar drogas que le eviten soñar. Demasiadas: descubierto y estigmatizado como adicto por un distópico Estado controlador, es enviado a Terapia Voluntaria con el doctor Haber. El terapeuta descubre el secreto de Orr y, con la ayuda combinada de la hipnosis y una máquina —el Incrementador, que potencia las ondas mentales del paciente—, logra inducir los sueños de Orr sin demora, en el mismo consultorio. Pronto Haber los manipulará para ir mejorando su situación personal y también la del mundo… todo con las mejores intenciones, aunque esos cambios traerán aparejados, cada vez, problemas mayores a la humanidad.

La situación planteada se lee bajo una óptica doble: Haber “sabía que los sueños de Orr cambiaban la realidad y los empleaba con ese fin” pero, al mismo tiempo, “utilizaba hipnoterapia y liberación onírica para tratar a un paciente esquizofrénico que creía que sus sueños cambiaban la realidad” [p. 113].

Aunque no se tratan de sueños oraculares, el mecanismo ficcional es similar a de «la profecía»: se señala lo que va a suceder (es decir, Haber da las instrucciones sobre lo que Orr debe soñar para cambiar la realidad) pero siempre expresándolo con un punto ciego o una falta de precisión verbal que permitan que ocurra una cosa distinta de la que Haber espera.

Orr en inglés podría remitir (además de a Orwell) a “or”, es decir nuestra “o”: la conjunción que “sirve fundamentalmente para relacionar dos posibilidades expresando que solamente una de ellas se realiza” (María Moliner). El diagnóstico de la esquizofrenia —las dos o más realidades superpuestas que el sujeto entiende estar viviendo— también relaciona esta novela con La afirmación de Christopher Priest.

En el camino, Orr intenta zafar del abuso de Haber mediante la ayuda de una abogada mestiza, Heather Lelache, con quién irá enamorándose. Ante la progresiva superposición de realidades diferentes en la vida de Orr, éste descubre que lo que importa no es cuán utópico o catastrófico sea el continuo temporal en el que le toque vivir: en tanto no conduzca a la aniquilación de la raza humana, todo lo demás es soportable si en esa línea de tiempo todavía se está junto a la persona amada.

Memorias: La verdadera historia de Frank Zappa

Por Martín Cristal

De la A a la Z: la autobiografía de Frank Zappa

La-verdadera-historia-de-Frank-Zappa-MemoriasAntes que las memorias de Frank Zappa (EE.UU., 1940-1993), debería recomendarse su corpus musical. Son casi sesenta álbumes grabados en menos de treinta años; la lista se extiende con los póstumos, integrados por grabaciones inéditas. En todos ellos conviven o se alternan diferentes géneros —desde el blues/rock más básico a la música orquestal más sofisticada—, hilados por los ingredientes de una distintiva personalidad musical: polirritmia, polifonía y disonancias avant-garde; una guitarra eléctrica única, que siempre improvisa sus solos; melodías “teatrales”, con citas sonoras y efectos que refuerzan sentidos o resignifican letras (si las hay); y un humor que va desde la mega-estupidez total, a la sátira mordaz, la ironía y el comentario político agudo e inteligente.

Vista la abundancia de libros con datos falsos sobre su persona (en los que, para acrecentar su leyenda freak, se llegó a asegurar que alguna vez Zappa había literalmente comido mierda sobre el escenario, por ejemplo), el músico decidió encarar sus memorias “oficiales”, con la ayuda del escritor Peter Occhiogrosso. Zappa quería brindar información fidedigna sobre sí mismo; por eso bautizó al volumen The Real Frank Zappa Book.

Tuvieron que pasar 25 años para que el libro se tradujera al castellano, bajo el título de La verdadera historia de Frank Zappa. La editorial que lo hizo posible es la española Malpaso (que lo incluyó en su jugosa colección sobre música).

La autobiografía de Zappa incluye los consabidos capítulos sobre la infancia y la familia (el padre se lleva un capítulo aparte); tampoco faltan los que refieren a los comienzos y las influencias musicales (Edgar Varèse entre ellas). Sin embargo, el músico aclara que, para él, lo más atractivo al escribir este libro era la posibilidad de asentar sus opiniones sobre algunos “asuntos tangenciales”. Por eso también les dedica capítulos a la necesaria separación entre Iglesia y Estado, así como al conservadurismo, el ejército o la política impositiva de los Estados Unidos, entre otros temas.

En la rememoración de su vida artística, los recuerdos afloran por épocas, aunque no siempre con un hilo temporal riguroso. Hay anécdotas a rolete, con cameos de estrellas de rock (Jimi Hendrix, Mick Jagger), actores (John Wayne) y políticos (Al Gore, y en especial su mujer, que en los ochenta promovió la estigmatizante calcomanía “explicit lyrics” para los discos con “lenguaje inapropiado”. Zappa se opuso a esta censura velada, y dio un discurso sobre el particular en el Congreso de su país).

Entre las anécdotas se destaca la desastrosa gira de 1971. Durante su paso por Montreux (Ginebra, Suiza), la onerosa sala de conciertos en la que Zappa tocaba se incendió gracias a “un estúpido con una bengala”: esta cita no es de Zappa, sino de Deep Purple en “Smoke on the Water”, canción que inmortalizaría el humo de ese incendio sobre el lago.

La banda perdió equipos valiosos pero siguió con la gira, hasta que un fan atacó a Zappa sobre un escenario londinense. El músico cayó a un foso de orquesta vacío; además de otras heridas, se quebró una costilla y una pierna. El golpe también le afectó la laringe y le bajó definitivamente a un tercio el tono de su voz. “Tener una voz grave es agradable, pero hubiera preferido conseguirla de otra forma”.

Frank-Zappa-90s

El capítulo que vale el libro completo es el octavo: “Todo sobre la música”. Ahí se concentra la filosofía artística de Zappa, que tiende a otorgar libertades, y no a confinar al creador con sus conceptos. Así lo expresa, por ejemplo, su lema: “cualquier cosa, en cualquier momento, en cualquier lugar por ninguna razón en particular”.

Según Zappa, lo más importante en una obra de arte es el marco, lo único que la distingue de lo que no es arte. En tal sentido, para definir la creación musical propone el siguiente protocolo:

  1. Declare su intención de crear una ‘composición’.
  2. Comience la pieza en cierto momento.
  3. Haga que algo suceda durante un determinado período de tiempo (no importa qué ocurra en su ‘agujero de tiempo’; tenemos críticos para decirnos si es algo bueno o no, así que no nos preocuparemos por esa parte).
  4. Finalice la pieza en algún momento (o siga adelante y dígale a la audiencia que es un ‘trabajo en proceso’).
  5. Consígase un empleo de medio tiempo para poder seguir haciendo cosas como éstas.

También analiza la “antropología” de la orquesta sinfónica y de la banda de rock, tipificando sardónicamente las aspiraciones y la mentalidad de cada instrumentista (por la época en que salió el libro, Zappa ya estaba cansado de los músicos y sus egos, por lo que había incursionado en la composición solitaria de música electrónica en el Synclavier, uno de los primeros sintetizadores).

Hacia el final, le dedica un capítulo ejemplar al fracaso (“Failure” en la versión original). Ahí Zappa describe proyectos truncos —musicales o no—, ideas no desarrolladas, que quedaron en la nada o que ya no lograría concretar, algunas completamente delirantes para la época. Este capítulo le añade una dimensión más a la ya comprobada genialidad de Frank Zappa. Un artista enorme, al que el cáncer le puso el freno demasiado temprano.

 

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La verdadera historia de Frank Zappa: memorias. Frank Zappa con Peter Occhiogrosso. Malpaso, Barcelona, 2014 [1989]. 352 páginas. Recomendamos este libro en “Ciudad X”, La Voz (Córdoba, 4 de febrero de 2016).

Lo mejor que leí en 2015

Por Martín Cristal

CRISTAL-LoMejorQueLeiEn2015

Van en orden alfabético de autores; esto no es un ranking. Figura el link a la correspondiente reseña, si es que la hubo en este blog. Aquí están los libros que más disfruté leer en 2015:

  • Polvo de pared, de Carol Bensimon (relatos) [leer reseña].
  • El adversario, de Emmanuel Carrère (novela/no ficción) [leer reseña].
  • Desgracia, de J. M. Coetzee (novela).
  • Obra completa de Joaquín O. Gianuzzi (poesía).
  • Sumisión, de Michel Houellebecq (novela).
  • Meridiano de sangre, de Cormac McCarthy (novela) [leer reseña].
  • Sobre el bloqueo del escritor, de Victoria Nelson (tratado) [leer reseña].
  • El beso de la mujer araña, de Manuel Puig (adapt. escénica de la novela).
  • Poesía civil, de Sergio Raimondi.
  • Felices los felices, de Yasmina Reza (novela) [leer reseña].
  • Las redes invisibles, de Sebastián Robles (relatos) [leer reseña].
  • Distancia de rescate, de Samanta Schweblin (novela breve).
  • Emigrantes, de Shaun Tan (historieta/libro-álbum) [leer reseña].
  • Perla, de Roberto Videla (novela breve).
  • Las clases de Hebe Uhart, de Liliana Villanueva (ensayos).

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[Ver lo mejor de 2014 | 2013 | 2012 | 2011 | 2010 | 2009]

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Los hackers en la ficción

Por Martín Cristal

El cracker homérico

En la Ilíada, Ulises quiebra las defensas de Troya escondiendo soldados en el caballo de madera que los griegos ofrecen como regalo. A ciertos softwares maliciosos que se infiltran en las computadoras (generalmente para controlarlas a distancia), hoy se les llama “troyanos”. No son estrictamente virus, cuya finalidad es un ataque destructivo, aunque en el caso del Caballo de Troya sabemos que ése era, en efecto, su objetivo final.

Pekka-Himanen-La-etica-del-hacker-y-el-espiritu-de-la-era-de-la-informacionSi Ulises fuera un genio actual de las computadoras, ¿sería su ardid algo propio de un hacker? Según las definiciones propuestas por La ética del hacker y el espíritu de la era de la información, del finlandés Pekka Himanen (Barcelona: Destino, 2002), Ulises sería más bien un cracker: “aquel que rompe la seguridad de un sistema”. El término fue creado hacia 1985 por los mismos hackers “a fin de defenderse de la tergiversación periodística”: no toleraban que los medios de comunicación los mezclaran con criminales informáticos.

Según Himanen, el verdadero hacker sería quien “programa de forma entusiasta”, un apasionado que comparte su propia pericia y, entre otras cosas, elabora software gratuito, abierto (al estilo de Linux y al contrario de los programas que venden corporaciones como Microsoft o Apple). El hacker detecta vulnerabilidades, sí, pero facilita el acceso a la información y a los recursos tanto como sea posible; es un revolucionario digital que tiende a la anarquía. Valora su tiempo, desprecia las corporaciones y el trabajo por dinero. Su capital es el respeto de los pares.

Ante un conflicto informático entre griegos y troyanos, un verdadero hacker aplicaría su talento en solucionarlo sin caballos tramposos ni virus. Colectivamente y sin mala fe, buscaría una solución creativa: clonar a Helena, tal vez, copiando su data genética para almacenarla en un disco duro compartido por Paris y Menelao. Y también por el resto de los mortales, incluidos otros hackers que podrían mejorar los resultados de esa misma solución, o incluso “retocar” la belleza de la propia Helena.

 

Antihéroes tecno-románticos

Muchos usamos la tecnología, pero la mayoría no comprendemos ni siquiera una pequeña parte de su metalenguaje. Saberlo todo sobre la tecnología lleva tiempo, concentración, aislamiento; el precio de ese conocimiento muchas veces es sufrir la inadaptación social, haber experimentado la marginación, el rechazo de los felices ignorantes.

El hacker —al menos en la ficción— siempre se presenta con un minicomponente de fracaso social y, por ende, tiene bastante de antihéroe. Ante el rechazo, se rehace a sí mismo en un mundo marginal donde prima un saber-hacer que le granjea respeto, le cura algunas heridas sociales y le devuelve la autoestima, le confiere una identidad, un poder y un propósito superior.

¿Anarquistas informáticos? ¿Nerds vengativos? ¿Justicieros marginales? ¿Exhibicionistas del código que, tras conseguir notoriedad, venden sus habilidades a las corporaciones? ¿Freaks, criminales, piratas? ¿Revolucionarios? ¿Un poco de todo? Hoy los hackers son nuestros antihéroes tecno-románticos. Pero, ¿románticos como caballeros andantes que ayudan a damas en apuros, o como piratas que las secuestran?

 

El hacker de Mr. Robot

El límite es dudoso porque, en cierto punto, las prácticas ideales de los hackers se superponen con las acciones criminales de los crackers. La serie Mr. Robot es un buen ejemplo de ese dilema ético, otra variante de la eterna discusión sobre si “el fin justifica los medios”. Queda claro que las categorías finalmente dependen del lado en que está cada quien (al fin y al cabo, Ulises también fue un héroe, aunque no para los troyanos).

Mr-Robot

[Atención: spoilers]. En el guión de Mr. Robot, el uso del actual contexto tecnológico y sus posibles aplicaciones me resultó infinitamente más interesante que el recurso del “narrador-no-confiable-porque-está-mentalmente-alterado” (éste, por demasiado visto y conocido desde El club de la pelea, hace que esa parte de la trama se vuelva previsible ya desde el tercer episodio).

Y sí, además de ése la serie tiene otros robos —V de Vendetta, American Psycho—, pero aun así creo que todos esos rip-offs están bien concertados entre sí para que digamos: ok, adelante, sigo mirando porque el asunto es interesante, róbame mi dinero (qué dinero, si la bajé).

Rami Malek realiza un trabajo impecable en la caracterización del protagonista, y la fotografía aporta al rectángulo de la TV varias composiciones que caen fuera de lo común.

 

Whitehats, blackhats y otros hackers del cine

Esa moral tan volátil y malinterpretable que se les atribuye a los hackers resulta en extremo seductora para incorporarlos a la ficción. La escala que los gradúa según sus intenciones va desde los de “sombrero blanco” —whitehats, cercanos al virtuosismo que planteaba Himanen en su libro—, hasta el extremo criminal de los crackers, o hackers de “sombrero negro” (blackhats).

Precisamente la última película de Michael Mann se titula Blackhat. En ella, Chris Hemsworth es un hacker convicto al que sacan de prisión para que ayude a desbaratar una red mundial de cibercriminales. La trama deriva hacia el thriller y Hemsworth —más conocido como Thor— está más cerca del héroe que del antihéroe tecno-romántico que todo hacker es; no logra incorporar el componente específico de inadaptación social del hacker tan bien como, por ejemplo, Noomi Rapace y Rooney Mara en sus respectivas interpretaciones de Lisbeth Salander, la inflamable protagonista de la saga Millenium, del sueco Stieg Larsson.

Noomi-Rapace-como-Lisbeth-Salander

En un vano intento de actualización, Duro de matar 4.0 introdujo a un joven hacker que realzaba a John McClane como héroe de acción de la vieja escuela: cero tecnología y puños. Uno que sabe y otro(s) que ignora(n): con la misma división, y si se amplía el rango de fantasía tecnológica, también pueden considerarse Matrix y Ghost in the Shell dentro del grupo de ficciones con hackers, o cuyos argumentos se basan en la lógica informática.

Entre los documentales, hay que mencionar al menos dos. We Are Legion (2012), sobre el trabajo y las creencias del colectivo “hacktivista” Anonymous; y el oscarizado e imperdible de Laura Poitras sobre Edward Snowden, Citizenfour (2014), un verdadero documento histórico sobre el espionaje informático en nuestros días.

 

Computer jockeys

Otra de ficción, clásica: Juegos de guerra. El personaje de Matthew Broderick no era estrictamente un hacker, sino un chico talentoso que lograba ingresar al sistema de una computadora militar; creyendo que era un videojuego, casi detonaba una tercera guerra mundial.

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La película es de 1983, y rezuma el espíritu de su época: no sólo por la amenaza de la guerra fría, sino también porque, por esas fechas pero en literatura, la figura del hacker y sus potencialidades se agigantaban con el arribo de la corriente cyberpunk a la ciencia ficción.

William-Gibson-Neuromante-Minotauro-tapa-duraFue sobre todo por William Gibson y su novela Neuromante (1985) que el hacker/cracker se coló al centro del imaginario ficcional del mundo. En Neuromante, Case es un computer jockey, un humano con implantes tecnológicos que le permiten conectarse directamente a la computadora y así ver el universo de datos como un paisaje. Fue en esta novela donde Gibson acuñó el término “ciberespacio”; el autor ensancharía este universo ficcional en Conde Cero y Mona Lisa acelerada.

Otro relato gibsoniano, “Johnny mnemónico”, pasó al cine con Keanu Reeves en el papel de un tipo que se alquila como disco duro externo: almacena data digital de la mafia japonesa en un implante cerebral. El relato está compilado en Quemando cromo (1986); el cuento que da título a ese libro también tiene por protagonistas a dos hackers: uno representa el software, y el otro —un cyborg—, el hardware.

Haruki-Murakami-El-fin-del-mundo-y-un-despiadado-pais-de-las-maravillasTambién en 1985, pero en un registro menos tecno —mucho más ligero, fofo y fantástico—, Haruki Murakami publicaba El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas. Una de las dos líneas argumentales entrelazadas en esta abultada novela tiene por narrador a un informático que (oh casualidad) almacena datos ajenos en su inconsciente. Será víctima de la lucha entre el “Sistema” estatal y el grupo clandestino de los “Semióticos”.

Un digno heredero de Gibson es Neal Stephenson. En 1999 publicó una novela considerada de culto para los hackers: Criptonomicón. Menos futurista que de actualidad tecnológica (deslizamiento en el que Gibson también fue pionero), sus 918 páginas abarcan buena parte de la historia de la criptografía, trenzando dos líneas temporales: una arranca en la Segunda Guerra Mundial, con hechos que hoy se han difundido gracias a El código Enigma, la película sobre Alan Turing; y la otra, en el presente, cuando unos jóvenes tecno-empresarios intentan crear un gigantesco reservorio de datos y dinero digitales en una isla cercana a las Filipinas. En castellano, la novela salió en tres tomos, cada uno con el nombre de un código: Enigma, Pontifex y Aretusa.

Neal-Stephenson-Criptonomicon-castellano-spanish

Aunque didáctico, el libro es exigente: muchas veces Stephenson no resiste la tentación de escribir “en difícil” (y no me refiero sólo a la terminología técnica).

Pola-Oloixarac-Las-constelaciones-oscurasAlgo parecido sucede en Las constelaciones oscuras (2015), de la argentina Pola Oloixarac: exploradores en 1882; hackers en desarrollo, nacidos en 1983; y por fin el año 2024, cuando se lleva a cabo desde Bariloche el proyecto de informatizar el ADN de millones de personas, con la posibilidad de trazar derroteros de vida y realizar un control total sobre la población. Con una prosa rebuscada que entrecruza jergas y referencias cultas, este tardío revival ciberpunk puede resultar tan interesante como agotador.

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Una versión corta de este artículo se publicó en La Voz (Córdoba, 1º de noviembre de 2015).

Franz Kafka: La metamorfosis, cien años

Kafka
Por Martín Cristal

Hice el siguiente gráfico divulgativo sobre La metamorfosis de Franz Kafka a pedido de “Ciudad X”, el suplemento de cultura del diario La Voz de Córdoba (Argentina). Se publicó el 15 de octubre, por los cien años de la primera edición de este libro extraordinario. [Clic para ampliar]
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infografia-kafka-metamorfosis-por-martin-cristal
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En la parte inferior del esquema figuran las principales fuentes consultadas. Además de los libros en papel ahí mencionados, también recurrí a otras fuentes digitales, que linkeo a continuación:


Otros textos que leí sobre Kafka y La metamorfosis, y que resultaron interesantes, aunque no los usé para el gráfico: