La revolución electrónica y La tarea, de William S. Burroughs

Por Martín Cristal

En las “lecturas recomendadas” de William S. Burroughs (1914-1997) nunca faltan El almuerzo desnudo; Yonqui; Marica (o con su título en inglés, Queer); su epistolario con Allen Ginsberg, Las cartas de la ayahuasca (o “del yagé”); su Trilogía Nova, de los sesenta, o bien la de los ochenta: la Trilogía de la noche roja.

No menos representativos, aunque no tan renombrados, son dos libros de no ficción publicados hace poco en la Argentina: La revolución electrónica y La tarea. Conversaciones con Daniel Odier. Ambos se publicaron originalmente a principios de los setenta —con agregados y modificaciones en reediciones posteriores— y son una buena puerta de entrada al ideario de Burroughs (quien no se expresó sólo en su obra escrita, sino también en colaboraciones en otras artes y en variadas intervenciones en el campo cultural).

Burroughs shooting by Jon Blumb

 

La revolución electrónica

William-Burroughs-Revolucion+Electronica-Caja-NegraEste texto se basa en el gran hallazgo teórico de Burroughs: el reconocimiento del arquetipo “virus” como forma básica de la sociedad de la información. Para el autor, el lenguaje es —literalmente— un virus, que afecta al hombre y su experiencia. A partir de ahí, glosa varias técnicas de manipulación mediática con base en la tecnología de su momento: filmadoras y grabadores de cinta abierta.

El imaginario de Burroughs está bien plantado en su tiempo: Watergate, el temor a la escalada atómica, el fantasma de las manipulaciones mediáticas subliminales, los experimentos secretos de la Agencia Central de Inteligencia durante la guerra fría… y otros rasgos por el estilo, sintetizables en una paranoia de campeonato.

Con esos elementos de su presente, Burroughs capta mucho del nuestro: intuye la esencia de los virus informáticos (y el concepto de “viralización”, tan activo hoy en internet); comprende la creciente manipulación de las noticias mediante su cuestionamiento revisionista o su edición, por ejemplo con el intercambio de fotografías y textos de distintas fuentes (algo similar a lo que vimos en la comunicación de los recientes disturbios sociales en Venezuela). “Cualquiera puede jugar” con estos recursos, dice Burroughs, anticipándose a nuestra era del “hazlo tú mismo”: fotos trucadas con Photoshop, remixes y mash-ups enYouTube, fanfictions en blogs, hoaxes en cadenas de correos…

Resulta esclarecedor el prólogo de Carlos Gamerro, que articula los diferentes momentos en la obra de Burroughs y analiza sus ideas clave. Entre ellas, postula que la revolución de Burroughs no defiende alguna ideología o facción política concreta, sino que propone un ataque general al “sistema” (otro término hoy fácil de relacionar con el de “virus”). Pero “¿quién utilizará estas técnicas?”, se pregunta Gamerro, y es pertinente: el manual revolucionario también podría ser contrarrevolucionario. Burroughs opone el Caos al Control. Sí, suena a parodia del Superagente 86, pero para el viejo Bill era un asunto mucho más serio.

Completa el volumen una entrevista realizada por Tamara Kamenszain en 1975, la cual capta la excentricidad del personaje y sintetiza varios vectores de su pensamiento.

 

La tarea. Conversaciones con Daniel Odier

William-Burroughs-La-Tarea-Cuenco-de-plataEn rigor, La tarea (The Job) contiene a La revolución electrónica y presenta un espectro temático más amplio (si bien no cuenta con los valiosos complementos aportados por Gamerro y Kamenszain en la edición de Caja Negra). Aunque La tarea es un libro-entrevista, no está construido sólo con las preguntas de Odier y las respuestas directas de Burroughs; éste se tomó la libertad de responder, en ciertos casos, intercalando algunos textos suyos que tocaban la cuestión planteada más extensamente, o con relatos que la ilustraban, o con comentarios personales a recortes de prensa que ejemplificaban su manera de pensar. Así el libro resulta elástico en su estructura, y contiene —como señala Ariel Dilon en la nota inicial— “todo el subtexto ideológico de sus novelas”.

Muchas veces Burroughs convence más por su propio convencimiento que por la expresión llana de sus teorías, las cuales no siempre se basan en materiales científicos, sino muchas veces también en datos pseudocientíficos y hasta esotéricos. Las fuentes de conocimiento más dudosas —incluida la cienciología— son igualmente consideradas por su inteligencia, de la que uno se pregunta si canaliza una lucidez total para comprender la realidad, o si son sólo arrebatos de clarividencia entreverados con un importante porcentaje de “quemazón” cerebral tras décadas de adicción a las drogas. En cualquier caso, Burroughs se las arregla para seguir siendo interesante.

¿Qué temas agrega La tarea a los ya mencionados de La revolución electrónica? Las adicciones como forma de control social; las drogas amplificadoras de la conciencia versus las sedantes, y su relación con la escritura; la (homo)sexualidad, el erotismo y la pornografía; su marcada misoginia, su descreimiento del amor; sus técnicas experimentales de escritura (como el cut-up); su renuencia a aceptar la etiqueta beat para sí; algunas consideraciones sobre otros escritores (Joyce, Beckett, Genet); la necesidad de demoler los conceptos de “familia” y “nación”; su reivindicación de la revolución violenta, precisamente para no llegar a la destrucción total prometida por la bomba atómica; los jeroglíficos egipcios en oposición al alfabeto occidental; y también la pena de muerte, la cultura libre, las posibilidades de la clonación… Todo eso y más, en un abanico articulado de paranoia y lucidez que nos llega desde otro tiempo para que comprendamos mejor el nuestro.

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La revolución electrónica, de William S. Burroughs. Ensayos. Trad. de Mariano Dupont. Caja Negra, 2009 [1970]. 89 páginas. | William S. Burroughs: La tarea. Conversaciones con Daniel Odier. Entrevista aumentada con ensayos y relatos breves. Trad. de Edgardo Russo y Ariel Dilon. El Cuenco de Plata, 2014 [1969]. 256 páginas. Recomendamos estos libros en “Ciudad X”, La Voz (Córdoba, 3 de abril de 2014). También hice una infografía sobre la vida y obra de Burroughs.

Mundo Anillo, de Larry Niven

Por Martín Cristal

Larry Niven, Mundo AnilloTerminé Mundo Anillo de Larry Niven (Los Ángeles, 1938) para confirmar que la vertiente hard de la ciencia ficción no es para mí. Sin duda es troncal en el género, pero hay algo en su insistencia sobreespecializada que me hace sentirla como la celosa guardiana de un gueto para entendidos.

Supongo que en adelante voy a buscar qué leer en el género no teniendo tan en cuenta la “chapa” histórica del autor, sino más bien el enfoque o el tema en sí (la space opera, por poner otro ejemplo, tampoco me interesa mucho, aunque la etiqueta tal vez sea demasiado abarcadora y difusa como para ser excesivamente rigurosos en este descarte).

En Mundo Anillo, novela ya clásica aparecida en 1970, un grupo de cuatro personajes emprende un viaje interestelar para explorar un anillo artificial de dimensiones colosales, que rodea a una estrella lejana. Es un mundo artificial creado por una antigua raza —los Ingenieros—, en una versión adaptada de una Esfera de Dyson. Los exploradores quieren averiguar sobre la cultura que creó y rigió este ringworld, cultura que parece haber visto su esplendor ya hace muchísimos años.

Empecé muy entusiasmado con la aventura que encara este grupo compuesto por Luis Wu, un humano bicentenario; Teela Brown, una joven humana con una suerte estadísticamente imbatible; y dos aliens pre-george-lucasianos: Interlocutor de Animales (de la raza kzinti, una especie de antepasado gatuno de Chewbacca) y Nessus (un titerote —puppeteer—, un bicho bastante más raro: tres patas, dos cabezas triangulares de pitón, un ojo en cada cabeza, labios como dedos, el cerebro en otra parte del cuerpo… por algún motivo, no podía dejar de imaginar su/s cabeza/s como la/s de un Jar Jar Binks demediado).
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Titerote de Pierson, por Kevin Bannister.

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Durante las primeras cien páginas —que podríamos resumir en “reclutamiento” y “viaje de ida”— mi entusiasmo inicial fue cediendo al irme pegando de frente contra los agobiantes arrebatos de didactismo en los que cae Niven. Licenciado en Matemáticas y Psicología (aunque también, según la solapa, “en la actualidad colabora con el Servicio de Seguridad Interior de Estados Unidos para prever y evitar amenazas futuras” [!]), el autor muchas veces se muestra más interesado en la física del viaje espacial que en los motivos de sus personajes para el viaje en sí… Cuando —los lectores lo sabemos de entrada— el viaje y los motores y las naves aquí no son más importantes que ese mundo al que los cuatro exploradores y nosotros mismos queremos llegar de una perra vez.

El arribo y el primer reconocimiento del Mundo Anillo, por supuesto, reviven el interés. Una de las claves del libro la da Teela, cuando dice: “Debe ser divertido poder esculpirse un mundo a la medida” (p. 115). Se refiere a los Ingenieros que crearon el Mundo Anillo, sí, pero también es un comentario de Niven sobre sí mismo. El tipo la pasó bomba inventando ese lugar. Y se nota.

La rigurosidad de Niven, que inicialmente aburre con motores y detalles técnicos del viaje espacial (asuntos que, seguramente, un año después de la llegada del hombre a la Luna habrán sido cruciales para cualquier narrador de CF dura), en lo referente al anillo en sí ya casi no molesta: este mundo es lo que hemos venido a ver, y dejamos que nos lo expliquen en detalle. Lo más sugerente de la novela es precisamente el Anillo en sí, la lógica de su forma, su ecosistema artificial y su paisaje, y ya no tanto la peripecia de los personajes sobre su superficie. Su aventura se vuelve nimia en relación al paisaje. Y la vía de escape de ese mundo, luego del accidentado “anillizaje”, bueno, tengo que decirlo: se ve venir a kilómetros (igual que los personajes todo el tiempo logran ver cosas a cientos de kilómetros de distancia, ¿cómo lo hacen?).

Así que lo que hace que valga la pena leer Ringworld es más que nada la lograda sensación de estar sí “en otro mundo”, tanto que promediando la lectura me daban ganas de dibujarlo. Después se me pasaron cuando vi que en Internet ya está lleno de dibujos, mapas y hasta animaciones… Esto me confirma que el paisaje del Mundo Anillo es inspirador (y que guglear puede matar el entusiasmo de más de un emprendimiento).

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Mapa interactivo en flash, por R. Dennis Antinori.
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En suma, Niven no me voló mucho la cabeza. (Y hablando de cabezas: está claro que los guionistas de Ridley Scott en Prometeo tomaron de Niven esa cabeza de piedra y la idea completa de la raza de los Ingenieros). Es más, por momentos el libro me aburrió bastante y estuve a punto de dejarlo. Pero el paisaje del Mundo Anillo es pregnante: creo que no lo olvidaré nunca, si bien esa pregnancia no me alcanzó para querer seguir con el resto de los libros de la saga.