El adversario, de Emmanuel Carrère

Por Martín Cristal

Hombre de familia

Emmanuel-Carrere-El-adversario“Yo no sé por qué, sargento, me lleva al destacamento, si somos una familia muy normal”: así ironizaban Charly García y Nito Mestre en su canción “Mr. Jones, o pequeña semblanza de una familia tipo americana”. La familia Romand no era americana, sino francesa; vivía muy cerca de la frontera con Suiza y, al contrario de los desquiciados Jones de Sui Generis, sí era bastante normal… excepto por el padre, Jean-Claude, que el 9 de enero de 1993 decidió borrar del mapa a tres generaciones de los suyos: mató a sus propios padres, a su mujer y a sus dos hijos (de siete y cinco años). Ni el perro se salvó.

Cuando supo del caso, el escritor Emmanuel Carrère (París, 1957) se encontraba terminando una biografía de Philip K. Dick titulada Yo estoy vivo y ustedes están muertos. A la manera de Truman Capote en A sangre fría, Carrère se interesó genuinamente por el criminal y sus circunstancias: se contactó con éste en prisión, lo entrevistó, siguió su juicio y así fue reconstruyendo la trama creciente de mentiras que Romand había sostenido contra viento y marea desde hacía dieciocho años, cuando le había hecho creer a todo el mundo que se había recibido de médico.

(No me queda del todo claro cómo pudo Romand haber terminado de fraguar ese engaño inicial referido a su título universitario. Entiendo la trampa administrativa y la mentira de los exámenes a familiares y compañeros de clase, pero ¿no hay acto de colación en Francia? ¿Entrega de diplomas? ¿Cómo evitó o superó esos compromisos, si es que existían?).

Los engaños, en todo caso, no se detuvieron ahí; al contrario, crecieron como una bola de nieve. ¿Qué extraordinaria presión interna llevó a Romand a mentir y a estafar durante la mayor parte de su vida para finalmente cometer crímenes tan atroces? El adversario de Carrère se dedica a pormenorizar datos y a articular posibles motivos, conformando un relato atrapante sobre la vida de este mitómano devenido asesino. Su densidad nunca afecta la destacable fluidez con que Carrère concatena hechos y reflexiones. El retrato psicológico del camaleónico Romand es certero y no tiene desperdicio.

El libro acaba de reimprimirse en la Argentina; en realidad salió en 2000 y pasó automáticamente a integrar la lista de ejemplos célebres en la corriente conocida como “no ficción”: narrativa testimonial, con un pie en las prácticas de la crónica periodística, donde los hechos son reales pero se presentan novelados. Dicho de otro modo, el estilo y la estructura —lo formal— es de novelista pero, antes que por la construcción de un verosímil, el texto se juzga por un “contrato” con el lector que es de tipo periodístico: leemos asumiendo que los datos en que se basa la novela no faltan a la verdad porque son fruto de una investigación prolija, honesta.

(Vale recordar que la mencionada A sangre fría, que suele machacarse como el libro que inauguró la “no ficción”, no es tal: Operación masacre de Rodolfo Walsh fue publicada casi diez años antes, en 1957).

Conociendo ya lo esencial del caso, ¿por qué todavía vale la pena leer El adversario? ¿Por qué no basta, por ejemplo, con recurrir a la película homónima de 2002, protagonizada por Daniel Auteuil? Porque la posición que toma Carrère como autor —su involucramiento con el tema— hace de estas páginas una experiencia que resulta intransferible a una mera sinopsis o a otras adaptaciones. Carrère descubre a Romand: duda, contacta, se arrepiente de contactar, interactúa, olvida, retoma, asume la posición, se entrega a fondo, intenta comprender sin juzgar pero a la vez tratando de dejar claro que no por eso convalida o perdona los crímenes (Carrère piensa en sus propios hijos). Razona, reconstruye, sintetiza, se sorprende, desconfía, repregunta, indaga, especula sólo cuando no puede ir más allá con la información que tiene.

Emmanuel-Carrere

Y más todavía: de un modo ejemplar, el autor también se autocritica al incluir lo que otros colegas y personas cercanas al caso piensan de su rol como biógrafo de un asesino. “[Romand] debe de estar encantado de que escribas un libro sobre él, ¿verdad?”, le recrimina una periodista que también cubre el caso. “En el fondo ha hecho bien matando a toda su familia, todas sus plegarias han sido atendidas. Se habla de él, aparece en la tele, van a escribir su biografía…”. Carrère asume el lado en que lo deja (mal) parado su labor incluso frente a los familiares de las víctimas.

El falso doctor Jean-Claude Romand, un Satán, adversario de Dios y matador de toda su familia, fue condenado a cadena perpetua con prisión firme de veinte años. Esto quiere decir que recién a los sesenta y un años de edad —o sea ahora, en 2015—, el asesino puede empezar a pedir la libertad condicional. Hay reimpresiones que son oportunas, no me digan que no.

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El adversario, de Emmanuel Carrère. No ficción. Anagrama, 2000. 172 páginas. Recomendamos este libro en “Ciudad X”, La Voz (Córdoba, 5 de noviembre de 2015).

Dos hermanos, de Milton Hatoum

Por Martín Cristal

Verdad tropical

Milton-Hatoum-Dos-hermanos-Beatriz-Viterbo-Editora-OKMilton Hatoum (Brasil, 1952) es descendiente de libaneses y forma parte de la legión de escritores que encuentran en la familia —en el relato o novela familiar— una usina para generar ficciones con base en aquello que mejor se conoce: un entorno íntimo, que sin embargo puede externarse si se lo transfigura, se lo recorta y se lo revisita de manera personal (léase “original”, si es que —como yo— se acepta una aproximación en ambos términos).

El ojo de ese huracán pequeño que es toda familia se vuelve eje del huracán mayor de la Historia, girando y despárramandose en todas direcciones sobre una geografía concreta: en el caso de Hatoum, la de su Manaos natal.

En su novela Dos hermanos, la fuerza centrífuga para ese movimiento es la potencia expresiva de una prosa con un decir caudaloso como río amazónico. En la corriente de su sintaxis amable flota un léxico de selva y de trópico que nos acerca a un verosímil exhuberante de peces y frutos, de igarapés y palafitos, de plantas con nombres sonoros. Nos habla de una ciudad cambiante, víctima de su propio progreso; de un país cambiante, víctima de la ambición de políticos y militares; y de familias decadentes, con taras que nunca cambian, familias que por ende se vuelven víctimas de sí mismas: alcanzan un grado máximo de amor en un fugaz instante de estabilidad, para luego asistir a un desmoronamiento de años cuyo único vestigio termina siendo una casa venida abajo.

En Cosmos, Carl Sagan utilizaba el ejemplo hipotético de dos gemelos con vidas y destinos diferentes para así desestimar la superchería de los horóscopos. Los dos hermanos del título en la novela de Hatoum son los gemelos Yaqub y Omar, y no podrían tener temperamentos más distintos. El primero es apolíneo: tímido, calculador, rencoroso, reservado, frío. Un cubo de hielo. El segundo es dionisíaco: bebedor y mujeriego, impulsivo, violento y extrovertido, ardiente. Puro fuego consumiéndose a sí mismo.

También los distingue la cicatriz de una herida que el segundo le hizo tempranamente al primero. Esa trinchera los separará para siempre, y se irá ahondando con los años en todos los frentes: el amor, los negocios, la política. El enfrentamiento de estos hermanos es presionado por el amor de Zana, una madraza a lo Pink Floyd, tan excesiva como asfixiante en el celo de sus hijos; es evitado (inútilmente) por el amor de Halim, el padre, amor que no es tanto para ellos como para Zana; y perseguido sin remedio por el amor de la hermana, Rânia, con su deseo que colinda con el incesto. En suma: demasiado amor para una sola casa. Lo dulce termina pudriéndose, el cariño enfermándose, y el rencor ocupa todos los espacios a medida que la muerte los va vaciando.

Milton Hatoum. Foto de Adriana Vichi, 2008

La dosificación que el autor hace de la historia es ejemplar. Sin mezquinar detalles, siempre queda algo pendiente, algo por decir o por contar. Hatoum no se apresura en revelar cosas que un escritor novato siempre querría contarnos en la primera página, como por ejemplo cuál es la identidad del narrador… porque hay más personajes viviendo en esa casa que “fue vendida con todos los recuerdos / todos los muebles todas las pesadillas…” (así lo recita Carlos Drummond de Andrade en el epígrafe inicial).

¿Suena a García Marquez? Un poco, tal vez, pero dejando fuera de la ecuación la parte “mágica” con la que el colombiano calificaba a su “realismo”. ¿Suena a telenovela brasileña de las cuatro de la tarde? No tanto, porque Dos hermanos evita el estereotipo for export de un Brasil “típicamente brasileño”: aquí la familia retratada es de origen libanés, lo cual no resulta un mero condimento, sino una mixtura profunda que particulariza al relato y lo aleja de esas coordenadas previsibles para nosotros. Sin embargo, lo sabemos, todo lo bueno es alcanzado por los tentáculos de la TV: ya existe un proyecto de miniserie en ocho episodios que Rede Globo produciría para 2015. Otra razón para disfrutar de la riqueza de esta novela antes de que Virginia Lago venga a explicárnosla cada tarde como si fuéramos subnormales (tanto nosotros como ella).

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Dos hermanos, de Milton Hatoum. Novela. Beatriz Viterbo Editora, 2007 [2000]. 288 páginas. Recomendamos este libro en “Ciudad X”, La Voz (Córdoba, 6 de noviembre de 2014).

La casa de hojas, de Mark Z. Danielewski (III)

Por Martín Cristal

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Mark-Z-Danielewski-La-casa-de-hojasOtro rasgo de La casa de hojas es el fuerte uso de la ironía, muchas veces centrada en desacreditar o poner en tela de juicio al propio libro, el cual contiene comentarios sobre sí mismo y hasta lineamientos de lectura; por momentos uno siente que Danielewski intenta orientarlo demasiado sobre cómo interpretar su propia obra.

Lo único que argumentalmente no me cerró del todo es que, habiéndose producido bibliografía tan abundante sobre El expediente Navidson en tan poco tiempo —lo cual habla del suceso que representa el descubrimiento de la casa—, Truant no sepa absolutamente nada sobre el documental ni sobre Ash Tree Lane desde antes de encontrar los escritos de Zampanò. Son hechos extraordinarios y no de un pasado remoto —no hay ni una década de diferencia entre los sucesos y el momento en que Truant se hace de los papeles del viejo—; y aunque todo sucedió en la costa opuesta del país, la abundancia de citas bibliográficas (no todas académicas) sugiere que el tema fue tratado en diversos medios a los que Truant podría haber tenido acceso. (Esto asumiendo que no sea todo una invención de Zampanó, con citas y todo).

Tampoco me convence el uso que Danielewski hace de la historia de la foto —tan conocida— de la niña africana y el buitre, para aplicársela a la biografía de Navidson. (¿Quizás en los noventa todavía no era una historia tan conocida? Siento que esa superposición debilita al personaje de Navidson).

Mark-Z-Danielewski

El libro se completa con una serie de apéndices a los que —con la debida excepción de las cartas de la madre de Truant— les caben las palabras de Cortázar en su temprano comentario sobre los libros VI y VII del Adán Buenosayres marechaliano:

“…podrían desglosarse […] con sensible beneficio para la arquitectura de la obra; tal como están, resulta difícil juzgarlos si no es en función de addenda y documentación; carecen del color y del calor de la novela propiamente dicha, y se ofrecen un poco como las notas que el escrúpulo del biógrafo incorpora para librarse por fin y del todo de su fichero”.

También se incluye un índice analítico muy útil para la relectura (con algunos chistes internos, como incluir entre sus entradas las palabras “no” o “etc.”).

Hay páginas que fluyen como agua, por centrarse en los hechos de la casa (o por tener muy poco texto en ellas); otras se empantanan por las exasperantes digresiones, por la minucia (o por la tipografía abigarrada). La lectura promedia así una resignada velocidad crucero. Es recomendable no dilatar ese pulso para disfrutar de cierta continuidad y percibir mejor la unidad del conjunto.

Quienes busquen hundirse en una experiencia de lectura diferente, que requiera de ellos constancia y una participación atenta, encontrarán en La casa de hojas el laberinto ideal para perderse: como la casa de Ash Tree Lane —y como los buenos libros—, esta novela también es más grande por dentro que por fuera. Para los demás lectores existe la primera línea del libro, un desafío irónico impreso en tipografía Courier, solito en una página blanca. Dice:
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Esto no es para ti. [*]

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[*] Epígrafe que recuerda al de Milorad Pavic en el Diccionario jázaro —otro libro borgeano y laberíntico, aunque de prosa y estructura más refinadas—. El de Pavic decía: “Aquí yace el lector que nunca abrirá este libro. Aquí está, muerto para siempre”. Ambos epígrafes funcionan como un aliento por el negativo: son desafíos lanzados al verdadero lector.

La casa de hojas, de Mark Z. Danielewski (II)

Por Martín Cristal

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Mark-Z-Danielewski-La-casa-de-hojasUna vez enfocado nuestro interés en la historia de la casa, el juego formal de la novela muchas veces nos pareció superfluo, o los ensayos sobre cualquier minucia, excesivos o innecesarios. La historia de Navidson y la casa de Ash Tree Lane es atrapante, tanto que por momentos la estructura elefantiásica del libro conspira contra ella al hundir su relato en un maremágnum de información periférica.

El oscilante relato exterior de Johnny Truant tiene sus momentos pero no es ni por asomo tan interesante como el de la casa; se vuelve exasperante tener que interrumpir el estudio de Zampanò acerca de El expediente Navidson para derivar otra vez por la mente confusa del lamentable Johnny. Por el contrario, otras veces lo exasperante es la minuciosidad obsesiva de Zampanò: en su estudio dilata tanto los acontecimientos narrativos de la casa que el argumento parece avanzar en cámara lenta. (En fin, no hace falta recordar que prácticamente todas las novelas de +500 páginas necesariamente tiene partes que son un embole…).

 

Borgeswski

Si Danielewski fuera hoy un joven escritor argentino buscando editor en nuestro país, estimo que varios rechazarían su novela por ser “demasiado borgeana”. Entre nosotros, esa influencia es muy evidente: narrativa fundida con ensayo, laberintos, espacios que sugieren la idea de infinito, puestas en abismo (incluso la muy cervantina de que el libro La casa de hojas aparezca dentro de la novela)…

Al lector iniciado en Borges le resultarán familiares esos tics; en algunos casos —por ejemplo, en el abundante uso de referencias bibliográficas falsas intercaladas con otras verdaderas—, incluso los sentirá transitados por demás (y no sentirá ni por asomo la necesidad de andar corroborando cada minucia). Borges aparece citado en algún epígrafe; también se ve su cara en uno de los collages del libro. (Y la de Poe, y en otro la de Jack London…).

Collage-DanielewskiBorges-Poe

Otra jugada borgeana: intercalar distintas series de referencias culturales que, en 2000, no podían constatarse tan rápidamente con Google o Wikipedia. Ese entramado de data externa (cientos de nombres y cabos sueltos diseminados por el autor) favoreció un culto alrededor del libro, fomentando una discusión incansable en foros de internet. Consultar hoy dichas exégesis puede resultar agobiador tras una lectura que, en sí misma, ya resulta extenuante. (Algo similar a esto comentábamos respecto de Contraluz de Pynchon).

¿Menospreciaría el malicioso Borges (en una cena en casa de Bioy) a su epígono Danielewski? Quizás diría de él lo mismo que dijo sobre Girondo: “como escritor, nunca contó mucho […]. Creo que a él le interesaba más la tipografía, la imprenta”. [*]

[Continúa en el próximo post.]

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[*] Citado de sus Siete conversaciones con Fernando Sorrentino. Creo que no todos los juegos tipográficos de Danielewski consiguen su efecto, y de hecho en muchas páginas la diagramación no se percibe como directamente relacionada con lo que se cuenta ahí mismo; en esos casos, todo resulta un tanto caprichoso y hasta pueril, como si en efecto MZD estuviera más interesado en sacarle el jugo al QuarkXPress (¿4.0?) que en narrar. En esos pasajes —no en todo el libro— uno piensa que la forma en Danielewski no pasa de un cambalache bastante desbalanceado si se lo compara, no tan arbitrariamente, con la perfecta armonía de un experimento narrativo como el Jimmy Corrigan de Chris Ware, novela gráfica compilada el mismo año en que se publicó La casa de hojas.

La casa de hojas, de Mark Z. Danielewski (I)

Por Martín Cristal

Más grande por dentro que por fuera

Mark-Z-Danielewski-La-casa-de-hojasLa casa de hojas, de Mark Z. Danielewski (Nueva York, 1966) demoró trece años en aparecer en castellano: supongo que nadie estaba dispuesto a asumir los esfuerzos de traducción y edición que supone publicar una novela así.

Finalmente salió en España —con gran interés de la crítica— gracias al trabajo de las editoriales Alpha Decay y Pálido Fuego (que seguirán editando otras obras de Danielewski). El solvente traductor es Javier Calvo. Llegamos al libro por la insistencia del amigo René López Villamar, quien lo comentó tempranamente con tanta pasión y conocimiento que acabó siendo el revisor de la maqueta en castellano.

Basta hojear sus 710 páginas para apreciar lo titánico de esta coedición. La casa de hojas es un libro de diagramación no convencional, intransferible —por ahora— al formato electrónico. Danielewski trastoca el género del terror y lo trasciende mediante una estructura y recursos visuales de corte experimental. Resulta inevitablemente posmoderno (y, quizás por eso, un tanto demodé) en su manera de licuar toda clase de variantes visuales: hay diferentes tipografías alternadas, según qué narrador escribe; hay párrafos invertidos, espejados, tachados, inclinados; hay cajas de texto con distintas formas, marcos, orientaciones y tamaños; hay páginas con una sola línea, y otras cargadísimas de letra enana; hay textos en braille, pentagramas musicales, esquemas, fórmulas físicas, guiones de cine, poemas, cartas, historieta, fotos, collages; hay tintas de colores (la azul, siempre, para la palabra “casa”, sin importar dónde aparezca ni en qué idioma).

¿Caprichos? A veces lo parecen (ya ahondaremos sobre esto más adelante), pero en la mayoría de los casos esas piruetas apuntalan el sentido de la historia, sintetizable en cuatro círculos concéntricos:

  1. Johnny Truant, un tatuador de Los Ángeles limado por las drogas y la vida, explora los papeles de Zampanò, un vecino viejo y ciego, que acaba de morir.
  2. Así como Truant se obsesiona con esos papeles, en ellos Zampanò dejó constancia de su propia obsesión: un documental, El expediente Navidson, sobre el que escribió un ensayo erudito, plagado de citas y referencias.
  3. El documental fue rodado años antes por Will Navidson, ex fotoperiodista, en una casa de Virginia a la que se mudó con su esposa e hijos. Su intención era recomponer un tejido familiar dañado, pero en el camino se encontró con que…
  4. …la casa de Ash Tree Lane evidenciaba una anomalía: algunas habitaciones resultaban más grandes por dentro que por fuera. Cuando en una de las paredes apareció una puerta hacia un amenazante pasillo negro (sin que por fuera la casa mostrase ninguna alteración), el documental de Navidson se volcó a la exploración de ese nuevo territorio, cada vez más extenso: un misterio oscuro, helado e insondable.

O bien, detallando un poco más la cosa…

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En resumen: notas erráticas y digresivas (de Truant) sobre un ensayo pormenorizado (de Zampanò) sobre un documental inquietante (de Navidson) sobre un lugar aterrador (la casa “de hojas”: una posible explicación para dicho apodo se encuentra en uno de los poemas de Zampanò). En esta mediación de fuentes sucesivas para el relato —y también en el supuesto registro documental—, la novela se relaciona con una película estrenada poco antes de su publicación: El proyecto de la bruja de Blair.

Si bien la estructura y sus artificios visuales atraen en primera instancia al lector, es la historia de la casa y su exploración la que interesa una vez que se ha superado la sorpresa formal. Sin embargo, la importancia de dichos experimentos no puede soslayarse: sin esa faceta crucial, La casa de hojas sólo sería una (llana) historia de terror más sobre el tópico de la casa “embrujada” o “encantada”.

[Continúa en el próximo post.]

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La casa de hojas, de Mark Z. Danielewski. Novela. Pálido Fuego-Alpha Decay, 2013 [2000]. Traducción de Javier Calvo. 710 páginas. Con una versión más corta de este texto —que acá en el blog continuará en dos posts más—, recomendamos este libro en “Ciudad X”, La Voz (Córdoba, 6 de febrero de 2014).

Desayuno por la tarde, de Andi Watson

Por Martín Cristal

Se buscan jóvenes con experiencia

Andi-Watson-Desayuno-por-la-tardeAndrés Calamaro contaba, en alguna de las 103 canciones de El salmón, que pasó por una época en la que, tras desintoxicarse y engordar, “desayunaba al mediodía”. Parece haber sido una época plácida, aunque breve (“cinco minutos de felicidad”). En cambio, en las 208 páginas de Desayuno por la tarde, el inglés Andi Watson (Yorkshire, 1969) plantea la sensación contraria: no es tan feliz desayunar después del mediodía si lo hacés porque perdiste tu trabajo y hace rato que no podés conseguir otro.

Esta historieta agridulce, enmarcable en lo que genéricamente se denomina slice of life —o “porción de vida”: narraciones realistas sobre el cotidiano contemporáneo— tiene un planteo inicial tan simple como efectivo. Rob y Louise son una joven pareja. Ya conviven y planean casarse pronto, pero entonces la fábrica en la que ambos trabajan hace un gran recorte de personal, debido a una renovación pero también por la crisis económica de la región (estamos en tiempos de Tony Blair). Ambos quedan en la calle. El futuro ya no parece tan claro como antes. Rob y Louise deberán salir a buscarse a sí mismos.

Se ha repetido hasta el hartazgo en todo tipo de manuales de empresa y superación personal que la palabra china para decir “crisis” está compuesta de dos caracteres que significan “peligro” y “oportunidad”. En lo dual de ese (inexacto) cliché de la sabiduría new age, se puede hallar el germen de las respectivas estrategias de supervivencia que encararán Rob y Louise. Él, poco flexible ante el cambio, se emperra en la negación y se entrega progresivamente a una peligrosa abulia, de corte depresivo; ella, con más cintura y ánimo, busca alguna solución, e incluso vuelve a estudiar, para aumentar sus posibilidades de encontrar un nuevo empleo. Lo interesante de la historia es lo que este forcejeo en direcciones opuestas hará con el proyecto y el amor de ambos. Otros ingredientes del temporal que deben capear es la presión social de los amigos y, más ampliamente, la de la sociedad de consumo.

Watson-Louise-and-Rob

Con trazo grueso y en blanco y negro —con un solo escalón intermedio de gris—, Watson consigue una atractiva síntesis geométrica para sus dibujos (algo de su búsqueda y sus intentos se pueden comprobar en los bocetos que completan las últimas páginas del volumen editado por Astiberri). Dicha síntesis condice con la del argumento: con escenas cortas y precisas, Watson consigue pintar el drama del desempleo, profundo aun en sociedades como la inglesa, que cuenta con paliativos estatales largamente establecidos para el problema.

¿Prevalecerá el amor por sobre la adversidad? Esto es lo que el lector quiere saber. Watson muestra interés por las relaciones de pareja también en otras de sus obras (como por ejemplo en Sed de noticias o Peleas de enamorados), pero en ninguna lleva los conflictos internos entre el hombre y la mujer al cruce con una realidad social tan urticante y palpable como en Desayuno por la tarde, lo que hace que esta historieta pueda considerarse, a la fecha, su obra más importante.

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Desayuno por la tarde, de Andi Watson. Historieta. Astiberri, 2006. 208 páginas. Recomendamos este libro en «Ciudad X», La Voz (Córdoba, diciembre de 2013).

Examen de residencia, de Eduardo Muslip

Por Martín Cristal

Sentido y sensibilidad

Eduardo-Muslip-Examen-de-residenciaEnfocada en los detalles, atenta, inteligente: así es la mirada de Eduardo Muslip (Buenos Aires, 1965), un autor que sitúa sus narraciones en la existencia cotidiana de Buenos Aires o el extranjero —usualmente Estados Unidos—, y también en los vericuetos de la vida universitaria.

En Examen de residencia, el libro donde Muslip reunió sus primeros relatos, las experiencias vividas por sus personajes se acoplan a reflexiones abiertas y constantes sobre el lenguaje, sobre cómo las palabras velan o revelan dicha experiencia (previa o presente). Sus narradores quedan definidos por el encuentro de esa atención exterior y ese riguroso razonamiento interior.

Dicho de otro modo: Muslip no le teme a las interpolaciones (esas reflexiones intercaladas en la acción del relato, algo de lo que otros autores huyen como si fuera una peste). Si esa estrategia discursiva funciona bien en Examen de residencia, es porque el autor nunca pierde de vista el tema de cada cuento: así, un pasaje interesante pero que en principio puede parecer una digresión o un comentario tangencial, al finalizar la lectura cristaliza como un ángulo más del tema tratado, otra manifestación de las manías y las obsesiones del observador/narrador.

Algunos de esos temas son las fobias a vencer antes de pasar a una nueva etapa (“Arácnido en tu pelo”); los viajes, los sueños y los simulacros (“Montevideo”); y sobre todo, la fugacidad del presente, la provisionalidad de las relaciones humanas. Esto último se percibe en cuentos como “Power Rangers”, “Examen de residencia” o “La playa”, y domina abiertamente en “Estela Muscari”, una exploración de las relaciones en la era previa a la llegada de las redes sociales. Lejos de avejentarlo, eso le agrega otra dimensión al relato: si bien en él no hay más que correos electrónicos y celulares, el pensamiento del narrador, aplicado a la lógica relacional de entonces, nos permite repensar nuestra convivencia actual con Facebook y Twitter. En otro cuento destacable —“Martha”, una pseudo Mirtha Legrand, objeto del deseo crucial para la trama— Muslip se prueba en el género fantástico, aunque sin mostrarlo de entrada (un poco a la manera de Elvio Gandolfo en Mujeres).

El estilo es reposado y reflexivo. Para garantizar la transparencia de sus conceptos Muslip no simplifica la sintaxis hasta el límite último de lo unimembre y lo insulso; por el contrario, prodiga variantes sin que su pulso se descontrole. Así, sus textos ofrecen un sentido hondo sin renunciar a una buena cadencia —hagan la prueba de leerlo en voz alta—. Esto, sumado al interés que provoca una mirada inteligente y aguda, motiva a seguir leyendo incluso más que la estructura o la construcción argumental de los relatos (aspectos que el autor tampoco descuida, por supuesto).

Otros libros de Eduardo Muslip disponibles en librerías cordobesas son Plaza Irlanda (2004) y Phoenix (2009). En ellos, el autor continúa destilando relatos controlados, con extensiones intermedias que van del cuento a la nouvelle.

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Examen de residencia, de Eduardo Muslip. Relatos. Simurg, 2000. 160 páginas. Recomendamos este libro en “Ciudad X”, La Voz (Córdoba, 3 de octubre de 2013).

Queremos tanto a Jimmy

por Martín Cristal

La mejor novela que leí en lo que va del año es una historieta: Jimmy Corrigan, el chico más listo del mundo (Jimmy Corrigan, The Smartest Kid On Earth, de Chris Ware; 2000). Digo que es una “novela” y también que es una “historieta” para no tener que recurrir al molesto rótulo de “novela gráfica”, aunque quizás éste sería el que, justamente, graficaría mejor el caso.

Me gustan las historietas (me gusta todo lo que viene a narrarme algo). En algunos casos las admiro por la invención de la trama; en otros por la calidad del dibujo; si ando con suerte, me cautivan las dos cosas (y si esos dos aspectos cautivantes además provienen de una misma persona, directamente me prosterno ante semejante manifestación de talento). En general me interesan, me divierten o me entretienen; pero conmoverme con una historieta, sólo me había pasado hasta ahora con una sola: Maus, de Art Spiegelman (1991). Lo atribuyo —sólo en parte— a que la obra maestra de Spiegelman tiene el terrible telón de fondo de la shoá, lo que hace que algunas de sus situaciones me hayan resultado particularmente estremecedoras. También, claro, a que no he leído tantas historietas como quisiera.

Jimmy Corrigan no cuenta con un trasfondo así ni se centra en esos “grandes temas” nacionales o históricos; y sin embargo, con su maestría formal y su sensibilidad en la construcción de un personaje querible y vulnerable, Ware terminó conmoviéndome tanto o más que Spiegelman con Maus. (Esta comparación quizás sea improcedente para el arte de la historieta, pero no lo es para mi historia como lector de historietas).

De una breve escena inicial —absurda, perfecta, tragicómica y triste—, situada durante la niñez de Jimmy, pasamos en rápida elipsis a su adultez. Un trabajo alienante, un departamento solitario, una madre que lo asfixia con llamados telefónicos y un padre ausente son los bordes de la existencia de este tímido y retraído Jimmy, de treinta y seis años (aunque aparenta más). La ciudad de Chicago es el entorno que poco a poco irá cobrando importancia para la narración, la cual arranca de verdad cuando Jimmy recibe una carta de su padre y tiene que volar para reencontrarse con él en la pequeña localidad de Waukosha.

JimmyC
Podríamos hablar del dibujo, preciso, de líneas cerradas, claro y sintético (muy distinto al que Ware despliega cuando no hace historietas); o de los textos, que presentan momentos de gran lirismo (“y a pesar del imborrable consuelo de esos dedos agrietados acariciando su pelo…”) o aparecen sólo en la forma de nexos gigantes (“luego”, “pero”, “y así”…) que articulan los dibujos y trabajan en un mismo nivel con la sintaxis de éstos. Sin embargo, si se quiere elogiar en forma unificada el trabajo logrado por Ware, habrá que generalizar un poco y decir que el principal rasgo de Jimmy Corrigan es la manera inteligente de confiarle ese conjunto al lector, o mejor dicho: la manera de confiar en que el lector es inteligente.

Nada de ponernos la papa en la boca. Esta historieta no nos regala nada: hay sorpresivos saltos cronológicos; hay un juego de entradas y salidas entre el mundo real y el mundo interior de Corrigan, puertas vaivén cuyas bisagras no siempre advertimos a tiempo; hay símbolos recurrentes —los duraznos, un pajarito, un caballito de juguete— que poco a poco se van cargando de significados posibles, nunca unívocos; hay mensajes cifrados; hay referencias que se nos presentan por adelantado y cobrarán sentido varias páginas después; hay escenarios que se nos muestran en forma de figuritas; hay juguetes para recortar, plegar y armar en 3D; hay complejos diagramas que dan cuenta de la genealogía completa de la familia Corrigan; y hay mucho, pero mucho más.

La sumatoria de estas variadas estrategias visuales hacen de Jimmy Corrigan, el chico más listo del mundo una verdadera joya que demuestra —para quien precise esa demostración— las posibilidades expresivas de este arte. Esto no es un mero storyboard para cine, sino una tremenda historieta: a todas las estrategias mencionadas hay que sumarle además el layout de cada página —la disposición de los cuadritos—, que va variando de acuerdo a lo que haya que contar sin caer jamás en el caos. Cada página es una unidad en sí misma. No hay una retícula fija sobre la que va sucediendo la historia, sino una gramática visual rica y variada, meticulosa, a veces enfocada en transmitir los hechos de la historia y a veces en expresar los sentimientos o fantasías interiores del ojeroso Jimmy, mientras éste va reconstruyendo la historia de su familia.

Es justamente toda la familia Corrigan la que termina como gran protagonista de esta historieta, reafirmando aquello de que muchas veces lo que una autor narra es en el fondo una novela familiar: la suya. El propio Ware vivió una situación similar a la de Jimmy con su propio padre durante la realización de esta obra. La historieta de Ware se extiende por las vidas de cinco generaciones de Corrigans, a lo largo de 386 páginas dibujadas en un lapso de siete años.

A Ware —se nota— le importan de verdad sus personajes. Los estima, y no subestima a los lectores. Ambas cosas son menos frecuentes de lo que uno quisiera, y dignas de agradecerse. Jimmy Corrigan, el chico más listo del mundo es una obra maestra que sorprende y conmueve al contar una historia personal de un modo personal. A nada más alto puede aspirar un narrador.

Ware