La historia de las cosas, de Annie Leonard

Por Martín Cristal

Planeta no retornable

Annie-Leonard-La-historia-de-las-cosasAnnie Leonard (Seattle, 1964) viajó durante diez años por el mundo como activista de distintas agrupaciones ecológicas, hasta que entendió que los múltiples maltratos al ambiente del planeta no debían ser combatidos aisladamente, sino con una mirada integral. El punto de confluencia para problemas tan diversos lo encontró en la llamada “economía de los materiales” (el sistema de producción, consumo y desecho de los bienes). En 2007 condensó sus conclusiones en un video didáctico de 20 minutos, titulado The Story of Stuff, el cual ya fue visto por millones de personas.

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El video funciona como llamado de atención y suscinta declaración ideológica. Los conservadores norteamericanos señalaron a Leonard como una “Marx con cola de caballo”; muchas otras personas, en cambio, quisieron saber más, y así llegó el libro: La historia de las cosas, una argumentación pormenorizada que sustenta las ideas del video, avalada por una abrumadora cascada de fuentes y datos (referenciados en más de 700 notas al pie).

El razonamiento inicial de Leonard es tan sencillo como alarmante:

  1. La mayoría de nuestras cosas transita por un sistema lineal de cinco etapas (Extracción, Producción, Distribución, Consumo y Desecho);
  2. aplicamos ese sistema en un planeta con recursos naturales limitados;
  3. ningún sistema lineal puede aplicarse indefinidamente a un conjunto limitado de recursos.

Conclusión: la tendencia actual es insostenible. Algunos recursos naturales sí son renovables, pero desde hace casi treinta años que venimos “sobregirando” la cuenta: cada año consumimos más temprano todo lo que la Tierra podría regenerar en ese mismo año. Según Global Footprint Network, al “presupuesto” de recursos planetarios para 2014 ya nos lo liquidamos en los primeros ocho meses. Es decir que hoy, al año, consumimos los recursos producidos por el equivalente de 1,5 Tierras (el 0,5 sobrante proviene, por ahora, de los recursos preexistentes).

Las cinco partes del libro se corresponden con las cinco etapas del sistema. El panorama de la Extracción es el más previsible: tala indiscriminada, petróleo sucio, minería venenosa, todo casi siempre en condiciones de trabajo insalubres para la población local, usualmente explotada y expoliada.

Para ilustrar la etapa de Producción, Leonard hace un seguimiento de algunos productos cotidianos. El derrotero de una remera de algodón, de un libro, de una computadora o de una lata de gaseosa revelan procesos sucios o cuestiones como la “huella hídrica” (la forma en que un país A “se toma” el agua de un país B mediante los cultivos y las fábricas que instala en él); o evidencian el absurdo de hacer latas descartables que son más caras y difíciles de fabricar que la gaseosa que contienen; o informan sobre la toxicidad del PVC y los “retardantes de llama” —sustancias químicas que se agregan a los materiales para demorar que se prendan fuego—; o señalan los alcances del reciclado y la forestación responsable FSC-Certification(un detalle de la edición: tiene el sello “FSC” del Consejo de Administración Forestal, el cual certifica que el papel del libro proviene de bosques gestionados responsablemente. Además es reciclable, no fue hecho con cloro y fue impreso con tintas vegetales).

La Distribución es más intrincada que nunca en esta era de shoppings cercanos y maquiladoras distantes; el seguimiento sólo es posible mediante poderosos sistemas informáticos. Para ejemplificar su frenesí, Leonard se vale de tres casos paradigmáticos: una tienda suiza de ropa (H&M) y nuestros conocidos Wal-Mart y Amazon.

Los ejemplos de la etapa de Consumo son tomados de la meca del capitalismo, Estados Unidos. Hipermercados, tarjetas de crédito, obsolescencia planificada, moda y publicidad: todo está diseñado para acelerar el ciclo de compras y aumentar el volumen de nuestra basura.

En cuanto al Desecho, Leonard nos recuerda que por cada kilo de basura doméstica, se produjeron previamente entre 40 y 70 kilos de basura industrial. Enterrarla conlleva riesgos y un espacio que nadie quiere cerca; por eso hay corporaciones que exportan su basura, tirándola en otros países. ¿Incinerar? De lo peor, devuelve los elementos tóxicos al aire. ¿Reciclar? Es bueno, pero sólo como última opción: lo ideal, sostiene Leonard, sería desechar menos. Además muchas empresas cacarean sus reciclajes como una excusa para no encarar cambios más profundos.

Hay que cambiar de paradigma, dice Leonard. Rediseñar productos teniendo en cuenta no sólo su consumo, sino también las otras etapas (extracción, desecho). Usar menos recursos. Reutilizar. Prestar y pedir prestado. Querer menos cosas. Propone que activemos menos como consumidores y más como ciudadanos, defendiendo nuestros derechos a la salud y al bienestar de nuestras comunidades. Además de acciones individuales, propone (con ejemplos) la organización y el activismo colectivo: formas más efectivas de influir en quienes toman las grandes decisiones, nacionales o globales.

Superando el pesimismo que destila el análisis de la situación, Leonard afirma sus esperanzas en “la certeza de que existen sistemas alternativos” y de que “si hay suficiente cantidad de gente que quiere cambiar, juntos podemos trazar un camino distinto”.

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La historia de las cosas, de Annie Leonard. Ensayo sobre política ambiental. FCE, 2010. 392 páginas. Recomendamos este libro en “Ciudad X”, La Voz (Córdoba, 4 de septiembre de 2014).

Dos novelas del narco mexicano

Por Martín Cristal

Ante el desbordado saldo de muertes relacionadas con el narcotráfico en México (del que en buena parte también es responsable el ex presidente que le declaró la guerra: no se apagan incendios con gasolina), resulta lógico que varios narradores de ese país hayan enfocado el tema en sus ficciones. Elmer Mendoza, Juan Villoro, Daniel Sada, Sergio González Rodríguez y hasta Carlos Fuentes son algunos de los que dieron cuenta, cada uno a su modo, de distintos aspectos de esta delicada situación social, económica y política, que ya sobrepasa lo coyuntural para ser, llana y tristemente, una faceta cultural más de México.

Se ha querido acuñar el término “narcoliteratura”, lo que quizás sea un exceso, ya que en todo caso son apenas algunos rasgos temáticos comunes los que se aglutinan, y no necesariamente una forma narrativa o un estilo. El término, sí, funciona como una etiqueta comercial rápidamente asimilable para el mercado exterior. Y es que el narcotráfico como tema literario ha interesado más allá de las fronteras mexicanas: por ejemplo, las dos novelas breves que recomendamos aquí, se consiguen en librerías de Argentina por la vía de ediciones españolas.

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Trabajos del reino, de Yuri Herrera

Yuri-Herrera-Trabajos-del-reinoEsta novela breve de Yuri Herrera (Actopan, 1970) narra en tercera persona pero desde el punto de vista de un cantante de corridos, esa música popular del norte mexicano que, en sus letras, es el cantar de gesta del narco y sus antihéroes (o como la define Herrera: “…no son canciones para después del permiso, el corrido no es un cuadro adornando la pared. Es un nombre y es un arma”). Este Artista —Herrera elige nombrar a sus personajes por el arquetipo que representan— se pone al servicio de un Rey del narco para difundir sus proezas y las de sus aliados. A cambio de sus epopeyas de acordeón y redoblante, el bardo recibe dinero, alojamiento, comida y hasta la posibilidad de grabar: todo lo que jamás tuvo, al menos nunca a granel y con tanto lujo. Ahora lo tiene por trabajar para este Reino, en el que enseguida descubrirá cuán inestable es el equilibrio entre traiciones y deseos prohibidos. Bajo el ala del Rey no se pueden cometer errores.

Destaca el uso del lenguaje por parte de Herrera (algo que Fogwill supo elogiarle): en esta novela es lírico —ciertas páginas incluso parecen poemas—, pero a la vez tiene una fuerte raigambre oral mexicana, sin excesos, en un balance muy bien logrado. El lector argentino no familiarizado con la vertiente mexicana del idioma quizás pueda acusar que el sentido de algunas frases se le escapa; insisto en que el sazón del texto está precisamente ahí, y que no por esa nimia dificultad debería soslayar este excelente libro (además, en esta era digital todo lo que uno no entiende puede guglearse más tarde).

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Fiesta en la madriguera, de Juan Pablo Villalobos

J-P-Villalobos-Fiesta-en-la-madrigueraEn lo escritural, la primera novela de Juan Pablo Villalobos (Guadalajara, 1973) va hacia el lado opuesto: simplifica al máximo la cuestión del lenguaje mediante la asignación de la voz del relato a un narrador de corta edad, lo que la hace de digestión más rápida y para todo público. Tochtli es hijo de Yolcaut, un poderoso narcotraficante; con la ingenuidad de su mirada, que a veces pone al relato cerca de la fábula infantil (aunque matizada con toques de esa rara madurez que Salinger le atribuía a los niños en sus cuentos), Tochtli va dando cuenta de la vida que lleva, aislado en la mansión desértica de su padre.

Uno de los caprichos de este principito es obtener, para su zoológico privado, un hipopótamo enano de Liberia, animal en vías de extinción que sólo puede conseguirse en África (en el zoo de la novela de Herrera, el animal-emblema es el pavo real). Claro que ningún deseo es imposible para el hijo de un hombre como Yolcaut. La gracia de la novela de Villalobos reside en que el lector infiere del relato cándido de Tochtli todo el mundo opresivo y violento que lo rodea. La persistente inocencia del niño es un milagro entre toda esa sangre. Una sangre que todavía se derrama y espanta y da que hablar, tanto en México como en el resto del mundo.

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Trabajos del reino, de Yuri Herrera. Novela. Periférica, 2008 [2004], 128 páginas. | Fiesta en la madriguera, de Juan Pablo Villalobos. Novela. Anagrama, 2010, 112 páginas. Recomendamos estos libros en “Ciudad X”, del diario La Voz del Interior (cuyo manual de estilo insiste en cambiarme las X por J cuando escribo «mexicanos» o «mexicanas»). Córdoba, 6 de marzo de 2014.

August Eschenburg y Risas peligrosas, de Steven Millhauser

Por Martín Cristal

Instrumentos de precisión fantástica

Steven-Millhauser

Puede que hoy sea más rápido ubicar a Steven Millhauser (Nueva York, 1943) por ser el autor del relato en el que se basó la película El ilusionista que por trabajos anteriores como su novela Martin Dressler —ganadora del Pulitzer— o el tríptico Pequeños reinos (ambos libros publicados en castellano por la editorial Andrés Bello). Si se lo busca actualmente por las librerías argentinas, pueden encontrarse al menos dos obras más: la novela breve August Eschenburg (Interzona, 2005) y los cuentos de Risas peligrosas (Circe, 2010).

Steven-Millhauser-August-Eschenburg Millhauser sitúa muchas de sus historias en el salto del siglo XIX al XX. El fervor cientificista y los recursos técnicos de esa época le permiten imaginar toda clase de invenciones de corte steampunk (como se le llama a la corriente de la ciencia ficción cuyo imaginario se despliega desde esa “era del vapor”). August Eschenburg, por ejemplo, es la historia de un alemán de esos años que sobresale por la construcción de muñecos mecánicos, autómatas capaces de movimientos cada vez más delicados. Su habilidad sorprende al público,
al menos mientras éste no se distrae con las otras novedades que ofrece la época. Con bella precisión, Millhauser nos hace meditar sobre las diferencias entre arte y artesanía, sobre lo efímero del interés social dispensado a ciertas prácticas, sobre el gusto estético como una construcción colectiva y mutante, prisionera de su tiempo, y también sobre la amenaza permanente del fracaso y el sinsentido vital. El libro integra la colección Línea C, dirigida por Marcelo Cohen, quien también se ocupó de traducirlo.

Steven-Millhauser-Risas-PeligrosasSi bien es más reciente, Risas peligrosas quizás sea más difícil de conseguir. Abre con “El ratón y el gato”, un cuento muy distinto del resto; en él, Millhauser le inyecta un hálito reflexivo a las habituales rencillas entre Tom y Jerry. La Parte II, “Actos de desaparición”, reúne cuatro historias que transcurren en la actualidad. La más memorable es “La desaparición de Elaine Coleman”. Apartado del triste y ominoso sentido histórico que la palabra “desaparición” tiene en la Argentina, el cuento propone que la presencia de los otros es una construcción de la que todos somos responsables: nuestra pertinaz indiferencia podría erosionar la existencia de una persona. También se destacan el cuento que titula al conjunto, donde la potencia de la risa es explorada como una moda pasajera entre adolescentes, y el impecable “Historia de un trastorno”, que desnuda lo inútil del lenguaje para dar cuenta de la profunda vastedad de lo real, un poco como lo hacía el Funes borgeano.

Borges y también Calvino sobrevuelan la Parte III, “Arquitecturas imposibles”. La pueblan los extremos de lo enorme (cúpulas que cubren ciudades enteras, o torres babélicas construidas por varias generaciones de obreros)[*] y de lo pequeño (las obras infinitesimales del maestro miniaturista de un antiguo reino, o los ínfimos detalles que cuidan unos “duplicadores” que, a diario, reproducen los cambios de una ciudad entera en otra cercana e idéntica).

La última parte, “Historias heréticas”, vuelve al siglo XIX y a personajes como Eschenburg: miembros de una Sociedad Histórica que intentan conservar cada bagatela del presente en aras de su futuro estudio; un precursor del cine que no consigue el movimiento mediante la fotografía, sino con la pintura; un grupo de científicos que intenta perfeccionar una máquina que reproduzca hasta las sensaciones táctiles más finas…

Es el amor por los detalles lo que caracteriza la prosa de Steven Millhauser. Esa atención por lo preciso y lo exacto incluso se vuelve su tema en aquellos relatos donde los personajes destilan una obsesión similar por la minucia trabajada y pulida hasta la locura, aunque luego descubran que sus empresas conducen a callejones sin salida.

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Risas peligrosas, de Steven Millhauser. Relatos. Circe, 2010. 288 páginas. | August Eschenburg, de Steven Millhauser. Nouvelle. Interzona (Línea C), 2005. 98 páginas. | Con una versión más corta de esta reseña, recomendamos ambos libros en “Ciudad X”, La Voz (Córdoba, 6 de junio de 2013).

 

[*] Este cuento, «La torre», nos recordó inevitablemente a otro cuento de Ted Chiang, «La torre de Babilonia» , el cual preferimos sobre el de Millhauser.

La comemadre, de Roque Larraquy

Por Martín Cristal

Ciencia y arte, cabeza a cabeza

La-comemadre-Roque-LarraquySi todo cerebro es un díptico en el que
una mitad se ocupa del raciocinio y la otra de la creatividad, y si sus interconexiones producen el pensamiento —eso que para Descartes señala la propia existencia—, entonces se puede decir que La comemadre de Roque Larraquy (Buenos Aires, 1975) existe como un cerebro: un órgano dividido en dos partes, una ligada a la investigación científica, y la otra, a la búsqueda artística. Puede objetarse que los científicos también deben ser creativos y que los artistas también son (quien más, quien menos) racionales. Es así, pero incluso con esa contaminación el símil persiste y hasta se fortalece, ya que esos cruces también unen los dos hemisferios que integran la novela de Larraquy.

La primera parte transcurre en un sanatorio bonaerense, en 1907: un grupo de médicos, positivistas desaforados, se propone un experimento macabro que supone mentiras a los pacientes y —horror— decapitaciones. La segunda parte, en 2009, releva la vida de un artista contemporáneo que —horror— materializa sus obras con partes de cuerpos humanos. Incluido el suyo.

No es una mera yuxtaposición de dos relatos independientes (es decir, no estamos ante un ser de dos cabezas, aunque en la novela aparezca uno), ni dos variaciones del mismo relato (es decir, no son dos hermanos con un mismo nombre, aunque en la novela los haya, ni dos hombres sin parentesco pero casi idénticos, aunque en la novela, etcétera), sino un sólido e inteligente relato con un concienzudo trabajo de interrelaciones entre dos partes que componen un mismo ser.

Cerebro-Pato

Pero analizar es separar. Así que separemos —aquí sin guillotinas— las cabezas de los cuerpos: a fin de cuentas, en ambas partes de La comemadre, los cuerpos resultan descartables. Se piden (incluso abiertamente, si son para la Ciencia; si son para el Arte, los pedidos deberán disfrazarse de científicos) para después usarse y finalmente ser entregados a fosos o a extrañas larvas que equiparan ciencia o arte con mafia.

Quedan sólo las cabezas: en ellas, Larraquy sospecha el reservorio último de la identidad. Por eso un personaje se pregunta: “¿Una cabeza cercenada, sigue siendo Juan o Luis Pérez, por decir algún nombre, o es la cabeza de Juan o Luis Pérez?”. Por eso otro está obsesionado con la frenología. Por eso toda alteración quirúrgica facial es en el fondo una alteración de la persona en sí (esa máscara indicada en la etimología del término persona).

Podrá señalarse que la prosa de La comemadre a veces está demasiado pendiente de sorprender en cada frase, o que en alguna aparezca la sombra de un Borges procesado pero distinguible. Preferibles esos riesgos a aquellas prosas que, por miedo a meter la pata, nunca se atreven a variar nada. Es cierto también que las voces de ambas partes, necesariamente distintas, no llegan a separarse del todo; sin embargo, la diferente óptica —científica pretérita o artística contemporánea— con la que se encara el mismo uso desapasionado de los cuerpos logra particularizarlas con suficiencia (amén de que el narrador de la segunda parte deja ver que leyó el texto de la primera; lo conoce, por lo que no sería casual ni mágico que él conforme su propio relato con palabras muy significativamente tomadas del otro. Todo cabe dentro del arte).

La comemadre de Roque Larraquy es una de esas primeras novelas que llevan a apuntar mentalmente el (sonoro) nombre de su autor, para estar atentos a la publicación de sus siguientes obras.

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La comemadre, de Roque Larraquy. Novela. Entropía, 2010. 146 páginas. Con una versión algo más corta de esta reseña, recomendamos este libro en “Ciudad X”, La Voz (Córdoba, 2 de mayo de 2013).

Las batallas en el desierto, de José Emilio Pacheco

Por Martín Cristal

El siguiente es el libro que recomendamos en el Nº 15 de la revista Ciudad X (septiembre de 2011).

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“Voy a guardar intacto el recuerdo de este instante, porque todo lo que existe ahora mismo nunca volverá a ser igual”. Esto piensa Carlos, el protagonista, en un pasaje crucial de Las batallas en el desierto. En ese momento, Carlos es un chico de ocho o diez años; ahora es el hombre mayor que nos narra aquella historia, y hay que reconocer que su memoria del México de fines de los cuarenta es nítida y consistente.

Remebranza vívida de una ciudad y una infancia perdidas, esta novela corta de José Emilio Pacheco (1939) es un exitoso intento de volver a ser niño —como quería Korczak— para batallar otra vez en el desierto de un patio de escuela. También es una forma de volver a enamorarse por primera vez. El primer amor es lo que congrega los recuerdos de Carlos, una memoria urbana hecha de nombres de autos, anuncios comerciales o la “Obsesión” por un bolero. Muchos de estos indicios son reconocibles como marcas de época; otros se centran en la demarcación de lo local: más que el tiempo, nos señalan el espacio de la Ciudad de México. También se infiltran las antiguas (las persistentes) moralinas, las diferencias de clase y de origen: entre capitalinos y provincianos, o entre mexicanos y extranjeros.

La prosa es impecable, viva prueba de que, para tener ritmo, las frases cortas y secas no son la única opción disponible; la variedad sintáctica puede ser mucho más efectiva. Lo que hay que manejar es la cadencia, y Pacheco (Premio Cervantes en 2009) la domina como el reconocido poeta que es. Incluso las enumeraciones —de películas, de revistas, de programas de radio— suenan perfectas en el orden que el autor les asigna. No es entonces sólo la brevedad de esta novela la que puede llevarnos a leerla en lo que duran una tarde y dos cafés, sino la hipnosis producida por el depurado oficio de un poeta que, esta vez, eligió narrar. Pacheco no nos cuenta una historia de amor ambientada en los años cuarenta del DF; nos cuenta los cuarenta y el DF, condensados en una historia de amor. Eso hace de Las batallas en el desierto una gran novela corta, y no un muy buen cuento largo.

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Las batallas en el desierto, de José Emilio Pacheco. Novela. Tusquets, 2010.
(Publicada originalmente en 1981).

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PD1. .

PD 1. Sobre esta novela, recomiendo leer también este texto reciente de Eduardo Huchín Sosa.

PD 2. De yapa: un perfecto fanmade video de Gabriella Pérez para «Las batallas» de Café Tacvba, canción basada en la novela. El video está armado con escenas de la película Mariana, Mariana (Alberto Isaac, 1987), que también se basa en el texto de Pacheco.

Por dentro todo está permitido, de Jorge Baron Biza

Por Martín Cristal

La editorial Caja Negra ofrece una impecable recopilación de cuarenta textos que Jorge Baron Biza (1942-2001) publicó mayoritariamente en medios gráficos cordobeses. La selección es de Martín Albornoz, quien también aporta una interesante presentación del autor; al cierre hay otra semblanza, más breve y sentimental, escrita por Marcelo Scelso. El caprichoso título del libro proviene de un subrayado hecho por el propio Baron Biza en su ejemplar de Viaje al fin de la noche, de Céline.

El libro se divide en tres secciones —“Reseñas”, “Retratos” y “Ensayos”—, organización que diferencia sobre todo la forma de los textos; sin embargo, a los fines del siguiente inventario, el contenido de las 208 páginas del libro podría subdividirse por tema, lo que resultaría en la siguiente categorización: […]

Seguir leyendo en El lince miope

En el aire, de Graciela Speranza

Por Martín Cristal

El siguiente es el libro que recomendamos en el Nº 8 de la revista Ciudad X (febrero de 2011).

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En el aire retoma los personajes de Oficios ingleses, la novela anterior de Graciela Speranza. Bruno es un ilustrador argentino que vive en Inglaterra; mientras soporta los tormentos consentidos de un vuelo en clase turista, se evade escribiendo apuntes sobre unas fotos que le envío su madre. En ellas se ven unas piezas de herrería artística, propiedad de su familia. El ilustrador invierte su dinámica habitual y esta vez transforma imágenes en palabras. Describiendo y evocando, Bruno devela pistas sobre su historia personal y familiar, y medita sobre ese territorio fronterizo o superpuesto entre arte y artesanía (u oficio).

Speranza se asemeja a Sebald en su modo de intercalar narración y ensayo. Ambos autores se regocijan en la observación minuciosa y el pensamiento analítico, si bien Sebald prefiere las oraciones largas y cierto desorden sintáctico controlado, mientras que la prosa de Speranza es “suelta y precisa”, tal como ella misma autodefine —sin pudor alguno— a través de su protagonista.

La primera parte del libro abarca el vuelo Londres-Nueva York; la segunda, el vuelo de regreso, donde todo lo visto por Bruno en Manhattan orienta sus reflexiones hacia el arte contemporáneo. Se detiene en artistas como Vija Celmins y Joseph Cornell, aunque el más entrañable será Jerome Zigler: un artista ficcional, provisto por la imaginación de Speranza. Un breve epílogo rompe la simetría formal; excepto por los dos últimos párrafos, nos parece un lastre de notas de las que algunos lectores podrán prescindir.

Si, por vicio, los dibujantes leen con un lápiz en la mano, entonces les será muy difícil no dibujar en los márgenes de este libro, o subrayar frases como esa que dice: “El arte es una forma de pasar el tiempo y dejar constancia”.

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En el aire, de Graciela Speranza. Novela. Alfaguara, 2010.

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Blogday 2010

Por Martín Cristal

El año pasado me enteré de la existencia del blogday, un día en el que los blogueros del mundo recomiendan otras bitácoras que les parecen interesantes. Aquí van mis recomendados para 2010.
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Hablando del asunto:
OK, sí: estoy devolviendo la gentileza… pero es que, justamente, la gentileza —algo que no abunda— es uno de los rasgos principales del blog colectivo que coordina Matías Fernández. Noticias, reseñas y comentarios de lo que pasa en el ámbito editorial y literario de Argentina (más específicamente de Buenos Aires, si bien muchas veces se extiende al resto del país y el universo). Un espacio ameno y amable, en general más de difusión que de discusión, aunque cada tanto se arma alguna. Cabe destacar el buen nivel de sus colaboradores, que aportan entrevistas, desgrabaciones de encuentros literarios, reseñan obras literarias e historietas.

http://www.hablandodelasunto.com.ar/

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Teoría del Caos:
Lo que me gusta del blog de René López Villamar es que la curiosidad de su autor no se mantiene incontaminada dentro del campo literario mexicano, sino que también abreva en la literatura de otros países, y no sólo en la literatura: René tiene interés en otros ámbitos de expresión contemporáneos, como los juegos de rol, sobre los que demuestra gran experiencia. Incluso lleva adelante un proyecto editorial propio para producir esta clase de juegos (muy avanzandos ya respecto del viejo arquetipo de Dungeons & Dragons, tal como aprendí en su propio blog). El e-book también tiene un lugar especial en sus reflexiones. Notas breves se alternan con entradas más extensas en una plantilla pulcra y muy legible. Para seguir.

http://teoria-del-caos.blogspot.com/

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Club de traductores literarios de Buenos Aires:
Se autodefine como un blog cuyos participantes y destinatarios «son todos aquellos interesados en la traducción literaria y de ciencias sociales». Su objetivo —dice— es «informar y presentar temas de discusión, tanto técnicos como administrativos, ligados a la profesión». Hace algunos meses lo descubrí cuando su administrador, Jorge Fondebrider, me pidió reproducir un artículo de El pez volador sobre las dificultades en la traducción de los Nueve cuentos de Salinger. El artículo reproducido en el Club generó una discusión muy interesante. El nivel de los comentarios es excelente; seguramente se debe a la especificidad del blog, la que sin duda alguna es su mayor capital.

http://clubdetraductoresliterariosdebaires.blogspot.com/

El lamento de Portnoy: desde España y a partir de 2004, Javier Avilés ofrece críticas, reseñas y ensayos de alto nivel sobre literatura y cine. Lo que más me gusta es la originalidad de su mirada y la actualidad de los contenidos (y también al revés: muchas veces lo que me conecta es la originalidad de los contenidos —cosas que no encontramos en otros blogs— y enseguida la mirada actual de Avilés sobre esos temas). Las obras de Roberto Bolaño, William Faulkner, Philip Roth y Enrique Vila-Matas han sido extensamente comentadas. Como se ve, buen gusto es lo que sobra.

http://ellamentodeportnoy.blogspot.com/

\: Sólo eso. Un blog hermoso y mínimalista. Blanco, limpio. De hoy. ¿Cuánto vale una imagen y cuánto una palabra? Aquí las palabras son pocas pero lo dicho es mucho. Cuanto más despacio se lo recorra, más jugo se le saca (el que mira tiene que tra-ba-jar). Lo descubrí a través de un comentario en otro blog; estaba firmado por «Rosana». Es todo lo que sé de este blog, y tal vez no haga falta más. De todos modos, la dirección delata que alguna vez —¿por tiranías de blogger?— este cuaderno virtual tuvo otro nombre. Enemigos de lo abstracto, abstenerse.

http://espacioadyacente.blogspot.com/

Por supuesto, recomiendo también cualquiera de los enlaces que están en el blogroll de El pez volador. —>