Umami, de Laia Jufresa

Por Martín Cristal

Vidas privadas

Umami, de Laia Jufresa (México, 1983), es una novela coral cuyos personajes son vecinos en una privada de la Ciudad de México.

Las viviendas en la privada Campanario están identificadas con «los cinco sabores que puede reconocer la lengua humana». A las casas Dulce y Salado las ocupa la familia de Ana, hija de músicos de la Sinfónica que quiere sembrar una milpa en el patio; su hermana menor se ahogó tres años antes en un lago de los Estados Unidos.

En Amargo vive la xalapeña Marina, pintora y estudiante de diseño, muy sensible a los colores, pero frágil psicológica y emocionalmente.

El dueño de la privada, el antropólogo retirado Alfonso Semitiel, vive en Umami (quinto sabor con el que los japoneses definen a «lo delicioso»). Gran conocedor de los cultivos prehispánicos, Alfonso es viudo y pasa sus días escribiendo sobre su mujer, Noelia, cardióloga michoacana que falleció por las mismas fechas en que se ahogó la hermanita de Ana.

Estos duelos simultáneos y las estrategias para sobrellevarlos trazan lazos de afecto entre estos vecinos. Las voces y puntos de vista, alternados desde cinco años distintos (y con las mujeres siempre en primer plano), abarcan también el de la niña ahogada, Luz, que narra el presente previo al accidente en el fatídico 2001; y el de una amiga de Ana, Pina, que vive con su padre en la casa Ácido, y cuya madre la abandonó en 2000.

La prosa de Jufresa es fresca, vital, llena de humor y de particularidades en los sobreentendidos y las expresiones de los personajes. Y sobre todo, es también mexicana hasta las cachas (aunque la autora viva actualmente en España).

«Todo lo sabemos entre todos», dice Alfonso Reyes en el epígrafe. Como suele ocurrir con los buenos relatos corales, el lector de Umami tiene una perspectiva privilegiada al poder superponer todos los puntos de vista narrativos alternados, y así tejer una visión completa de su cotidianeidad, de sus mitologías privadas y de su manera de sobrellevar las pérdidas y el paso del tiempo.

 

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Umami, de Laia Jufresa. Novela. Literatura Random House, 2014. 240 páginas.

Fabricar historias [Building Stories], de Chris Ware

Por Martín Cristal

Rompecabezas de una vida ordinaria

Por sus dimensiones, la caja de Fabricar historias parece la de un juego de mesa. Incluso una de las piezas gráficas que contiene es un tríptico en cartoné forrado, similar al de un tablero de juego… pero no es eso, sino otro engranaje en una maquinaria narrativa apabullante: una historieta madura, de altísima complejidad, que se expande en 14 cuadernillos, revistas, diarios y folletos de distintos formatos. Esa abundancia de lujos impresos provoca tal excitación al abrir la caja que, en YouTube, pueden verse videos de fans que se filmaron a sí mismos en ese preciso momento. Por ejemplo:

Su autor integral, Chris Ware (EE.UU., 1967), es a la narrativa historietística lo que James Joyce a la literatura: un experimentador formal y un explorador de la naturaleza humana. Aunque para los amantes de las historietas Ware sea ineludible, se entiende que todavía no sea del todo conocido para el público (argentino) en general: sus libros, importados desde España, son caros y llegan en poca cantidad.

“Fabricar historias” es sólo un sentido del título original, Building Stories; otro sería “pisos de un edificio”. Eso —un viejo edificio de Chicago— estructura uno de los cuadernos, que podría tomarse por el inicio de la historia, aunque nada obliga a empezar por ahí. Vemos sus tres pisos en una perspectiva isométrica; los espiamos por las ventanas, o gracias a toda una pared ausente, que —como la “cuarta pared” teatral— nos deja atestiguar cómo viven sus habitantes. Una anciana (la dueña); una pareja que oscila entre la pelea y la reconciliación; y una chica con una prótesis en una pierna: el personaje principal.

Este primer cuaderno pudo leerse por entregas, los domingos de 2005 y 2006, en The New York Times (otros fragmentos de la obra aparecieron también en prestigiosas publicaciones como The New Yorker, McSweeney’s, o The Chicago Reader). El resto de la caja profundiza en la vida de esa chica anónima. “¿No puede haber [un libro] sobre gente normal, con vidas corrientes?”, se pregunta ella en un cuadrito donde Ware justifica sus propios intereses.

El estilo es el que el autor ha depurado para todas sus historietas: colores casi sin degradés, trazo limpio y línea cerrada, obediente de la síntesis geométrica. Ésta se extrema en los dos cuadernillos dedicados a las fábulas de una abejita: Branford, personaje infantil y alivio cómico cuya “historia dentro de la historia” no comparte del todo el tono del material restante.

La hondura del tratamiento temático, los layouts —variables, a veces cercanos al diagrama infográfico— y el pequeñísimo cuerpo que puede adoptar la tipografía obligan a una lectura detenida, cercana. Detalles como un prendedor pueden reaparecer, cargados de sentido y fatalidad, muchas páginas después. Esto —y los saltos temporales, y las ramificaciones de la trama— hacen que el término “novela gráfica” (que no preferimos sobre “historieta”) resulte, a pesar de todo, muy útil para definir este trabajo de Ware.

Una página muestra a la protagonista bastante mayor, contándole a su hija sobre un sueño en el que se veía a sí misma con “su libro”, que alguien había publicado:

“Lo tenía todo… mis diarios, los relatos de mis cursos de escritura, incluso cosas que no sabía que había escrito…”. […] “Todas las ilustraciones […] eran tan precisas y nítidas que era como si las hubiese dibujado un arquitecto… eran tan coloridas e intrincadas…”. “Y no era, no sé, tampoco era un libro en realidad, sino… trozos, como si cayeran libros de un cartón…”.

Más que un juego de mesa, entonces, Fabricar historias de Chris Ware es un rompecabezas: el de la vida de una chica sin nombre y sin media pierna, que apela a la introspección para capear sus inseguridades, sus insatisfacciones y el temporal grisáceo de una soledad muy parecida a la de todos nosotros.

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Fabricar historias, de Chris Ware. Historieta. Penguin Random House (Reservoir Books), 2014 [2012]. Caja con 14 cuadernillos de diversos formatos. Recomendamos este libro-objeto en “Número Cero”, La Voz (Córdoba, 11 de agosto de 2019).

El increíble Springer, de Damián González Bertolino

Por Martín Cristal

Remembranza de una amistad gigante

el-increible-springer-gonzalez-bertolino-entropia“Por ese entonces Punta del Este era un lugar muy diferente del que es ahora”. Esa época es el verano de 1957, cuando Gastón Springer se convirtió en “el increíble Springer”.

El status de creíble (de verosímil) es una de las metas de cualquier escritor de ficciones: más allá de cuán extraña o fantasiosa sea la anécdota a narrar, se busca suspender por un rato la incredulidad del lector/espectador mediante el desarrollo de una lógica interna, propia del relato en curso. En El increíble Springer, Damián González Bertolino no sólo hace creíble el cambio que (paradójicamente) volverá “increíble” al pequeño y débil Gastón —logrando que lo real se acerque a lo fantástico—, sino que además le da entidad verdadera al entorno de una niñez que no es la suya: el autor nació en Punta del Este, sí, pero en 1980.

La infancia de su nouvelle es entonces la de una generación anterior, con autos descapotables, una ciudad que todavía es un pueblo y con playas que todavía no están abarrotadas de turistas argentinos (si bien desde los médanos se puede espiar a una joven y muy deseable Mirtha Legrand en traje de baño). Lo que para su narrador es una remembranza, para el autor —quien le dedica el texto a su padre— es un ejercicio de la imaginación.

Con nostalgia ficcional, esa imaginación dicta que el hijo de un pescador, que acompaña a su padre en bicicleta para repartir la mercadería de cada día, conozca al hijo de unos inmigrantes franceses. El lazo entre ellos será el de esas amistades automáticas que surgen entre niños de seis años, y que en los adultos son más difíciles de forjar. De hecho, cuando crezcan —los dos, pero en particular Gastón Springer— esa lealtad será puesta a prueba.

El estilo tiene un aire de literatura norteamericana. Es reposado pero constante, sin apresuramientos ni dilaciones, en un tono de confidencia amable, sólido en su madurez de adulto que rememora, o que repite un relato que ya ha pulido de reflexiones innecesarias. La atmósfera de aquel pasado no se le impone al lector con detalles abrumadores, sino que lo va ganando de a poco con pinceladas impresionistas. Crece, sin prisa y sin pausa, como la mancha de sudor en la camisa de ese padre que pedalea.

el-increible-springer-gonzalez-bertolino-estuarioEl increíble Springer funciona bien como relato independiente, tal como lo reeditó el sello argentino Entropía, si bien originalmente se publicó como parte de un díptico, que mereció el Premio Nacional de Narrativa “Narradores de la Banda Oriental” en 2009.

En esa edición inicial, su lado B era el relato “Threesomes”, donde Punta del Este se parece mucho más a la que conocemos —o imaginamos— los argentinos: su historia transcurre en los noventa, en el club de golf (escenario que en el relato sobre Springer también aparece, aunque de pasada). Tres mujeres juegan y un caddie las sigue; entre esas cuatro figuras construidas en tercera persona, se van destilando una decrepitud que linda con la locura, miserias sociales, hipocresías, la necesidad de cuidar las apariencias y otras preocupaciones —a veces irrisorias— de la gente de dinero o con aspiraciones de figurar.

Vale la pena asomarse también a esa versión “completa” (desde 2014 se consigue por Estuario Editora). En ella, ambos relatos se apuntalan por los cruces que generan un escenario común y dos épocas muy diferentes.

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El increíble Springer, de Damián González Bertolino. Nouvelle. Entropía, 2015. 102 páginas. (También en edición uruguaya, como díptico junto al relato «Threesomes». Estuario Editora, 2014). Recomendamos este libro en “Número Cero”, La Voz (Córdoba, 30 de octubre de 2016).

Aquí, de Richard McGuire

Por Martín Cristal

Un rincón hecho de tiempo

Aqui-Richard-McGuire-TapaAquí los años son importantes, así que vamos con tres: 1957, 1989 y 2014.

Richard McGuire nació en Estados Unidos en 1957.

En 1989 publicó una historieta corta, con dibujo lineal en blanco y negro, en la revista Raw (editada por el célebre autor de Maus, Art Spiegelman). Esas seis páginas ya comunicaban la idea formal, sencilla y compleja a la vez, que McGuire había tenido para organizar una pieza narrativa secuencial.

Sin embargo —como si ya hubiera sabido que la materia de su idea era el tiempo—, el autor dejó pasar veinticinco años antes de rehacerla y ampliarla, en 2014, en la forma de un libro precioso, a color, con dibujos en distintas técnicas pero siempre ligados por el mismo concepto de su historieta original: cada doble página del libro muestra un rincón de una misma habitación, pero en distintos momentos del pasado, el presente y el futuro.

Todo el tiempo en un solo lugar. El libro se titula Aquí.

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La esquina de la habitación coincide con el lomo del libro; cada vez que lo abrimos, desplegamos el escenario esencial de un drama múltiple. El exterior del libro representa el exterior de esas mismas dos paredes.

A veces la habitación no está, porque vemos ese lugar en un pasado distante, cuando la casa aún no había sido construida; o bien porque presenciamos un futuro en el que la casa ya no existirá. Con variaciones rítmicas propias de una sinfonía, el vaivén temporal del libro nos lleva miles de años al futuro o millones al pasado, abarcando un rango temporal casi tan desmesurado como los de las obras de Olaf Stapledon.

Esos saltos se dan al pasar cada página, pero también dentro de una misma vista de la habitación, sobre la que flotan viñetas —como ventanas abiertas de Windows— que, respetando la perspectiva del fondo, le superponen a éste distintas temporalidades. Así se va solapando una percepción cuántica de la existencia.

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Elogiada por el propio Spiegelman y por el enorme Chris Ware, Aquí es una historieta fuera de serie, un reboot de la narrativa experimental modernista, un conmovedor poema visual, y también —si se me permite la brutalidad de la síntesis— una puta obra maestra, que McGuire planea trasladar a un formato de realidad virtual.

Ese living de McGuire (basado en el de la casa en la que creció) es un aleph borgeano que puede concentrar el nacimiento y la muerte de los habitantes del lugar; puede seguir el paso de un gato o demorarse en el vuelo de un pájaro que cierta vez entró sin querer por la ventana; puede acompañar a una flecha indígena que cruza los siglos sin alcanzar nunca el blanco, mientras detrás los soles salen y se ponen, y cambian la fauna, los paisajes, los electrodomésticos y la moda de los empapelados.

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Espiar en ese espacio habitable nos involucra en la condensación y dispersión de visitas, ocio, acontecimientos históricos, diálogos banales o trascendentes, fiestas, velorios, fotos familiares, juegos o mañanas de limpieza doméstica. Nos asomamos a habitaciones que son la misma pero son distintas porque están a oscuras o con las luces prendidas, vacías o repletas de obreros construyéndola, con las cajas de la mudanza o los muebles ya ordenados, con la ventana abierta o herméticamente cerradas, recién remodeladas o descascarándose, deshaciéndose, dejando su lugar a lo que las sucederá.

Hay poco texto en esta historieta —algunos globos de diálogo y, en la esquina de cada viñeta, el año que le corresponde—, por lo que su traducción, notoriamente ibérica, es una contra muy menor.

Un dato importante: Salamandra también reeditó aquellas seis páginas publicadas originalmente en Raw, en un formato modesto y con el título Aquí (1989). Es importante saberlo en caso de que se encargue el libro sin verlo antes, para que no haya confusiones en el pedido (podrían traerte esa delgada libretita encuadernada con broches, y no el libro de 304 páginas en tapa dura). Los futuros fans de esta maravilla quizás terminen queriendo las dos versiones.

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Aquí, de Richard McGuire. Historieta. Salamandra Graphic, 2015. 304 páginas. Con una versión más corta de esta reseña, recomendamos este libro en «Número Cero», La Voz (Córdoba, 24 de julio de 2016).

Memorias: La verdadera historia de Frank Zappa

Por Martín Cristal

De la A a la Z: la autobiografía de Frank Zappa

La-verdadera-historia-de-Frank-Zappa-MemoriasAntes que las memorias de Frank Zappa (EE.UU., 1940-1993), debería recomendarse su corpus musical. Son casi sesenta álbumes grabados en menos de treinta años; la lista se extiende con los póstumos, integrados por grabaciones inéditas. En todos ellos conviven o se alternan diferentes géneros —desde el blues/rock más básico a la música orquestal más sofisticada—, hilados por los ingredientes de una distintiva personalidad musical: polirritmia, polifonía y disonancias avant-garde; una guitarra eléctrica única, que siempre improvisa sus solos; melodías “teatrales”, con citas sonoras y efectos que refuerzan sentidos o resignifican letras (si las hay); y un humor que va desde la mega-estupidez total, a la sátira mordaz, la ironía y el comentario político agudo e inteligente.

Vista la abundancia de libros con datos falsos sobre su persona (en los que, para acrecentar su leyenda freak, se llegó a asegurar que alguna vez Zappa había literalmente comido mierda sobre el escenario, por ejemplo), el músico decidió encarar sus memorias “oficiales”, con la ayuda del escritor Peter Occhiogrosso. Zappa quería brindar información fidedigna sobre sí mismo; por eso bautizó al volumen The Real Frank Zappa Book.

Tuvieron que pasar 25 años para que el libro se tradujera al castellano, bajo el título de La verdadera historia de Frank Zappa. La editorial que lo hizo posible es la española Malpaso (que lo incluyó en su jugosa colección sobre música).

La autobiografía de Zappa incluye los consabidos capítulos sobre la infancia y la familia (el padre se lleva un capítulo aparte); tampoco faltan los que refieren a los comienzos y las influencias musicales (Edgar Varèse entre ellas). Sin embargo, el músico aclara que, para él, lo más atractivo al escribir este libro era la posibilidad de asentar sus opiniones sobre algunos “asuntos tangenciales”. Por eso también les dedica capítulos a la necesaria separación entre Iglesia y Estado, así como al conservadurismo, el ejército o la política impositiva de los Estados Unidos, entre otros temas.

En la rememoración de su vida artística, los recuerdos afloran por épocas, aunque no siempre con un hilo temporal riguroso. Hay anécdotas a rolete, con cameos de estrellas de rock (Jimi Hendrix, Mick Jagger), actores (John Wayne) y políticos (Al Gore, y en especial su mujer, que en los ochenta promovió la estigmatizante calcomanía “explicit lyrics” para los discos con “lenguaje inapropiado”. Zappa se opuso a esta censura velada, y dio un discurso sobre el particular en el Congreso de su país).

Entre las anécdotas se destaca la desastrosa gira de 1971. Durante su paso por Montreux (Ginebra, Suiza), la onerosa sala de conciertos en la que Zappa tocaba se incendió gracias a “un estúpido con una bengala”: esta cita no es de Zappa, sino de Deep Purple en “Smoke on the Water”, canción que inmortalizaría el humo de ese incendio sobre el lago.

La banda perdió equipos valiosos pero siguió con la gira, hasta que un fan atacó a Zappa sobre un escenario londinense. El músico cayó a un foso de orquesta vacío; además de otras heridas, se quebró una costilla y una pierna. El golpe también le afectó la laringe y le bajó definitivamente a un tercio el tono de su voz. “Tener una voz grave es agradable, pero hubiera preferido conseguirla de otra forma”.

Frank-Zappa-90s

El capítulo que vale el libro completo es el octavo: “Todo sobre la música”. Ahí se concentra la filosofía artística de Zappa, que tiende a otorgar libertades, y no a confinar al creador con sus conceptos. Así lo expresa, por ejemplo, su lema: “cualquier cosa, en cualquier momento, en cualquier lugar por ninguna razón en particular”.

Según Zappa, lo más importante en una obra de arte es el marco, lo único que la distingue de lo que no es arte. En tal sentido, para definir la creación musical propone el siguiente protocolo:

  1. Declare su intención de crear una ‘composición’.
  2. Comience la pieza en cierto momento.
  3. Haga que algo suceda durante un determinado período de tiempo (no importa qué ocurra en su ‘agujero de tiempo’; tenemos críticos para decirnos si es algo bueno o no, así que no nos preocuparemos por esa parte).
  4. Finalice la pieza en algún momento (o siga adelante y dígale a la audiencia que es un ‘trabajo en proceso’).
  5. Consígase un empleo de medio tiempo para poder seguir haciendo cosas como éstas.

También analiza la “antropología” de la orquesta sinfónica y de la banda de rock, tipificando sardónicamente las aspiraciones y la mentalidad de cada instrumentista (por la época en que salió el libro, Zappa ya estaba cansado de los músicos y sus egos, por lo que había incursionado en la composición solitaria de música electrónica en el Synclavier, uno de los primeros sintetizadores).

Hacia el final, le dedica un capítulo ejemplar al fracaso (“Failure” en la versión original). Ahí Zappa describe proyectos truncos —musicales o no—, ideas no desarrolladas, que quedaron en la nada o que ya no lograría concretar, algunas completamente delirantes para la época. Este capítulo le añade una dimensión más a la ya comprobada genialidad de Frank Zappa. Un artista enorme, al que el cáncer le puso el freno demasiado temprano.

 

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La verdadera historia de Frank Zappa: memorias. Frank Zappa con Peter Occhiogrosso. Malpaso, Barcelona, 2014 [1989]. 352 páginas. Recomendamos este libro en “Ciudad X”, La Voz (Córdoba, 4 de febrero de 2016).

Las redes invisibles, de Sebastián Robles

Por Martín Cristal

Atlas imaginario de un presente virtual

Sebastian-Robles-Las-redes-invisibles-OKSi en su clásico Las ciudades invisibles, Ítalo Calvino proponía un delicioso viaje por exóticas ciudades imaginarias —descriptas por un igualmente imaginario Marco Polo—, lo que Sebastián Robles (Villa Ballester, 1979) ofrece en Las redes invisibles son diez relatos, sin una historia-marco que los contenga, pero ensartados por un claro concepto unificador: todos ellos parten de la descripción de redes sociales imaginarias.

El libro abre con una cita de Calvino sobre el infierno “social” de nuestra existencia diaria y algunas formas de sobrellevarlo; es este epígrafe el que señala la relación intencional entre los títulos de ambos libros que, por lo demás, tienen estilos marcadamente diferentes.

A los relatos de Robles se les puede aplicar sin inconvenientes la vieja y conocida sentencia de Marshall McLuhan: “el medio es el mensaje”. Cierto que el medio ahora es un libro, pero algunos de estos relatos fueron publicados previamente en internet; en cualquier caso, la constante es que el mensaje de cada relato es un medio: una nueva red social imaginada por el autor, quien suele abordar su descripción con cierto tono de arqueólogo que escribe para una revista especializada.

Robles pone a prueba su imaginación diez veces, con ímpetu parejo y suerte disímil. Los mejores cuentos del libro quizás sean aquellos en los que el autor se suelta a narrar una historia que se desprende y crece más allá de la mera descripción inicial de una red hipotética, de sus reglas y su funcionamiento. Mientras cuentos como “Mon Amour” (sobre una red social para encontrar parejas mediante un algoritmo infalible) se circunscriben casi solamente a un ejercicio puramente descriptivo, los mejores cuentos delinean personajes y desarrollan su participación con esas redes; desde ahí desatan una peripecia interesante como consecuencia de dicha participación.

Son ejemplos de esto “Tod” (el primer relato, sobre una red tipo Facebook pero que aglutina sólo a enfermos terminales que ya cuenten con un plazo de vida acreditado); “Mamushka” (el de un foro casi abstracto, con niveles sin aparente propósito, pero en los que resulta importante diferenciar el discurso propio para así subir de nivel); o “Cthulhu” (relato con centro en un blog semiabandonado, que desemboca en una actualización de la mitología lovecraftiana al reinsertar sus deidades oscuras en la deep web). Además de Lovecraft, otros referentes literarios que Robles deja ver son Philip K. Dick, con su influencia de conspiraciones paranoicas en el cuento “Hospital”; Jorge Luis Borges, en el cuento “Tlön”; y el valioso catálogo de la editorial Minotauro, mencionado por el autor en los agradecimientos del libro.

En algunos cuentos es el humor —irónico— lo que lleva adelante el relato: sucede así en “Balzac”, que narra una red social de escritores realistas (no hace falta calcular mucho para darse cuenta que, con un libro como éste, Robles se ríe de ellos parado desde la vereda de enfrente); “Animalia”, una actualización de la Rebelión en la granja de Orwell, donde la red social que aglutina a los animales no es otra que el puro lenguaje, adquirido tecnológicamente. También “Crítica”, una historia de la literatura argentina presentada como si fuera una red social.

Más allá de la valoración puntual de cada cuento (que, como siempre sucede con los libros de cuentos, seguramente variará de lector en lector), el libro se aprecia por su invitación a pensar el presente y por lo que de seguro dejará en la memoria: el sabor del concepto sencillo y atractivo que lo aglutina. Como la más interesante ciencia ficción, Las redes invisibles se preocupa menos por la prosa que por dejar servido un mapa de posibles ramificaciones mentales que prosigan en la cabeza del lector tras haber dado cuenta de la última página: el cálculo de otras implicancias que se desprendan de sus extrapolaciones. Las redes invisibles invita a imaginar otras redes sociales posibles que puedan volverse una realidad (¿o virtualidad?) cotidiana más temprano que tarde, al menos hasta que la siguiente novedad digital las hunda en el olvido.

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Las redes invisibles, de Sebastián Robles. Relatos. Momofuku, 2014. 212 páginas. Recomendamos este libro en “Ciudad X”, La Voz (Córdoba, 6 de agosto de 2015).

Catálogo de formas, de Nicolás Cabral

Por Martín Cristal

La arquitectura de la ficción

Nicolas-Cabral-Catalogo-de-formasNicolás Cabral (Córdoba, 1975) es hijo de exiliados argentinos en México DF. Formado como arquitecto, edita desde hace años una exquisita revista de artes, La Tempestad. Recientemente fue incluido en México20, una antología que reúne a 20 escritores mexicanos menores de 40 años (orientada al mercado internacional, la versión en inglés de dicha antología —polémica, como todas las de su calibre— fue presentada en la London Book Fair del corriente año).

La primera novela de Cabral se titula Catálogo de formas, lo que parece poner el foco sobre los aspectos formales del texto. Éstos son, sin duda, destacables, pero antes de relevarlos hay que decir que la novela también presenta un contenido de interés: Cabral ficcionaliza sobre hechos reales, tomados de la vida de un famoso arquitecto mexicano.

El Arquitecto primero predica la funcionalidad racional del modernismo, pero misteriosamente —o quizás sólo por el peso de sucesivas influencias— se va decantando por construcciones caprichosas, de utilidad incierta, enclavadas en medio de la selva. “Deseo, paralelamente, el equilibrio de las formas y el estallido orgiástico, la eficiencia y el derroche. ¿Hay solución, geometría de las pasiones?”, se pregunta el protagonista.

En buena medida, el autor consigue la difuminación entre lo real y lo ficcional gracias a la estrategia narrativa de no designar a los personajes con nombres propios, sino por el arquetipo que los representa. Al protagonista lo llama el Arquitecto; otros personajes son, por ejemplo, el Doctor, el Pintor, el Albañil… Esto recuerda a Trabajos del reino, de Yuri Herrera (también por la coincidencia de la editorial, la española Periférica). Con una salvedad importante: en la novela de Herrera, los personajes-arquetipo —el Rey, el Artista y demás— no remiten a ninguna persona real en particular; la novela de Cabral, en cambio, estaría más cerca del roman à clef (la “novela en clave”), como se conoce a aquellas obras en las que los personajes se basan en personas reales que pueden ser descubiertas por el lector, si éste cuenta con un juego de referencias apropiado.

¿Conviene que esta reseña devele esa “clave” central que decodificaría la novela? Tanto la contratapa como la obra en sí se cuidan de mencionar en sus respectivos textos al arquitecto real en cuya vida se basa este libro. La mayoría de los lectores-no-avisados sólo tendrían como pista inicial cierta escalera que aparece en la tapa (la pureza formal de esa escalera se realza por la foto, tomada por otro cordobés radicado en México, Ramiro Chaves).

"Casa O'Gorman". Ramiro Chaves, 2014

Ese “secreteo del referente” busca que la lectura se oriente hacia los propios procedimientos de la novela, y no hacia el universo exterior al libro. La intención me parece elogiable; por eso lamento tener que dar al traste con esas sutilezas, en aras de comunicar cabalmente el interés que suscita el libro.

Y es que una faceta importante de ese interés surge de que el Arquitecto de Cabral esté basado en —aquí viene la traición— el emblemático Juan O’Gorman. El mismo autor lo certifica en unas notas finales que revelan sus fuentes (y que señalan en Cabral una honradez que la ficción no le exige a nadie).

Más allá de esto, lo que eleva a la novela sobre los meros hechos verificables por la documentación histórica es su transposición imaginativa y, sobre todo, la forma de (re)presentarle esos hechos al lector. Si puede establecerse un paralelismo entre una disciplina material como la Arquitectura y una inmaterial como la Literatura, se puede decir entonces que Cabral ha logrado mimetizar esta primera novela suya con algunos aspectos de la obra del propio O’Gorman.

Por ejemplo, lo primero que se detecta es la síntesis y el control en la construcción formal del texto: la austera regularidad del fraseo, la condensación de sentidos y la rigurosa extensión de los capítulos (todos de dos páginas). Esto coincide con la síntesis y el rigor que el mismo O’Gorman mostraba en sus obras iniciales.

Otro aspecto comparable es que la “arquitectura” del libro remita al mosaico: los capítulos presentan una ruptura cronológica, que hace que “el ojo” del lector arme la historia; esta fragmentación también se basa en la alternancia de distintos puntos de vista (no de voces: el texto está más cerca del unísono que de la variación de registros. Se reconoce quién habla en cada capítulo mediante otras pistas diseminadas en el texto, lo cual constituye uno de los deleites de la lectura). Si recordamos que una de las obras de O’Gorman es el gran mural de mosaicos que distingue a la Biblioteca de la UNAM, se comprende lo pertinente de esta forma elegida por Cabral para componer su novela.

Biblioteca de la UNAM. Fuente: Flickr de sguardojos

Toda esta mímesis formal es uno de los principales atractivos del libro. Catálogo de formas puede interesarles no sólo a arquitectos que quieran disfrutar de un enfoque ficcional sobre la vida de O’Gorman, sino también a otros lectores que quieran asomarse a una narración breve y sustancial —muy pulida, de forma tan abierta como rigurosa— sobre la batalla de autoconocimiento que libra cualquier artista que sepa cuestionar sus propias ideas acerca de la disciplina a la que ha decidido dedicarle la vida entera.

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Catálogo de formas, de Nicolás Cabral. Nouvelle. Periférica, 2014, 104 páginas. Recomendé este libro en “Ciudad X”, del diario La Voz del Interior (cuyo manual de estilo insiste en cambiarme las X por J cuando escribo «mexicanos» o «mexicanas»). Córdoba, 4 de junio de 2015.

Cazaviejas, de Ariel Magnus

Por Martín Cristal

Comedia ligera con viejas desnudas

Ariel-Magnus-CazaviejasEntre todas las variantes posibles en la construcción de la identidad sexual, la gerontofilia es la que manifiestan aquellos individuos que buscan parejas sexuales mucho mayores que ellos. Ni más ni menos que el gusto o la inclinación sexual por los viejos. O las viejas.

El simpático y juvenil narrador de Cazaviejas —la novela más reciente de Ariel Magnus (Buenos Aires, 1975)— es un adicto a las ancianas que, a modo de confesión pública, ofrece unas memorias inconclusas con las que busca explicar las raíces de su inclinación sexual, sin que dicho racconto se entienda como excusa de una conducta pasible de ser reprobada por los demás, sino sólo como una forma sincera de darse a entender. Así, asumido y sin culpas, empieza relacionando el despertar de cada uno de sus cinco sentidos con su azarosa educación sexual, de la que da cuenta en capítulos titulados con el nombre de las mujeres (las viejas) que la fueron propiciando.

Su gerontofilia —nos dice el narrador ya desde el comienzo de la dedicatoria— lo habría llevado al escarnio público y a la pérdida de su libertad individual. Sobre la curiosidad que generan estos y otros datos que el relato va adelantando, hay que decir que funcionan sólo como anzuelos para el lector: son promesas narrativas que acicatean la curiosidad pero que pueden quedar incumplidas al terminar el texto por su carácter explícito de confesión incompleta.

El humor manifiesto y bienvenido de Magnus se basa (quizás demasiado) en los juegos de palabras (por ejemplo, el que opone “cazaviejas” a “Casanova”, declarado antecedente de este seductor serial); y, en menor medida, también en la inversión de roles, o en el absurdo de algunas situaciones (por ejemplo la de una casa que se construye desde el tejado hacia abajo; este tipo de yeites recuerdan a César Aira). En ocasiones Magnus parece dejarse llevar livianamente por sus mismos juegos verbales; en otras parece muy pendiente de que estos “chistes” consigan su efecto.

En otro nivel, que complejiza la lectura sin restarle diversión, el texto argumenta sobre la vejez y sobre el sexo —a veces relacionando ambos conceptos, a veces por separado— con pasajes ensayísticos de alta retórica y a caballo de una sintaxis exuberante (que por momentos puede resultar algo recargada). El narrador tiene debilidad por los paréntesis, no sólo dentro de la frase: el libro se estructura con seis capítulos que, para el conjunto, funcionan abiertamente como capítulos-paréntesis. Éstos pausan el argumento de la novela para presentar digresiones sobre temas como las fotos familiares, los geriátricos, el futuro o la juventud, entre otros.

Con un estilo pomposo y refinado, cuya misión es narrarnos una historia nada pomposa ni refinada, Magnus ofrece en Cazaviejas un divertimento tan sólido como ligero.

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Cazaviejas, de Ariel Magnus. Novela. Interzona, 2014. 128 páginas. Recomendamos este libro en “Ciudad X”, La Voz (Córdoba, 7 de mayo de 2015).

Mil surcos: reseña en Alfil, por Gabriel Ábalos

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[…] Atraviesa cada relato el sentido familiar, la identidad en la que se debaten las personas que sólo pueden vivir la vida que determina su tiempo y lugar. Y cuando son víctimas de los desastres de la guerra, el exilio, la tragedia, los resultados son identidades fragmentadas, interrumpidas, perdidas, reconstruidas. Es la memoria que subyace en los humillados, los diezmados, los inmigrantes. Sin embargo, como expresa el texto introductorio de William Faulkner que cita Cristal, tomado del relato “Gente de antaño”: “incluso el sufrimiento y la pesadumbre son mejores que nada; no hay nada peor que no estar vivo”.

La novela da cuenta de esas formas de estar vivos, atareándose en el afán de ser parte de una línea que se resiste a borrarse, a perecer, que busca su cauce entre las desgracias y las buenas venturas donde esas personas pudieron o supieron buscar amparo.

Para enviarnos a esas imágenes de hombres y mujeres esforzándose por seguir latiendo por sí mismos, o a través de otros, Martín Cristal produce una dinámica en el que es posible seguir sin esfuerzo la alternancia de cada una de las historias, porque pone la sal de las motivaciones, de las insinuaciones, de las promesas que cada parágrafo (que representa un año, unos personajes y un escenario propio) excita en el lector. […]

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Felices los felices, de Yasmina Reza

Por Martín Cristal

Hasta que la vida los separe

Yasmina-Reza-Felices-los-felicesSi bien Yasmina Reza (París, 1959) ya tiene varias novelas publicadas, es probable que entre nosotros sea más fácil ubicarla por sus éxitos como dramaturga: baste mencionar su obra más famosa, Art (de 1994) —que en Buenos Aires supo permanecer en cartel durante años con Ricardo Darín, Oscar Martínez y Germán Palacios en los roles protagónicos—; o bien una de las películas más recientes de Roman Polanski, Carnage (de 2011, estrenada aquí bajo el título de Un dios salvaje).

La última novela de Reza se llama Felices los felices; con ella obtuvo el premio Le Monde en 2013. El título surge de unos versos de Borges (tomados del libro Elogio de la sombra): “Felices los amados y los amantes y los que pueden prescindir del amor. / Felices los felices”. Esta novela se compone de veintiún monólogos que captan los vanos esfuerzos en pos de la felicidad, las desavenencias y las complejas interrelaciones que conforman a un puñado de matrimonios y familias de la Francia contemporánea.

“Los sentimientos son cambiantes y mortales. Como todas las cosas de este mundo. Los animales mueren. Las plantas. De uno a otro año, los ríos no son los mismos. Nada dura. La gente quiere creer lo contrario. Se pasan la vida recomponiendo los pedazos y a eso lo llaman matrimonio, felicidad o yo qué sé”. Esto declara en su monólogo uno de los dieciocho narradores que tienen a su cargo este coro novelístico. Ellos no se distinguen tanto por el trabajo de sus voces como por la meticulosa diferenciación de sus circunstancias, y también por su manera particular de comprenderlas y encararlas. Entretejidos con esos monólogos se intercalan algunos diálogos, no siempre marcados con raya y muchas veces a renglón seguido, lo que puede exigir cierta atención extra del lector.

Hay que señalar que Reza no bucea en distintas clases sociales; ella se concentra en personas de clase media y alta, en general adultos, mayormente profesionales: banqueros, psicólogos, funcionarios, periodistas… con maridos y esposas, con amigos, con hijos y con amantes. Con enfermedades y problemas de todo tipo (domésticos y también de los graves). Como es lógico, el círculo de personajes se va a ampliando a medida que ingresan más y más narradores; sin embargo, el mérito de la novela no se centra en esa previsible expansión de la mancha humana representada, sino en la forma en que se va haciendo cada vez más densa la cantidad de interrelaciones entre ese cúmulo de personajes.

Las alusiones de unos respecto de otros —menciones que a veces son sutiles, como dichas al pasar, y otras veces directas y en detalle— van componiendo una trama de proximidades como la que hoy podrían calcular los algoritmos de cualquier red social. Lo que ningún programa puede calcular todavía es todo lo que suelen callar esas relaciones: sus amores clandestinos o viciados; sus tribulaciones, rechazos y hartazgos sin confesar; el daño que la rutina le inflige a todo lo que es sensible, el desgaste del tiempo (implacable, y sin embargo desparejo para cada pareja). El disfrute del lector se centra en sopesar las cualidades de cada relación a medida que se va develando el sociograma propuesto. La maestría de la autora está en presentárselo sagazmente, desnudando con sutileza todos los matices de las conexiones humanas y llevándolo hacia una escena que reúna lo que en principio parece disperso.

Los personajes de Felices los felices son de hoy y están tan vivos como nosotros. La experiencia dramática de Reza, su manera de construir las escenas —discusiones en el supermercado o en la cama; diálogos casuales en la sala de espera del médico; encuentros clandestinos en un bar cualquiera— y, sobre todo, su oralidad, nos colocan frente al texto como si estuviéramos frente a un escenario o ante la pantalla de un cine. Por el enfoque del tema y por su sentido del humor (que muchas veces resulta la única salvación de los personajes), la historia se acerca a Maridos y esposas, de Woody Allen; por su estructura, se asemeja a Vidas cruzadas de Robert Altman; por sus encrucijadas y por la manera en que quedan expuestos las taras y los sentimientos de los personajes, recuerda quizás a alguna película de Agnès Jaoui (Como una imagen, o El gusto de los otros). Si se consideran su rabiosa contemporaneidad y las credenciales de su autora, no resultará extraño que esta novela termine adaptándose para la pantalla grande, más temprano que tarde. Mientras tanto, es un gran placer leerla.

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Felices los felices, de Yasmina Reza. Novela. Anagrama, 2014. 192 páginas. Recomendamos este libro en “Ciudad X”, La Voz (Córdoba, 5 de febrero de 2014).

El número, de Thomas Ott

Por Martín Cristal

La cifra de la locura

El-Numero-Thomas-Ott-Edicion-argentina“Un rostro, una palabra, una brújula, un aviso de cigarrillos, podrían enloquecer a una persona, si ésta no lograra olvidarlos”. Así dice el narrador borgeano del cuento “Deutsches Requiem”; esa frase prefigura y resume la idea argumental de otro famoso cuento de Borges, “El Zahir”. Pero, ¿y si ese objeto arbitrario que obsesiona y enloquece, en lugar de ser una moneda o un astrolabio persa, fuera simplemente un número? En tal caso desembocaremos en deschavetados como el Jim Carrey de El número 23, la película de Joel Schumacher, o el matemático maníaco de Pi, el orden del caos, la ópera prima de Darren Aronofsky. O, en la misma línea, en el protagonista de El número 73304-23-4153-6-96-8, o sólo El número, como también se conoce a esta historieta de Thomas Ott (Zurich, 1966), publicada originalmente en 2008 y ahora con flamante edición argentina.

En el arranque de la historia, un condenado a muerte es llevado a la silla eléctrica. Su ejecutor encuentra un papelito en la mano del cadáver: tiene escrita la secuencia numérica 73304-23-4153-6-96-8. Pronto una serie de coincidencias llevan a que el ejecutor se vaya convenciendo de que esos números se anticipan a la realidad… y, por ende, de que esas coincidencias no son meras casualidades, sino que vaticinan porvenires a corto plazo.

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Ott pone en marcha un relato determinista, que transita por los temas de la predestinación y el desbarrancamiento en la locura. Lo hace con el estilo que lo ha caracterizado desde los cuentos breves de Tales of Error (1989) o Greetings from Hellville (1995), pasando por obras un poco más complejas estructuralmente, como Cinema Panopticum (2005). Los rasgos más evidentes de ese estilo son tres:

Primero, la poca cantidad de cuadros por página: entre uno y cuatro, no más. Segundo, y mucho más determinante, el escaso o nulo uso de la palabra: en las historietas del suizo, los globitos de diálogo brillan por su ausencia (sólo unas pocas historias suyas se permiten viñetas con un epígrafe —un caption— que colabore en la narración). En El número, no hay epígrafes; si figuran caracteres es sólo porque forman parte del dibujo, como por ejemplo los titulares de un diario o el número que identifica a una casa. No hay diálogos ni onomatopeyas: nada de cracks ni booms ni bangs. (Cabe señalar que, aunque no tenga palabras, igual decimos que leemos una historieta. La historieta en sí es el lenguaje).

Dejo en tercer lugar el aspecto más importante del estilo de Ott. Es la expresividad de su dibujo, que en buena parte deviene de la técnica utilizada: el esgrafiado, o carte à gratter (“tarjeta de raspar”). Es aquel ejercicio que muchos descubrimos en el aula de plástica, durante la primaria: nos hacían tapar una hoja entera con tinta china, y luego dibujábamos con la punta de un compás, quitando la tinta (a veces, antes de entintar la hoja, la pintábamos con crayones de colores, para que al pasar el punzón más tarde no reapareciera la luz del papel sino la sorpresa multicolor del crayón). Ott no oscurece la blancura del papel con los trazos de un lápiz. Opera al revés: Ott libera la luz de la oscuridad, para así tramar degradés, establecer fronteras con contraluces y desarrollar atmósferas hechas de esquirlas luminosas en combate permanente con las sombras.

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El número, como otras historietas de Thomas Ott, parece una vieja película de cine mudo. Su aire de film noir kafkiano depende un poco de ese mood que Ott consigue con la iluminación (esa luz que, por ejemplo, viene a pintar los rostros desde abajo). El número —y Ott en general— tiende al relato circular y a la sorpresa argumental. Por más que desde la contratapa nos digan que ésta es “su primera novela gráfica”, lo cierto es que su estructura narrativa está más cerca del cuento que de la novela. Digamos en todo caso que El número es más extensa que otras historias del suizo, en las que siempre hay humor negro, un coqueteo constante con la muerte, desesperación de solitarios, reveses para los ambiciosos y la construcción lenta pero segura de un clima cargado de presagios y terrores.

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El número 73304-23-4153-6-96-8, de Thomas Ott. Historieta. Loco Rabia-2D Ediciones, 2014 [2008]. 140 páginas. Recomendamos este libro en «Ciudad X«, La Voz (Córdoba, 4 de diciembre de 2014).

Mil surcos: presentación en Río Cuarto, por Pablo Dema

Dema, Cristal y los librosFoto: Diego Vigna.

El viernes 21/11/14 presentamos Mil surcos en Río Cuarto,
conjuntamente con La canción de las máquinas, de Pablo Dema.
Agradezco a los editores de Recovecos y Caballo Negro por la iniciativa,
y a Pablo por las palabras con que presentó mi novela.

[…] Las historias que se cuentan focalizan en un personaje pero son más bien, como señalé, historias de familias disgregadas y reconstituidas. Por un lado, la diáspora, el exilio, el derrotero penoso del emigrado, la pérdida de los vínculos y la identidad amenazada; por otro, la recreación de lazos familiares y la refundación de proyectos de vida en Argentina, en la ciudad de Córdoba más precisamente. […] Mil surcos nos permite entender a nosotros la vida de estos personajes y funciona a su vez como un espejo: todas nuestras historias, si nos remontamos tres o cuatro generaciones, acaban siendo historias de guerras, de hambrunas, de emigrados, de desarraigo. Leía Mil surcos y me acordaba de Sebald (de Austerlitz), leía Mil surcos y me acordaba de Teresa Andruetto (de Pavese, de Stefano, de Lengua madre), de Tununa Mercado (Yo nunca te prometí la eternidad), de Sergio Chejfec (en particular de su Lenta biografía), pero leía Mil surcos y pensaba en mis abuelos, en mis bisabuelos, se me hacía patente el vacío que hay en torno a sus años en Europa durante la primera guerra mundial, las condiciones en las que emigraron, el periplo que acabó en la pampa húmeda. […]

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Mil surcos: hoy, en Río Cuarto

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Dema-Cristal-2014
Presentación doble en Río Cuarto:
Mil surcos de un servidor + La canción de las máquinas
de Pablo Dema (cuentos, Ed. Recovecos, 2014). 21 horas en
La Tintorería Japonesa, Constitución 947, Río Cuarto.

Mil surcos: presentación en Córdoba, por Adrián Savino

Adrian-Savino-Martin-Cristal-Mil-SurcosFoto: Alejandra Baldovin.

El martes pasado presentamos Mil surcos en Córdoba. Agradezco a todas las
personas (más de un centenar) que se acercaron al MUMU para la ocasión.
También, muy especialmente, al DJ Jerónimo Saer por su música y generosidad,
y a Adrián Savino, por su impecable presentación del libro.

[…]Esta novela asume la memoria familiar como lo que ésta, en el fondo, nunca ha dejado de ser: una ficción doméstica para consumo de abuelos, padres, hijos, primos, etc. Imprecisa, contradictoria, sesgada, y lo que es peor, en absoluto consciente de su naturaleza ficticia. En este libro, en cambio, y pese a su origen familiar, la ficción se asume sin vueltas como tal: ficción propiamente dicha, y satisfecha de serlo. Nada que ver con esos sucedáneos poco confiables a los que llamamos no ficción o memorias, esos relatos que dos por tres nos quieren vender como “lo verdadero” o “la vida real”.

El lugar desde el que Martín elige novelar la memoria familiar, es uno en el que las historias (con minúsculas) entran en turbulento contacto con la Historia (la de las mayúsculas). Pero este vínculo no responde aquí a una fórmula genérica, ni a ningún otro molde por el estilo. En Mil surcos la Historia no es un mero telón de fondo para escenas trilladas y rutinarias, sino que ambas, las historias y la Historia, aportan ambas en partes iguales con la imaginación novelística, para operar las tres juntas sin otras reglas que las que define, se impone y propone, un autor. […]

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