Por Martín Cristal
Una novela es una caja de cartón: dentro de ella puede ponerse de todo. (También hay cajas pequeñas, llamadas nouvelles).
Como lectores, abrimos la novela, paseamos la mirada por los objetos que hay en su interior, o mejor todavía: los tocamos, percibimos su textura. Unos objetos nos impiden ver otros; para llegar al fondo de la caja debemos ir sacando. Entonces nos sorprendemos (o no) por la cantidad de esos objetos, por su tamaño, por su forma, por su color, por su brillo o sobriedad, por sus repeticiones o variaciones, por su disposición dentro de la caja, por su agrupación en el espacio de la caja, por los espacios libres entre los objetos, por la secuencia en que van apareciendo ante nuestros ojos, por las capas de cosas que se van mostrando…
El concierto de todas esas cosas, su secreta relación, es lo único que importa. Eso es lo que, al abrir y vaciar la caja, nos deparará asombro, simpatía, extrañeza, angustia, intriga, goce. O, en su defecto, rechazo, aburrimiento, desagrado, indignación, o lo peor: indiferencia.
La caja contiene objetos modernos o antiguos, cotidianos o totalmente fantásticos, extraños, nuevos o repetidos; puede haber fotos viejas, botellas, juguetes rotos (o sanos y modernos), animales embalsamados, comida, medicamentos, herramientas, armas, sangre, cartas de amor, lluvia, pan, espejos, ramas, recortes de periódicos, lupas con huellas dactilares, cajitas de música, mapas de otras cajas enterradas, pañuelos para la risa o el llanto, diagramas falsos, cajitas más chicas… Aunque estos objetos puedan repetirse de una caja a otra, algo debería quedar claro: si somos escritores de verdad, no tiene sentido ordenar nuestras cajas del mismo modo en que lo hace el vecino… Sólo tenemos una oportunidad de ser nosotros: aprovechémosla.
Hay cajas voluminosas que sin embargo, al levantarlas, casi no pesan; por el contrario, hay otras pequeñas pero imposibles de mover, cuyas tapas pesan tanto que se cierran solas al poco tiempo de haberse abierto. Hay cajas cuyo contenido revuelven mejor los jóvenes, y otras que sólo un viejo puede inventariar y valorar. Hay cajas que hoy todo mundo abre y que mañana nadie abrirá. Hay cajas que nunca se cierran. Hay cajas que nos llevan a abrir otras cajas. Hay algunas que parecieran no tener fondo.
¿Un galpón lleno de cajas por abrir? Una biblioteca…
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Imágenes: las «cápsulas de tiempo» de Andy Warhol: más de 600 cajas de cartón que el artista llenó con diversos objetos de su vida cotidiana entre 1950 y 1970, para ser abiertas en el futuro. Pude ver el contenido diverso de una de estas cajas en la retrospectiva de Warhol que se hizo en el Palacio de Bellas Artes (México DF), en 1999: fue como leer una novela… Hoy podemos leer otra novela de Warhol gracias a una excelente muestra virtual abierta en Internet.