Lincoln en el Bardo, de George Saunders

Por Martín Cristal

La noche de los muertos vivientes

George Saunders (Texas, 1958) ya era reconocido como uno de esos cuentistas que en cada relato varían las formas narrativas, poniendo a prueba sus límites y desafiando al lector. Algunos de esos experimentos pueden leerse en libros como Guerracivilandia en ruinas, Pastoralia o Diez de diciembre.

Cerca de sus sesenta años, Saunders —que enseña escritura creativa en la Universidad de Syracusa, Nueva York, donde en su momento fue alumno de Tobias Wolff— se probó al fin en el terreno de la novela con Lincoln en el Bardo. En 2017, el libro ganó el prestigioso premio Booker (a la mejor novela escrita en inglés y publicada en Inglaterra).

Saunders basa su libro en un hecho histórico, sobre el que agrega capas y capas de imaginación. El hecho: la muerte, con sólo 11 años, del hijo de Abraham Lincoln, justo cuando el presidente norteamericano enfrenta la Guerra Civil. Abrumado por la pena, Lincoln visita la tumba de su hijo a solas, en una noche de febrero de 1862.

Pero el “Lincoln” del título no es Abraham, sino su hijo, Willie; y el “bardo” en el que se encuentra no refiere a ningún quilombo (ni a ninguna otra de las acepciones que en la Argentina le damos a esa palabra), sino a un concepto del budismo tibetano: el Bardo es el estado astral intermedio del alma entre su muerte y su reencarnación.

Dicho concepto, mezclado con la cosmovisión cristiana —imposible no pensar en el Limbo dantesco—, resulta en un relato coral cautivante, que opera en un “más allá” con reglas propias.

La novela intercala dos planos narrativos: por un lado, los hechos terrenales, históricos, agrupados mediante un collage de citas bibliográficas (verdaderas e inventadas); y, por otro lado, los relatos de ese más allá en el que Willie ahora escucha las historias de otras almas. Son muertos que no admiten su condición de tales, y cuyas voces se alternan como en un texto teatral (salvo que se indica quién habla al final de cada parlamento, y no al principio).

En 108 capítulos breves y brevísimos, Saunders ensambla cientos de parlamentos. Algunos son torrenciales; otros, no van más allá de un tweet. Esa alternancia de voces muertas hace de Lincoln en el Bardo una actualización de la centenaria Antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters. Aquí el cementerio es el de Oak Hill, en Washington.

Una especulación metafísica, pero también las pérdidas, el luto, los anhelos que duran más que las vidas truncas; el maltrato que nos prodigamos entre los seres humanos; el amor paterno-filial; la vida pública y privada de un hombre público, sus responsabilidades entreveradas en los dos ámbitos; las infinitas versiones que compondrán, luego, la biografía de ese gran hombre y la historia de su país… esos y otros temas transita esta novela, llena de compasión y ternura por sus personajes, al punto de resultar conmovedora (sin por eso estar exenta de humor).

Dos planos de la existencia y una sola noche —¿con luna o sin ella?—, le bastan a Saunders para ofrecernos un hermoso alarde de inventiva y fabulación.

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Lincoln en el Bardo, de George Saunders. Seix Barral, 2018. Novela, 440 páginas. Traducción de Javier Calvo. Recomendamos este libro en el suplemento “Número Cero” de La Voz (Córdoba, 4 de noviembre de 2018).

Desgracia, de J. M. Coetzee

Por Martín Cristal

Cuesta abajo en mi rodada

Desgracia-J-M-Coetzee-Mondadori-2000John Maxwell Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940) fue galardonado con el premio Nobel en 2003. Tiene fama de no gustar de los micrófonos; a pesar de eso, en los últimos dos años ha venido desde Australia —donde ahora reside— para asistir a ferias y festivales de literatura en nuestro país. Uno de sus libros más conocidos es Desgracia, novela con la que ganó el prestigioso premio Booker en su año de aparición (1999). El libro se llevó al cine en 2008, con John Malkovich en el papel del desganado profesor Lurie.

David Lurie da clases de literatura en la Universidad Técnica de Ciudad del Cabo. Su trabajo ya casi no le interesa. Esa indolencia suya parece consecuencia de haber tocado techo en su vida (característica que conecta a Lurie con el François que protagoniza la novela Sumisión, de Michel Houellebecq). Dos divorcios le han hecho desistir de soñar con una familia. En el plano sexual se arregla con prostitutas, hasta que su favorita interrumpe sus servicios. Entonces Lurie se fija en una de sus alumnas…

En este punto inicial, el libro parece prometer sólo una actualización de Lolita, de Vladimir Nabokov (algo que, dicho sea de paso, también sucede a cierta altura de Las correcciones, de Jonathan Franzen). Sin embargo, la salida a la luz del affaire entre profesor y alumna, y el consiguiente escándalo en la universidad, llegan para que ese Lurie que parecía haber tocado techo, vaya directamente a tocar fondo.

Y es que, aun siendo responsable de esa y otras faltas, el orgulloso Lurie se niega a dar las disculpas públicas que le son requeridas. Prefiere renunciar e irse a lo de su hija Lucy, quien hace tiempo se ha emancipado de él y vive en una agreste zona rural de Sudáfrica.

Lo resumido hasta aquí abarca sólo un cuarto del argumento; el resto es mejor no revelarlo. Baste decir que en esta nueva etapa, Lurie tendrá que enfrentar no sólo su propia decadencia, sino además el espíritu independiente de su hija; el ámbito silvestre (salvaje) de la vida rural; las tensiones raciales que perviven en la Sudáfrica postapartheid; y en especial las consecuencias de un hecho violento e irreversible, que dejará a padre e hija en veredas opuestas por el hecho de que ambos toman decisiones similares, pero en momentos y contextos distintos.

Al menos Lucy no aparenta temerle al futuro; David, en cambio, parece quedar desahuciado. ¿Lo salvarán el arte o la piedad por los animales, aunque sea íntimamente? ¿Tenemos derecho a elegir el propio fracaso como una forma válida de la existencia?

Además de la precisión de la prosa —impecable, con un tono de acero y paso firme para narrar sin freno (apenas se detiene en algunas consideraciones sobre poesía romántica inglesa, la materia que enseña Lurie)—, cabe destacar que Coetzee no explicita la raza de las personas en sus descripciones. Si dice que “por el camino avanzan tres hombres”, no nos aclara abiertamente si son blancos o negros; serán algunos detalles posteriores acerca del cabello o la vestimenta, las acciones y el contexto los que nos vayan guiando al respecto. Éste es sólo un ejemplo, entre otras sutilezas similares, de la sólida escritura de J. M. Coetzee.

Ya desde el título, Desgracia nos propone una historia amarga, cargada de gravedad y de renuncia, que deja muy poco margen para la redención de nadie.

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Desgracia, de J. M. Coetzee. Novela. Mondadori, 2000 [1999]. 264 páginas. Recomendamos este libro en «Ciudad X», La Voz (Córdoba, 7 de enero de 2016).

Vida de Pi, de Yann Martel

Por Martín Cristal

El tigre y el mar

El centro es un bote y la circunferencia, el horizonte. El radio es la mirada del que espera ser rescatado. ¿Qué más hace falta para calcular la vasta superficie de historias posibles que flotan en el Océano Pacífico? Sólo un náufrago llamado Pi.

Piscine Molitor Patel —o Pi a secas— es hijo del encargado del zoológico de Pondicherry, India. El joven se educa en la costumbre de observar atentamente el comportamiento de los animales. El aprendizaje que destila de ese estudio a veces es un alimento espiritual que Pi también busca en fuentes más obvias, como la religión. Pero, ¿en cuál religión? ¿El Hinduismo, el Cristianismo, el Islam? ¿Cómo elegir entre todos esos relatos que compiten para darle forma al origen, el presente y el final de nuestro universo?

Ésta es una de las preocupaciones existenciales del personaje central de Vida de Pi, la tierna e imaginativa novela del autor canadiense Yann Martel (1963), por la cual éste obtuvo el prestigioso Premio Booker en 2002. En la Argentina pasó algo desapercibida, quizás porque el libro era importado y en esa época postcrisis el bolsillo no daba para lujos así.

Martel narra sin apurarse. Primero se presenta a sí mismo como autor-entrevistador; sólo después pasa al relato, que pone en boca del propio Pi. En esta parte, deja que su narrador se explaye sobre su vida en Pondicherry; quiere que conozcamos muy bien a Pi antes de arribar al detonador de la novela, ese hecho que no pueden callar ni las contratapas, ni las ilustraciones de tapa, ni las colillas cinematográficas ni tampoco esta reseña. Y es que, en busca de una vida mejor, la familia de Pi decide trasladarse a Canadá con animales y todo, para venderlos. Pero el buque en que viajan naufraga. Sólo Pi se salva, en un bote al que también suben algunos animales. Entre ellos, un tigre de Bengala adulto.

O sea que hay un bote y el mar (hay Hemingway), hay un chico indio y un tigre (hay Kipling), hay un fugaz islote con plantas extrañísimas (hay Swift), hay el relato de un náufrago (García Márquez, sí, pero mucho más divertido). ¿Cómo sobrevivió Pi durante 227 días? [*]. Su historia es, literalmente, increíble. ¿Qué relato elegimos creer cuando la fe y la razón están reñidas en el entendimiento? Martel propone la belleza de la ficción narrativa como un factor desequilibrante, capaz de dirimir esa clase de empates.

Vale la pena explorar los estantes reales y virtuales para ver si aparece un ejemplar de esta hermosa novela. Si no, habrá que esperar hasta noviembre, cuando el estreno de la adaptación cinematográfica —dirigida por Ang Lee— la vuelva a poner a flote en el océano de las librerías.

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Vida de Pi, de Yann Martel. Novela. Destino, 2003. 336 páginas. Recomendamos este libro en «Ciudad X», La Voz (Córdoba, 6 de septiembre de 2012).

[*] 227 días: 22 / 7 = 3.142857… Bastante cerca de Pi, ¿no?