Nuevo libro: Bosque bonsái (microrrelatos ilustrados)

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Ediciones de la Terraza publicó Bosque Bonsái, un pequeño libro-objeto con treinta microrrelatos de mi autoría, ilustrados por El Esperpento. Se trata de una caja de 11 x 7,5 x 2,5 cm con tapa corrediza; alberga un acordeón de 66 páginas (impresas por ambas caras en casi 2 metros de papel).






El libro-objeto puede adquirirse en el sitio de Ediciones de La Terraza y en varias librerías de Argentina. También está disponible en su integridad para su visualización online en Issuu, y en versión digital (PDF) para su descarga gratuita:

Bajar versión digital completa (gratis)

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Los textos de Bosque bonsái por Martín Cristal se distribuyen bajo una Licencia Creative Commons, Atribución – No Comercial – Sin Obra Derivada 4.0 Internacional. Las ilustraciones de Bosque bonsái por El Esperpento se distribuyen bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.

Polvo de pared, de Carol Bensimon

Por Martín Cristal

Casas marcadas

Carol-Bensimon-Polvo-de-pared-ArgentinaLa brasileña Carol Bensimon (Porto Alegre, 1982) fue seleccionada por la revista Granta como una de las escritoras jóvenes más relevantes de Brasil. Para los lectores más perezosos, este dato —que se repetirá forever en solapas y reseñas— quizás garantice algo en sí mismo; para los más activos, es probable que sirva como un “indicio no suficiente”. Esos lectores curiosos serán capaces de ir más allá de la avanzada automática de elogios y de las selecciones previas, para buscar los libros en cuestión y sopesarlos según la propia experiencia de lectura.

El primer libro de Bensimon es de 2008, y acaba de ser traducido al castellano —por Martín Caamaño, con voseo y fluidez— en la delicada propuesta de Dakota Editora. Se titula Polvo de pared y está compuesto por tres relatos independientes de mediana extensión. Como rasgos en común entre ellos pueden señalarse al menos dos ejes. Primero: en los tres relatos, los protagonistas son jóvenes que atraviesan experiencias de aprendizaje. Segundo: sus respectivas maduraciones están ligadas siempre a alguna edificación cercana que resulta clave.

En el primer relato (“Caja”), esa edificación es una casa modernista que se destaca del resto de las viviendas típicas de un barrio de clase media. Sólo al crecer, Alice resignificará el valor de esa casa “anormal” construida por sus padres. Así ella comprenderá mejor la distancia que separa a su generación de la de ellos; pero, sobre todo, esa revaloración le servirá de espejo cuando, al madurar, se acepte a sí misma, al desvanecerse en ella la clásica angustia adolescente por encajar en los sueños aspiracionales de su grupo etario y su clase social.

En el segundo relato (“Falta cielo”), lo que disloca el paisaje no es un estilo arquitectónico, sino la prepotencia de un flamante emprendimiento inmobiliario que se instala cerca de un pueblo chico, para modificar el paisaje y sus rutinas apacibles. Esa revolución condice con la íntima de Lina, que por las mismas fechas descubre el primer beso y las traiciones (reales y simbólicas) de las que puede ser presa el amor.

Cierra el volumen “Capitán Carpincho”, en el que Clara, aspirante a escritora, se rebela ante sus padres, abandona la carrera de Letras y va a buscar trabajo a un hotel de montaña de los años setenta, todavía en funcionamiento. La escenografía recuerda un poco al hotel Overlook de El resplandor (el propio texto lo subraya), y de a poco se percibirá que, hasta cierto punto, no es más que eso: una escenografía. A las interrelaciones entre Clara y los otros trabajadores y pasajeros del hotel, la autora las trabaja con sucesivos cambios en el punto de vista del relato, que en ciertos pasajes es el más cómico de los tres.

Carol-Bensimon

Es frecuente —y natural— que un/a autor/a joven centre sus narraciones en los conflictos de personajes igualmente jóvenes (o aun más jóvenes); menos común resulta que la mirada sobre esos conflictos ya haya alcanzado cierto grado de madurez para comprenderlos en un primer libro. En Polvo de pared, Carol Bensimon comprende a sus personajes, los trata con respeto y cariño. Sus encrucijadas tienen ese punto de “tristeza feliz” que se suele hallar en el pasaje de la adolescencia al siguiente capítulo de la vida.

En el pulso de la prosa que atraviesa a este tríptico se percibe el aliento de una novelista en ciernes. Cualquiera de estos tres relatos podría haber extendido su entramado hasta convertirse en una novela de aprendizaje (una bildungsroman), sostenida solamente por ese pulso sereno que se aparta tanto de lo telegráfico como de lo barroco. Tras este libro, Bensimon ya ha publicado dos novelas: Sinuca embaixo d’agua (2009) y Todos nós adorábamos caubóis (2013). Seguramente no pasará mucho tiempo antes de que nos encontremos con alguna de ellas traducida a nuestro idioma.

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Polvo de pared, de Carol Bensimon. Relatos. Dakota Editora, 2015. 120 páginas. Recomendamos este libro en “Ciudad X”, La Voz (Córdoba, 22 de octubre de 2015).

La novela como arte-objeto

Por Martín Cristal

Una novela es una caja de cartón: dentro de ella puede ponerse de todo. (También hay cajas pequeñas, llamadas nouvelles).

Como lectores, abrimos la novela, paseamos la mirada por los objetos que hay en su interior, o mejor todavía: los tocamos, percibimos su textura. Unos objetos nos impiden ver otros; para llegar al fondo de la caja debemos ir sacando. Entonces nos sorprendemos (o no) por la cantidad de esos objetos, por su tamaño, por su forma, por su color, por su brillo o sobriedad, por sus repeticiones o variaciones, por su disposición dentro de la caja, por su agrupación en el espacio de la caja, por los espacios libres entre los objetos, por la secuencia en que van apareciendo ante nuestros ojos, por las capas de cosas que se van mostrando…

El concierto de todas esas cosas, su secreta relación, es lo único que importa. Eso es lo que, al abrir y vaciar la caja, nos deparará asombro, simpatía, extrañeza, angustia, intriga, goce. O, en su defecto, rechazo, aburrimiento, desagrado, indignación, o lo peor: indiferencia.

La caja contiene objetos modernos o antiguos, cotidianos o totalmente fantásticos, extraños, nuevos o repetidos; puede haber fotos viejas, botellas, juguetes rotos (o sanos y modernos), animales embalsamados, comida, medicamentos, herramientas, armas, sangre, cartas de amor, lluvia, pan, espejos, ramas, recortes de periódicos, lupas con huellas dactilares, cajitas de música, mapas de otras cajas enterradas, pañuelos para la risa o el llanto, diagramas falsos, cajitas más chicas… Aunque estos objetos puedan repetirse de una caja a otra, algo debería quedar claro: si somos escritores de verdad, no tiene sentido ordenar nuestras cajas del mismo modo en que lo hace el vecino… Sólo tenemos una oportunidad de ser nosotros: aprovechémosla.

Hay cajas voluminosas que sin embargo, al levantarlas, casi no pesan; por el contrario, hay otras pequeñas pero imposibles de mover, cuyas tapas pesan tanto que se cierran solas al poco tiempo de haberse abierto. Hay cajas cuyo contenido revuelven mejor los jóvenes, y otras que sólo un viejo puede inventariar y valorar. Hay cajas que hoy todo mundo abre y que mañana nadie abrirá. Hay cajas que nunca se cierran. Hay cajas que nos llevan a abrir otras cajas. Hay algunas que parecieran no tener fondo.

¿Un galpón lleno de cajas por abrir? Una biblioteca…


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Imágenes: las «cápsulas de tiempo» de Andy Warhol: más de 600 cajas de cartón que el artista llenó con diversos objetos de su vida cotidiana entre 1950 y 1970, para ser abiertas en el futuro. Pude ver el contenido diverso de una de estas cajas en la retrospectiva de Warhol que se hizo en el Palacio de Bellas Artes (México DF), en 1999: fue como leer una novela… Hoy podemos leer otra novela de Warhol gracias a una excelente muestra virtual abierta en Internet.