Por Martín Cristal
Apenas terminé de leer Lint, la historieta más reciente de Chris Ware —número 20 de su Catálogo de Novedades Acme—, recordé una página de Quimby The Mouse que Ware incluyó en un número anterior de esa colección multiforme. Dicha página es la siguiente [clic en la imagen para ampliarla]:
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El golpe de efecto del final resulta cómico y aterrador a la vez. Al comprimir el tiempo de casi toda una vida mediante una tajante elipsis (fifty years later), se pone de relieve el absurdo de la existencia. Un solo día perdido nos revela, en realidad, toda una vida perdida.
Lint podría leerse como una variante expandida y pormenorizada del mismo tema. El lifetime completo de Jordan Lint se nos presenta comprimido en sólo ochenta páginas. Atestiguamos su entrada a este mundo —con dibujos tan básicos y esquemáticos como su propia percepción de bebé— y luego vamos viendo como el dibujo madura, mientras el relato se acelera y Lint envejece, notoriamente, a cada vuelta de página.
Hay que decir que este personaje de Ware genera mucho menos empatía que, por ejemplo, nuestro querido Jimmy Corrigan. De hecho, por momentos, Lint es sencillamente un tipo mezquino y despreciable, aunque comparta algunas vulnerabilidades con Jimmy. Vista con la amargura y los ismos típicos de la obra de Ware —patetismo, pesimismo, escepticismo—, la de Lint es una vida guiada por la variabilidad de sus ambiciones y la constancia de su pulsión sexual. Una vida que no aparenta tener mucho sentido espiritual, o cuyo sentido sólo está dado por el relato de sus «accidentes»: no sólo las circunstancias externas, sino (especialmente) ciertas cosas hechas o dichas como al pasar, pero que dejan marcas indelebles. Marcas en las que el individuo se reconoce a sí mismo, casi nunca con beneplácito.
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En Lint, la elipsis no se da sólo de la mediana edad a la vejez, en el final del relato (como vimos en Quimby), ni tampoco sólo de la infancia a la mediana edad, al principio del relato (como vimos en Jimmy Corrigan); aquí la elipsis es la dueña del relato completo. Esta compresión del tiempo, este impiadoso fast-forward, nos da la posibilidad de contradecirnos con toda justeza y afirmar que “tenemos tiempo” para hacer lo que queramos, pero que a la vez “la vida es demasiado corta” para lo que sea. Incluso para comprenderla.
Para quienes ya hayan leído Jimmy Corrigan, el chico más listo del mundo,
Lint será un feliz regreso a la multitud de recursos expresivos que Ware había desarrollado en aquella obra maestra. Aquí volvemos a verlos funcionar, tan aceitados como antes, pero al servicio de una historia más corta y directa. Por eso, para ingresar por primera vez al universo narrativo de Ware, puede que Lint sea mejor puerta de entrada que Jimmy… Sin embargo, en mi escala personal, Lint no desbanca a Jimmy Corrigan como mi obra favorita del autor.
Nuestras vidas —parece decirnos Ware— con suerte llegarán a las ochenta páginas, y la última siempre será un misterio. Una nada absoluta, cuya expresión gráfica nos explica con claridad cuál es el origen del horror vacui que impera en todas las otras páginas de este historietista genial: nada más y nada menos que nuestro viejo y conocido miedo a la muerte.