Cervantes, a cuatrocientos años de su muerte

Cervantes-400-aniversarioPor Martín Cristal

Hice el siguiente gráfico divulgativo sobre la vida de Miguel de Cervantes Saavedra a pedido de “Ciudad X”, el suplemento de cultura del diario La Voz de Córdoba, Argentina. Se publicó ayer, por los cuatrocientos años de la muerte del autor de Don Quijote de la Mancha (22 de abril de 1616). [Clic para ampliar]
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En la parte inferior izquierda del esquema figuran las principales fuentes consultadas. Fue fundamental el Resumen cronológico de la vida de Cervantes, de Jean Canavaggio, incluido en la edición online del Quijote dirigida por Francisco Rico y publicada en el sitio del Centro Virtual Cervantes.

1616 también es el año de la muerte de William Shakespeare. Hace un tiempo hice una infografía equivalente sobre su vida y obra. Puede verse aquí.
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Más sobre el Quijote en El pez volador:

Franz Kafka: La metamorfosis, cien años

Kafka
Por Martín Cristal

Hice el siguiente gráfico divulgativo sobre La metamorfosis de Franz Kafka a pedido de “Ciudad X”, el suplemento de cultura del diario La Voz de Córdoba (Argentina). Se publicó el 15 de octubre, por los cien años de la primera edición de este libro extraordinario. [Clic para ampliar]
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En la parte inferior del esquema figuran las principales fuentes consultadas. Además de los libros en papel ahí mencionados, también recurrí a otras fuentes digitales, que linkeo a continuación:


Otros textos que leí sobre Kafka y La metamorfosis, y que resultaron interesantes, aunque no los usé para el gráfico:

Mil surcos: nota y reseña en Ciudad X

Mil-Surcos-Ciudad-X-13-NOV-2014

En el suplemento “Ciudad X” de La Voz del Interior,
ayer le concedieron un generoso espacio a mi nueva novela,
Mil surcos, la cual se presenta el martes que viene.

José Playo escribió una nota muy completa basada en
una entrevista que tuvimos en un bar del centro:

“Dentro del plan de escritura trazado, que por las características parece blindado e inflexible, Cristal goza de la libertad más absoluta, la de la exploración de la propia historia personal. ¶ El fin ulterior es entender, entenderse y, en apariencia, poner toda la inventiva y la imaginación a transitar por un solo carril hasta la salida…” […]

Leer nota completa

Y Demian Orosz escribió una nítida reseña del libro,
enmarcándolo en el proyecto de la tetralogía:

Mil surcos se lee perfectamente como una novela autónoma (hay una continuidad argumental muy leve con Las ostras y se reencuentran algunos personajes), para lo cual colaboran sin duda los momentos de escritura tersa, perfecta. La sutileza en la descripción de algunas situaciones (la estrella amarilla y el triángulo rosa se aproximan en una escena conmovedora) y la potencia del relato cuando la novela sale de la introspección y cava surcos en la acción confirman a Cristal como un narrador sólido, dueño de sus herramientas, y que además tiene la amabilidad de no deleitarse con la propia voz y evitar los tics generacionales de tanto escritor condenado a la adolescencia perpetua. ¶ Mil surcos abre un abanico de universos habitados por seres arrastrados por algo más fuerte que ellos y sus decisiones, y va dosificando una trama de huidas, de escapes hacia algo que a duras penas, en medio de cataclismos subjetivos, puede imaginarse mejor. […]

Leer reseña completa

William Shakespeare: su vida como teatro

Shakespeare
Por Martín Cristal

Hice el siguiente gráfico divulgativo sobre la vida y obra de Shakespeare a pedido de «Ciudad X», el suplemento de cultura del diario La Voz de Córdoba (Argentina). Se publicó el 24 de abril, un día después del 450 aniversario del nacimiento del dramaturgo inglés. [Clic para ampliar]
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En una esquina del esquema figuran las principales fuentes consultadas (fue particularmente agradable la lectura de Shakespeare, la breve y amena biografía escrita por Bill Bryson). Aprovecho para linkear aquí otras fuentes digitales a las que recurrí, sobre todo en lo relativo al dibujo del teatro The Globe:

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Más sobre el Bardo en El pez volador: Traducir a Shakespeare.

El mal menor, de C. E. Feiling

Por Martín Cristal

Cuando las pesadillas vienen marchando

En su obra, “Charlie” Feiling (Rosario, 1961 – Buenos Aires, 1997) proyectaba una exploración de los géneros literarios; El mal menor, que publicó un año antes de su muerte, venía a ocupar el casillero “novela de terror”. Durante mucho tiempo fue inhallable (salvo dentro del volumen póstumo titulado Los cuatro elementos, en el que Norma la juntó con las dos novelas anteriores de Feiling —una policial y una de aventuras—, más fragmentos de otro proyecto inconcluso: una novela en plan fantasy). Finalmente El mal menor vuelve a circular por separado en la “Serie del Recienvenido” (FCE), la cual ofrece al lector “grandes obras de la literatura argentina de las últimas décadas del siglo XX”, cuya vigencia las mantiene “en diálogo y en sincronía con las propuestas más novedosas de la literatura actual”, según lo entiende el director de la colección, Ricardo Piglia.

En el epígrafe inicial, Stephen King oficia de padrino y portero para una historia que no arranca tras la puerta chirriante de un castillo tenebroso, sino en un edificio cualquiera de Buenos Aires. La ciudad (y San Telmo en particular) es sede de una serie de apariciones pesadillescas que sólo algunas personas —como Inés Gaos o el tarotista Nelson Floreal— son capaces de percibir. Es una peligrosa filtración de horrores oníricos cada vez más concretos y evidentes para estos iniciados, cuyo poder de percepción los ata a una terrible responsabilidad. Cuando la acción se ramifica a otras ciudades —La Habana, Londres—, se comprende que es el mundo entero lo que hay que defender de esa invasión infernal digna de una pintura de El Bosco.

Según Piglia, El mal menor está escrita “en una prosa cuya precisión y serenidad garantiza la verdad de cualquier escena (o situación extrema) que se narre”. En efecto, el estilo es moroso y detallado en su forma de “mostrar” lo que sucede; Feiling no altera el tono al pasar de lo cotidiano a lo sobrenatural. También mecha un humor que uno se ve tentado de etiquetar como “inglés”, por su fina ironía y la parsimonia inalterable con que alcanza sus efectos.

OK, pero, ¿da miedo o no, la novela? Varias escenas se centran en lo descriptivo para provocar el impacto o la repulsión del gore; ésas no llegan a estremecer al lector tanto como las que se basan más en la acción narrada, aunque lo van ablandando para la llegada de aquellas “situaciones extremas” que refiere Piglia. Quizás sería mejor decir “imágenes extremas” porque Feiling se centra notoriamente en lo visual. Según Elvio Gandolfo —en El libro de los géneros— buena parte del terror suele apoyarse en otro sentido de la percepción, en una faceta más visceral, que es el miedo a ser tocado (por la fuente del horror de turno). Feiling no siempre llega al punto de generar ese tipo de miedo en los personajes —y por ende tampoco en el lector—, aunque sí lo logra en escenas como la primera de todas, que transcurre mientras la protagonista se da un baño en su departamento: la amenaza se acerca desde el otro lado de una puerta cerrada (y cuando la protagonista toque el picaporte, el tacto sí intervendrá en el asunto). El miedo no surge tanto de lo que se ve, entonces, sino de lo que se cree prever, de lo que se siente incluso antes de ver. Es algo que trasciende los sentidos más obvios.

Promediando el libro, el misterio inicial muestra sus reglas internas. Desde ahí, la historia dosifica los sobresaltos del lector para concentrar su energía en el clímax: un enfrentamiento inolvidable en el corazón de una Buenos Aires de pesadilla, un combate contra fuerzas sobrenaturales que, aun consumado, reservará para después otros espantos epilogales, tal como sucede en muchas películas del género. Éstos son horrores menos hollywoodenses, más íntimos y violentos: vueltas de tuerca finales de un voltaje inolvidable.

Redonda y divertida, El mal menor es ideal para leer como toda buena novela de terror: en el silencio de la noche, bajo la única luz prendida en toda la casa y de espaldas a la puerta abierta.

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El mal menor, de C. E. Feiling. Novela. FCE, 2012 [1996]. 200 páginas. Con una versión más corta de este texto recomendamos este libro en «Ciudad X», La Voz (Córdoba, 6 de diciembre de 2012).

Todo está iluminado, de Jonathan Safran Foer

Por Martín Cristal

La hermosa vida que podemos falsificar

Jonathan Safran Foer (EE.UU., 1977) publicó su novela-debut Todo está iluminado a los veinticinco años de edad. Pronto llegó al cine vestida con bellos paisajes y hermosa música, aunque su adaptación es fiel sólo a un cuarto de lo que ocurre en el libro: ignora olímpicamente una rica mitad y —lo peor— tergiversa el cuarto restante en aras de una síntesis que altera descaradamente el final y deja importantes cabos sueltos.

El protagonista de la novela se llama igual: Jonathan Safran Foer. Es un judío neoyorquino que viaja a Ucrania para indagar sobre sus orígenes. Allá se le unirán Alex, un atolondrado intérprete que no sabe más inglés que el que aprendió en la secundaria; el abuelo de Alex, que dice ser ciego, aunque se hará cargo del volante; y una perra loca llamada Sammy Davis Junior Junior. El lector comparte con ellos el viaje y sus terribles consecuencias mediante tres líneas narrativas hábilmente entrelazadas:

Primera: la excursión según Alex, quien se anima a novelarla en un inglés tachonado de fallas semánticas y pifias de matiz en los sinónimos, errores típicos de quien ha aprendido un idioma sin practicarlo nunca. (El título de la novela, por ejemplo, es la manera en que Alex expresaría que “todo está aclarado”). Este trabajo del autor produce un efecto humorístico que en castellano sólo he encontrado en algunos relatos de Hebe Uhart. Así, Todo está iluminado puede leerse como una novela de lenguaje, que seguramente supuso un gran desafío para su traductor, Toni Hill.

Segunda: la novela de Jonathan sobre la genealogía de los Safran Foer, que arranca doscientos años y ocho generaciones más atrás. Soslayada en la película, su tragicomedia mezcla la inventiva del realismo mágico de García Márquez con la tierna ingenuidad y el humor absurdo de muchos relatos folklóricos judíos (como los de la aldea de Chelm, de Bashevis Singer).

Tercera: Las cartas de Alex a Jonathan, escritas tiempo después del viaje. En ellas, Alex comenta la novela de Jonathan (la cual, como nosotros, lee “por porciones”) y a su vez deja ver que recibe devoluciones del neoyorquino acerca de la novela que él mismo le remite en su inglés maltrecho. Estas cartas permiten comprender las secuelas del viaje en Alex y su propia familia.

Como en otras travesías para investigar sobre el pasado (hay otras a Ucrania en obras de Aleksandar Hemon y Margo Glantz), el tema crucial en Todo está iluminado es la memoria, esa sustancia equívoca que sin embargo sabe adherirse bien a los objetos. También importan el amor, a veces más enamorado de sí mismo que de los amantes, el choque cultural, el perdón, y la mitología de todo linaje: siempre puro relato, construido con recuerdos admitidos y tozudas negaciones.

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Todo está iluminado, de Jonathan Safran Foer. Novela. De Bolsillo, 2002. 352 páginas. Recomendamos este libro en «Ciudad X», La Voz (Córdoba, agosto de 2012).

El proyecto Lázaro, de Aleksandar Hemon

Por Martín Cristal

Recomendamos esta novela impresionante en el Nº 24 de la revista Ciudad X (junio de 2012).

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Aleksandar Hemon (1964) viajó a Estados Unidos justo antes de que se desatara la guerra en su Bosnia natal. Imposibilitado de volver, se estableció en Chicago y comenzó a escribir en inglés, idioma que domina con tal maestría que su caso ha sido comparado con el de Nabokov. Después de leer La cuestión de Bruno (cuentos, 2001), pero sobre todo tras El proyecto Lázaro (novela, 2008), soy un convencido más de la calidad literaria de Hemon.

“Yo quería que mi futuro libro hablara del inmigrante que escapó del pogromo de Kishinev y llegó a Chicago para morir a manos del jefe de policía de la ciudad. Quería sumergirme en el mundo tal como había sido en 1908, quería imaginar cómo vivían entonces los inmigrantes”. Esto declara Vladimir Brik —alter ego de Hemon— a las 56 páginas de la novela, cuyo plan inicial entrelaza la vida de ese escritor bosnio en la Chicago de 2004, con la muerte de Lázaro Averbuch, un inmigrante judío que en 1908 es tomado por anarquista y asesinado en circunstancias confusas. La concisa primera persona de Brik diferencia bien este nivel narrativo del que narra los sucesos de 1908 (más lírico, en tercera persona, y que recuerda un poco a Ragtime, de Doctorow).

Para escribir su libro, Brik mendigará una beca y viajará a Europa para averiguar qué brutalidades expulsaron a Averbuch de su hogar (“el hogar es allí donde tu ausencia no pasa desapercibida”, define Hemon). Lo acompañará Rora, un viejo amigo bosnio: fotógrafo irónico y gran fabulador, cargado de historias sobre la guerra en Sarajevo.

Hemon no se limitará a alternar la reelaboración narrativa de un hecho histórico con el relato biográfico del escritor que se propone realizarla; las historias orales de Rora, al borde de lo creíble, introducirán un tercer andarivel narrativo. El lector se ve compelido a entretejer relaciones entre los tres niveles. Con sutileza, Hemon les infiltra coincidencias (de nombres, de situaciones): circunstancias del entorno de Brik que parecen inspirarle rasgos para su futuro relato de Lázaro, esa narración que Brik aún no ha escrito, pero que el lector de la novela ya sigue paralelamente.

La ficción es siempre en parte una transposición de lo vivido por su autor. Pero esa biografía, ¿no será también una construcción ficticia?  Brik también es un personaje (uno más) de Hemon. Pasado cierto punto, es posible anular las jerarquías entre la historia marco “real” de Brik y la interior “ficcionalizada” de Lázaro. ¿No es ese viaje a Ucrania, Moldavia, Rumania y Bosnia una invención más, tan verosímil, dudosa o falsa como las historias que Rora dice haber vivido en Sarajevo? Y Rora también es un personaje, una sombra. ¿Y Lázaro Averbuch? ¿Existió? Sí: hay fotos de su cadáver y su caso salió en los diarios. ¿Pero cuán “real” es lo que sale en los diarios? ¿No mienten o (se) engañan, también, los periodistas?

Los personajes de la subtrama de Lázaro, que comparativamente tendrían un grado menor de realidad (como los de las subnovelas intercaladas dentro del Quijote), de pronto demuestran cimientos más reales; y la “realidad” exterior de Brik y Rora de repente puede leerse sólo como una invención más de un demiurgo llamado Aleksandar Hemon. El interés del autor en el arte de la ficción se explicita en abiertas y jugosas reflexiones sobre el tema. El proyecto Lázaro puede leerse como un paralelismo entre el miedo a los anarquistas pretéritos y el actual a los terroristas; o como una madura declaración sobre qué conlleva ser “extranjero” en cualquier lugar y época del mundo; pero, sobre todo, como una exploración magistral de la volátil frontera entre realidad y ficción, entre verdad y mentira, entre memoria e invención.

En su afán de extremar la (con)fusión de ficción y realidad, Hemon la amplía en una página web donde se barajan citas de la novela y fotos (algunas históricas, y otras más actuales tomadas por Velibor Vožobić). ¿Son todas esas imágenes “reales”? ¿Refieren o no a los hechos que sugieren sus epígrafes? ¿Hubo un viaje para tomarlas? Esto ahonda las hermosas dudas sobre “lo verdadero” planteadas por este impecable proyecto. El contorno ficcional pergeñado por Hemon logra que sus verdades a medias se levanten y anden, hasta conectarse con todas esas mentiras parciales que tomamos por “el mundo real”.

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El proyecto Lázaro, de Aleksandar Hemon. Novela. Duomo Nefelibata, 2009. 364 páginas.

Las ostras: adelanto en Ciudad X Nº 23

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Salió el número de mayo de la revista Ciudad X. Nota central:
“Se imprime. Los libros de 2012 en Córdoba”.
Incluye, como adelanto, el primer capítulo
de mi nueva novela, Las ostras.

Ciudad X en Córdoba: en todos los quioscos.
Ciudad X en Buenos Aires: aquí.

Fiebre de guerra, de J. G. Ballard

Por Martín Cristal

Fiebre de guerra es el último libro de cuentos de J. G. Ballard (1930-2009). Se publicó en 1990, pero se tradujo al castellano recién un año antes de la muerte del autor. Quienes solemos padecer las traducciones españolas, agradecemos la buena factura de Javier Fernández y David Cruz en esta primera edición.

Entre estos catorce cuentos hay tres que se destacan por su forma, sin que ésta sea su único atractivo. “Respuestas a un cuestionario” dosifica cien respuestas a un interrogatorio policial, cuyas preguntas no figuran; infiriéndolas, se deduce el relato de un crimen y una catástrofe nacional. “El índice” nos informa del extravío de la autobiografía de H. R. Hamilton, un megalómano impresentable. Lo único que queda de esa autobiografía es su índice analítico; el cuento no es más que ese listado alfabético de nombres, hechos y lugares, pero con él puede reconstruirse la vida entera de Hamilton  (de hecho, “megalómano” e “impresentable” son rasgos que se desprenden de esa reconstrucción). En “Notas hacia un colapso mental”, un paciente psiquiátrico sólo alcanza a escribir el título de una declaración sobre el asesinato de su mujer; enseguida ese título es analizado palabra por palabra, en notas que desovillan una trama enfermiza.

Mente prodigiosa para un género en el que la imaginación es central, Ballard también le aportó a la ciencia ficción una pluma de gran calidad. Sólo unos pocos cuentos —como “Amor en un clima más frío” (sobre el sexo obligatorio en una época post-sida) o “El parque temático más grande del mundo” (el cual vuelve a la playa, uno de los paisajes predilectos del autor)— resultan demasiado expositivos en su manera de presentar sus ideas-fuerza, y se pasan rápidamente porque no proponen la vivacidad y el juego inteligente de los otros.

Salvando esa minoría, el libro rebosa de situaciones provocativas. En el cuento “Fiebre de guerra”, ensaya una inversión de roles (como la de los bomberos incendiarios de Bradbury): los Cascos Azules de la ONU alientan un combate interminable en una Beirut de laboratorio. “La historia secreta de la Tercera Guerra Mundial” es el testimonio del único ciudadano que logró apartarse de la TV y atestiguar un intercambio nuclear entre EE.UU. y la URSS: una guerra que no superó los cinco minutos de duración. “El espacio enorme” y —sobre todo— “Informe sobre una estación espacial no identificada” trabajan sobre los conceptos de Infinito y Universo, un poco como Borges en “La biblioteca de Babel”. En “Cargamento de sueños”, un barco derrama desechos tóxicos en una islita del Caribe: el efecto principal es una extrañísima mutación de fauna y flora; el secundario, un cuento alucinante (literalmente).

Encuentro entre Ballard y Borges en los años setenta. Foto de Sophie Baker.
Fuente: www.cccb.org.

Un lindo detalle de la edición de Berenice: arriba del pie de imprenta aparece la definición de “ballardiano” según el Collins English Dictionary. El término aglutina una modernidad distópica, paisajes desoladores creados por el hombre y los efectos psicológicos del desarrollo social, tecnológico o ambiental. Ésos son exactamente los síntomas de la fiebre que contagia este libro, a los que podríamos sumarles también el condimento de dos o tres locos mesiánicos que siempre se las arreglan para conseguir seguidores.

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Con una versión más corta de la presente reseña, recomendamos este libro en el número 16 de la revista Ciudad X (octubre de 2011).

Siempre juntos y otros cuentos, de Rodrigo Rey Rosa

Por Martín Cristal

El siguiente es el libro que recomendamos en el Nº 13 de la revista Ciudad X (julio de 2011). En el fondo, es una recomendación doble.

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Rodrigo Rey Rosa (1958) vive en su Guatemala natal, aunque antes también lo hizo en Nueva York y en Marruecos. Fue amigo de Paul Bowles y de Roberto Bolaño, quien lo nombra en la segunda parte de 2666 y lo pone de personaje central para una anécdota africana incluida en Entre paréntesis. Pero no lo descubrí ahí, sino en un viejo número de la revista mexicana La Tempestad, donde apareció un cuento suyo, inolvidable, protagonizado por dos escorpiones: “Siempre juntos”. Más tarde, en una mesa de saldos porteña, encontré Ningún lugar sagrado (Seix Barral, 1998). Con esos “cuentos neoyorquinos” confirmé lo buen narrador que es Rey Rosa.

Cómo resistirme entonces al hallar en una librería cordobesa un libro con dos escorpiones en la tapa y el título de Siempre juntos y otros cuentos: una antología de la labor cuentística de Rey Rosa de los últimos veinte años. Con refrescante variedad formal, el autor consigue exprimir la gran tensión que late bajo la regularidad de su prosa, tranquila y pausada, un poco como la calma superficial de las aguas en los cenotes: una tranquilidad que esconde el peligro de las corrientes subterráneas que los conectan.

Tan buenos como el cuento del título, lo son “Cárcel de árboles”, que con su pulso de novelita borgeana reflexiona sobre el lenguaje; la angustiante desaparición en “Otro zoo”; el tierno y doloroso “La niña que no tuve”; “La prueba”, “Gracia” y “El pagano”, que se preguntan por Dios; el desencuentro epistolar de “Hasta cierto punto” y las brevedades de “Vídeo”. (Hubiera querido que no quedase afuera del libro un cuento policial-poético buenísimo, titulado “Elementos”).

Siempre juntos… es una de esas antologías que dan la sensación de que el autor tiene superpoderes, aunque su secreto no sea otro que el oficio acumulado de años y una buena selección. Puede ser cara y difícil de conseguir, así que, si antes se cruzan con un ejemplar de Ningún lugar sagrado, ya saben: no lo dejen escapar.

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Siempre juntos y otros cuentos, de Rodrigo Rey Rosa. Cuentos. Almadía, 2008.

«Savia y sombra», en Ciudad X Nº 13

Salió la revista Ciudad X Nº 13. Nota central: Córdoba en 2061.
¿Cómo será la ciudad en 50 años? Un antropólogo, un arquitecto,
un ambientalista y un experto en tecnología aportan sus visiones;
y yo, un relato. A ver qué les parece.

En Córdoba: en todos los quioscos.
En Buenos Aires: aquí.

Me acuerdo, de Joe Brainard

Por Martín Cristal

El siguiente es el libro que recomendamos en el Nº 9 de la revista Ciudad X (marzo de 2011).

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Me acuerdo de un documental de 1997 sobre Marcello Mastroianni. Su título en italiano era Mi ricordo, sí, io mi ricordo. Entre otras cosas, el actor decía:

“…los recuerdos son una especie de punto de llegada. La fuerza de los recuerdos es la única cosa verdaderamente nuestra. Ahora me pregunto, ¿cuáles son los recuerdos que me tocan con mayor intensidad? ¿Qué reveo más nítidamente?”.

Me acuerdo de una vez que estuve por comprar Je me souviens, los 480 recuerdos que el francés Georges Perec recopiló como libro en 1978. Todos sus párrafos empezaban igual: “Me acuerdo de…”.

Me acuerdo de que al final no me llevé el libro porque Alexis Comamala me contó que Perec había tomado esa idea de un libro anterior. Así descubrí
I remember
, del artista plástico norteamericano Joe Brainard, traducido al castellano en 2009 con el mismo título que el libro de Perec: Me acuerdo. (Perec le dedicó su versión a Brainard).

Me acuerdo de que Joe Brainard (1942-1994) baraja unos mil recuerdos breves, los más cortos de media línea (“Me acuerdo del otoño”) y los más largos de diez o quince. El libro evita clasificar: los recuerdos acuden a la página por asociación, como recurrencia o como sorprendente cambio de tema. Esta secuencia intempestiva es tan encantadora como la nostalgia suave, la tierna franqueza, el humor sencillo o la claridad de las evocaciones de Brainard. La aliteración empuja a seguir leyendo.

Me acuerdo nos dice más sobre Brainard de lo que cualquier autobiografía podría contarnos. También habla de nosotros: sus recuerdos exceden la experiencia individual para superponerse, primero, con la experiencia de toda una generación; luego, con el aliento particular de la cultura norteamericana; y finalmente, con la historia común de toda la humanidad. Todos nos reconocemos en alguna línea, aun cuando el libro no se haya regido por una necesidad histórico-política como la que, en la Argentina, hoy nos lleva a valorar el ejercicio de la memoria colectiva. Brainard nos interpela porque se dejó guiar por la curiosidad de rever, con la mayor nitidez posible, cuáles eran sus recuerdos personales más intensos. Justo lo que quería saber Mastroianni. Y también el resto de nosotros.

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Me acuerdo, de Joe Brainard. Memorias/Poesía. Sexto Piso, 2009.

Cómo hablar de los libros que no se han leído, de Pierre Bayard

Por Martín Cristal

Una versión más corta del presente artículo se publicó en el número 3 de la revista Ciudad X.

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En un cuento de Efraim Kishón, éste se encuentra con un escritor que hace meses le envió por correo un ejemplar de su último libro. El encuentro desemboca en la pregunta inevitable: “¿qué te pareció?”. Pero Kishón no ha leído el libro; ni siquiera le ha quitado el papel madera en que venía envuelto. No sabe el título ni el género de la obra. El cuento («Cómo comentar libros sin demasiado esfuerzo», incluido en El arca de Noé, clase turista) prosigue con los esfuerzos de Kishón por hacer observaciones ambiguas y generales que le permitan obtener de su colega algún dato con el cual construir un comentario decente.

Situaciones así le interesan a Pierre Bayard (Francia, 1954) en su brillante ensayo Cómo hablar de los libros que no se han leído. La estrategia para arrancar cada capítulo es la que usamos aquí: recordar una obra literaria donde alguien habla de un libro no leído. Enseguida, el autor analiza a fondo dicho ejemplo. Bayard toma casos de Musil, Valéry, Eco, Montaigne, Greene, Lodge y Wilde, entre otros. El elocuente epígrafe que abre el libro es precisamente de Oscar Wilde: Jamás leo los libros que debo criticar, para no sufrir su influencia.

Entre todos los ejemplos que analiza Bayard, se destaca el de un estudio antropológico: la interpretación que una tribu africana —los tiv— hace de Hamlet. Cuando, en la propia aldea de los tiv, la antropóloga Laura Bohannan les refiere la obra de Shakespeare, las opiniones y críticas que expresan los miembros de la tribu resultan articuladas e interesantes, incluso sin que ellos conozcan nada de la cultura inglesa o europea (mucho menos de Shakespeare en particular).

¿Licencia para mentirosos? ¿Recetario cínico? No: el de Bayard es un ensayo honesto, que sincera ciertas imposturas de la circulación cultural. En especial blanquea la “no-lectura”, que no es la prescindencia total de los libros, sino toda situación limítrofe a la lectura: los libros leídos y luego olvidados, los que sólo hojeamos alguna vez, aquellos de los que sólo hemos oído algo… Primero, Bayard razona estas “maneras de no leer”; luego distingue situaciones en las que podría tocarnos hablar de un libro no leído (en la vida mundana, frente a un profesor, frente al mismo autor del texto o frente al ser amado); por último, analiza algunas conductas que convendría adoptar en esas situaciones (no sentir vergüenza, inventar el libro que se comenta o bien, hablar menos del libro que de uno mismo).

El autor alega por una “evolución psicológica” que nos libere del peso de la cultura y nos haga entrar de lleno en el terreno de la creación. Sostiene también que nuestra relación con los libros se da en “un espacio oscuro habitado por fragmentos de recuerdos”. En suma, Bayard nos dice: nadie lee tanto como dice leer y nadie puede leerlo todo, así que relajémonos un poco, desactivemos las prohibiciones culturales y opinemos libremente con los elementos que tengamos a mano. Bayard nos propone esto a través de un libro irónico, divertido y liberador. Un libro que espero poder leer entero alguna vez.

Cómo hablar de los libros que no se han leído, de Pierre Bayard. Anagrama, 2008.

Me gusta!

Vidas perpendiculares, de Álvaro Enrigue

Por Martín Cristal

Una versión más corta del presente artículo se publicó en el número 2 de la revista Ciudad X.

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En sus Vidas paralelas, Plutarco comparaba —con fines didácticos— a algún griego famoso con su equivalente romano; los hilos de ambas biografías se tensaban, cercanos pero sin tocarse. En Vidas perpendiculares de Álvaro Enrigue (México, 1969), los hilos biográficos se entrecruzan con un fin narrativo: producir una trama.

Esa trama arranca en 1936, narrando con tono irónico y divertido la saga de una familia de Jalisco. Sólo que, apenas veinte páginas después, la novela cambia drásticamente: primera señal de una estructura compleja, basada en el concepto hindú de la transmigración de las almas (la esencia de ese concepto se sintetiza en un epígrafe inicial, con versos del Bhagavad Gita). La saga de los Rodríguez Loera se irá barajando con las memorias de personas de distintas épocas y lugares del mundo; progresivamente, esas memorias dispersas se reconocerán como la autobiografía “precoz y milenaria” de una misma alma reencarnada varias veces.

Esta novela —elogiada por Carlos Fuentes (¿a esta altura será eso bueno o malo?)— me hizo pensar en las depuradas estructuras narrativas de Ítalo Calvino; en “El inmortal” de Borges; en la “flor amarilla” de Cortázar; en “Memoria de paso”, de Fogwill (que remite a su vez al Orlando, de Virginia Woolf), y también en el duradero escarabajo de Mujica Láinez, que pasaba de mano en mano (es decir, de cuerpo en cuerpo) para contarnos todas las épocas de la humanidad.

Son (una y) siete las vidas que se intercalan aquí, primero, como capítulos; después, se empiezan a entrelazar al interior de cada capítulo; luego se entremezclan dentro de algún párrafo, y más tarde incluso dentro de una misma oración. En este proceso, la prosa nunca pierde su gracia natural. Enrigue posee una retórica elocuente, a veces algo recargada, pero con un humor que mantiene fresca a una novela que hubiera podido volverse rancia de tanto comercio con la Historia.

Los personajes secundarios también traslucen vidas pasadas. Hay, por ejemplo, una nana, intemporal como Mort Cinder, a la que se apoda la Fenicia; hay un jardinero mexicanísimo, al que sin embargo —una sola vez, y muy al pasar— se lo reconoce como “el egipcio”. Mientras, en el centro de la acción, hay un triángulo amoroso, freudiano y eterno, que se calca incesantemente sobre sí mismo. Si, en la Comedia del Dante, Francesca y Paolo terminaban en el Infierno, eternizados por su adulterio, en esta novela los amantes se mudan al módico pero efectivo infierno de un nuevo pellejo, para encarar una vita nuova en la que inevitablemente habrán de reencontrarse.

Hay un asesino en cada hombre o mujer porque ¿quién no ha matado antes? Sólo basta con hacer memoria. La memoria (un “animal incontrolable”, definido como “el conocimiento del acecho constante de la muerte”) es la clave del libro. Ella es la que deja o no deja ver qué historias se esconden tras la última carnadura de un hombre. Cualquier detalle —unos ojos verdes, por ejemplo— puede provocar el memorioso latigazo de las existencias anteriores.

Estas Vidas perpendiculares “serían infinitas si fueran honestas y quisieran ser completas”. Enrigue no aprovecha la afirmación para darnos un final deshilachado. No: aquí todo cierra, aunque sepamos que estos mismos hilos podrían seguir tramándose por siempre.
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Vidas perpendiculares, de Álvaro Enrigue. Anagrama, 2008.