Por Martín Cristal
Va la misma introducción que al inaugurar esta costumbre en 2009:
No siempre salgo a cazar las últimas novedades; tampoco me atrinchero sólo entre los clásicos. Leo sobre todo narrativa, pero no exclusivamente. El azar puso estos excelentes libros en mis manos durante este año. Van en orden alfabético de autores (esto no es un ranking). Para coincidir o disentir con otros lectores, como recomendaciones o como agradecimiento por las recomendaciones de terceros, leyéndolos tarde o temprano respecto de otros (¿qué importa?), estos son los libros que más disfruté leer en 2010:
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100 balas, de Brian Azzarello
y Eduardo Risso
Vertigo-DC Comics, 1999-2009. Historieta.
Serie negra americana, altamente adictiva, con abundantes crímenes, gangsters violentos, chicas fatales, facciones de la mafia enfrentadas y conspiraciones secretas.
Una galería de personajes del bajofondo americano se va involucrando con el misterioso agente Graves a partir del tentador regalo que todos ellos reciben de sus manos: un maletín con pruebas irrefutables de alguna traición que merecería ser vengada, más una pistola y el toque mágico: 100 balas imposibles de rastrear. Cualquier crimen cometido con ellas será ignorado olímpicamente por la policía.
Es el viejo truco de la lámpara y los tres deseos, salvo que la lámpara de Azzarello es una automática, que el genio son cien balas y que el deseo de todos los involucrados es uno solo: gozar de impunidad en su venganza.
A lo largo de —of course— 100 entregas, el dibujo del argentino Eduardo Risso asegura, con su reconocible estilo, la cohesión imprescindible que otras series largas, que cambian de dibujante de un número a otro, no logran mantener (sólo el personaje de Lono parece alterarse —crece y se hace más brutal— desde su primera aparición hasta las últimas).
Azzarello logra que la aventura de cada entrega cierre bien y aporte más tensión al arco general de la historia, con paciente inversión en el trasfondo de cada nuevo personaje (aunque sin abandonar los estereotipos habituales del género). Así nos lleva directo a la gran conflagración: el religioso baño de sangre que nos espera al final de toda historia de mafia, al menos desde cada peli de El Padrino para acá.
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Cómo hablar de los libros
que no se han leído, de Pierre Bayard
Ni licencia para mentirosos ni recetario cínico: el de Bayard es un ensayo brillante sobre la no-lectura, que sincera ciertas imposturas de la circulación cultural. Si quieren hablar de este libro sin haberlo leído, pueden leer la recomendación que hicimos de esta obra en el Nº 3 de Ciudad X (septiembre).
Con eso basta para hablar de este libro. Claro que, si quieren hablar de otros libros sin leerlos, entonces sí les convendría leer completo el de Bayard…
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El amor es la más barata de las religiones,
de Ariel Bermani
En un artículo que le dedicamos a las novelas de Ariel Bermani, dimos cuenta de esta novela corta que funciona como un catálogo de voces y que toma de Cesare Pavese su título y su problema central.
En ese artículo —que luego se reprodujo en la revista Casa del Tiempo (UAM, México DF)— relevamos las relaciones de El amor… con las otras dos novelas que Bermani lleva publicadas: Veneno y Leer y escribir. Las tres comparten personajes y rasgos comunes.
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Horla City y otros, de Fabián Casas
Fabián Casas se apropió de la difusa y amenazadora aparición creada por Maupassant, El Horla, para darle nombre tanto a este libro como a su propio communication breakdown (nervous, más bien), el cual le apagó “la musiquita” durante un largo período…
Abarcando ese hiato, el libro reune toda la obra de Casas de los últimos veinte años y, cosa rara para un libro de poesía contemporánea, va camino a convertirse en un modesto best-seller nacional, cosa que ha desviado la atención de algunos desde los versos hacia este mero hecho contable. Un estrabismo que en general es producto de la envidia, como bien explica Alejandro Schmidt en su blog.
El libro compila imágenes tan sencillas y cotidianas como potentes; como ejemplo hay una heladera de Coca-Cola que fulgura en la noche de un estacionamiento y que posiblemente sea el Zahir de nuestro tiempo.
Casas admite: “…esta falsedad / de tensar los poemas con una catástrofe / se ha convertido ahora en mi segunda naturaleza”. Sincerado el método, sus versos traslucen melancolía persistente, o extrañeza sobre el entorno, o amor filial… Los malos poetas siempre riman amor con dolor; Casas no rima nunca y trasmuta ese amor (o dolor) en inquietud por el presente, o bien en la añoranza de otras épocas, de ciertos afectos, de ciertos lugares.
La cronología de estos poemas desnuda una erudición creciente que va incrementando el número de citas doctas. No es una mutación que yo prefiera, la verdad, pero la admiración por Frank Zappa —que Casas expresa en un poema corto de Oda, y que yo también profeso— me obliga a olvidar el asunto y a darle la mano al poeta.
Urbano, rockero, culto y “chabón”, Casas entrecruza sentencias reflexivas a lo Giannuzzi, el spleen de Baudelaire aplicado al barrio de Boedo, versiones locales del budismo zen, súbitas revelaciones con la basura en la mano y la angustia universal del tempus fugit.
La yapa del libro es un “ensayo bonsái” colado al final del libro: el brillante e inspirador “La voz extraña”. Y claro, el Poet-Jockey ya remixó Horla City…
Me voy de vacaciones. Quedan programadas para enero las dos entregas que completan esta serie. Como siempre, los comentarios serán bienvenidos, aunque demoraré en responderles… ¡Feliz año nuevo para todos!
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