Lo mejor que leí en 2019

Por Martín Cristal
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Van en orden alfabético de autores; esto no es un ranking. Figura el link a la correspondiente reseña, si es que la hubo en este blog. Aquí están los libros que más disfruté leer en 2019:

  • The Power, de Naomi Alderman [leer reseña].
  • The Game, de Alessandro Baricco.
  • Sabrina, de Nick Drnaso.
  • Breves respuestas a las grandes preguntas, de Stephen Hawking [leer reseña].
  • Umami, de Laia Jufresa [leer reseña].
  • La masacre de Kruguer, de Luciano Lamberti [leer reseña].
  • Esa chica, de Lilia Lardone.
  • La asesina de Lady Di, de Alejandro López.
  • Aniara, de Harry Martinson.
  • Doscientos canguros, de Diego Muzzio [leer reseña].
  • Las esferas invisibles, de Diego Muzzio.
  • Ventiladores Clyde, de Seth.
  • Barrio chino, de Fernando Stefanich.
  • Casi invisible, de Mark Strand.
  • Fabricar historias, de Chris Ware [leer reseña].

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[Ver lo mejor de 2018 | 2017 | 2016 | 2015 | 2014 | 2013 | 2012 | 2011 | 2010 | 2009]

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Doscientos canguros, de Diego Muzzio

Por Martín Cristal

Cuesta hablar de lo que más nos duele

No sólo hay doscientos canguros en el libro homónimo de Diego Muzzio (Buenos Aires, 1969). En sus siete cuentos también desfilan leones, tortugas, ballenas… Los animales aportan su presencia concreta, pero también ofrecen un símbolo enigmático, o encarnan una fantasía infantil, o dan pie para el absurdo.

El absurdo, precisamente, prevalece en “El Hombre Neutral”, donde una invasión de conejos inutiliza una pista de aterrizaje; la situación reaparecerá de soslayo en otros cuentos, como un divertido cruce argumental. Cabe advertir que, por su atmósfera enrarecida, quizás este cuento no sea el más representativo del conjunto. Arriesgo que en la decisión de ponerlo primero gravitó la transparencia con que muestra el tema recurrente del libro: las relaciones paterno-filiales (y también las fraternales, pero siempre como secuela de las otras).

Ese tema se confirma en “Los discípulos de Buda”; de sesenta páginas y corte realista, tal vez sea el mejor cuento del libro. Una familia se resquebraja por el enloquecedor talento ajedrecístico de uno de los hijos, y por la ambición paterna de aprovecharse de ese talento, y por las arbitrariedades más tenebrosas de la historia argentina. Con cameos de Bobby Fischer y Miguel Najdorf, el cuento sigue dos líneas temporales en una trama casi cinematográfica, que gambetea todo lo previsible. Lo sigue “El caza Zero”, una variación más acotada de “Los discípulos…”. Su encierro inicial lo propician una tintorería esclavizadora y la represión emocional de una familia japonesa.

“El cielo de las tortugas” amplia el juego. Primero, en lo formal: en vez de un narrador único, el cuento alterna monólogos que componen un dilema moral alrededor de la enfermedad terminal de una niña. Y segundo, en lo temático: porque en ese coro aparece una madre que equilibra la preeminencia paterna, tan marcada en los cuentos anteriores, donde ellas estaban casi elididas.

Otro cuento memorable, “Caballo en llamas”, articula una historia de amor y la Guerra de Malvinas. Aquí un padre que buscaba perjudicar a su hijo, lo empuja por un camino peligroso, que sin embargo el hijo, con los años, agradece, aunque no sin pagar un alto precio.

El cuento «Doscientos canguros» abre con una cita de Murakami cuya fuente parafrasea a Salinger; la lectura íntegra del relato reafirma la sospecha de que Salinger sería su verdadero modelo tutelar. La escena de una madre (en una casa junto a un lago) tratando de averiguar por qué está enfurruñada su hija recuerda aquella otra de “En el bote”, salvo que aquí la ternura materna nunca llega para aliviar el disturbio emocional. A su modo, la niña —una vez más— le endosará esa frustración a su hermana.

Cierra otro relato coral, “La estructura de los mamíferos”, cuyas primeras diez líneas constituyen uno de los inicios más potentes de la cuentística argentina reciente (y, de paso, nos presentan a la madre más patética de todo el libro).

La cohesión temática, la fluidez del estilo, su lenguaje contemporáneo y una buena paleta de recursos narrativos hacen de Doscientos canguros una experiencia de lectura más que recomendable.

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Doscientos canguros, de Diego Muzzio. Cuentos. Entropía, 2019. 232 páginas. Recomendamos este libro en “Número Cero”, La Voz (Córdoba, 23 de junio de 2019).

Nuevo libro: La música interior de los leones (Premio Literario Fundación El Libro 2018/19)

|La Fundación El Libro publica mi libro de cuentos La música interior de los leones tras haber ganado el III Premio Literario Fundación El Libro 2018/19. La presentación será el día domingo 28 de abril de 2019, a las 18 hs., en la sala Sarmiento de la 45ª Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.

Esta es la contratapa:

Sobre este libro dijo el jurado: “Sus relatos son mecanismos perfectamente armados que extrapolan focos puntuales de la sociedad tecnológica actual, para pensar distópicamente una cultura en descomposición, abrevando en el carácter especulativo que caracteriza a la ciencia ficción, aunque construya cuentos que no se puedan enmarcar fácilmente en ese género”.

Se trata de una verdadera propuesta (y apuesta) literaria en la que se alternan el minimalismo, el realismo sucio, la fantasía, la ficción paranoica, y donde las voces que narran cambian de relato a relato.

Martín Cristal entrega, en La música interior de los leones, un volumen para la gran biblioteca del libro de cuentos en español.

Este libro obtuvo el Primer Premio en la tercera edición del Concurso Literario Fundación El Libro 2018/19. El jurado estuvo integrado por Elsa Drucaroff, Carlos Liscano, Vicente Battista, Leopoldo Brizuela y Luis Chitarroni.

Leer uno de los cuentos

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En la Argentina, esta edición se distribuye
en librerías
de todo el país.

 

Premio Literario Fundación El Libro 2018/19 para La música interior de los leones

El jueves 28 de marzo tuve la suerte de que mi libro de cuentos La música interior de los leones obtuviera el Premio Literario Fundación El Libro 2018/19, otorgado por dicha entidad (promotora de la lectura y organizadora de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires). Es la tercera edición de este premio internacional, a la cual se presentaron 200 obras.

Sobre el libro, dijo el jurado (integrado en esta oportunidad por Elsa Drucaroff, Carlos Liscano, Vicente Battista, Leopoldo Brizuela y Luis Chitarroni):

“Sus relatos son mecanismos perfectamente armados que extrapolan focos puntuales de la sociedad tecnológica actual, para pensar distópicamente una cultura en descomposición, abrevando en el carácter especulativo que caracteriza a la ciencia ficción, aunque construya cuentos que no se puedan enmarcar fácilmente en ese género. Propone una mirada nueva de la ciudad de Córdoba: hace entrar a la narrativa el relato de una urbe atravesada por el capitalismo globalizado. Pese a mantener preocupaciones e imaginarios similares, cada relato encuentra su propio lenguaje y forma: minimalismo, realismo sucio, fantasía, ficción paranoica y hasta policial se combinan en relatos que consiguen una voz y perspectiva propia cada vez que cambia el personaje narrador”.

Aquí algunos enlaces de prensa:

El premio incluye la publicación del libro, que será presentado durante la 45ª Feria Internacional del Libro de Buenos Aires (abril/mayo de 2019).

Lo mejor que leí en 2018

Por Martín Cristal

Van en orden alfabético de autores; esto no es un ranking. Figura el link a la correspondiente reseña, si es que la hubo en este blog. Aquí están los libros que más disfruté leer en 2018:

  • El cuento de la criada, de Margaret Atwood.
  • Moronga, de Horacio Castellanos Moya.
  • Francamente, Frank, de Richard Ford.
  • El hijo judío, de Daniel Guebel.
  • Cuando Alice se subió a la mesa, de Jonathan Lethem.
  • Mapas literarios. Tierras imaginarias de los escritores, de AA.VV. (edición de Huw Lewis-Jones).
  • Nana, de Chuck Palahniuk.
  • Una casa junto al Tragadero, de Mariano Quirós.
  • Los sordos, de Rodrigo Rey Rosa.
  • El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, de Oliver Sacks.
  • Lincoln en el Bardo, de George Saunders [leer reseña].
  • Frankenstein, o El moderno Prometeo, de Mary W. Shelley (con prólogo de Alberto Manguel).
  • Talking Jazz. Una historia oral, de Ben Sidran [leer reseña].
  • Paisaje con grano de arena, antología de Wislawa Szymborska.
  • 1280 almas, de Jim Thompson.

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Sin segundo nombre, de Lee Child

Por Martín Cristal

Una vida en busca de problemas

En 2017, Blatt & Ríos publicó Noche caliente, primer libro de Lee Child traducido y editado en la Argentina. Traía dos historias cortas del héroe infalible que protagoniza todos los best-sellers mundiales de Child: el ex policía militar —y actual vagabundo en busca de problemas— llamado Jack Reacher.

Si se suman Noche caliente y el flamante Sin segundo nombre (con diez historias más, traducidas con igual eficacia por Aldo Giacometti) se obtienen los cuentos completos de Child-Reacher. Relatos de corta y mediana extensión que husmean en los intersticios de la vida del personaje: anécdotas que no se cuentan en las 23 novelas que abarcan sus aventuras (dos de ellas fueron llevadas al cine, con Reacher dentro del cuerpo —demasiado escaso— de Tom Cruise).

Quizás Child sea un mago de sólo dos trucos, pero no son dos trucos menores, y él los maneja muy bien: 1) el uso del suspenso y la intriga; 2) un estilo telegráfico que impulsa la acción —y la lectura— a máxima velocidad. Resultado: entretenimiento puro.

A grandes rasgos, la vida del duro Reacher se puede dividir en tres etapas: su niñez y juventud que, como hijo de un marine, transcurrieron en distintas bases militares del mundo (de hecho él nació en Berlín, en 1960); luego sus 13 años de servicio como policía militar, entre 1983 y 1996; y de ahí hasta el presente, su larga etapa como vagabundo libérrimo, que recorre Estados Unidos en ómnibus —sólo ocasionalmente vuela sobre los océanos—, sin más equipaje que un cepillo de dientes y sin más destino que los problemas.

Con esas coordenadas, el lector puede ubicar los cuentos de Sin segundo nombre aun sin conocer la biografía detallada de Reacher. Se encontrará con una de las primeras escaramuzas de su niñez, en una base de Okinawa; el chico tiene 13 años pero ya habla como el adulto que sus fans conocen (esta cualidad inalterable del personaje puede no gustar, pero fuera de eso el cuento es bueno). Otras derivas —encarcelamientos injustos, operativos contra espías, problemas en bares con mafiosos o secuestradores, la calculada asistencia a un fugitivo o la desinteresada a otros que lo pasan mal bajo la nieve— lo llevan por Maine, Nueva York, Washington, California, e incluso hasta Essex, Inglaterra. No faltan las peleas cuerpo a cuerpo ni las deducciones instantáneas y (casi) infalibles.

En un cuento le preguntan: “¿Es usted una persona ética, señor Reacher?”. “Hago lo que puedo”, responde él. En otro alguien lo tilda de psicópata: “¿Te refieres a si creo que me parece bien hacer lo que hago y después no sentir remordimientos? […] Entonces sí. Soy medio psicópata”. “Los viejos hábitos son duros de matar”, asegura en otra historia. Reacher nunca abandona el café ni la observación paranoica de quienes lo rodean.

En otros relatos dice que “cada día trae algo nuevo” y que “una cosa lleva a la otra”. Estas frases resumen la filosofía de un aventurero fuerte y confiado, con habilidades naturales o aprendidas, pero siempre bien dispuesto a enfrentar todo lo que el camino le depare.

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Sin segundo nombre. 10 historias de Jack Reacher, por Lee Child. Blatt & Ríos, 2018. Relatos, 392 páginas. Traducción de Aldo Giacometti. Recomendamos este libro en “Número Cero”, La Voz (Córdoba, 23 de septiembre de 2018).

Lo mejor que leí en 2017

Por Martín Cristal

Van en orden alfabético de autores; esto no es un ranking. Figura el link a la correspondiente reseña, si es que la hubo en este blog. Aquí están los libros que más disfruté leer en 2017:

  • Los cuerpos del verano, de Martín Felipe Castagnet [leer reseña].
  • Éste es el mar, de Mariana Enriquez.
  • Vivir en la salina. Cuentos completos, de Elvio E. Gandolfo.
  • La voz, de Arnaldur Indridason [leer reseña].
  • Todo oscuro, sin estrellas, de Stephen King.
  • El zoo de papel y otros relatos, de Ken Liu (en castellano; lo había empezado el año anterior en inglés) [leer reseña].
  • Sultanes del ritmo, de Leonardo Oyola [leer reseña].
  • La luz mala dentro de mí, de Mariano Quirós.
  • Las furias, de Renzo Rossello [leer reseña].
  • Stoner, de John Williams.

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Las furias, de Renzo Rossello

Por Martín Cristal

Cronista del futuro terrestre

Las furias no se muestra exteriormente como un libro de ciencia ficción, ni es publicado por una editorial especializada; sin embargo, su lectura devela pronto que entreteje motivos propios de ese género. Según Elvio Gandolfo en la contratapa, se trata de “un registro del todo nuevo” en la obra de Renzo Rossello (Montevideo, 1960), autor usualmente centrado en el género policial.

¿Novela o libro de cuentos? Respuesta corta: ambas cosas a la vez.

Para una respuesta más larga y precisa, recurramos a un concepto de la ciencia ficción: el de fix up. Según Miquel Barceló (en Ciencia ficción: Nueva guía de lectura), un fix up consiste en el “montaje de diversos relatos interrelacionados formando un único volumen, para lo cual, si hace falta, el autor ‘rellena’ los huecos que deja el material disponible con algunas historias escritas precisamente para ese fin”.


Con esos “arreglos” a la medida solía venderse mejor un ramillete de cuentos publicados previamente en revistas, aunque luego el procedimiento también pudiera aplicarse a inéditos (como en el caso que nos ocupa). Un ejemplo famoso de fix up es Crónicas marcianas; Ray Bradbury contaba que al presentarle el libro al que sería su editor, éste le preguntó: “¿Tienes más material con el que podamos hacerle creer a la gente que está leyendo una novela?” (Resultó que Bradbury sí tenía: en esa misma oportunidad también le vendió a la editorial El hombre ilustrado, otro fix up).

Las furias presenta diez relatos ensartados por los apuntes de viaje de un periodista sueco, Gunnar Ejbert. A la vez, esos diez se encuentran enmarcados por otros dos: el inicial, “La desaparición de Will Hudson”, cuyo asunto queda claro desde el título (Hudson es un periodista conocido de Ejbert); y el de cierre, “Diario de las furias”, donde un militar deja testimonio del caos desatado tras el hallazgo de una puerta colosal en la ladera de un monte groenlandés (el Gunnbjorn, en el que Hudson había estado antes de desaparecer).

Esos misterios impulsan al lector a atravesar las demás historias. La estructura episódica permite considerarlas en forma independiente: Ejbert recopila relatos como “La noche de Antón”, sobre el impiadoso exterminio de unos mutantes; “La cura”, acerca de un operativo gubernamental obsesionado con la profilaxis de enfermedades cardíacas; el conmovedor “El hundimiento del edificio Excélsior”, acerca de la manifestación de los malestares espirituales de un viejo edificio; o el ciberpunk “Toda la verdad sobre el proyecto Kurtz”, donde se explica (¿demasiado?) cómo una nueva tecnología reconfigura el espionaje internacional. Otros destacables son “Mientras llueve sobre Ciudad Gótica” y “Juicio al monstruo nonato”.

Unas “Notas al pie del futuro reciente” revisan, al cierre del libro, su paleta temática. La adenda no aporta narrativamente; parecen apuntes del autor, ofrecidos (como decía Cortázar sobre los libros VI y VII de Adán Buenosayres) “un poco como las notas que […] incorpora para librarse por fin y del todo de su fichero”.

Por lo demás, el conjunto funciona bien porque su ilación plantea cierta intriga (un aspecto menospreciado hoy por cierta narrativa que se autopercibe “exquisita”); también porque Rossello narra casi siempre con imágenes, como quería Mario Levrero; y porque el formato elegido lo ubica en un punto de equilibrio respecto de la habitual dicotomía “variedad/unidad”, dilema habitual en los volúmenes de cuentos.

La voluntad lectora se renueva ante cada relato, mientras la forma alienta un interés general. Esto hace que Las furias proponga una experiencia de lectura muy entretenida.

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Las furias, de Renzo Rossello. Estuario Editora, 2012. 152 páginas. Recomendamos este libro en “Número Cero”, La Voz (Córdoba, 5 de noviembre de 2017).

Sultanes del ritmo, de Leonardo Oyola

Por Martín Cristal

Hacia el hondo bajo fondo

Por su constancia, y por la claridad conceptual de su propuesta, Leonardo Oyola (La Matanza, 1973) se ha ganado un lugar propio entre los narradores que mixturan géneros populares. Más específicamente —y como bien lo define la solapa del libro Sultanes del ritmo—, Oyola “escribe policiales y le guiña un ojo a lo fantástico”.

En su obra, el término “fantástico” también abarca lo sobrenatural (estirándose hasta los superhéroes, como en Kryptonita, su novela llevada al cine por Nicanor Loreti); y “policiales” no contemplaría sólo a los relatos detectivescos, sino sobre todo a las perspectivas delincuenciales del género negro (como por ejemplo en la recientemente reeditada Chamamé).

En los ocho cuentos de Sultanes del ritmo, basta listar la “ocupación” de los protagonistas/narradores para relevar los puntos de vista predilectos del autor:

En “Matador” tenemos a un preso gay (aunque, para autodefinirse, él mismo usa la palabra “puto”); en “Oxidado”, a un viejo malandra que sale de la cárcel para atestiguar que el mundo de hoy no lo recibe con los brazos abiertos.

En “El fantasma y la oscuridad” —quizás el mejor relato del libro—, narra un montonero tucumano, circa 1976, cuando se la ve venir negra entre los cañaverales; en “Animétal”, un coreano que, junto a un linyera amigo, prende un fueguito para calentarse debajo de una autopista porteña.

En “De caravana”, hay un adicto al paco, con amigos tan adictos y sacados como él; en “Diablo III”, un asesino serial; y un secuestrador en “Estocolmo” (cuento que, como adelanto, también fuera publicado en la revista Palp). Sólo en “Rick Astley” —donde Oyola hace gala de su sentido del humor— tenemos por protagonista a un policía. Para más datos, pelirrojo. Y harto de su apodo.

Queda de manifiesto la intención de explorar los márgenes y el bajo fondo, el suburbio y la criminalidad. Oyola distingue muy bien la Ley de los códigos, y se centra especialmente en estos últimos (que entre los criminales abundan, al menos entre los de la ficción).

Para cada cuento, Oyola elige un léxico particular. Busca (o inventa) expresiones que delimiten el ámbito de la acción: eufemismos carcelarios, la jerga del hampa, el habla de un barrio o una claseEsa oralidad, crucial en su estilo, estructura la deriva de cada narración y contribuye a verosimilizarla (aunque la percepción sobre ese verosímil dependerá de lo que cada lector ya conozca sobre los ámbitos citados).

Esas voces y sus sociolectos particularizan cada relato, y les dan, a todos, un ritmo arrollador: los vuelven unos verdaderos “sultanes del ritmo” (esto, más allá de los juegos de palabras con canciones de Dire Straits, mediante los cuales Oyola justifica el título en los agradecimientos del libro). Otro ingrediente, habitual en el autor, son las referencias de la cultura popular —el rock, el cine—, que todo el tiempo saltan desde la página como pop corn recién hecho.

Es elogiable que Oyola busque finales contundentes. Estos cuentos piensan en el lector y quieren garpar —como aconsejaba Padgett Powell—; un afán evidente, más allá de que a cada lector luego le parezca que lo logren o no. En otras palabras: no tenemos aquí esos cuentos —tan frecuentes en cierta literatura argentina de hoy— que, aunque “bonitos” por su prosa, no pasan de contar una escenita sensible pero inconducente, o peor: que se truncan de repente con un final que se declara “abierto” —por no decir irresuelto— y que quiere pasar por “sugerente”. Abrir una historia, la abre cualquiera; convencer con su cierre es bastante más difícil (OK, it’s just my opinion).

Sultanes del ritmo va por su segunda edición; integra la colección “Cosecha Roja”, editada por el sello uruguayo Estuario, el cual —al reanudar su distribución en la Argentina— vuelve a ocupar un lugar en las librerías cordobesas tras algunos años de ausencia.

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Sultanes del ritmo, de Leonardo Oyola. Cuentos. Estuario Editora, Montevideo, 2016 [2013]. 120 páginas. Con un texto algo más breve, recomendamos este libro en “Número Cero”, La Voz (Córdoba, 20 de agosto de 2017).

Nuestro mundo muerto, de Liliana Colanzi

Por Martín Cristal

Ahí pero dónde, cómo

Lo real sólo es un problema en sus bordes: lo difícil es saber hasta dónde llega lo real, cuál es su frontera con eso “otro” que estaría ahí, “pero dónde, cómo” (según se preguntaba Cortázar).

Cuando la mente se inunda de dudas y de voces: en ese umbral transcurre Nuestro mundo muerto, de Liliana Colanzi (Santa Cruz, Bolivia, 1979). Sus ocho cuentos aventuran metafísicas personales mediante raptos de psicosis, misticismo, alienación, o basados en las tradiciones ancestrales de los pueblos originarios.

En “El ojo”, esas visiones ultraterrenas las implanta una madre, que antes de persignarse, le dice a la narradora: “El enemigo viene disfrazado de ángel […], pero su verdadero rostro es terrible. No te olvides nunca de que llevas su marca en la frente. Él conoce tu nombre y escucha tu llamado”. La fina línea entre sentido figurado y literalidad es la cuerda por la que el lector camina hasta el final: ¿profecía verdadera o daño psicológico provocado por “el ojo” sauronesco de una controladora?

En “La Ola” las fuerzas extrañas son percibidas con la intuición, sin suscribir ya a un sistema de supersticiones previamente articuladas (léase “religión”). El relato de una insomne universitaria de Cornell —en Ithaca, Nueva York (donde Colanzi reside y enseña)— contiene a su vez al de una chola que atraviesa una experiencia enteogénica transformadora.

En “Meteorito”, la amenaza proviene del espacio exterior; sin embargo —y como ya dijera Ballard— es el espacio interior del individuo el que vale la pena explorar hoy. Eso hace Colanzi. Hay una finta similar en “Caníbal”: la amenaza exterior —ese “Hannibal Lecter” que ronda por París— sólo es envoltorio para la indagación de la intimidad de quien narra.

“Chaco” transparenta admiración por el Eisejuaz de Sara Gallardo. El protagonista también tiene un rapto místico: la voz de un indio muerto se instala en su cabeza de asesino, y lo insta a otras acciones. Los pasajes de esa voz merecen leerse en voz alta.

Menos como Ballard que como Philip Dick, en “Nuestro mundo muerto” Colanzi opta por un entorno neto de ciencia ficción: la (tópica) exploración de Marte. Los recuerdos de una Tierra que ya no ofrece nada se enzarzan con el paisaje hostil del presente, que concede delirios pero ninguna vuelta atrás.

Cierra “Cuento con pájaro”: coral y con saltos temporales, en su concepción puede relacionarse con “Lobisón de mi alma” de Mariano Quirós, por cómo ambos cuentos remiten oblicuamente al éxodo forzado de los nativos de las zonas rurales hacia las grandes urbes.

Los ocho cuentos arrancan con convicción. Muchos finales no buscan una redondez concluyente sino ambigüedad deliberada; la apreciación de esas sutilezas quizás divida a los lectores. Otros finales, abiertos, asemejan el cuento al piloto de una serie: proyectan la trama hacia lo que vendría (es el caso de “Alfredito”, donde lo cuestionado es el umbral de la muerte).

Por su cohesión temática, por su incorporación de ciertos rasgos regionales (¿nostalgia del boom latinoamericano?) y por un estilo trabajado como una masa liviana y refinada —con algunos localismos, frutos abrillantados dispersos que le dan a la prosa su sabor particular—, Nuestro mundo muerto es un libro disfrutable, plantado en la triple frontera entre lo verdadero, lo percibido y lo sobrenatural: “eso” que sólo aceptamos cerca de nosotros cuando su contacto se nos vuelve innegable.

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Nuestro mundo muerto, de Liliana Colanzi. Cuentos. Eterna Cadencia, 2017. 128 páginas. Recomendamos este libro en «Número Cero», La Voz (Córdoba, 4 de junio de 2017).

El zoo de papel y otros relatos, de Ken Liu (II)

Por Martín Cristal

[Leer el post anterior: “1. Sobre el autor”]

2. Sobre los relatos

Para este primer libro, Liu no seleccionó sólo sus textos más famosos, sino también otros que pasaron desapercibidos pero que, sumados al conjunto, dan como resultado “una muestra acertada y representativa” de sus “intereses, obsesiones y objetivos creativos”.

El gran eje temático del libro son las dificultades de adaptación ante un gran cambio geográfico o histórico: la transculturación, muchas veces considerando la inmigración china en Norteamérica, pero no exclusivamente en esa variante. A veces también se trata de las fricciones producidas por el paso de un estadio evolutivo al siguiente, por un marcado cambio de época o incluso por una mudanza de planeta o galaxia.

Sobre su pertenencia o no al género de la ciencia ficción, dice el mismo autor (en el prefacio del libro):

“No presto demasiada atención a la distinción entre fantasía y ciencia ficción —ni, ya puestos, entre ‘obras de género’ y ‘literatura generalista’—. Para mí, la esencia de la ficción es que en ella se prioriza la lógica que rige las metáforas —que es la lógica que rige las narraciones en general— por delante de la realidad, que es irremediablemente aleatoria y carente de sentido”.

 

Los relatos, uno por uno

[Atención: spoilers]

La nave insignia del libro es “El zoo de papel” (“The Paper Menagerie”, que conocimos en castellano gracias a la antología Terra Nova, de Mariano Villareal y Luis Pestarini; Sportula, 2012). Este cuento es la primera ficción, de cualquier extensión, en ganar los premios más importantes del género: el Nebula, el Hugo y el World Fantasy.

Su narrador es Jack, un joven que recapitula su niñez en Estados Unidos como hijo de un americano y una mujer china. Al convertirse en adolescente, las típicas desavenencias entre hijos y padres cobrarán en Jack la forma de una creciente “vergüenza de los orígenes” de su madre, un desprecio especialmente centrado en su lengua materna. La idea que impulsa al cuento —más mágico o sobrenatural que propiamente de CF— recae en unas figuras de animales hechas con papel plegado: piezas de origami a las que la madre de Jack era capaz de insuflarles vida para que su pequeño hijo jugase con ellas.

(Por cierto, la brecha generacional también aparece en un cuento de Liu que NO fue seleccionado para este libro, pero que está online en castellano: “Quedarse atrás” [Staying Behind]. Tan conmovedor como el “El zoo…”, quizás quedó fuera por no mostrar tan claramente el tema que marcamos como eje de esta antología. No presenta rastros de la transculturación china-norteamericana, aunque sí hay un traspaso: del mundo finito de la carne a la vida eterna de los soportes digitales, tema sobre el que también varió Martín Felipe Castagnet en su novela Los cuerpos del verano).

Los dos cuentos con títulos más largos y estrafalarios son Acerca de las costumbres de elaboración de libros en determinadas especies (The Bookmaking Habits of Select Species) y “Manual comparativo ilustrado de sistemas cognitivos para lectores avanzados” (An Advanced Reader’s Picture Book of Comparative Cognition).

Ambos incorporan la forma del catálogo: el primero (que abre el libro), es una breve enciclopedia de la manera en que las especies de distintos planetas se las arreglan para hacer “libros”. Claro que esos “libros” no se parecen en nada a los nuestros, ya que los órganos perceptivos, los cerebros y la memoria de esas especies son muy diferentes… Éste es el cuento más borgeano del libro, y se integra a la tradición de esos que funcionan como un compendio de las costumbres exóticas de otras especies y lugares (todos los cuales parecen fundarse, como mínimo, en Swift y Los viajes de Gulliver).

Si el primer cuento se centra en la escritura, el otro lo hace en la lectura, en un sentido amplio: las distintas formas de percibir e interpretar. En “Manual…”, un catálogo del modo en que distintas especies registran los estímulos que perciben sus sentidos, se intercala con la historia concreta de una familia de padre-madre-hija que se resquebraja ante una oportunidad única, ansiada por la madre: la de salir de viaje entre las estrellas, sin retorno, para intentar contactarse con otras formas de vida. A la vez tratado y memoria familiar fragmentaria (rasgo éste que recuerda al cuento “La historia de tu vida”, de Ted Chiang), el relato se publica por primera vez en este volumen.

“Cambio de estado” (State Change) es el que mejor representa la idea de tomar una metáfora y volverla literal, para así crear un personaje o un argumento narrativo. En el cuento, el alma de las personas al nacer se materializa como un objeto concreto, diferente para cada quien. Cada uno deberá tenerlo cerca durante el resto de su existencia. Los rasgos de ese objeto gravitan sobre la personalidad del sujeto; la destrucción del objeto es el fin de la vida. En el caso de la apocada Rina, su alma es un frágil cubito de hielo, que ella debe cuidar y llevar, refrigerado, a todas partes. Uno de los mejores cuentos del libro, en mi opinión.

“Como anillo al dedo” (The Perfect Match) incorpora elementos tecnológicos a lo Black Mirror. Tilly es una aplicación de asistencia personal (similar a Siri); su relación con Sai, el usuario-protagonista, recuerda un poco la película Her, de Spike Jonze. Sin embargo el relato no deriva hacia el enamoramiento hombre-software, sino hacia el tema de la cibervigilancia y la guerra por el conocimiento y el tráfico de la información que libran una megaempresa a lo Google y algunas guerrillas cibernéticas. Las preguntas de fondo son: ¿qué posición vas a tomar en esa batalla? ¿De qué lado estás?

“Buena caza” (Good Hunting) es otro de los mejores relatos del libro. Inicia en un universo legendario, de fábula china, con la aparición nocturna de seres sobrenaturales que no podrán mantener por mucho tiempo su reinado de magia y misterio: los tiempos cambian, se avecina la era del vapor y el iluminismo científico. Los seres mágicos deberán adaptarse a los adelantos tecnológicos para sobrevivir en un mundo que desdeña la magia y ya no tiene vuelta atrás. Claro que, como dijo Arthur C. Clarke, “Cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”… La acción de este cuento abarca décadas, en un convincente degradé que hilvana la leyenda mitológica con el imaginario steampunk. Es, además, otro relato centrado en un problema de adaptación.

Le siguen “Simulacro” (Simulacrum) y “Regulada” (The Regular), tal vez los menos memorables del conjunto. El primero, ya desde el título, muestra cierta pátina dickiana: Paul Larimore ha inventado un proyector que puede reproducir personas por breves instantes. Son figuras móviles en 3D con las que se puede interactuar (incluso sexualmente); se las llama “simulacros”. El cuento extrapola nuestra obsesión por registrarlo todo en fotografías y videos; se articula en retrospectiva, con los testimonios alternados del famoso Larimore y los de su hija Anna. Ella dice conocer al “verdadero Paul Larimore”; su padre no es el prohombre que el mundo cree conocer. También sostiene que el mundo estaría mejor sin esos simulacros. ¿Juzga Anna demasiado duramente a su padre?

El segundo es un relato largo y de género negro (pero en el sentido en que dicho género fue procesado por el cyberpunk). Inicia con el asesinato de una prostituta que usaba un implante ocular para registrar sus encuentros con los clientes, con la previsible finalidad de chantajearlos. La detective encargada del caso también tiene un cuerpo mejorado a lo cyborg, con implantes biotecnológicos y drogas que la potencian. Pero no siempre es fácil vivir así.

“Las olas” (The Waves) y Mono no aware siguen en el índice a “Manual…”, muy posiblemente por su continuidad temática: los tres comparten el tópico de los viajes interestelares. En el primero —sin relación aparente con la novela de Virginia Woolf—, la dilatadísima extensión temporal del viaje implica cambios evolutivos en la raza humana, puntos de inflexión que los individuos discuten y que no siempre están dispuestos a asimilar dócilmente. Aunque los sucesivos cambios casi deshacen por completo la idea que hoy tenemos de “ser humano”, las relaciones afectivas consiguen mantenerse vigentes, en parte por la pasión de nuestra raza por compartir sus historias y las leyendas fundacionales del universo.

En el segundo —con protagonista japonés, no chino—, la nave interestelar que lleva a los últimos sobrevivientes de la Tierra sufre una avería grave. Se intercala el relato de los últimos días de nuestro planeta (condenado por la llegada de un enorme meteorito) con el de la acción heroica necesaria para tratar de salvar a la nave. En ambos relatos se trenzan el amor, el sacrificio y la conciencia de nuestra finitud. El título en japonés refiere a “la sensación de fugacidad de todas las cosas en la vida”.

“Todos los sabores” (All The Flavours) y “El literomante” (The Literomancer) se enfocan en el choque cultural entre chinos y estadounidenses, intentos de integración no siempre exitosos. Con aliento a western, el primero podría ser una novela corta (tiene 100 páginas); se basa en la historia de los inmigrantes chinos afincados en la zona de Idaho durante el siglo XIX, con todos sus esfuerzos y rechazos; esto último recuerda el comienzo de Sueños de trenes, de Denis Johnson. Lily, una joven americana, entabla amistad con uno de ellos, Lao Guan (o “Logan”), quien a su vez le enseña a jugar al go y le cuenta leyendas de la antigua China. El protagonista de estas leyendas es Guan Yu, el dios chino de la guerra. La estructura que intercala ambos niveles narrativos es la de las “novelas dentro de la novela” que conocemos desde el Quijote.

El segundo relato de este par invierte los términos geográficos y culturales: sigue a una familia de americanos afincada en Oriente, en 1961. La hija es Lilly, una niña que no se lleva bien con sus compañeras americanas de la escuela a la que asiste, en la base militar estadounidense en Taiwán. Sus problemas de adaptación parecen mejorar con su acercamiento casual con Kan Chen-hua, de oficio “literomante”: un anciano que “le dice la buenaventura a la gente basándose en los caracteres de su nombre y en los caracteres que eligen”. (Liu también utiliza el recurso narrativo de poetizar sobre la caligrafía en “Mono no aware”, salvo que en ese caso son caracteres japoneses). El encanto de ese oficio y la bondad del viejo parecen propiciar un acercamiento cultural, salvo que en el camino florecerá la tragedia, cuando Lilly descubra cuál es el verdadero trabajo de su propio padre en Taiwán.

Por su indagación histórica y su dimensión política, este relato está en contacto también con los tres que cierran el libro. En ellos, el individuo se planta y reivindica su dignidad ante los huracanados abusos de la Historia.

“Breve historia del túnel transpacífico” (A Brief History of The Trans-Pacific Tunnel) es una ucronía. Su punto de divergencia es 1929: el inicio de la construcción de un túnel submarino entre Japón y Estados Unidos mejora las relaciones entre Oriente y Occidente; ésta y otras circunstancias históricas alternativas evitan la Segunda Guerra Mundial y sus atrocidades, aunque eso no quiere decir que en adelante todo vaya a ser color de rosa para la humanidad: el lector lo irá descubriendo por el relato en retrospectiva que ofrece el narrador, un nativo de la isla de Formosa (Taiwán) que participó activamente en la construcción de esa monumental obra, superior —en esfuerzo y dimensiones— a la Gran Muralla China.

“El maestro de litigios y el Rey Mono” (The Litigation Master and The Monkey King) se remonta a la China del siglo XVIII. Tian Haoli se gana la vida como asesor legal de los pobres, quienes recurren a él cuando tienen problemas en los tribunales imperiales. Los jueces, volubles y sesgados por la lealtad al emperador, se irritan por las ya famosas estratagemas de Tian. Él las discute —¿sólo en su mente o en contacto con el más allá?— con una figura mítica: el Rey Mono (cuya personalidad revolucionaria conocemos gracias a la genial historieta de Milo Manara). La dignidad moral y la resistencia del tramposo Tian serán puestas a prueba cuando este hombre corriente tenga que enfrentarse a una elección extraordinaria, en aras de preservar una verdad histórica para las futuras generaciones.

A “El hombre que puso fin a la Historia: documental” (The Man Who Ended History: A Documentary) lo conocíamos de la antología Terra Nova, Vol. 2 (Villareal y Pestarini; Sportula, 2013). Liu admite que tomó su forma de un excelente relato de Ted Chiang: “¿Te gusta lo que ves? (Documental)”. Su contenido, sin embargo, es totalmente diferente: el relato inicia dando cuenta de un avance técnico de concepción deslumbrante, el cual permite revisar el pasado. No viajar al pasado ni modificarlo, pero sí atestiguar sus hechos. La posibilidad material de dicha constatación modifica el estudio de la Historia como tal, pero también pone en cuestión las leyes y el Derecho, al permitir que eventos históricos atroces —en los que los derechos humanos fueron pisoteados, como en el caso de infame Escuadrón 731— sean revisitados con una objetividad nueva, basada en esclarecedores testimonios a posteriori. Sinuoso y algo largo, este relato de Liu vale, sin embargo, por la excelente idea que lo dispara, y por las discusiones y reflexiones que prodiga en su transcurso.

 

En síntesis

Como ya destacamos al referirnos a los mejores cuentos de la antología 25 minutos en el futuro, Liu nunca se queda sólo en el alarde expositivo de la idea-motor del cada relato (más o menos brillante según cada caso, pero siempre presentada de entrada y con sencillez), sino que busca trascender ese anzuelo inicial para llevar al lector al terreno de lo afectivo. Las ideas que motorizan cada relato no están ahí para su propio lucimiento, sino para propiciar una narración que cobra valor en su emotividad, en el sustrato de las relaciones intrafamiliares y en el drama de esas relaciones cuando se manifiestan durante los momentos más oscuros y difíciles de la historia de la humanidad.

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El zoo de papel y otros relatos, de Ken Liu. Runas (Alianza Editorial), Barcelona, 2017. 544 páginas.

El zoo de papel y otros relatos, de Ken Liu (I)

Por Martín Cristal

1. Sobre el autor

En la Argentina es frecuente que un autor joven se dé a conocer, por ejemplo, con un libro de cuentos inéditos. El libro sale porque fue premiado en un concurso, o publicado por un editor que le tiene fe (un kamikaze independiente, casi siempre) o costeado por el mismo escritor. A lo sumo puede que algunos de esos cuentos hayan aparecido antes, sueltos y sin remunerar en blogs u otros medios digitales; incluso así, el autor joven empieza a hacer su camino verdadero recién con la circulación de ese primer libro.

El sistema editorial norteamericano, en cambio, ofrece a los autores jóvenes —en especial a los afines a la literatura de género— la posibilidad de ir mostrando sus primeros textos en un sólido entramado de publicaciones especializadas (algunas de larga data). La selección que hacen esas publicaciones suele ser rigurosa; abundan las cartas de rechazo, pero si aceptan un relato, éste sale publicado y al autor se lo pagan.

Así, un cuentista estadounidense joven —de ciencia ficción, por ejemplo— puede ir publicando relatos por goteo en distintos medios de forma “profesional”, lo cual a su vez le abre la posibilidad de que sea nominado en distintos certámenes anuales (que no premian material inédito, como en la mayoría de los concursos argentinos, sino material ya publicado).

Tras años de hacerse un nombre de esta forma, el autor suele encontrar al fin ese editor que publique una selección de sus mejores relatos. Esa selección será el primer libro del autor, que cuando salga a la venta ya tendrá un público preformado.

Esto es un poco lo que ha sucedido con Ken Liu. Nacido en China, en 1976, emigró a los Estados Unidos cuando tenía once años. Es programador, abogado y traductor del chino al inglés (ha traducido por ejemplo El problema de los tres cuerpos, novela de ciencia ficción de Liu Cixin). También es autor de una abundante producción cuentística, que fue apareciendo en revistas de fantasía y ciencia ficción, y en múltiples antologías de “lo mejor del año”. Varios cuentos de Liu fueron nominados y galardonados en los premios más prestigiosos del género en su país y en otras partes del mundo.

En abril de 2017 apareció por fin El zoo de papel y otros relatos, la esperada selección de Liu, en versión castellana de María Pilar San Román. Esta antología —“con visos de retrospectiva”, según el propio Liu—, compila 15 relatos de mediana y larga extensión (en promedio, 35 páginas cada uno). Sólo uno de ellos era previamente inédito.

Antes de reseñar este extraordinario libro, quizás convenga saber que no es lo único que el autor lleva publicado hasta la fecha.

 

Las novelas de Liu

Aunque se inició como cuentista, actualmente Liu está enfocado en el desarrollo de una saga de novelas en plan fantasy, a lo George R. R. Martin. La de Liu está situada en un archipiélago ficcional con fuertes reminiscencias de la cultura china antigua. En lo que a tecnología se refiere, se basa también en un concepto distinto: el llamado silkpunk. Explica Liu (en el sitio de io9):

“Como el steampunk, el silkpunk es una mezcla de ciencia ficción y fantasía. Mientras que el steampunk toma como inspiración la estética de la tecnología de cromo-latón-vidrio de la era victoriana, el silkpunk se inspira en la antigüedad clásica de Asia oriental. Mi novela está llena de tecnologías como los cometas de batalla, que se remontan para elevar duelistas por el aire, aeronaves de bambú y seda impulsadas ​​por remos de plumas gigantes, submarinos que nadan como ballenas conducidas por primitivos motores de vapor y máquinas de excavación de túneles mejoradas mediante la herbología, así como elementos fantásticos como dioses que bromean y manipulan, libros mágicos que nos dicen lo que está en nuestros corazones, bestias acuáticas gigantes que traen tormentas y guían a los marineros a la seguridad de las costas, e ilusionistas que manejan humo para curiosear en las mentes de sus adversarios.

“El vocabulario de la tecnología silkpunk se basa en materiales orgánicos históricamente importantes para el Asia Oriental (bambú, papel, seda) y las culturas marítimas del Pacífico (coco, plumas, coral), y la gramática de la tecnología sigue principios biomecánicos como las invenciones del Romance de los tres reinos. La estética general es de elasticidad y flexibilidad, expresiva de las culturas que habitan las islas”.

La saga se titula La dinastía del diente de león (The Dandelion Dinasty), e incluye guerras fronterizas, rebeliones e intrigas (y, como corresponde al género, también un mapita en las primeras páginas). Lleva publicados dos tomos: el primero se titula La gracia de los reyes y fue finalista del Nebula en 2016. Ya salió en castellano al igual que el segundo volumen, El muro de las tormentas. Liu ya tiene vendidos los derechos de la saga para su traslado a la pantalla (los compró DMG, el estudio que produjo Iron Man 3 y Looper).

El futuro de este autor es ancho como el horizonte completo. Seguramente para muchos se hará conocido, primero, por su saga fantasy. Yo sólo espero que, con el previsible éxito masivo de esas novelas, Liu no deje de seguir escribiendo relatos tan buenos como los de El zoo de papel, los cuales comentaré uno por uno en el próximo post.

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PD. Como curiosidad, recientemente Liu también fue contratado para escribir uno de los muchos spin-offs —en formato de libro— programados por Disney para el universo de Star Wars; cada una de dichas novelas se centrará en un personaje diferente. A Liu le tocó (¿o eligió?) nada menos que Luke Skywalker. The Legends of Luke Skywalker saldrá este mismo año.

Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enriquez

Por Martín Cristal

Doce campanadas de horror contemporáneo

Mariana-Enriquez-Las-cosas-que-perdimos-en-el-fuegoCon los doce cuentos de Las cosas que perdimos en el fuego, Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973) corrobora su predilección por el terror. La autora garantiza un genuino conocimiento del género en cuentos como “La casa de Adela” o “El patio del vecino” (que revisitan algunos tópicos genéricos de manera impecable), o bien en “Bajo el agua negra” (que remite a un tótem mayor, H. P. Lovecraft), si bien el libro en su conjunto trasciende el mero dominio de esos engranajes y referencias.

Se destaca su gran concreción contextual. A la potencia que en sí mismo suele poseer “lo sobrenatural” en cualquier buen relato de terror, Enriquez le suma otras variedades del horror contemporáneo, para abrir ese abanico sobre escenarios palpables, reconocibles. Pueden respirar la amenaza latente de lo rural/provinciano (en La Rioja o en el Litoral) o la violencia de la gran urbe (en Constitución, Lanús y otros puntos de Buenos Aires). En cualquier caso, resultan vívidos en su detalle y fiables en la cotidianidad inicial de sus realidades.

Enriquez nos interioriza minuciosamente en esos entornos. Con ese ánimo, a su prosa fluida a veces se le percibe cierto hálito de crónica periodística; merodea el peligro de caer en un didactismo for export, pero finalmente el trabajo vale la pena: el lector se involucra en la realidad del escenario, y así acepta más fácilmente la próxima entrada en lo fantástico. Cuando Enriquez quiebra esa “normalidad” inicial, surge una fractura expuesta que horroriza, pero de la que es imposible apartar la vista.

Otro rasgo común verificable en el volumen es cierta inclinación a las desapariciones, antes que a los aparecidos (véanse “El chico sucio” o “Tela de araña”). También la elección mayoritaria de protagonistas jóvenes, casi siempre mujeres, salvo en un cuento (“Pablito clavó un clavito: una evocación del Petiso Orejudo”). Ellas —que en la mitad de los casos son, además, narradoras en primera persona— casi siempre van cayendo en el desequilibrio psicológico. Cuando los relatos evocan una época pasada, las marcas temporales también son concretas: pueden referir a las décadas del ochenta (“Los años intoxicados”) o del setenta (“La hostería”).

Casa-tapiada

Enriquez erige atmósferas que propician el horror; muchas veces las imágenes que riega son pequeñas distracciones de prestidigitadora, que nos predisponen para el escalofrío que viene, pero que también esconden la verdadera fuente de ese miedo, a la que cada cuento se acercará en su clímax.

En resumen, el terror aquí funciona en buena parte por una saturación de indicios dispuestos con sutileza en una bandeja de realidad, que sustenta el verosímil. Eso sí: la sutileza se abandona a la hora del martirio de los cuerpos. Hay que advertir que, en esto, Enriquez no escatima detalles ni truculencia.

¿Conserva la literatura alguna fuerza al respecto, después de años de cine gore explícito? Creo que sí. Lean estos relatos tras las doce campanadas de la medianoche, solos, en una casa vacía… y después me cuentan.

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Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enriquez. Relatos. Anagrama, 2016. 200 páginas. Recomendamos este libro en “Ciudad X”, La Voz (Córdoba, 5 de mayo de 2016).

Polvo de pared, de Carol Bensimon

Por Martín Cristal

Casas marcadas

Carol-Bensimon-Polvo-de-pared-ArgentinaLa brasileña Carol Bensimon (Porto Alegre, 1982) fue seleccionada por la revista Granta como una de las escritoras jóvenes más relevantes de Brasil. Para los lectores más perezosos, este dato —que se repetirá forever en solapas y reseñas— quizás garantice algo en sí mismo; para los más activos, es probable que sirva como un “indicio no suficiente”. Esos lectores curiosos serán capaces de ir más allá de la avanzada automática de elogios y de las selecciones previas, para buscar los libros en cuestión y sopesarlos según la propia experiencia de lectura.

El primer libro de Bensimon es de 2008, y acaba de ser traducido al castellano —por Martín Caamaño, con voseo y fluidez— en la delicada propuesta de Dakota Editora. Se titula Polvo de pared y está compuesto por tres relatos independientes de mediana extensión. Como rasgos en común entre ellos pueden señalarse al menos dos ejes. Primero: en los tres relatos, los protagonistas son jóvenes que atraviesan experiencias de aprendizaje. Segundo: sus respectivas maduraciones están ligadas siempre a alguna edificación cercana que resulta clave.

En el primer relato (“Caja”), esa edificación es una casa modernista que se destaca del resto de las viviendas típicas de un barrio de clase media. Sólo al crecer, Alice resignificará el valor de esa casa “anormal” construida por sus padres. Así ella comprenderá mejor la distancia que separa a su generación de la de ellos; pero, sobre todo, esa revaloración le servirá de espejo cuando, al madurar, se acepte a sí misma, al desvanecerse en ella la clásica angustia adolescente por encajar en los sueños aspiracionales de su grupo etario y su clase social.

En el segundo relato (“Falta cielo”), lo que disloca el paisaje no es un estilo arquitectónico, sino la prepotencia de un flamante emprendimiento inmobiliario que se instala cerca de un pueblo chico, para modificar el paisaje y sus rutinas apacibles. Esa revolución condice con la íntima de Lina, que por las mismas fechas descubre el primer beso y las traiciones (reales y simbólicas) de las que puede ser presa el amor.

Cierra el volumen “Capitán Carpincho”, en el que Clara, aspirante a escritora, se rebela ante sus padres, abandona la carrera de Letras y va a buscar trabajo a un hotel de montaña de los años setenta, todavía en funcionamiento. La escenografía recuerda un poco al hotel Overlook de El resplandor (el propio texto lo subraya), y de a poco se percibirá que, hasta cierto punto, no es más que eso: una escenografía. A las interrelaciones entre Clara y los otros trabajadores y pasajeros del hotel, la autora las trabaja con sucesivos cambios en el punto de vista del relato, que en ciertos pasajes es el más cómico de los tres.

Carol-Bensimon

Es frecuente —y natural— que un/a autor/a joven centre sus narraciones en los conflictos de personajes igualmente jóvenes (o aun más jóvenes); menos común resulta que la mirada sobre esos conflictos ya haya alcanzado cierto grado de madurez para comprenderlos en un primer libro. En Polvo de pared, Carol Bensimon comprende a sus personajes, los trata con respeto y cariño. Sus encrucijadas tienen ese punto de “tristeza feliz” que se suele hallar en el pasaje de la adolescencia al siguiente capítulo de la vida.

En el pulso de la prosa que atraviesa a este tríptico se percibe el aliento de una novelista en ciernes. Cualquiera de estos tres relatos podría haber extendido su entramado hasta convertirse en una novela de aprendizaje (una bildungsroman), sostenida solamente por ese pulso sereno que se aparta tanto de lo telegráfico como de lo barroco. Tras este libro, Bensimon ya ha publicado dos novelas: Sinuca embaixo d’agua (2009) y Todos nós adorábamos caubóis (2013). Seguramente no pasará mucho tiempo antes de que nos encontremos con alguna de ellas traducida a nuestro idioma.

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Polvo de pared, de Carol Bensimon. Relatos. Dakota Editora, 2015. 120 páginas. Recomendamos este libro en “Ciudad X”, La Voz (Córdoba, 22 de octubre de 2015).

Las redes invisibles, de Sebastián Robles

Por Martín Cristal

Atlas imaginario de un presente virtual

Sebastian-Robles-Las-redes-invisibles-OKSi en su clásico Las ciudades invisibles, Ítalo Calvino proponía un delicioso viaje por exóticas ciudades imaginarias —descriptas por un igualmente imaginario Marco Polo—, lo que Sebastián Robles (Villa Ballester, 1979) ofrece en Las redes invisibles son diez relatos, sin una historia-marco que los contenga, pero ensartados por un claro concepto unificador: todos ellos parten de la descripción de redes sociales imaginarias.

El libro abre con una cita de Calvino sobre el infierno “social” de nuestra existencia diaria y algunas formas de sobrellevarlo; es este epígrafe el que señala la relación intencional entre los títulos de ambos libros que, por lo demás, tienen estilos marcadamente diferentes.

A los relatos de Robles se les puede aplicar sin inconvenientes la vieja y conocida sentencia de Marshall McLuhan: “el medio es el mensaje”. Cierto que el medio ahora es un libro, pero algunos de estos relatos fueron publicados previamente en internet; en cualquier caso, la constante es que el mensaje de cada relato es un medio: una nueva red social imaginada por el autor, quien suele abordar su descripción con cierto tono de arqueólogo que escribe para una revista especializada.

Robles pone a prueba su imaginación diez veces, con ímpetu parejo y suerte disímil. Los mejores cuentos del libro quizás sean aquellos en los que el autor se suelta a narrar una historia que se desprende y crece más allá de la mera descripción inicial de una red hipotética, de sus reglas y su funcionamiento. Mientras cuentos como “Mon Amour” (sobre una red social para encontrar parejas mediante un algoritmo infalible) se circunscriben casi solamente a un ejercicio puramente descriptivo, los mejores cuentos delinean personajes y desarrollan su participación con esas redes; desde ahí desatan una peripecia interesante como consecuencia de dicha participación.

Son ejemplos de esto “Tod” (el primer relato, sobre una red tipo Facebook pero que aglutina sólo a enfermos terminales que ya cuenten con un plazo de vida acreditado); “Mamushka” (el de un foro casi abstracto, con niveles sin aparente propósito, pero en los que resulta importante diferenciar el discurso propio para así subir de nivel); o “Cthulhu” (relato con centro en un blog semiabandonado, que desemboca en una actualización de la mitología lovecraftiana al reinsertar sus deidades oscuras en la deep web). Además de Lovecraft, otros referentes literarios que Robles deja ver son Philip K. Dick, con su influencia de conspiraciones paranoicas en el cuento “Hospital”; Jorge Luis Borges, en el cuento “Tlön”; y el valioso catálogo de la editorial Minotauro, mencionado por el autor en los agradecimientos del libro.

En algunos cuentos es el humor —irónico— lo que lleva adelante el relato: sucede así en “Balzac”, que narra una red social de escritores realistas (no hace falta calcular mucho para darse cuenta que, con un libro como éste, Robles se ríe de ellos parado desde la vereda de enfrente); “Animalia”, una actualización de la Rebelión en la granja de Orwell, donde la red social que aglutina a los animales no es otra que el puro lenguaje, adquirido tecnológicamente. También “Crítica”, una historia de la literatura argentina presentada como si fuera una red social.

Más allá de la valoración puntual de cada cuento (que, como siempre sucede con los libros de cuentos, seguramente variará de lector en lector), el libro se aprecia por su invitación a pensar el presente y por lo que de seguro dejará en la memoria: el sabor del concepto sencillo y atractivo que lo aglutina. Como la más interesante ciencia ficción, Las redes invisibles se preocupa menos por la prosa que por dejar servido un mapa de posibles ramificaciones mentales que prosigan en la cabeza del lector tras haber dado cuenta de la última página: el cálculo de otras implicancias que se desprendan de sus extrapolaciones. Las redes invisibles invita a imaginar otras redes sociales posibles que puedan volverse una realidad (¿o virtualidad?) cotidiana más temprano que tarde, al menos hasta que la siguiente novedad digital las hunda en el olvido.

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Las redes invisibles, de Sebastián Robles. Relatos. Momofuku, 2014. 212 páginas. Recomendamos este libro en “Ciudad X”, La Voz (Córdoba, 6 de agosto de 2015).