Asterios Polyp, de David Mazzucchelli

Por Martín Cristal

Rescate emocional de un arquitecto

Conocía el trabajo de David Mazzucchelli por su famosa Batman año uno, quizás la más elogiada entre sus historietas de superhéroes. Lo que no sospechaba era que este mismo dibujante fuera a salir alguna vez del universo fantástico de esos semidioses que usan la ropa apretada y los calzoncillos por fuera, para instalar su imaginario entre personajes mortales y corrientes. Y menos todavía que, tras dos décadas de lenta mudanza (que incluyen una adaptación de Ciudad de cristal, de Paul Auster), fuera capaz de alcanzar un grado tan alto de sutileza y sensibilidad narrativas como el que consigue en Asterios Polyp, una “novela gráfica” —mejor digamos historieta— publicada en Estados Unidos en 2009 y traducida al castellano en 2010 por la editorial española Sins Entido.

El arquitecto Asterios Polyp anda cerca de sus cincuenta años. Es un profesor universitario exigente, aunque ninguno de sus proyectos se haya construido jamás. Soberbio y racional a más no poder —hasta sus globos de diálogo son rectangulares—, tiene tendencia a encajarlo todo en el molde de algún sistema dual. Su presente se parece mucho a su departamento en Nueva York, en el que alguna vez imperó el diseño y el orden, pero que ahora es regido por el caos y la suciedad. Cuando de repente ese departamento se incendia, la vida de Asterios insiste en su paralelismo. Durante la emergencia, el arquitecto alcanza a elegir sólo tres cosas para llevarse consigo. Su huida no será sólo escaleras abajo, hacia la calle: Asterios también aprovechará el impulso para escapar de la gran ciudad.

Lo anterior resume menos del 10% inicial de esta historieta de 340 páginas. ¿Adónde va Polyp? ¿Por qué eligió llevarse esos objetos, qué hará con ellos? ¿De quién es esa voz que nos describe su personalidad y su vida? La narrativa no lineal de Mazzucchelli se toma su tiempo pero no deja preguntas sin responder, en lo que a la larga compone el minucioso estudio de un personaje tan singular como su propio nombre.

Dicha exploración se lleva a cabo con una variada (y envidiable) batería de recursos expresivos. Por ejemplo: la puesta en página, libre y lírica, que varía para cada momento de la acción pero también para la expresión de conceptos abstractos o teóricos; el estilo del dibujo, que no sólo representa lo real en su exterioridad, sino que además indica diferencias de personalidad o cambios de ánimo; el manejo de la tipografía, devuelta al viejo y básico concepto de entenderla como “la voz” de un texto (en este caso, la voz de cada personaje). O el uso del color: dominan las combinaciones de cian y magenta, en especial en los flashbacks; en el presente de Asterios también se suma el amarillo, al principio sólo cuando tiene algo concreto que decirnos —algo como “alarma”, “fuego”, o “sueño”—, y luego aumentando su frecuencia para demarcar la nueva vida del personaje y acentuar su cambio de entorno.

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Se suele etiquetar como “novela de aprendizaje” (bildungsroman) a aquellas en las que la peripecia ofrece al protagonista la oportunidad de una maduración personal, su paso a la adultez. Si Asterios Polyp no se ajusta a esa categoría se debe a la avanzada edad del personaje central, la cual nos obligaría a hablar de una novela de re-aprendizaje. En pos de su redención personal, Asterios no sólo deja atrás la ciudad de Nueva York: también abandona al hombre que alguna vez fue, para reencontrarse con otro Asterios posible. La obra de Mazzucchelli está atravesada por la sombra de ese hipotético “otro yo” que se nos parecería bastante pero que podría vivir una vida enteramente distinta de la nuestra.

Más allá de ese rasgo temático y por sobre todas las cosas, la historia de Asterios Polyp es la del descenso al infierno alojado en la mente, el corazón y el vientre de un arquitecto. Asterios toma la valiente decisión de bajar y enfrentar ese infierno personal. No como bajó Dante, obligado por un leopardo y guiado por Virgilio, sino como lo hizo Orfeo: guiado por su arte y en busca de lo que más quería en la vida.

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Asterios Polyp, de David Mazzucchelli. Historieta. Pantheon Books, 2009. En castellano: Sins Entido, 2010. Esta reseña se publicó en el suplemento «Vos» de La Voz del Interior el 8 de octubre de 2011.

Lo mejor que leí en 2010 (1/3)

Por Martín Cristal

Va la misma introducción que al inaugurar esta costumbre en 2009:

No siempre salgo a cazar las últimas novedades; tampoco me atrinchero sólo entre los clásicos. Leo sobre todo narrativa, pero no exclusivamente. El azar puso estos excelentes libros en mis manos durante este año. Van en orden alfabético de autores (esto no es un ranking). Para coincidir o disentir con otros lectores, como recomendaciones o como agradecimiento por las recomendaciones de terceros, leyéndolos tarde o temprano respecto de otros (¿qué importa?), estos son los libros que más disfruté leer en 2010:
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100 balas, de Brian Azzarello
y Eduardo Risso

Vertigo-DC Comics, 1999-2009. Historieta.

Serie negra americana, altamente adictiva, con abundantes crímenes, gangsters violentos, chicas fatales, facciones de la mafia enfrentadas y conspiraciones secretas.

Una galería de personajes del bajofondo americano se va involucrando con el misterioso agente Graves a partir del tentador regalo que todos ellos reciben de sus manos: un maletín con pruebas irrefutables de alguna traición que merecería ser vengada, más una pistola y el toque mágico: 100 balas imposibles de rastrear. Cualquier crimen cometido con ellas será ignorado olímpicamente por la policía.

Es el viejo truco de la lámpara y los tres deseos, salvo que la lámpara de Azzarello es una automática, que el genio son cien balas y que el deseo de todos los involucrados es uno solo: gozar de impunidad en su venganza.

A lo largo de —of course— 100 entregas, el dibujo del argentino Eduardo Risso asegura, con su reconocible estilo, la cohesión imprescindible que otras series largas, que cambian de dibujante de un número a otro, no logran mantener (sólo el personaje de Lono parece alterarse —crece y se hace más brutal— desde su primera aparición hasta las últimas).

Azzarello logra que la aventura de cada entrega cierre bien y aporte más tensión al arco general de la historia, con paciente inversión en el trasfondo de cada nuevo personaje (aunque sin abandonar los estereotipos habituales del género). Así nos lleva directo a la gran conflagración: el religioso baño de sangre que nos espera al final de toda historia de mafia, al menos desde cada peli de El Padrino para acá.

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Cómo hablar de los libros
que no se han leído
, de Pierre Bayard

Anagrama, 2008. Ensayo.

Ni licencia para mentirosos ni recetario cínico: el de Bayard es un ensayo brillante sobre la no-lectura, que sincera ciertas imposturas de la circulación cultural. Si quieren hablar de este libro sin haberlo leído, pueden leer la recomendación que hicimos de esta obra en el Nº 3 de Ciudad X (septiembre).

Con eso basta para hablar de este libro. Claro que, si quieren hablar de otros libros sin leerlos, entonces sí les convendría leer completo el de Bayard…

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El amor es la más barata de las religiones,
de Ariel Bermani

HUM, 2009. Novela.

En un artículo que le dedicamos a las novelas de Ariel Bermani, dimos cuenta de esta novela corta que funciona como un catálogo de voces y que toma de Cesare Pavese su título y su problema central.

En ese artículo —que luego se reprodujo en la revista Casa del Tiempo (UAM, México DF)— relevamos las relaciones de El amor… con las otras dos novelas que Bermani lleva publicadas: Veneno y Leer y escribir. Las tres comparten personajes y rasgos comunes.

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Horla City y otros, de Fabián Casas

Emecé, 2010. Poesía.

Fabián Casas se apropió de la difusa y amenazadora aparición creada por Maupassant, El Horla, para darle nombre tanto a este libro como a su propio communication breakdown (nervous, más bien), el cual le apagó “la musiquita” durante un largo período…

Abarcando ese hiato, el libro reune toda la obra de Casas de los últimos veinte años y, cosa rara para un libro de poesía contemporánea, va camino a convertirse en un modesto best-seller nacional, cosa que ha desviado la atención de algunos desde los versos hacia este mero hecho contable. Un estrabismo que en general es producto de la envidia, como bien explica Alejandro Schmidt en su blog.

El libro compila imágenes tan sencillas y cotidianas como potentes; como ejemplo hay una heladera de Coca-Cola que fulgura en la noche de un estacionamiento y que posiblemente sea el Zahir de nuestro tiempo.

Casas admite: “…esta falsedad / de tensar los poemas con una catástrofe / se ha convertido ahora en mi segunda naturaleza”. Sincerado el método, sus versos traslucen melancolía persistente, o extrañeza sobre el entorno, o amor filial… Los malos poetas siempre riman amor con dolor; Casas no rima nunca y trasmuta ese amor (o dolor) en inquietud por el presente, o bien en la añoranza de otras épocas, de ciertos afectos, de ciertos lugares.

La cronología de estos poemas desnuda una erudición creciente que va incrementando el número de citas doctas. No es una mutación que yo prefiera, la verdad, pero la admiración por Frank Zappa —que Casas expresa en un poema corto de Oda, y que yo también profeso— me obliga a olvidar el asunto y a darle la mano al poeta.

Urbano, rockero, culto y “chabón”, Casas entrecruza sentencias reflexivas a lo Giannuzzi, el spleen de Baudelaire aplicado al barrio de Boedo, versiones locales del budismo zen, súbitas revelaciones con la basura en la mano y la angustia universal del tempus fugit.

La yapa del libro es un “ensayo bonsái” colado al final del libro: el brillante e inspirador “La voz extraña”. Y claro, el Poet-Jockey ya remixó Horla City

Me voy de vacaciones. Quedan programadas para enero las dos entregas que completan esta serie. Como siempre, los comentarios serán bienvenidos, aunque demoraré en responderles… ¡Feliz año nuevo para todos!

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