La Limonada Bolaño (¿del hielo al sinsabor?)

Por Martín Cristal

Hojeo en una mesa de novedades el «flamante» texto póstumo de Roberto Bolaño: Los sinsabores del verdadero policía. 328 páginas bajo un título no muy atractivo. ¿Es una pila de esbozos como El secreto del mal, libro flojísimo con el que ya nos clavamos sólo para atesorar en casa el hermoso cuento «Muerte de Ulises«? ¿O se trata de una novela, quizás monumental como 2666? Así nos hace dudar esta industria de los textos póstumos: se exhuma hasta la lista de la lavandería. Al menos con ese ejemplo ironizaba Woody Allen sobre el tema en «Las listas de Metterling«, uno de los relatos compilados en Cómo acabar de una vez por todas con la cultura (Getting Even, de 1974).

Ignacio Echevarría, quien hace un tiempo rescataba algunas páginas de Los sinsabores… como algunas de las mejores de Bolaño, también nos advertía que ésta «no es —como se repite insistentemente— una novela, no al menos en el sentido cabal, por extenso que sea, que se suele conceder a este término. Ni siquiera es, como se sugiere, una novela inconclusa.» ¿Entonces? El mismo Echevarría definía al texto como «materiales destinados a un proyecto de novela finalmente aparcado», o una «vía muerta» en «el camino que lleva de Los detectives salvajes a 2666«.

Igual que Echevarría, Patricio Pron distinguía este libro del inédito anterior, El Tercer Reich. Ésta había sido una novela primeriza pero terminada; en cambio, Los sinsabores… es —según Pron— «una novela o conjunto de relatos y proyectos de novela«. Sin restarle importancia al libro, Pron habla de «fragmentos», de «una relación enigmática con las narrativas principales que les sirven de marco«, de «elementos heterogéneos«, y también de «tendencia a la irresolución y a la insinuación«.

Mientras hojeo el libro de parado, constato que empieza con la clasificación bolañesca de los poetas como maricones o mariquitas, pasaje que ya leí y releí (con las mismas palabras, o casi las mismas) en Los detectives salvajes.

No se me escapa que la mía es una aproximación a priori, pero igual quisiera decir sólo dos cosas. Primero: que, la verdad, ya sea envuelta con prólogos y alabanzas de contratapa, o desmitificada por reseñas como las citadas, no me dan muchas ganas de leer Los sinsabores del verdadero policía. Lo siento, Roberto (pero lo siento de verdad). Segundo, a los involucrados en la edición de la obra póstuma de Bolaño, un respetuoso pedido: traten de no aguar más la limonada, por favor. Muchas gracias.

La Limonada Bolaño

Resonancias

Por Martín Cristal

El Canto III de la Comedia es la base para el poema The Hollow Men, de T. S. Eliot. El poeta recuerda a esos hombres pusilánimes a los que ni siquiera se les permite entrar al Infierno porque nunca tomaron partido por nada. Quedan en el Anteinfierno para siempre, molestados por avispas. Elliot les da voz cuando dice [según la traducción de Jaime Augusto Shelley]:


Somos los hombres huecos
Los hombres rellenos de aserrín
Que se apoyan unos contra otros
Con cabezas embutidas de paja. ¡Sea!
Ásperas nuestras voces, cuando
Susurramos juntos
Quedas, sin sentido
Como viento sobre hierba seca
O el trotar de ratas sobre vidrios rotos
En los sótanos secos

Contornos sin forma, sombras sin color,
Paralizada fuerza, ademán inmóvil;
Aquellos que han cruzado
Con los ojos fijos, al otro Reino de la muerte
Nos recuerdan —si acaso—
No como almas perdidas y violentas

Sino, tan sólo, como hombres huecos
Hombres rellenos de aserrín.

Pero no sólo aquellos del anteinfierno, sino todos nosotros, en tanto lectores, somos hombres huecos. No todos estamos rellenos de aserrín —queremos creer que no, al menos— pero sí somos huecos como la madera escarbada de los tambores. Lo que leemos entra en nosotros como un sonido, como ritmo o como música, y queda rebotando dentro de la madera, resonando. ¿Cuánto tiempo? Eso depende de la potencia del golpe inicial. Del texto.

Dante resonó durante siglos hasta alcanzar a Elliot. Leemos a Elliot y escuchamos, como un eco lejano, a Dante. Creo que un texto se vuelve clásico cuando su resonancia se traslada de una madera a otra, resistiendo el paso del tiempo, recobrando su fuerza inicial a cada transformación. Porque el texto muta, a veces incluso deja de ser un texto, pero el relato sigue ahí, cada vez más cerca del mito. La medida de un clásico es su resonancia.

En el mismo canto, justo sobre la entrada del Infierno y luego de otras sentencias graves, se lee el famoso verso (Infierno, III, 9):


Dejad, los que aquí entráis, toda esperanza.

Lasciate ogne speranza, voi ch’intrate.

En inglés este verso se ha traducido Abandon all hope, you who enter here. Ahora, ésa también es la primera frase de American Psycho de Bret Easton Ellis: desde un auto, el yuppie Patrick Bateman ve la frase pintada con aerosol en una pared de Nueva York.

Grabado => Graffiti; Infierno => Nueva York: transformaciones, resonancia (influencia). Así llega la vieja historia hasta nosotros. Por eso sabemos tanto de los clásicos incluso antes de leerlos: porque sus ecos llegan por otros caminos que no siempre son la lectura directa del texto. (Para algunos, esto basta para no tener que leerlos…).

Sonidos de Dante que llegan todavía más cerca de nosotros: el poema de Elliot dio origen a una canción del primer disco de Divididos (Cuarenta dibujos ahí en el piso; 1989). El tema se llama “Los hombres huecos” y su letra es la adaptación que Ricardo Mollo hizo de un fragmento del poema de Elliot.


Divididos (en vivo)

Medley: «Qué tal» (desde 0:00) / «Los hombres huecos» (desde 1:26) /
«Azulejo» (desde 3:57).

Somos los hombres huecos (x 4)
Ésta es tierra muerta
tierra de cactus
si ves bien, son todas imágenes de piedra
Pero vos no ves
porque no hay ojos acá, no hay ojos acá
Es un valle hueco, y nosotros somos
los hombres huecos

Un texto dura mientras sus palabras suenan en nuestro entendimiento, es decir, mientras se lo está leyendo (“este libro está muy bueno, no quiero que se acabe”); pero su relato perdura sólo si resuena en nosotros mucho después de que hemos cerrado el libro. Sólo lo que se transforma está vivo todavía: lo que tiene resonancia puede soportar cualquier transformación, y así perdurar quizás hasta que sea el mundo el que se agote, not with a bang but a whimper.