“Si este libro es tan corto, confuso y discutible, es porque no hay nada inteligente que decir sobre una matanza. Después de una carnicería sólo queda gente muerta que nada dice ni nada desea; todo queda silencioso para siempre. Solamente los pájaros cantan.”
Con este párrafo, que adjetiva en desmedro de su propio libro, Kurt Vonnegut Jr. anima al lector a pensar lo que quiera acerca de su obra, un poco como Cervantes lo hace en el prólogo del Quijote. “¿Te parece corto, confuso, discutible, poco inteligente? Ya te lo había dicho yo mismo”.
Se hace corto, sí, y es discutible como todo, pero Matadero Cinco no es confuso ni poco inteligente. La historia de Billy Pilgrim, ese hombre despegado del tiempo, en rigor arranca en el capítulo 2 (“Listen: Billy Pilgrim has come unstuck in time”); el capítulo 1 funciona como una historia-marco donde el propio “autor” narra cómo llegó a escribir su demorado libro sobre el bombardeo de Dresde (a fines de la segunda guerra mundial, esa “Cruzada de los niños” del subtítulo, que refiere a la corta edad de los soldados). Pilgrim será el protagonista de ese libro, si bien el mismo autor aparece de soslayo en él de vez en cuando.
“Todos los momentos, el pasado, el presente y el futuro, siempre han existido y siempre existirán”. El planteo de Matadero Cinco respecto del tiempo es determinista. Así lo explica uno de los extraterrestres que se lleva a Pilgrim a su planeta, Tralfamadore, y lo tiene ahí en una especie de zoo durante años (aunque en la Tierra no transcurren más que unos minutos):
Los terrestres son grandes narradores; siempre están explicando por qué determinado acontecimiento ha sido estructurado de tal forma, o cómo puede alcanzarse o evitarse. Yo soy tralfamadoriano, y veo el tiempo en su totalidad de la misma forma que usted puede ver un paisaje de las Montañas Rocosas. Todo el tiempo es todo el tiempo. Nada cambia ni necesita advertencia o explicación. Simplemente es. Tome los momentos como lo que son, momentos, y pronto se dará cuenta de que todos somos, como he dicho anteriormente, insectos prisioneros en ámbar. —Eso me suena como si ustedes no creyeran en el libre albedrío —dijo Billy Pilgrim. —Si no hubiera pasado tanto tiempo estudiando a los terrestres —explicó el tralfamadoriano—, no tendría ni idea de lo que significa ‘libre albedrío’. He visitado treinta y un planetas habitados del universo, y he estudiado informes de otros cien. Sólo en la Tierra se habla de ‘libre albedrío’”.
Desde el día en que este “peregrino” (pilgrim) se sale del tiempo y queda condenado a circular, una y otra vez, por todos los momentos que conforman su vida —incluidos el de su nacimiento y su muerte, y a veces hasta más allá de esos extremos—, comprende que todo lo que hacemos ya ha sido predeterminado, y que esa circulación suya por hechos consumados no será capaz de alterarlos. “Entre las cosas que Billy Pilgrim no podía cambiar se contaban el pasado, el presente y el futuro.” Aquí no hay Marty McFlys ni Terminators.
Esta idea de la repetición (y también la estrategia de plantear la narración fantástica dentro de una historia-marco contada por el “autor”) me recordó por supuesto a Borges. En su cuento “Los teólogos” el heresiarca Euforbo, ya quemándose en la hoguera, mantenía su posición respecto de la circularidad del tiempo: “Esto ha ocurrido y volverá a ocurrir […]. No encendéis una pira, encendéis un laberinto de fuego. Si aquí se unieran toda las hogueras que he sido, no cabrían en la Tierra y quedarían ciegos los ángeles. Esto lo dije muchas veces”.
Si no esa circularidad, los libros de Tralfamadore buscan por lo menos la simultaneidad del tiempo. Por eso en ellos “no hay principio, no hay mitad, no hay terminación, no hay ‘suspense’, no hay moral, no hay causas, no hay efectos. Lo que a nosotros nos gusta de nuestros libros es la profundidad de muchos momentos maravillosos vistos todos a la vez”. Matadero Cinco es, sin duda, un libro tralfamadoriano.
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La elección narrativa más sorprendente y riesgosa, la más elogiable entre las que toma Vonnegut en esta novela —sobre todo por haberla llevado a buen término— es la de renunciar a la mera crónica, o incluso a la ficción realista autobiográfica. Vonnegut podría haber aprovechado el “prestigio” de haber vivido él mismo el bombardeo de Dresde —“la mayor carnicería de la historia de Europa”, con más víctimas que en Hiroshima, según explica en el libro—; podría haberse quedado en narrarnos llanamente que él estuvo ahí, en vivo y en directo cuando cayó prisionero de los nazis en un matadero de esa ciudad: el número 5, al que también va a dar Billy Pilgrim (una y otra vez).
Un escritor cualquiera con esa misma experiencia de vida hubiera ido por ese camino, el más seguro y directo. ¿Para qué inventar, para qué ficcionalizar sobre esa capa de experiencia de primera mano? Y mucho menos, pensaría uno, haría falta llevar las cosas al extremo del fantástico o la ciencia ficción (¡con extraterrestres!). Qué enorme decisión toma Vonnegut en esta novela, qué lección nos da a quienes tratamos de escribir ficciones. Si, como dice él mismo, “la vida es mucho más de lo que se lee en los libros”, aquí Vonnegut cubre esa brecha con pura imaginación a favor de su libro, para que éste tenga una forma memorable y así esté a la altura de la vida.
Y si hablamos de otro tipo de lecciones, incluyamos también la de los tralfamadorianos que —además de explicarle lo de sus viajes temporales— de paso “enseñarían a Billy que lo importante era concentrarse tan sólo en los momentos felices de la vida ignorando los desdichados, disfrutar de las cosas bonitas puesto que no podían ser eternas”.