Por Martín Cristal
Desatada mi fiebre de ciencia ficción, me fue muy difícil encontrar incluso títulos clásicos del género que no deberían faltar en las librerías. Después de un año de trajinar inútilmente —no, no están—, en agosto decidí comprar un lector de libros electrónicos (e-reader). Por precio y recomendaciones de amigos, opté por el Kindle Touch de Amazon.
Es decir que el Factor 1 que me inclinó a probar el e-reader fue la disponibilidad de los textos. Y no precisamente porque antes yo hubiera verificado que los que yo quería estuvieran disponibles en la web de Amazon, if you know what I mean. De hecho no me interesó registrarme, y creo que no lo haré al menos hasta que se me pase la impresión de que el asunto conlleva un aura orwelliana que no me cae nada bien (recordemos el episodio ocurrido hace algunos años con el e-book de la novela 1984, nada menos). ¿Qué tiene que saber Jeff “Big Brother” Bezos qué carajo leo, qué subrayo o cómo clasifico mis libros? Mientras tanto, he encontrado por otras vías los textos de CF que quería leer.
Los demasiados libros
Pronto padecí el mal inverso: de repente tuve demasiados libros, como diría Gabriel Zaid. De hecho, mis primeros diez días con el aparato me llenaron de una ansiedad tipo “lo-bajo-lo-cargo-lo-abro-lo-cierro-y-bajo-otro”, sin leer ninguno. Hay que darle la razón a Ricardo Piglia, que nos recuerda que, por más aparatitos novedosos que tengamos para leer, la velocidad de lectura es siempre la misma. Llega un momento en que hay que salirse de la ilusión burguesa que iguala la descarga de libros con su lectura. Y hay que ponerse a leer, otra vez, como siempre. En ese punto, toda la superabundancia se desvanece tras un solo libro, tras una sola página, tras un solo párrafo y una sola línea: la que estás leyendo ahora.
Así que bajé un cambio y elegí de mi nueva biblioteca virtual uno de los libros que moría por leer pero no había podido conseguir en librerías: Matadero Cinco, de Kurt Vonnegut Jr. Y sí: me puse a leerlo.
Otras ventajas
Aquí se evidenciaron las otras ventajas que me interesaban del aparato: el factor 2, la salubridad de la tinta electrónica en comparación con la lectura en el monitor de la computadora, frente al que ya de por sí paso demasiado tiempo quemándome la vista. Esto también es muy útil para leer los textos de los amigos escritores que te pasan su más reciente novela de 100, 200, ¡300 páginas! “porque me interesa que la leas”, pero sin que ese interés suyo los lleve al extremo de imprimirme una copia: “te la mando por mail” (conciencia ecológica, digamos en su favor). Ahora al menos puedo convertir el texto al formato .mobi y leer esos inéditos en el patio, incluso subrayando y tomando notas. O sea, factor 3: comodidad. (La batería también colabora, ya que la carga dura muchísimo).
Es evidente que la ventaja del aprovechamiento del espacio la notaremos más adelante, en la ralentización del crecimiento de la biblioteca, cosa que agradeceremos en nuestra próxima mudanza, cuando sea que ésta ocurra.
Desventajas
Hablábamos de convertir de un formato a otro. En cierto pasaje de la novela de Vonnegut, se lee lo siguiente:
“Sus raptores [del planeta Tralfamadore] tenían cinco millones de libros terrestres metidos en un microfilm, pero era imposible proyectarlo en la cabina donde él estaba.”
Esto que le pasa —y le pasó y le pasará una y otra vez— al Billy Pilgrim de Vonnegut, yo lo sentí como mi bienvenida al planeta del libro electrónico, y en particular al monoformato de Amazon: el mencionado .mobi, incompatible para otros e-readers. El Kindle tampoco lee los formatos ajenos —como el .epub, que poco a poco se va convirtiendo en el más popular—, y así todo esto sería un infierno de incompatibilidades de no ser por las diligentes conversiones del programa Calibre, alabado sea. Lo cual me recordó un poema tecno del viejo y querido Charles Bukowski:
16-bit Intel 8088 chipwith an Apple Macintosh
you can’t run Radio Shack programs
in its disc drive.
nor can a Commodore 64
drive read a file
you have created on an
IBM Personal Computer.
both Kaypro and Osborne computers use
the CP/M operating system
but can’t read each other’s
handwriting
for they format (write
on) discs in different
ways.
the Tandy 2000 runs MS-DOS but
can’t use most programs produced for
the IBM Personal Computer
unless certain
bits and bytes are
altered
but the wind still blows over
Savannah
and in the Spring
the turkey buzzard struts and
flounces before his
hens.
Es así. Con lo electrónico nos hacemos acreedores de toda la burocracia y la mediatización que el soporte conlleva, algo que el papel dejaba felizmente fuera del asunto (para el acto de leer; para el de escribir esta complejización llegó mucho antes, como atestigua el poema de Bukowski). Ya lo veníamos haciendo con la música y con las películas: verificación de calidades, cambios de formato, copias de respaldo… Ahora también nos tocará con los libros. Será sólo cuestión de costumbre, espero.
Con Calibre puedo revisar los textos antes de leerlos (cosa que primero también quise hacer en masa, hasta que me di cuenta de que podía pasármela en eso mismo hasta el fin de mis días sin leer nada). Ahora solo reviso la formación del texto que me dispongo a leer antes de hacerlo —como se chequean los subtítulos de una película recién bajada— y enseguida me dedico a eso: a leer. A la velocidad de siempre, libros que quería leer desde hace mucho, sin quemarme las retinas más de lo necesario, e incluso en lugares donde el viento todavía sopla.
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A los interesados en actualizaciones y más experiencias sobre e-books, e-readers, etc., les recomiendo darse una vuelta por El club del ebook.