Lejos de dónde, de Edgardo Cozarinsky

Por Martín Cristal

Una historia de ida y otra de vuelta. La de ida es la de una mujer, burócrata de un campo de concentración, que en 1945 escapa a Argentina cuando ve que Alemania está a punto de perder la guerra y que ella (así lo cree) será juzgada por su participación en los crímenes del nazismo, aunque nunca haya salido de su oficina. La de vuelta es la historia de su hijo, un militante de izquierda que en los años setenta tendrá que cruzar el Atlántico en el sentido opuesto.

Edgardo Cozarinsky (Buenos Aires, 1939) une así la Argentina con el territorio de sus desvelos ficcionales: la Europa Central. El autor busca el mayor balance posible entre las historias de la madre y el hijo. Narra en presente la historia más lejana en el tiempo (la de la madre), mientras que lo hace en pasado con la historia más reciente (la del hijo) y establece algunos paralelismos entre ambas acciones: ambos personajes traicionan; ambos participaron en crímenes, directa o indirectamente; ambos huyen y son ayudados en su huida.

El autor equilibra también las simpatías y repulsiones que pudiera tener el lector respecto del nazismo de la madre o la militancia violenta del hijo. Logra que importen más sus particularidades que sus contextos ideológicos (imagino que Página/12 y La Nación habrán reseñado el libro de maneras muy diferentes, poniendo más peso de un lado u otro de la narración). Cozarinsky explicita la intencionalidad de este equilibrio en el primero de los epígrafes de la novela. Dicha cita es de Robert Browning, y —traduzco— dice: “Nuestro interés está en el borde peligroso de las cosas: el ladrón honesto, el asesino tierno…”.

La novela está escrita con pulcritud. La prosa es elegante, mesurada, y todavía no se ha olvidado de la existencia del punto y coma. Aquí todo está bajo control. (¿Nos gusta que todas las novelas sean así? Bueno, no siempre…).

Como narrador, Cozarinsky no pone la papa en la boca. Si hay explicaciones que dar —acerca del contexto histórico o sobre la traducción de alguna frase que aparece escrita en otro idioma—, el relato no las omite, pero tampoco peca de didactismo (quien se interese en comprender el horror de este pecado en toda su dimensión, puede tratar de leer Una vez Argentina, de Andrés Neuman). La estrategia de Cozarinsky es dar esas explicaciones de forma diferida, dejándonos a los lectores el espacio para pensar y corroborar luego —a veces varias páginas más tarde— si esa frase en alemán decía lo que creíamos, o si cierto hecho histórico aludido era en efecto el que intuíamos. (Y, si muchos hechos históricos se dan por sabidos en la novela, por lo menos siempre hay una clave concreta que nos permitirá guglear y completar lo que desconocemos).

Me pregunto si cierto encuentro de la quinta parte —que, supongo, a muchos lectores sorprenderá— era realmente necesario. Redondea y tiene un valor simbólico, es cierto, pero es altamente improbable que algo así suceda, y quizás la novela no necesitaba esa redondez (o al menos yo ya no la necesito, aunque a veces disfrute su reaparición en una que otra novela).

La Historia y la identidad, parece decir Cozarinsky con esta novela, se forjan en hitos mitológicos hundidos en un pasado sin rastros. La familia, a veces, puede ser sólo una entelequia armada con migajas de un tiempo impreciso del que casi no se sabe nada.

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Lejos de dónde, de Edgardo Cozarinsky. Buenos Aires. Tusquets, 2009.