Por Martín Cristal
El presente texto integra el proyecto Zepol que conmemora los tres años de la desaparición de Jorge Julio López.
_______
Hace exactamente cuarenta años, Georges Perec publicó una novela experimental en la que no figuraba la letra E. Sólo eligió palabras donde no se usara esa letra, la más común en francés. La novela se tituló La desaparición.
Diez años después, Jorge Rafael Videla aparecía en TV y declaraba que un desaparecido “no tiene entidad, no está, ni muerto ni vivo…”. Si la novela de Perec hubiera sido publicada por un Jorge Pérez cualquiera en esa Argentina de 1979, seguramente hubiera sido prohibida sólo por su título. Según cuenta un tercer Jorge (Lanata, en Argentinos II, p. 413), los censores militares eran tan brutos que, en su paranoia por hallar material subversivo, el Ejército incluso allanó un local de textos universitarios durante una Feria del Libro, llevándose un manual para estudiantes de ingeniería titulado La cuba electrolítica.
Prohibida la cuba entonces, aunque sólo sea un recipiente, y de paso también la electrólisis, que es la descomposición de un cuerpo disuelto por una corriente eléctrica. Censura, desapariciones, corriente eléctrica: si hoy todos estamos al tanto de los métodos de aquel Estado criminal, es en buena parte por el testimonio de quienes los sufrieron en carne propia. Uno de esos testigos se llama Jorge Julio López.
Él contó, entre otras cosas, esto:
“Ese día a mí no me hacía mucho la picana, porque era con batería y no me hacía mucho. Sentía cosquilleo y todo… ‘Ahora acá vas a sentir’, dice, ‘vas a ver’. Y les dice a los otros, cargandomé, así: ‘che, prendela directo desde la calle a la máquina’”.
Cuando en el juicio le pidieron que confirmara quién había dicho eso, López remarcó: “¡Etchecolatz! ¡El señor Et-che-co-latz!”.
Miguel Etchecolatz fue condenado a perpetua en 2006; luego del juicio, López desapareció.
Perec no hubiera podido reclamar por él en su libro: López lleva una E. Quizás sí en su adaptación al castellano, donde la letra evitada es la A. Esa versión se tituló El secuestro. Desaparecida de nuestras librerías por la dictadura del mercado, encuentro un fragmento en Internet:
“Todos son conscientes de que un perjuicio sin nombre nos conduce sin nuestro conocimiento, todos son conscientes de que nuestro eterno Tormento nos tiene recluidos en un estrecho recinto que nos impide todo recorrido y que nos produce circunloquios sin fin, discursos inconexos y olvidos, por lo que sufrimos un conocer ilusorio donde se ensombrecen y se oscurecen nuestros gritos, voces, sollozos, suspiros y deseos”.
¿Cómo reclamar sin discursos inconexos ni olvidos? Quizás como lo hace Lucas Di Pascuale: con arte, en la forma de un cartel que ya replicó en distintas ciudades. Un cartel sin energía eléctrica. Un cartel cuya madera se deteriora si dejamos pasar demasiado tiempo.
Igual que Lucas, yo también reclamo por López; lo hago aquí, con todas las letras. Como hasta este punto del texto sólo hay dos letras que no usé, elijo terminar así: Georges Perec murió el 3 de marzo de 1982, justo un mes antes de que Galtieri mandara a cientos de chicos a morir en Malvinas mientras él se quedaba en su casa, muerto de miedo, escondido dentro de un vaso de whisky.