Las palmeras salvajes, de William Faulkner (II): reanudación

Por Martín Cristal

2. Las palmeras salvajes (volver a)

Me costó volver a entrar en el libro. Qué difícil de releer que es Faulkner. Uno vuelve las páginas para reencontrar un dato o un nombre en semejante torbellino narrativo —el quién es quién, el qué quiere cada uno y demás—, pero esos datos duros no suelen estar dispuestos en una oración tan llana como una mesa de mantel blanco, sino desperdigados en el retorcimiento de párrafos que pueden durar más de una página.

Y sin embargo, en muy poco tiempo retomé la intensidad de Faulkner. Esa prosa tajante y expansiva, entre bíblica y desbordada, fuerte —precisamente— como un río que se sale de madre. Los adjetivos en fila y sin comas, disputándose un único sustantivo. Los paréntesis larguísimos. Las digresiones en itálicas (¿quién habla ahora?). Y la indefinición deliberada, la manera elusiva de narrar ciertas escenas.

La estructura del libro es famosa ya por la intercalación de dos relatos independientes entre sí. Faulkner interrumpe cada uno siempre tras haber pasado por algún momento muy intenso. Metido a fondo en una narración, siempre me costó un poco dejarla para saltar al siguiente tramo de la otra. Hay cinco tramos para cada uno de los dos relatos, “Las palmeras salvajes” y “El viejo”. (Al parecer, existe un título alternativo para el libro: no es el del primer relato, sino uno tomado de una conocida cita de los Salmos, Si te olvidara, Jerusalem… Por su parte, “el viejo” no refiere a un personaje —al menos no a uno humano—, sino al río desbordado. Old Man River es un apodo que los hombres del sur de Estados Unidos dan al Mississippi).

En las narraciones actuales, el lector/espectador presupone que los personajes de dos o más historias alternadas se cruzarán o tendrán que coincidir en algún punto de la acción, si más no sea en un momento insignificante (a esto podríamos llamarlo el Síndrome de Amores Perros). Aquí no hay tal crossover: la intercalación no busca dosificar dos hilos narrativos que terminarán anundados en algún momento —dramático o nimio—, sino que los mantiene paralelos y tensos como cuerdas de una misma guitarra.

Aunque no hay cruce, sí abundan los puntos de apoyo para establecer analogías y diferencias entre ambos relatos. Faulkner no los indica, y por eso el lector los encuentra solito (ojo, aquí vienen los spoilers):

.

  • Por ejemplo, en “El viejo” (EV), el salvataje de una mujer a punto de parir no produce amor en el protagonista, pero sí responsabilidad; sin embargo, ninguna de las dos cosas será capaz de desviar al Penado de su objetivo inicial: volver a la cárcel de la que salió, el único lugar en el que aprendió a vivir. Él no desea esa libertad ni esa mujer; no sabría qué hacer con esos regalos, y por eso los rechaza. En cambio, en “Las palmeras salvajes” (LPS) hay una mujer amada, que no será rescatada por el protagonista, sino todo lo contrario; esa irresponsabilidad de Wilbourne lo llevará a perderlo todo, incluso su libertad. Ambos personajes terminan sin libertad y sin mujer —es decir: sin nada—, pero por motivos muy diferentes.
    .
  • En ambos relatos hay una lucha contra la intemperie: la más evidente es en EV, contra la inundación; en LPS, los contendientes son el frío y la nieve de la montaña, o el calor y el viento de la costa, que agita unas palmeras enloquecedoras. A Faulkner le gustaba esta lucha contra los elementos, lo cual también puede verificarse en Mientras agonizo (el agua y el fuego que amenazan con frenar el cortejo fúnebre de los Bundren).
    .
  • En ambos relatos, la figura de la mujer es central en la perdición del hombre: en LPS porque —al perder a Charlotte— Wilbourne resigna su propia libertad, el último bien que le quedaba; y en EV porque —si bien el Penado no ansiaba la libertad, sino la cárcel (que finalmente consigue)— la(s) mujer(es) aparece(n) en la imaginación de los presos para hacerles sufrir su reclusión en la forma de un deseo sexual imposible de satisfacer. El Penado, un hombre de veinticinco años pero que ya tiene un crimen y una decepción amorosa a cuestas, un hombre que ya ha aprendido a vivir en prisión, decide evitar ese deseo corruptor apelando a una misoginia declarada: un truco mental que le impida tener esperanzas en un lugar donde no le conviene tenerlas.

En suma, un contrapunto genial entre dos historias de prosa intensa. Dos cuerdas, bien afinadas, para ofrecer toda la riqueza de un mismo acorde.

Las palmeras salvajes, de William Faulkner (I): interrupción

Por Martín Cristal

1. El viejo (y conocido accidente)

Me pasó algo parecido a lo que le ocurre al narrador de Si una noche de invierno un viajero, de Calvino: llegado a un punto neurálgico de Las palmeras salvajes de Faulkner, me encontré con dos páginas en blanco, y más adelante con otras dos, y luego dos más… El típico efecto que produce un pliego que, por error, ha sido impreso solamente de un lado: ocho pares de páginas perdidas. Supongo que, con la llegada del libro electrónico, accidentes como éste serán reemplazados por otros de una naturaleza distinta.

No es lo peor que me pasó en este rubro —en algún comentario de este blog ya conté un caso peor—, pero aquí el problema era que lo que estaba leyendo, en términos dramáticos, era una verdadera brasa, tanto que sería un spoiler brutal referir aquí ese momento de la acción.

El personaje de Calvino tuvo más suerte: el problema de su libro estaba en el segundo pliego, y entonces pudo volver a la librería a cambiarlo enseguida (aunque ya sabemos lo que le pasó después, así que no: tanta suerte no tuvo). En mi caso, el accidente llegó más o menos a los tres cuartos del libro. Y mi edición era barata, de bolsillo: para cuando llegué a ese punto, el libro estaba tan manoseado que no daba para devolverlo. Además ya había perdido la factura de compra.


William Faulkner en un balcón, trabajando en un guión de cine. Hollywood, principios de los años cuarenta. [Foto: Alfred Eriss/Time & Life Pictures/Getty Image; tomada de esta galería].

Estaba leyendo la traducción de Borges (que muchos atribuyen a su madre). Salí a buscar otro ejemplar, de la edición que fuese, pero con esa traducción. Para mi sorpresa no conseguí ninguno. De hecho, en esos días había bastante poco de Faulkner en las librerías cordobesas; un par de títulos editados por Anagrama, El sonido y la furia de Cátedra y no mucho más.

Leer en la pantalla puede ser incómodo, pero no necesitaba leer el libro entero, sino sólo esas dieciséis páginas, así que busqué esa traducción en formatos electrónicos: PDFs y DOCs por Google, en descarga directa, por eMule: nada. Sí encontré casi todo Faulkner, pero no ese libro traducido. Quizás no supe buscar bien. Declarándome derrotado de antemano, tampoco quise probar en inglés.

El libro quedó a un lado, con el señalador clavado en la nieve de esas páginas. Otras lecturas lo fueron tapando.

Pasaron dos o tres años hasta que este accidente común salió en una conversación en casa de un amigo, quien me prestó su ejemplar (Sudamericana, vieja y buena colección de kiosco). Se insiste en que las fotocopias matan al libro; éstas lo revivieron. Recorté las fotocopias de esas páginas ausentes para que entraran lo mejor posible dentro de mi ejemplar. Y así retomé la lectura.

[Continúa en el próximo post]