Lo mejor que leí en 2010 (2/3)

Por Martín Cristal

Segunda parte de los libros que más disfruté leer en 2010:
[Leer la primera parte] _____

Vidas perpendiculares, de Álvaro Enrigue

Anagrama, 2008. Novela.

La novela de este autor mexicano presenta una estructura compleja, basada en el concepto hindú de la transmigración de las almas. La saga de los Rodríguez Loera se irá barajando con las memorias de personas de distintas épocas y lugares del mundo; progresivamente, esas memorias dispersas se reconocerán como la autobiografía milenaria de una misma alma reencarnada varias veces. Este libro nos gustó mucho, tanto que lo recomendamos en el Nº 2 de la revista Ciudad X (agosto).

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Antología poética, de Joaquín O. Giannuzzi

Visor de poesía, 2006.

La profunda mirada de Giannuzzi es la que “ve” la poesía en todas partes (incluso en la anatomía interna del cuello de una jirafa); sus versos comparten con nosotros, sin distorsión, eso que él ve así, y que nosotros, de otro modo, no veríamos.

En algún punto, un par de versos condensan el sentido (filosófico, diría) de aquello que el poeta registra. Llegué al libro por este poema, que ya es famoso, pero que siempre alguien leerá, como yo, por primera vez:

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Poética
La poesía no nace.
Está allí, al alcance
de toda boca
para ser doblada, repetida, citada
total y textualmente.
Usted, al despertarse esta mañana,
vio cosas, aquí y allá,
objetos, por ejemplo.
Sobre su mesa de luz
digamos que vio una lámpara,
una radio portátil, una taza azul.
Vio cada cosa solitaria
y vio su conjunto.
Todo eso ya tenía nombre.
Lo hubiera escrito así.
¿Necesitaba otro lenguaje,
otra mano, otro par de ojos, otra flauta?
No agregue. No distorsione.
No cambie
la música de lugar.
Poesía
es lo que se está viendo.

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Creo que no tengo que agregar nada más. En todo caso, quién necesite más razones para leer a Giannuzzi, puede encontrarlas en el remix que hicimos aquí. (Lo siento, Joaquín: nosotros sí cambiamos la música de lugar…).

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Los combates cotidianos,
de Manu Larcenet

Norma, 2003-2008. Historieta.

Marco es un joven fotógrafo francés que desarrolla “comportamientos obsesivos” y “neurosis diversas”. Lo asaltan ataques de pánico que lo paralizan hasta el dolor físico. Los “combates cotidianos” son los que Marco libra día a día para lograr que los ataques al menos sean más espaciados.

La manera en que lo va logrando a lo largo de las cuatro entregas de la serie es, primero, yéndose a vivir al campo; luego relacionándose sinceramente con quienes lo rodean —sus nuevos vecinos; su pareja; su hermano y la familia de éste— y capeando todos los altibajos de estas relaciones; pero, sobre todo, desarrollando un nuevo camino para su fotografía. Marco deja atrás las fotos exóticas e impactantes que hacía cuando era corresponsal de guerra y pasa a involucrarse con los obreros de los astilleros franceses, donde también trabajó su padre. Retrata a estas personas, más próximas a su propia vida, cuando están pasando un momento difícil (estamos a comienzos del siglo XXI). La respuesta que Marco le da su galerista para defender esta decisión artística me conmueve y me resulta terriblemente inspiradora. En la cuarta parte hay un paseo nocturno de Marco con uno de los obreros —Pablo, que se parece a Faulkner—: el diálogo es honestísimo, magistral.

Así como Marco madura a lo largo de esta historieta, también lo va haciendo el dibujo de Larcenet. Inicialmente se ve caricaturesco, casi infantil, y no deja sospechar la densidad narrativa que la historieta será capaz de alcanzar, si bien desde el principio hay excepciones: las páginas en que Larcenet representa las fotografías en blanco y negro tomadas por su personaje. En esos pasajes —los más reflexivos de la obra— complejiza el trazo para ilustrar los pensamientos que, finalmente, evidencian el crecimiento de Marco, amén de su tránsito por las etapas naturales de la existencia humana: la muerte del padre, la relación de pareja, la llegada de una hija… Así, las reflexiones sobre el arte se van mezclando con la política y con las cosas más íntimas de la vida.

Los combates cotidianos es la historia de una madurez ganada a pulso, día a día. Una historieta que consigue conmover como pocas.

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La máquina de pensar en Gladys,
de Mario Levrero

Irrupciones, 2010. Cuentos.

Es el primer libro de cuentos de Levrero, publicado originalmente en 1970. Tardó más de 25 años en ver una segunda edición, rápidamente extinguida. Desde julio, y gracias al sello Irrupciones de Montevideo, por fin puede conseguirse esta tercera edición.

Aunque sin alcanzar todavía la riqueza de Espacios libres (1987), La máquina… ya es una buena muestra del Levrero más “raro”: con su frescura intacta, se desmarca de toda lectura totalizadora al reunir once cuentos extraños, entre los que brillan “La calle de los mendigos”, la historia de un hombre que comienza arreglando un simple encendedor y termina —tal como el de “Los reflejos dorados”— muy lejos del territorio familiar en el que empezó; “El sótano”, una pieza juvenil a lo Lewis Carroll; “La casa abandonada”, que varía sus misterios en cada habitación; y “Gelatina”, el primer relato de Levrero, treinta páginas magistrales con densidad de novela corta. Lo recomendamos en el Nº 5 de Ciudad X (noviembre).

[De paso y por si no lo vieron: en El pez volador hicimos un mapa completo de la obra levreriana].

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Leer parte 3 de 3

La Molécula Levrero

Por Martín Cristal

Este post de El pez volador complementa a un artículo que escribí en simultáneo para el blog de la revista La Tempestad de México.

Corriente y contracorriente de lectores

En ambas márgenes del Río de la Plata, todavía es fácil distinguir quiénes leían a Mario Levrero desde antes de su muerte (2004) y quiénes lo descubrieron después, con su relanzamiento editorial. Por supuesto, no es asunto de importancia ante la alegría de que efectivamente muchos estén leyendo a Levrero; además, cuando sus obras estén reeditadas por completo, ambos grupos de lectores terminarán por confundirse.

Mientras tanto, y si se perdona el pecado de generalizar un poco, se puede decir que la diferencia entre unos y otros radica en el sentido —la dirección— en que recorren esa obra. Los primeros venían zigzagueando desde la plaqueta de Gelatina (1968) hacia La novela luminosa (2005), más o menos en desorden según pudieran (o no) conseguir los libros. Los segundos arrancan por la luminosa, o por la reedición de El discurso vacío, y van explorando hacia atrás al ritmo de otras reediciones (o de lo que puedan hallar en librerías de viejo).

Uno, dos, muchos Levreros

La novela luminosa y El discurso vacío son libros impecables pero —gusten o no— son sólo una faceta de un escritor cuyo verdadero gen creativo resulta difícil de captar sólo desde la lectura de esos dos títulos.

Y es que hay muchos Levreros. Cuatro o cinco. O seis. O, por lo menos, dos Levreros. [Este asunto lo detallo mejor en el artículo del blog de La Tempestad].

Mínimo, dos Levreros. Es curioso: en las tapas de algunas ediciones de Arca, se ve una foto de Levrero partida en dos: la mitad izquierda saliendo a corte por la derecha y la mitad derecha saliendo por la izquierda… El diseño era horrible, pero a la larga su concepto resultó atinado.

A veces ambos Levreros se sienten como personas distintas. Quizás sólo haya una diferencia de madurez: una juventud juguetona que prefiere las piruetas formales y el vuelo imaginativo, frente a una vejez cuya experiencia lo decanta hacia la reflexión y la sencillez formal. A pesar de la distancia que pueda haber entre ambos modelos, la mirada y el tono espiritual que los recorren son los mismos. Otra constante es cierta tersura kafkiana en la prosa.

Aunque yo mismo, como lector/escritor, me he distanciado un poco de “lo fantástico”, igualmente tengo para mí que el corazón de la obra levreriana no es La novela luminosa, sino los cuentos multiformes de Espacios libres y la llamada “trilogía involuntaria”, compuesta por las novelas cortas La ciudad, El lugar y París. La ciudad es decididamente kafkiana, al modo de El castillo. El lugar me parece la mejor (aunque el propio Levrero pensara lo contrario): creo que su concepción es genial, y que además puede leerse como un puente entre los mundos de la fantasía y el mundo real. París cierra bien el conjunto, con un toque más surrealista que las otras dos.

El mapa de una obra sui generis

¿Cómo representar y valorar una obra tan variada y heterodoxa? No me van los rankings; en este blog me he inclinado varias veces a favor del mapa literario. Al mapa de Mario Levrero lo he imaginado en la forma de una molécula bastante sui generis:

Ampliar la imagen para ver las relaciones internas de la Molécula Levrero.

La cronología va de izquierda a derecha (con alguna alteración por razones de espacio). En el eje vertical, ubico arriba las obras más importantes y abajo las que juzgo menores (o meras curiosidades en el contexto de la obra completa), esto siempre según una valoración que es personal y que seguramente no coincidirá con la de otros lectores. El tamaño de las esferas también indica la importancia que estimo para cada obra (aunque los cuentos se ven más grandes que las novelas porque necesitaba más espacio para detallar los contenidos de cada libro; no quiero decir que me parezca más importante un género que el otro). Las relaciones más fuertes entre las obras están indicadas por los conectores que las unen. Los estilos y géneros —a veces mixtos, no siempre claramente definidos—, se sugieren con un sistema de colores (ver referencias al ampliar el gráfico. Si no ampliás el gráfico, no te enterás de nada…).