Quemando Cromo, de William Gibson

Por Martín Cristal
William-Gibson-Quemando-Cromo Los primeros cuentos de William Gibson, reunidos en volumen en 1986, redondean mi representación de la corriente cyberpunk. De los diez relatos que componen Quemando Cromo, ya conocía “El continuo de Gernsback” y “Estrella roja, órbita de invierno”, ambos comentados en este blog al reseñar la antología Mirrorshades; y también el excelente “Combate aéreo”, que señalamos como uno de los mejores de la antología Masterpieces.

[Atención: spoilers].

El libro abre con “Johnny Mnemónico”, que fue llevado al cine con Keanu Reeves en el papel de Juancito, un tipo que se alquila como disco duro externo viviente (puede almacenar data digital en un implante cerebral). Johnny no tiene acceso a la información que almacena para otros, salvo que se la active con una contraseña. Implantes y computación: hasta aquí lo cyber. Lo punk entra cuando Johnny baja a un submundo nocturno de la ciudad para tratar de cobrarle una deuda a cierta gente peligrosa. Antros de mala muerte, matones y asuntos que hay que enfrentar a la antigua: con una pistola escondida en un bolso Adidas.

“Fragmentos de una rosa holográfica” es el primer cuento de Gibson, y se conecta con otro del volumen, “El mercado de invierno”: en ambos el meollo pasa por la posibilidad técnica de grabar experiencias sensoriales u oníricas, que luego pueden ser reproducidas (asunto que por supuesto se ha expandido al terreno de la industria del entretenimiento). De estos dos relatos prefiero el segundo, más asible, menos críptico: en general, Gibson usa mucha jerga técnica inventada; quizás en su primer cuento todavía no había calibrado del todo este recurso. También porque en “El mercado…” aparece Lise, una chica con un exoesqueleto que permite que su cuerpo funcione a pesar del flagelo de una enfermedad congénita. El magnetismo de ese personaje —tan dark, tan timburtoniano— es el que lleva adelante el cuento.

“La especie” es un historia atractiva —escrita en colaboración con John Shirley—, si bien se aparta un poco de la atmósfera tecno de las demás. En el cuento, Coretti se va convirtiendo en un barfly a medida que se obsesiona con perseguir a cierta mujer que primero le resulta muy atractiva por su aspecto, y luego aún más atractiva y misteriosa cuando ese aspecto muta a ojos vistas —como el de un camaleón, en un minuto—, mientras van de un bar al otro. El misterio y el secreto motorizan la lectura.

“Regiones apartadas” trabaja sobre una idea interesantísima, que se desenvuelve de a poco: cerca de la frontera espacial máxima —delimitada por el alcance de la tecnología humana—, hay una estación que recibe a aquellos cosmonautas que fueron capaces de ir más allá y regresar. Estos héroes pagan el precio de la locura, pero a veces traen pequeños tesoros de civilizaciones desconocidas. Por esas migajas de descubrimientos científicos, a veces ínfimos, vale la pena presentarles a los viajeros un entorno amigable, edénico, donde puedan contar lo que saben antes de que la presión a la que los sometió su viaje termine de quebrarlos.

“Hotel New Rose” es el cuento que menos me gustó del conjunto, aunque en cierto modo es el que mejor permite ver la influencia de las atmósferas del género negro en Gibson. No hay un detective, pero sí un hotel de mala muerte, una chica fatal de pasado ambiguo, una pistola cromada y una traición en puerta. El elemento de CF es el contexto de esa traición: la pugna de dos grandes corporaciones por cazar los mejores talentos científicos del mundo. Después descubrí que también hay una película sobre este relato, dirigida por Abel Ferrara.

Neuromante-comicEl cuento final, que da título al libro, quizás sea el que más se aproxima a la atmósfera de Neuromante, la famosa novela de Gibson (la cual conozco por la lectura de una horrenda adaptación a la historieta con la que tuve la mala suerte de toparme, y que me quitó las ganas de leer el texto original).

En “Quemando Cromo”, Bobby Quine y Automatic Jack son dos “vaqueros”, es decir, dos hackers: el uno representa el software, y el otro (un cyborg), el hardware. Juntos tratan de “quemar” la abultada cuenta bancaria que empodera a Cromo: la regente de un prostíbulo de la mafia. (El título en castellano debería ser entonces “Quemando a Cromo”, pero hay que reconocer que suena mejor el título sin esa a. Por cierto, el cromo parece ser el material favorito de Gibson en este libro: búsqueda de e-book mediante, veo que aparecen más de 20 referencias al cromo en las 200 páginas del texto, esto sin contar las veces que se lo usa como nombre propio en este cuento). La “representación gráfica” que Gibson hace de los entornos virtuales al los que Bobby y Jack entran a saquear —geometrías abstractas sobre fondos oscuros, “muros” o “hielos” que representan información, virus, programas antivirus, etcétera— recuerda a la de algunos viejos videojuegos de los ochenta como el Tempest (el Arashi de la Mac) o los tanques en estructura de alambre del Battlezone.

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Battlezone1980

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La maestría de Gibson en la mayoría de estos cuentos reside en la técnica —fundamental en la CF contemporánea, pero no tanto en la más antigua— de no revelar expositivamente los argumentos ni la idea central que sostiene a cada relato. No se explica la época y lo que la generó para luego pasar a describir el entorno, sino que directamente se presenta el entorno como corolario de un teorema ausente: la nueva realidad se manifiesta en el texto sin el contexto histórico para comprenderla de entrada, de manera que se explique sola, por sus propias taras y por las características de su atmósfera (la capacidad de Gibson de “enrarecer” la atmósfera para verosimilizarla es impresionante). El narrador no le explica al lector como si éste fuera de otro lugar, sino que lo considera un par, un hombre de su mismo tiempo y espacio. Los sobreentendidos —lógicos en una estrategia narrativa así— quizás dificultan la entrada a los relatos, pero promediando cada uno de ellos queda esclarecido qué fue lo que generó ese entorno. Esto vuelve muy placentera la vuelta a las primeras páginas de cada cuento para releerlas bajo la luz de una nueva comprensión. Una comprensión cyberpunk.

Mirrorshades. Una antología ciberpunk, de Bruce Sterling, ed. (III)

Por Martín Cristal

[Leer la primera parte]
[Leer la segunda parte]

3. Los relatos

Los que más me interesaron fueron:

• Tom Maddox, “Ojos de serpiente”: Un piloto de bombardero acepta un injerto cerebral que le permitirá controlar el avión casi fusionándose con la máquina; para poder controlar el software que lleva implantado deberá pasar una dura prueba de adaptación en una estación espacial. Maddox explora la problemática del cyborg y la lucha interna entre lo biológico y lo mecánico.

• James Patrick Kelly, “Solsticio”:
En Masterpieces, Kelly nos había decepcionado con un cuento titulado “Rata”; aquí, en cambio, entrega uno de los mejores cuentos del libro. El relato meteórico de la carrera del diseñador de drogas más famoso del planeta se alterna con sus sentimientos por su hija adoptiva (clonada), el desprecio hacia el nuevo yerno-videasta que se la disputa, la misteriosa historia del monumento de Stonehenge —que visitan redrogados durante el solsticio— y una venganza que se arrastra hacia él desde hace varios años atrás. (El final, sin embargo, no redondea y la historia se va deshilachando en el recuerdo).

• Lewis Shiner, “Hasta que nos despierten voces humanas”:
De vacaciones con su esposa en una isla perfecta, el señor Campbell sale a bucear y alcanza a ver bajo el mar a una sirena, vivita y —sobre todo— coleando. La extraña visión primero ahonda las diferencias que ya lo venían distanciando de su mujer; después lo lleva a curiosear más allá de donde los turistas tienen permitido ir, ya que en la isla también funciona un proyecto secreto de máxima seguridad, llevado adelante por una compañía norteamericana.

• Bruce Sterling y Lewis Shiner, “Mozart con gafas de espejo”
(las mirrorshades del título general): El viejo y querido tópico de los viajes en el tiempo, con una perspectiva cuántica. Estados Unidos domina los viajes por tiempos alternativos a diversos puntos del planeta, para su prolija y masiva expoliación. El objetivo es llevar esas riquezas multiplicadas de vuelta al tiempo “real” o troncal. A veces, en el viaje puede colarse un joven y ambicioso Mozart, por ejemplo, o incluso surgir inconvenientes de variada índole.

• William Gibson, “El continuo de Gernsback” (incluido también en su propia antología de relatos, Quemando cromo): Un fotógrafo, al que le encargan fotos de la arquitectura americana de los años treinta, se obsesiona con sus rasgos futuristas, las formas de un “futuro-que-nunca-fue”; poco a poco empieza a ver imágenes vivas de ese futuro alterno en todas partes… “Gernsback” refiere al famoso editor Hugo Gernsback, que en los veinte sentó importantes bases para la CF. En este cuento temprano, Gibson señala aquellas raíces pero prefigura claramente su apartamiento de la noción de “futuro distante”. El “futuro próximo” en que este autor se enfocará no sólo va a definir el movimiento cyberpunk, sino cada vez más su propia obra, tendencia que el autor extrema en su “Trilogía del Presente” (que abre con la novela Mundo espejo).

• Bruce Sterling y William Gibson, “Estrella roja, órbita invernal” (también incluido en Quemando cromo): Un motín en una verosímil estación espacial rusa amenaza con liquidar el sueño soviético de la conquista espacial. Algo que la realidad se encargó de desmantelar mucho antes.

• John Shirley, “Zona libre”: Un viejo rockero cuya banda está a punto de desintegrarse, vuelve a caer por las drogas mientras transita con nuevos amigos por la “zona libre” de una isla artificial creada por las clases pudientes y poderosas del mundo (ahí se refugian de la debacle económica que afecta al resto del planeta). Si bien la anécdota no se resuelve —porque no es un cuento, sino un fragmento de novela—, la atmósfera convence. Sobre todo porque más que cyber es punk, especialmente en las bladerunnerescas calles de la zona libre.

Otros:

• Paul Di Filippo, “Stone vive”: Otro cyborg, aunque algo menos interesante que el de Maddox. Stone va a la Oficina de Inmigración y se ofrece, como muchos otros desempleados, para experimentos y trabajos insalubres. Acepta testear un implante ocular de visión enriquecida. Con la operación su vida cambia, pero más todavía por su nueva posición de protégé de la empresa que le hizo el implante. Desde esa cima, comprende mejor el funcionamiento de su mundo contemporáneo.

• Pat Cadigan, “Rock On”: La producción musical ahora utiliza los poderes de los “pecadores” (synners: amalgama de sinners y synthetizers), seres que vivieron la era de oro del rock & roll y que ahora poseen el poder de transmitir —mediante conexiones implantadas en sus cabezas— aquella “fuerza” del rock primigenio a los músicos actuales… algo muy útil en las salas de grabación.

• Marc Laidlaw, “Los chicos de la calle 400”: Las habituales guerras de pandillas urbanas se suspenden cuando muchas gangs son arrasadas por una banda de gigantes que llega a la ciudad. Las que quedan tratarán de suspender los viejos rencores para ir juntas a enfrentar a los gigantes.

Hay dos cuentos más que, sin ser malos, resultan disonantes en la selección: “Cuentos de Houdini”, de Rudy Rucker, simpático —recuerda al Houdini que E. L. Doctorow pinta al comienzo de su novela Ragtime—, pero realmente difícil de relacionar con la corriente cyberpunk; y “Petra”, de Greg Bear, que tampoco participa de la atmósfera tecnificada ni otros rasgos que dominan la corriente. Su acción se sitúa en una catedral, en un tiempo alterno o remoto, lo que da una atmósfera más imbuida del fantasy, con un narrador que es una especie de gárgola de esa catedral.

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Lo que más me atrajo del conjunto es la reconfiguración temática que propone para su época (que, como comentaba en el post anterior, considero muy influyente); en cambio, el rasgo estilístico que introduce elementos del policial hard-boiled o negro me interesó bastante menos. Lo más agobiante de leer en todo el libro quizás sea el uso generalizado de neologismos, esa jerga inventada que molestaba a Miquel Barceló. En los casos en que está bien hecha sí resulta esclarecedora (aquí resulta clave la dupla de traductores), pero muchas veces es un obstáculo. Fuera de este detalle, las atmósferas del cyberpunk me resultaron atractivas. Algunos de los autores seleccionados consiguen insuflarles vida con gran eficacia.