Mundo Anillo, de Larry Niven

Por Martín Cristal

Larry Niven, Mundo AnilloTerminé Mundo Anillo de Larry Niven (Los Ángeles, 1938) para confirmar que la vertiente hard de la ciencia ficción no es para mí. Sin duda es troncal en el género, pero hay algo en su insistencia sobreespecializada que me hace sentirla como la celosa guardiana de un gueto para entendidos.

Supongo que en adelante voy a buscar qué leer en el género no teniendo tan en cuenta la “chapa” histórica del autor, sino más bien el enfoque o el tema en sí (la space opera, por poner otro ejemplo, tampoco me interesa mucho, aunque la etiqueta tal vez sea demasiado abarcadora y difusa como para ser excesivamente rigurosos en este descarte).

En Mundo Anillo, novela ya clásica aparecida en 1970, un grupo de cuatro personajes emprende un viaje interestelar para explorar un anillo artificial de dimensiones colosales, que rodea a una estrella lejana. Es un mundo artificial creado por una antigua raza —los Ingenieros—, en una versión adaptada de una Esfera de Dyson. Los exploradores quieren averiguar sobre la cultura que creó y rigió este ringworld, cultura que parece haber visto su esplendor ya hace muchísimos años.

Empecé muy entusiasmado con la aventura que encara este grupo compuesto por Luis Wu, un humano bicentenario; Teela Brown, una joven humana con una suerte estadísticamente imbatible; y dos aliens pre-george-lucasianos: Interlocutor de Animales (de la raza kzinti, una especie de antepasado gatuno de Chewbacca) y Nessus (un titerote —puppeteer—, un bicho bastante más raro: tres patas, dos cabezas triangulares de pitón, un ojo en cada cabeza, labios como dedos, el cerebro en otra parte del cuerpo… por algún motivo, no podía dejar de imaginar su/s cabeza/s como la/s de un Jar Jar Binks demediado).
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Titerote de Pierson, por Kevin Bannister.

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Durante las primeras cien páginas —que podríamos resumir en “reclutamiento” y “viaje de ida”— mi entusiasmo inicial fue cediendo al irme pegando de frente contra los agobiantes arrebatos de didactismo en los que cae Niven. Licenciado en Matemáticas y Psicología (aunque también, según la solapa, “en la actualidad colabora con el Servicio de Seguridad Interior de Estados Unidos para prever y evitar amenazas futuras” [!]), el autor muchas veces se muestra más interesado en la física del viaje espacial que en los motivos de sus personajes para el viaje en sí… Cuando —los lectores lo sabemos de entrada— el viaje y los motores y las naves aquí no son más importantes que ese mundo al que los cuatro exploradores y nosotros mismos queremos llegar de una perra vez.

El arribo y el primer reconocimiento del Mundo Anillo, por supuesto, reviven el interés. Una de las claves del libro la da Teela, cuando dice: “Debe ser divertido poder esculpirse un mundo a la medida” (p. 115). Se refiere a los Ingenieros que crearon el Mundo Anillo, sí, pero también es un comentario de Niven sobre sí mismo. El tipo la pasó bomba inventando ese lugar. Y se nota.

La rigurosidad de Niven, que inicialmente aburre con motores y detalles técnicos del viaje espacial (asuntos que, seguramente, un año después de la llegada del hombre a la Luna habrán sido cruciales para cualquier narrador de CF dura), en lo referente al anillo en sí ya casi no molesta: este mundo es lo que hemos venido a ver, y dejamos que nos lo expliquen en detalle. Lo más sugerente de la novela es precisamente el Anillo en sí, la lógica de su forma, su ecosistema artificial y su paisaje, y ya no tanto la peripecia de los personajes sobre su superficie. Su aventura se vuelve nimia en relación al paisaje. Y la vía de escape de ese mundo, luego del accidentado “anillizaje”, bueno, tengo que decirlo: se ve venir a kilómetros (igual que los personajes todo el tiempo logran ver cosas a cientos de kilómetros de distancia, ¿cómo lo hacen?).

Así que lo que hace que valga la pena leer Ringworld es más que nada la lograda sensación de estar sí “en otro mundo”, tanto que promediando la lectura me daban ganas de dibujarlo. Después se me pasaron cuando vi que en Internet ya está lleno de dibujos, mapas y hasta animaciones… Esto me confirma que el paisaje del Mundo Anillo es inspirador (y que guglear puede matar el entusiasmo de más de un emprendimiento).

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Mapa interactivo en flash, por R. Dennis Antinori.
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En suma, Niven no me voló mucho la cabeza. (Y hablando de cabezas: está claro que los guionistas de Ridley Scott en Prometeo tomaron de Niven esa cabeza de piedra y la idea completa de la raza de los Ingenieros). Es más, por momentos el libro me aburrió bastante y estuve a punto de dejarlo. Pero el paisaje del Mundo Anillo es pregnante: creo que no lo olvidaré nunca, si bien esa pregnancia no me alcanzó para querer seguir con el resto de los libros de la saga.