La historia de tu vida, de Ted Chiang

Por Martín Cristal

Ted Chiang (EE.UU., 1967) reunió en La historia de tu vida sus primeros ocho relatos de ficción especulativa, casi todos publicados en revistas entre 1991 y 2002. Con ellos, este autor —que publica a cuentagotas— cosechó varios de los premios que galardonan a la mejor ciencia ficción. Son destacables la frescura del enfoque para cada tema y la inteligencia de los planteos que conducen cada trama, transportados por una prosa llana y amena. Aquí sintetizo el disparador de cada relato, sin quemar sus argumentos.

El libro abre con “La torre de Babilonia”, un
vívido relato en primera persona sobre la construcción de aquella mítica obra arquitectónica; su tono de fábula antigua lo distancia un poco del resto del libro. Mejor y más representativo resulta “Comprende”: narra la irrefrenable expansión de la inteligencia de un hombre cuyo cerebro, dañado después de un accidente, ha sido reconstruido y potenciado mediante una nueva droga. Si hace poco viste Sín límites (Limitless; Neil Burger, 2011) y te pareció que la peli desperdiciaba una buena idea por falta de profundidad —al fin y al cabo, la “inteligencia total” de su protagonista apenas le alcanza para hacerse rico y obtener poder, como si más allá de esos primeros objetivos los problemas metafísicos no terminaran siendo un desafío mayor para cualquier mente excelsa—, Chiang demuestra con este relato cuánto más lejos se puede llegar con el mismo concepto.

El núcleo duro del libro se compone de tres relatos que abrevan en las ciencias de los números y las letras. “Dividido entre cero” reexplora el tópico del matemático cuya propia genialidad se inclina hacia la locura, lo que lo lleva a cortar lazos con los demás; esto recuerda un poco a las películas Una mente brillante (A Beautiful Mind; Ron Howard, 2001) o La prueba (Proof; John Madden, 2005). En “La historia de tu vida”, una lingüista contratada para aprender el idioma de unos aliens recién llegados a la Tierra, le va contando a su hija el curso de sus vidas entrelazadas; los saltos adelante y atrás del relato quedan justificados por la nueva concepción del tiempo que ella abraza tras comprender el extraño sistema lingüístico de los extraterrestres. “Setenta y dos letras” es una sinuosa amalgama de autómatas victorianos, permutaciones cabalísticas, homúnculos, gólems y clonación genética.

En forma de ensayo, el brevísimo “La evolución de la ciencia humana” discurre sobre un salto en la historia del conocimiento, el cual dejaría atrás a buena parte de la humanidad, incluidos los mismos científicos. “El Infierno es la ausencia de Dios” pasa de la ciencia a la religión (cristiana): en un mundo contemporáneo en que los milagros son la práctica habitual de unos ángeles gigantescos —tan misericordiosos como destructores—, pueden distinguirse las fatalidades causadas por Dios de las que son obra del puro azar. La paradoja de tener que seguir amando a (y creyendo en) un ser superior capaz de dañarnos y quitárnoslo todo, obliga al protagonista a una difícil prueba: la de intentar acercarse a ese mismo Dios que mató a su mujer. Chiang entiende su cuento como una reescritura crítica de la historia de Job. Dice el autor en sus notas:


Para mí, una de las cosas menos satisfactorias del Libro de Job es que, al final, Dios recompensa a Job. Dejen a un lado la cuestión de si los nuevos hijos pueden compensar la pérdida de los anteriores. ¿Por qué Dios le devuelve algo a Job? ¿Por qué ese final feliz? Uno de los mensajes básicos de ese libro es que la virtud no siempre es recompensada; que a las buenas personas les suceden cosas malas. Job finalmente acepta esto, probando su virtud, y por consiguiente es recompensado. ¿No les parece que esto debilita el mensaje?

Me parece que al Libro de Job le faltó el valor de sus convicciones: si el autor estuviera realmente comprometido con la idea de que la virtud no siempre recibe su recompensa, ¿no creen que el libro debería haber terminado con un Job absolutamente desposeído de todo?

Cierra “¿Te gusta lo que ves? (Documental)”. Con una fluida estructura de documental televisivo (la cual recuerda un poco a la segunda parte de Los detectives salvajes), se alternan los testimonios de distintas personas a favor y en contra de un experimento: la “calistenia”, que consiste en eliminar, con una sencilla operación quirúrgica, la conexión cerebral entre la percepción y el reconocimiento de la belleza física. Las posiciones ideológicas y las consecuencias que Chiang extrapola de esa posibilidad son ricas y variadas.

Como los extras de un DVD, el libro se completa con una jugosa serie de comentarios del autor para cada cuento [de ahí tomamos la cita sobre Job]. La historia de tu vida no es fácil de conseguir en las librerías argentinas: podés comprarlo en alguna megalibrería virtual, pedirlo en el website de la editorial o —si no queda más remedio— rastrearlo por la gran tela de araña digital, ahí donde todavía no ha sido apedreada por el FBI. Yo no lo haría, pero ésta es la historia de tu vida, no de la mía.

_______
La historia de tu vida, de Ted Chiang. Relatos. Bibliópolis, Madrid, 2004. 256 páginas. Con otra versión de esta reseña, recomendamos este libro en el número 22 de la revista Ciudad X (abril de 2012).

Siempre juntos y otros cuentos, de Rodrigo Rey Rosa

Por Martín Cristal

El siguiente es el libro que recomendamos en el Nº 13 de la revista Ciudad X (julio de 2011). En el fondo, es una recomendación doble.

_______

Rodrigo Rey Rosa (1958) vive en su Guatemala natal, aunque antes también lo hizo en Nueva York y en Marruecos. Fue amigo de Paul Bowles y de Roberto Bolaño, quien lo nombra en la segunda parte de 2666 y lo pone de personaje central para una anécdota africana incluida en Entre paréntesis. Pero no lo descubrí ahí, sino en un viejo número de la revista mexicana La Tempestad, donde apareció un cuento suyo, inolvidable, protagonizado por dos escorpiones: “Siempre juntos”. Más tarde, en una mesa de saldos porteña, encontré Ningún lugar sagrado (Seix Barral, 1998). Con esos “cuentos neoyorquinos” confirmé lo buen narrador que es Rey Rosa.

Cómo resistirme entonces al hallar en una librería cordobesa un libro con dos escorpiones en la tapa y el título de Siempre juntos y otros cuentos: una antología de la labor cuentística de Rey Rosa de los últimos veinte años. Con refrescante variedad formal, el autor consigue exprimir la gran tensión que late bajo la regularidad de su prosa, tranquila y pausada, un poco como la calma superficial de las aguas en los cenotes: una tranquilidad que esconde el peligro de las corrientes subterráneas que los conectan.

Tan buenos como el cuento del título, lo son “Cárcel de árboles”, que con su pulso de novelita borgeana reflexiona sobre el lenguaje; la angustiante desaparición en “Otro zoo”; el tierno y doloroso “La niña que no tuve”; “La prueba”, “Gracia” y “El pagano”, que se preguntan por Dios; el desencuentro epistolar de “Hasta cierto punto” y las brevedades de “Vídeo”. (Hubiera querido que no quedase afuera del libro un cuento policial-poético buenísimo, titulado “Elementos”).

Siempre juntos… es una de esas antologías que dan la sensación de que el autor tiene superpoderes, aunque su secreto no sea otro que el oficio acumulado de años y una buena selección. Puede ser cara y difícil de conseguir, así que, si antes se cruzan con un ejemplar de Ningún lugar sagrado, ya saben: no lo dejen escapar.

_______

Siempre juntos y otros cuentos, de Rodrigo Rey Rosa. Cuentos. Almadía, 2008.