Contraluz, de Thomas Pynchon (VI)

Por Martín Cristal

Sexto post de la serie sobre Contraluz (Against the Day), la novela de Thomas Pynchon.

Anteriores:
I: Personajes principales
II: Parodias, temas, recurrencias
III: Toda novela larga tiene sus altibajos
IV: Puestas en abismo
V: Un verosímil permeable

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Acerca del título

Nicholas Nookshaft, el Gran Cohen londinense del CRETINO —o Centro de Recogimiento para los Estudiosos del Tetractis Inefable (Neo Orden)— le dice al recién llegado detective Basnight:


“Series de mundos laterales, otras partes de la Creación, están a nuestro alrededor, cada uno con sus puntos de fusión o puertas para pasar de uno al otro, y pueden encontrarse en cualquier parte, es así… Una Explosión imprevista, introducida en el fluir normal del día, puede abrir fácilmente, de vez en cuando, pasadizos a otros lugares…”.
[p. 281]

Esta intervención del Cohen puede leerse como una explicación del título “Contra el día” —el día como el fluir de lo que consideramos normal—, pero también como un manifiesto formal de la novela, una síntesis de su estructura: mundos (argumentos) laterales con puntos de fusión con pasadizos y encuentros entre unos y otros… todos salpicados de imprevistos que van “contra el día”, es decir, contra el fluir de “lo normal”.

Nookshaft habla de una “explosión imprevista”. Recordemos cómo termina el capítulo sobre el desvanecimiento de la persistente luz nocturna y los otros extraños efectos de la explosión en Tunguska, Siberia:


“Se prolongo durante un mes. Aquellos que lo tomaron por una señal cósmica se encogían bajo el cielo cada anochecer, imaginándose catástrofes cada vez más disparatadas. Otros, para los que el naranja no parecía un tono propiamente apocalíptico, se sentaban al aire libre en bancos públicos, leían tranquilamente y se acostumbraban a la curiosa palidez. A medida que pasaban las noches y no ocurría nada y el fenómeno se iba desvaneciendo lentamente, la noche recuperó los violetas oscuros de siempre, y la mayoría tuvo dificultades para recordar la previa euforia del corazón, la sensación de apertura y posibilidad, y volvió otra vez a buscar otra vez el orgasmo, la alucinación, el estupor, el sueño, para que los ayudaran a pasar la noche y a prepararse contra el día”.
[p. 997]

Me intrigaba saber por qué Vicente Campos tradujo el título de la novela como Contraluz y el título de esta cuarta parte como “Contra el día”… ¿No son las mismas palabras en el original? ¿Dónde detectó un cambio de sentido que lo llevara a elegir esa diferenciación?

Inicialmente supuse que el traductor no quiso restringir el sentido del título de la novela al de este único párrafo… Más tarde, en un comentario al primer post de esta serie sobre Contraluz, René López Villamar nos contaba que en realidad habría sido el propio Pynchon quien indicó esa traducción para el título. (En algún pasaje de la novela que ahora ya no logro ubicar, recuerdo que alguien está parado frente a una ventana y «contra el día», es decir, a contraluz…).

Mis reparos sobre el particular son para el propio Pynchon, entonces, y no ya para sus traductores, cuyo trabajo se me hace monumental y admirable. Creo que Contra el día hubiera sido un título mucho más atractivo en castellano para esta novela que —como la gran explosión siberiana— también es un fenómeno que se va “desvaneciendo lentamente” en la memoria del lector, pero que sin dudas deja en él una “sensación de apertura y posibilidad”: en literatura se puede hacer de todo.

[Continuará…]

Contraluz, de Thomas Pynchon (I)

Por Martín Cristal

Con este post iniciamos una serie sobre Contraluz (Against the Day), la novela de Thomas Pynchon.

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Para este año está programada la publicación en castellano de la novela más reciente de Thomas Pynchon: Vicio propio (Tusquets). Según las reseñas disponibles acerca de la versión original (Inherent Vice), se trataría de una novela menos extensa y laberíntica que las que este viejo misántropo neoyorquino acostumbra ofrecernos cada diez o doce años. Sería una novela mucho más digerible —aunque menos representativa de “lo pynchoneano”— que su inmediata predecesora: Contraluz (Against the Day).

Contraluz salió en castellano hace menos de un año, aunque en idioma original se había publicado en 2006. La demora no sorprende: la novela tiene 1337 páginas, docenas de personajes y una complejidad abrumadora para cualquier traductor, por lo que el buen oficio de Vicente Campos debe agradecerse (más allá de cierta discrepancia mía con su elección para el título, a la que me referiré después).

El argumento de Contraluz, como el de otras novelas de Pynchon, es imposible de resumir, lo cual no deja de ser una salida cómoda para cualquiera que la reseñe. Más adelante daremos cuenta de cada una de las partes que componen la novela; digamos, por ahora, que arranca en 1893, en la Exposición Universal de Chicago, que se extiende hasta principios de los años veinte, y que consta de un creciente racimo de personajes cuyas interconexiones y forzados (re)encuentros permiten una acción arbórea, ramificada por casi todo el planeta. “Cientos, miles a estas alturas, de narraciones, todas igualmente válidas… ¿qué puede significar?” (p. 848). Posiblemente nada más que el absurdo de un mundo regido por un código indescifrable.

Personajes

Puestos a elegir, sus personajes centrales podrían ser los siguientes: la cofradía de jóvenes aventureros llamada Los Chicos del Azar, unos alegres alcahuetes que cumplen misiones por todo el planeta a bordo de un dirigible, el Inconvenience, y que a la vez son protagonistas de una serie de libros como las de Harry Potter o Tin Tin; el minero anarquista Webb Traverse y sus cuatro hijos (la díscola y rebelde Lake, el práctico y aventurero Frank, el temerario y duro Reef, y el menor, Kit, más instruido e inteligente que los otros); el desorientado detective Lew Basnight; el vil magnate capitalista Scarsdale Vibe, sus hijos y su secuaz, el vidente Foley Walker; el fotógrafo Merle Rideout y su querida hijastra Dally; la madre de ésta, Erlys, que se fugó con el mago Zombini El Misterioso; la bella, inteligente y sexualmente ambidiestra Yashmeen Halfcourt; su enamorado binorma, Cyprian Latewood; los crueles matones Deuce Kindred y Sloat Fresno… entre otras docenas de figurantes. Una particularidad de Pynchon es la de darle un nombre (casi siempre estrafalario) a cada uno de sus personajes, tanto a los principales como a los secundarios. Esto impide que uno pueda prever si un personaje reaparecerá luego para copar el centro de la escena o si es sólo un extra que hace su acto en unas pocas páginas para ya no aparecer nunca más.

El resultado es un mosaico colosal, recargado y posmoderno, cuyo prometido leitmotiv inicial sería la aparición —primero demorada, luego recurrente y por fin abandonada— de un extraño mineral: el espato de Islandia. Es un mineral translúcido que tiene la propiedad de la doble refracción y múltiples aplicaciones narrativas: las telecomunicaciones, la alquimia, la magia, la óptica, la decodificación y también el absurdo.


Contraluz, de Thomas Pynchon
en El pez volador: Índice
I: Personajes principales
II: Parodias, temas, recurrencias
III: Toda novela larga tiene sus altibajos
IV: Puestas en abismo
V: Un verosímil permeable
VI: Acerca del título

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