Umami, de Laia Jufresa

Por Martín Cristal

Vidas privadas

Umami, de Laia Jufresa (México, 1983), es una novela coral cuyos personajes son vecinos en una privada de la Ciudad de México.

Las viviendas en la privada Campanario están identificadas con «los cinco sabores que puede reconocer la lengua humana». A las casas Dulce y Salado las ocupa la familia de Ana, hija de músicos de la Sinfónica que quiere sembrar una milpa en el patio; su hermana menor se ahogó tres años antes en un lago de los Estados Unidos.

En Amargo vive la xalapeña Marina, pintora y estudiante de diseño, muy sensible a los colores, pero frágil psicológica y emocionalmente.

El dueño de la privada, el antropólogo retirado Alfonso Semitiel, vive en Umami (quinto sabor con el que los japoneses definen a «lo delicioso»). Gran conocedor de los cultivos prehispánicos, Alfonso es viudo y pasa sus días escribiendo sobre su mujer, Noelia, cardióloga michoacana que falleció por las mismas fechas en que se ahogó la hermanita de Ana.

Estos duelos simultáneos y las estrategias para sobrellevarlos trazan lazos de afecto entre estos vecinos. Las voces y puntos de vista, alternados desde cinco años distintos (y con las mujeres siempre en primer plano), abarcan también el de la niña ahogada, Luz, que narra el presente previo al accidente en el fatídico 2001; y el de una amiga de Ana, Pina, que vive con su padre en la casa Ácido, y cuya madre la abandonó en 2000.

La prosa de Jufresa es fresca, vital, llena de humor y de particularidades en los sobreentendidos y las expresiones de los personajes. Y sobre todo, es también mexicana hasta las cachas (aunque la autora viva actualmente en España).

«Todo lo sabemos entre todos», dice Alfonso Reyes en el epígrafe. Como suele ocurrir con los buenos relatos corales, el lector de Umami tiene una perspectiva privilegiada al poder superponer todos los puntos de vista narrativos alternados, y así tejer una visión completa de su cotidianeidad, de sus mitologías privadas y de su manera de sobrellevar las pérdidas y el paso del tiempo.

 

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Umami, de Laia Jufresa. Novela. Literatura Random House, 2014. 240 páginas.

Nuevo libro: El camino del peyote y otras crónicas de viaje

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La editorial Postales Japonesas acaba de publicar
El camino del peyote y otras crónicas de viaje.
Este es el texto de la contratapa:

En la crónica “El camino del peyote” —escrita tras una ingesta de este cactus alucinógeno en el desierto de San Luis Potosí, México—, Martín Cristal narra su llegada al lugar y, enseguida, el “viaje dentro del viaje”: los efectos, la experiencia enteogénica en sí. Se trata de una visión personal, literaria, despojada de toda apología o perspectiva mística. En las siete crónicas que amplían esta edición se exploran otros aspectos del paisaje idiosincrático mexicano (el miedo ante los terremotos; el ambiente etílico de las cantinas; las emociones contradictorias que afloran en las corridas de toros; la vigilia durante una Noche de Muertos; un trip de hongos en la selva chiapaneca), hasta completar un periplo que también abarca Guatemala y Belice. El abanico de experiencia vital que ofrece este libro interesará tanto al lector curioso como a quienes, mochila al hombro, ya planean sus propios recorridos para sembrarlos de vivencias inolvidables.

Leer un fragmento

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El libro ya está disponible en el stand Baron Biza (carpa de calle Independencia) de la Feria del Libro y el Conocimiento de Córdoba 2018. Pronto estará en varias librerías de Córdoba, y más adelante también en algunas selectas de Buenos Aires y Rosario. Pedidos y consultas a postalesjaponesas@gmail.com

Las muertas, de Jorge Ibargüengoitia

Por Martín Cristal

Esclavas de un orden violento

Las-muertas-Jorge-Ibarguengoitia-CorregidorAlgunos de los acontecimientos que aquí se narran son reales. Todos los personajes son imaginarios”. Con esa clara advertencia inicia Las muertas, novela de Jorge Ibargüengoitia (1928-1983) y verdadero clásico de la literatura mexicana, que el sello Corregidor acaba de reeditar en la Argentina. La edición anterior en nuestro país, casi inconseguible, era la de Sudamericana, de 1986 (la novela se publicó originalmente en 1977).

La reedición es más que pertinente. No sólo por el valor literario que la novela tiene en sí misma, sino porque la relectura de la anécdota que la vertebra —la paulatina construcción de una red de trata de mujeres, y el final macabro de muchísimas de ellas— puede tomarse como un aporte histórico a la discusión actual sobre el femicidio y la violencia de género, tema candente sobre el que la sociedad argentina está más atenta tras la multitudinaria marcha llevada a cabo recientemente bajo la consigna #NiUnaMenos.

Las hermanas Baladro de la novela están basadas en las González Valenzuela que, durante los años cincuenta/sesenta, regentearon prostíbulos en los estados de Jalisco y Guanajuato (México). Tras descubrirse cómo traficaron, esclavizaron y mataron a decenas de mujeres, y también a algunos clientes de los burdeles, la prensa mexicana las apodó “las Poquianchis”.

A pesar de la sobria elocuencia del título de la novela, si se desconocen los hechos reales en los que se basa es difícil anticipar el extremo de violencia al que llegará el texto. Y eso que el primer capítulo ya muestra un hecho violento: una balacera por venganza. Sin embargo, el tono y —sobre todo— el humor con el que narra Ibargüengoitia, matiza y distancia al lector (lo preserva) de la violencia representada en el relato.

A priori puede parecer un contrasentido y hasta una falta de respeto que se narre un asunto tan escabroso con un humor cercano al de la comedia de errores; sin embargo, ya puestos a leer, se reconoce que en el caso de Las muertas la mixtura funciona a la perfección y evita que Ibargüengoitia pontifique sobre el tema: ejemplarmente, el autor no juzga en ningún momento a sus personajes desde un púlpito moral.

Las conocidas habilidades de Ibargüengoitia para la sátira y el sarcasmo —manifiestas, por ejemplo, en los relatos de La ley de Herodes (1967)— alivianan los hechos atroces. Me atrevo a aventurar que, al ser la prensa amarilla mexicana una de las fuentes a las que habrá recurrido Ibargüengoitia —con Alarma! a la cabeza—, algo del (no tan) involuntario humor negro con el que dicha prensa suele tratar estas noticias en México quizás también haya influido en el tratamiento ficcional que el autor hace del caso.

Jorge-Ibarguengoitia

La sencillez directa del estilo de Ibargüengoitia aporta a la narración una transparencia que le permite al lector enfocarse en los acontecimientos, y no en indeseables florituras de la prosa. En cuanto a la estructura de la novela, Ibargüengoitia la basa en una alternancia de testimonios ficcionalizados, hombres y mujeres que señalan y esconden lo que les conviene respecto del vil negocio de las Baladro, conscientes ya de un proceso judicial que los apremia. La lentitud de un gobierno que investiga los hechos, o que los avaló durante mucho tiempo con su corrupto silencio, evidencia un orden social con grandes zonas oscuras en las que las mujeres (sobre todo las más pobres) se encuentran en desventaja total: son traficadas, maltratadas, sacrificadas y enterradas en cualquier parte.

Esta reedición se completa con un prólogo de Ezequiel De Rosso y un ensayo del crítico uruguayo Ángel Rama (quien alguna vez, como jurado, distinguiera a Ibargüengoitia con el Premio Casa de las Américas). Rama es una de las personalidades que murieron en 1983 cuando se estrelló el avión en el que se dirigían de Madrid a Bogotá, para un encuentro de cultura hispanoamericana. En ese mismo vuelo iba el escritor peruano Manuel Scorza, por ejemplo, y también el propio Ibargüengoitia, quien así falleció a la edad de 55 años.

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Las muertas, de Jorge Ibargüengoitia. Novela. Corregidor, 2015 [1977], 240 páginas. Recomendé este libro en “Ciudad X”, del diario La Voz del Interior (cuyo manual de estilo insiste en cambiarme las X por J cuando escribo «mexicanos» o «mexicanas»). Córdoba, 2 de julio de 2015.

Catálogo de formas, de Nicolás Cabral

Por Martín Cristal

La arquitectura de la ficción

Nicolas-Cabral-Catalogo-de-formasNicolás Cabral (Córdoba, 1975) es hijo de exiliados argentinos en México DF. Formado como arquitecto, edita desde hace años una exquisita revista de artes, La Tempestad. Recientemente fue incluido en México20, una antología que reúne a 20 escritores mexicanos menores de 40 años (orientada al mercado internacional, la versión en inglés de dicha antología —polémica, como todas las de su calibre— fue presentada en la London Book Fair del corriente año).

La primera novela de Cabral se titula Catálogo de formas, lo que parece poner el foco sobre los aspectos formales del texto. Éstos son, sin duda, destacables, pero antes de relevarlos hay que decir que la novela también presenta un contenido de interés: Cabral ficcionaliza sobre hechos reales, tomados de la vida de un famoso arquitecto mexicano.

El Arquitecto primero predica la funcionalidad racional del modernismo, pero misteriosamente —o quizás sólo por el peso de sucesivas influencias— se va decantando por construcciones caprichosas, de utilidad incierta, enclavadas en medio de la selva. “Deseo, paralelamente, el equilibrio de las formas y el estallido orgiástico, la eficiencia y el derroche. ¿Hay solución, geometría de las pasiones?”, se pregunta el protagonista.

En buena medida, el autor consigue la difuminación entre lo real y lo ficcional gracias a la estrategia narrativa de no designar a los personajes con nombres propios, sino por el arquetipo que los representa. Al protagonista lo llama el Arquitecto; otros personajes son, por ejemplo, el Doctor, el Pintor, el Albañil… Esto recuerda a Trabajos del reino, de Yuri Herrera (también por la coincidencia de la editorial, la española Periférica). Con una salvedad importante: en la novela de Herrera, los personajes-arquetipo —el Rey, el Artista y demás— no remiten a ninguna persona real en particular; la novela de Cabral, en cambio, estaría más cerca del roman à clef (la “novela en clave”), como se conoce a aquellas obras en las que los personajes se basan en personas reales que pueden ser descubiertas por el lector, si éste cuenta con un juego de referencias apropiado.

¿Conviene que esta reseña devele esa “clave” central que decodificaría la novela? Tanto la contratapa como la obra en sí se cuidan de mencionar en sus respectivos textos al arquitecto real en cuya vida se basa este libro. La mayoría de los lectores-no-avisados sólo tendrían como pista inicial cierta escalera que aparece en la tapa (la pureza formal de esa escalera se realza por la foto, tomada por otro cordobés radicado en México, Ramiro Chaves).

"Casa O'Gorman". Ramiro Chaves, 2014

Ese “secreteo del referente” busca que la lectura se oriente hacia los propios procedimientos de la novela, y no hacia el universo exterior al libro. La intención me parece elogiable; por eso lamento tener que dar al traste con esas sutilezas, en aras de comunicar cabalmente el interés que suscita el libro.

Y es que una faceta importante de ese interés surge de que el Arquitecto de Cabral esté basado en —aquí viene la traición— el emblemático Juan O’Gorman. El mismo autor lo certifica en unas notas finales que revelan sus fuentes (y que señalan en Cabral una honradez que la ficción no le exige a nadie).

Más allá de esto, lo que eleva a la novela sobre los meros hechos verificables por la documentación histórica es su transposición imaginativa y, sobre todo, la forma de (re)presentarle esos hechos al lector. Si puede establecerse un paralelismo entre una disciplina material como la Arquitectura y una inmaterial como la Literatura, se puede decir entonces que Cabral ha logrado mimetizar esta primera novela suya con algunos aspectos de la obra del propio O’Gorman.

Por ejemplo, lo primero que se detecta es la síntesis y el control en la construcción formal del texto: la austera regularidad del fraseo, la condensación de sentidos y la rigurosa extensión de los capítulos (todos de dos páginas). Esto coincide con la síntesis y el rigor que el mismo O’Gorman mostraba en sus obras iniciales.

Otro aspecto comparable es que la “arquitectura” del libro remita al mosaico: los capítulos presentan una ruptura cronológica, que hace que “el ojo” del lector arme la historia; esta fragmentación también se basa en la alternancia de distintos puntos de vista (no de voces: el texto está más cerca del unísono que de la variación de registros. Se reconoce quién habla en cada capítulo mediante otras pistas diseminadas en el texto, lo cual constituye uno de los deleites de la lectura). Si recordamos que una de las obras de O’Gorman es el gran mural de mosaicos que distingue a la Biblioteca de la UNAM, se comprende lo pertinente de esta forma elegida por Cabral para componer su novela.

Biblioteca de la UNAM. Fuente: Flickr de sguardojos

Toda esta mímesis formal es uno de los principales atractivos del libro. Catálogo de formas puede interesarles no sólo a arquitectos que quieran disfrutar de un enfoque ficcional sobre la vida de O’Gorman, sino también a otros lectores que quieran asomarse a una narración breve y sustancial —muy pulida, de forma tan abierta como rigurosa— sobre la batalla de autoconocimiento que libra cualquier artista que sepa cuestionar sus propias ideas acerca de la disciplina a la que ha decidido dedicarle la vida entera.

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Catálogo de formas, de Nicolás Cabral. Nouvelle. Periférica, 2014, 104 páginas. Recomendé este libro en “Ciudad X”, del diario La Voz del Interior (cuyo manual de estilo insiste en cambiarme las X por J cuando escribo «mexicanos» o «mexicanas»). Córdoba, 4 de junio de 2015.

Las ostras, ahora también en e-book

Las-Ostras-en-ebook

Ahora la novela también está disponible
en versión electrónica

(en formato .epub, a un precio accesible y sin DRM)

En Amabook de Argentina

En Amabook de México

En Amabook de España

Ver otros Amabook
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En papel puede conseguirse desde
el sitio de Caballo Negro Editora.

Dos novelas del narco mexicano

Por Martín Cristal

Ante el desbordado saldo de muertes relacionadas con el narcotráfico en México (del que en buena parte también es responsable el ex presidente que le declaró la guerra: no se apagan incendios con gasolina), resulta lógico que varios narradores de ese país hayan enfocado el tema en sus ficciones. Elmer Mendoza, Juan Villoro, Daniel Sada, Sergio González Rodríguez y hasta Carlos Fuentes son algunos de los que dieron cuenta, cada uno a su modo, de distintos aspectos de esta delicada situación social, económica y política, que ya sobrepasa lo coyuntural para ser, llana y tristemente, una faceta cultural más de México.

Se ha querido acuñar el término “narcoliteratura”, lo que quizás sea un exceso, ya que en todo caso son apenas algunos rasgos temáticos comunes los que se aglutinan, y no necesariamente una forma narrativa o un estilo. El término, sí, funciona como una etiqueta comercial rápidamente asimilable para el mercado exterior. Y es que el narcotráfico como tema literario ha interesado más allá de las fronteras mexicanas: por ejemplo, las dos novelas breves que recomendamos aquí, se consiguen en librerías de Argentina por la vía de ediciones españolas.

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Trabajos del reino, de Yuri Herrera

Yuri-Herrera-Trabajos-del-reinoEsta novela breve de Yuri Herrera (Actopan, 1970) narra en tercera persona pero desde el punto de vista de un cantante de corridos, esa música popular del norte mexicano que, en sus letras, es el cantar de gesta del narco y sus antihéroes (o como la define Herrera: “…no son canciones para después del permiso, el corrido no es un cuadro adornando la pared. Es un nombre y es un arma”). Este Artista —Herrera elige nombrar a sus personajes por el arquetipo que representan— se pone al servicio de un Rey del narco para difundir sus proezas y las de sus aliados. A cambio de sus epopeyas de acordeón y redoblante, el bardo recibe dinero, alojamiento, comida y hasta la posibilidad de grabar: todo lo que jamás tuvo, al menos nunca a granel y con tanto lujo. Ahora lo tiene por trabajar para este Reino, en el que enseguida descubrirá cuán inestable es el equilibrio entre traiciones y deseos prohibidos. Bajo el ala del Rey no se pueden cometer errores.

Destaca el uso del lenguaje por parte de Herrera (algo que Fogwill supo elogiarle): en esta novela es lírico —ciertas páginas incluso parecen poemas—, pero a la vez tiene una fuerte raigambre oral mexicana, sin excesos, en un balance muy bien logrado. El lector argentino no familiarizado con la vertiente mexicana del idioma quizás pueda acusar que el sentido de algunas frases se le escapa; insisto en que el sazón del texto está precisamente ahí, y que no por esa nimia dificultad debería soslayar este excelente libro (además, en esta era digital todo lo que uno no entiende puede guglearse más tarde).

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Fiesta en la madriguera, de Juan Pablo Villalobos

J-P-Villalobos-Fiesta-en-la-madrigueraEn lo escritural, la primera novela de Juan Pablo Villalobos (Guadalajara, 1973) va hacia el lado opuesto: simplifica al máximo la cuestión del lenguaje mediante la asignación de la voz del relato a un narrador de corta edad, lo que la hace de digestión más rápida y para todo público. Tochtli es hijo de Yolcaut, un poderoso narcotraficante; con la ingenuidad de su mirada, que a veces pone al relato cerca de la fábula infantil (aunque matizada con toques de esa rara madurez que Salinger le atribuía a los niños en sus cuentos), Tochtli va dando cuenta de la vida que lleva, aislado en la mansión desértica de su padre.

Uno de los caprichos de este principito es obtener, para su zoológico privado, un hipopótamo enano de Liberia, animal en vías de extinción que sólo puede conseguirse en África (en el zoo de la novela de Herrera, el animal-emblema es el pavo real). Claro que ningún deseo es imposible para el hijo de un hombre como Yolcaut. La gracia de la novela de Villalobos reside en que el lector infiere del relato cándido de Tochtli todo el mundo opresivo y violento que lo rodea. La persistente inocencia del niño es un milagro entre toda esa sangre. Una sangre que todavía se derrama y espanta y da que hablar, tanto en México como en el resto del mundo.

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Trabajos del reino, de Yuri Herrera. Novela. Periférica, 2008 [2004], 128 páginas. | Fiesta en la madriguera, de Juan Pablo Villalobos. Novela. Anagrama, 2010, 112 páginas. Recomendamos estos libros en “Ciudad X”, del diario La Voz del Interior (cuyo manual de estilo insiste en cambiarme las X por J cuando escribo «mexicanos» o «mexicanas»). Córdoba, 6 de marzo de 2014.

A una década de la muerte de Roberto Bolaño

Por Martín Cristal
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Roberto-Bolano
A una década de la muerte de Bolaño, Javier Quintá nos preguntó a varios autores cordobeses —en el número de julio de Deodoro, gaceta de crítica y cultura de la UNC— qué nos dejó el escritor chileno, qué pensamos de sus obras póstumas, qué pasaría si hoy siguiera escribiendo… Además de un servidor, también responden José Di Marco, Luciano Lamberti, Pablo Giordano, Diego Fernandez Pais, Javier Martínez Ramacciotti y Oscar Bracamonte; las imágenes del número son obras de Luciano Burba. La nota completa se puede leer en las páginas 12 y 13, siguiendo este enlace:

«Queremos tanto a Bolaño» (pp. 12-13, en Deodoro Nº 33)

Deodoro-Bolano-CristalAprovecho para dejar acá mis respuestas completas al cuestionario de Javier (ya que las tengo escritas):

¿Hay un Bolaño antes y un Bolaño después de su muerte?

Había un Bolaño antes. Hoy no quedan más que sus libros.
[Bolaño + Obras de Bolaño] % La Muerte = Obras de Bolaño.

Haciendo un poco de futurología o pasadología, ¿su obra termina con su muerte? Si no hubiera muerto a los 50 años, ¿nos habría sorprendido con algo más? ¿Dijo o escribió todo?

Como le comentaba a un amigo en el blog: es imposible saber qué pasaría hoy con Bolaño si todavía estuviera vivo y escribiendo. Entre los factores que —en la experiencia de vida— condicionan los textos de un escritor, la enfermedad prolongada y la amenaza de la muerte deben de ser dos de los más fuertes. ¿Cuánto de la urgencia y la vitalidad que hay en la prosa que nos dejó Bolaño se habrá debido a la proximidad de la muerte? Quizás sin ese látigo cruel su literatura se hubiera permitido otros ritmos, pausas en la publicación, incursiones en otros temas, series nuevas, renovaciones poéticas… Esto sólo puede especularse, y esas especulaciones no tienen mucho sentido.

El fenómeno editorial, esto de la «moda Bolaño», ¿no le robó un poco a los escritores y a los lectores más exigentes al verdadero Bolaño? Viste que muchos quieren apropiarse de los autores grandes para sí y cuando se vuelven masivos ya no les gusta tanto. Además, me encontré con mucha gente que no lo leyó y que no quiere hacerlo ahora, o quiere hacerlo cuando pase un poco el polvo que se levantó.

Para mí, la publicación compulsiva de sus textos inéditos es cada vez menos interesante. Resulta más y más evidente que responde a una mera lógica de mercado, en la medida en que esos inéditos se van agotando pero se sigue raspando la olla y publicando cualquier cosa: borradores, versiones inacabadas… En todo caso, adelante, pero no son libros para mí. Los veo más como productos para fanáticos enceguecidos, para neuróticos completistas, para recién llegados que arriban a Bolaño con devoción mediáticamente prefabricada, para exégetas, tesistas e investigadores que seguirán rizando el rizo de sus análisis con tal de sostener la beca un año más… O bien —en el más deseable de los casos— para que nuevas camadas de lectores entren a la obra del autor y así descubran sus títulos más potentes, como 2666, Los detectives salvajes, o Estrella distante, entre otros. Esperemos que el carácter inacabado de esos inéditos no los empuje en la dirección contraria.

Más sobre Bolaño en El pez volador

• Por qué adoro Los detectives salvajes
• Bolaño y 2666: el misterio del título
2666: los críticos, Amalfitano y Fate
2666: La parte de los crímenes
2666: La parte de Archimboldi
• La Limonada Bolaño: ¿del hielo al sinsabor?

Las ostras: reseña en La Tempestad, por David Miklos

La Tempestad 88

[…] Casi al comienzo de Bares vacíos (2001), su primera novela, Cristal, en ese entonces habitante de nuestro país, escribió: «Recién no llovía, ahora llueve. Moraleja: todo puede estar peor». Once años después y en su tercera, Las ostras, la lluvia reaparece como amenaza vivencial: ¿qué tanto puede determinar el clima las andanzas de sus personajes, un coro compuesto por jóvenes y viejos, hombres y mujeres que, sin más, ocurren a lo largo de un día en Córdoba, Argentina, territorio literario poco conocido en nuestro país y al que Cristal inmortaliza en una de las mejores novelas en español editadas el año pasado? En Las ostras la solvencia y lo entrañable se intersectan para alumbrar una serie de tramas y voces que ocurren al mismo tiempo y en el mismo espacio, casi sin tocarse –en espiral y no en asterisco, como quiere su demiurgo, en un guiño a Magnolia de P.T. Anderson–, hasta que la lluvia se desata y todo, la vida misma, cobra sentido.

Diseñada como una especie de diorama acuático o marino, Las ostras es un logrado ejercicio de prosa simple y gran profundidad narrativa. […]


David Miklos
, en revista La Tempestad,
Nº 88, México, enero-febrero de 2013
(en portada: Mario Bellatin).

Leer la reseña completa

La guerra y dos poetas

Por Martín Cristal

La siguiente crónica se publicó en el Nº 12 de Deodoro. Gaceta de crítica y cultura de la Universidad Nacional de Córdoba (septiembre de 2011).

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Crónica

La guerra y dos poetas

Dos poetas contemporáneos que se salen de la página para frenar la guerra. Una crónica para seguir sus derroteros de poetas sin derrota.
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1

En febrero de 2003, el poeta norteamericano Sam Hamill encontró en su buzón un sobre con una invitación de la señora Laura Bush. La primera dama de Estados Unidos quería que Hamill participara de un simposio de poesía en la Casa Blanca.

Eso —y lo que siguió después— lo resume Esteban Moore en el prólogo de la admirable edición cordobesa de Un canto pisano (Postales Japonesas Editora, 2011), una selección de poemas de Hamill, en versión castellana del propio Moore. Dicho prólogo resulta crucial. ¿Cómo recibiríamos los versos de Hamill si no supiéramos nada de aquella carta con tan poderoso membrete, The White House? ¿Cómo los leeríamos si desconociéramos lo que el poeta decidió contestarle a la esposa de uno de los hombres más poderosos del planeta?
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2

En marzo de 2011, el poeta mexicano Javier Sicilia estaba lejos de su país cuando recibió una noticia devastadora: habían encontrado siete personas muertas dentro de una camioneta abandonada en el estado de Morelos. Todo indicaba que el crimen tenía relación con el narcotráfico: atados y con señales de tortura, al parecer todos en el vehículo habían muerto por asfixia. Entre esos cuerpos estaba el de Juan Francisco Sicilia Ortega, de 27 años, hijo del poeta. Contra la costumbre gubernamental de criminalizar automáticamente a las víctimas, el Procurador General de Justicia de Morelos declaró días después que el chico no tenía relación con el crimen organizado. Era sólo una víctima colateral más.

Sicilia voló desde Filipinas a México para el funeral. Una odisea de retrasos, visas no concedidas y aduanas eternas. En uno de esos aviones escribió su último poema. El último de todos.

3

La noche anterior a la llegada de esa carta, Hamill había estado leyendo acerca de los planes que George W. Bush tenía para Irak; de ahí que decidiera rechazar la invitación de la primera dama. Escribió una carta abierta pidiéndoles a sus colegas que firmaran un petitorio contra esa guerra inminente con la que Bush pretendía vengar los atentados del 11 de septiembre.

“Creo que la única respuesta legítima a semejante bancarrota moral y a una idea tan excesiva e imprudente es reconstituir Poetas Contra la Guerra, un movimiento como el que se organizó para hablar en contra de la guerra en Vietnam”, escribió Hamill, quien había sido objetor de conciencia durante aquella guerra. Esto derivó en un foro —poetsagainstthewar.org, hoy desaparecido— en el que los poetas podían manifestarse en tal sentido. En menos de un mes, llegaron al sitio unos doce mil poemas por la paz, los cuales fueron recopilados y presentados ante el Congreso de Estados Unidos.

Laura Bush tuvo que suspender el simposio: “sería inapropiado convertir un encuentro literario en un foro político”, declaró. Por supuesto, Hamill no saldría indemne de su desaire.
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Marcy Kaptur, diputada demócrata de Ohio, con los poemas recopilados por Poets Against The War. A la derecha, Hamill, en plena conferencia de prensa. [Fuente: LJWorld.com]
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4

Javier Sicilia leyó su último poema frente a la tumba de su hijo, en Cuernavaca. Hasta entonces, en su obra poética siempre había manifestado una veta entre mística y religiosa, aunque también era un pensador político, que colaboraba en publicaciones como La Jornada o Proceso.

Según los recogió el diario mexicano Milenio, los últimos versos de Sicilia decían: El mundo ya no es digno de la palabra / Nos la ahogaron adentro / Como te (asfixiaron), / Como te desgarraron a ti los pulmones // Y el dolor no se me aparta / sólo queda un mundo / Por el silencio de los justos / Sólo por tu silencio y por mi silencio, Juanelo.

El poema terminaba ahí. Enseguida, el poeta agregó: El mundo ya no es digno de la palabra. Es mi último poema: no puedo escribir más… La poesía ya no existe en mí.
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5

En 1972, Hamill y otros poetas habían fundado Copper Canyon Press, una pequeña editorial que prolongó su actividad hasta el presente, para convertirse en un reconocido sello independiente de poesía en Estados Unidos.

Tras oponerse al simposio, los ataques hacia Hamill comenzaron a sumarse desde la TV o desde importantes diarios, generados “por periodistas e intelectuales cercanos a la administración republicana”, según precisa Moore. La presión hizo que el directorio de Copper Canyon Press le pidiera a Hamill la renuncia a su cargo, para bien de la propia editorial. El poeta también tuvo que dejar la dirección del Port Townsend Writers’ Conference, un encuentro anual de escritores en el estado de Washington. El poeta se ve forzado a dejar labores de años, pero no deja de escribir.
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6

Sicilia no escribe más poesía. Escribe, sí, una carta abierta a los políticos y los criminales de su país: “estamos hasta la madre de ustedes”, les dice. Después encabeza una marcha de treinta y cinco mil personas en Cuernavaca, exigiendo el esclarecimiento del caso. La marcha se replica simultáneamente en otros quince estados. En mayo, Sicilia vuelve a marchar hacia el DF; sólo que ahora, en el último tramo, lo hace seguido de más de sesenta mil manifestantes (hay quien dice cien mil). Es gente harta de la locura que, en los últimos cinco años, suma en México cuarenta mil asesinatos relacionados con el narco. Sicilia presenta varias demandas al gobierno, entre las que se destaca la de cesar con la errónea estrategia de guerra en el combate al narcotráfico.

El poeta —porque no hay ex poetas— sigue adelante. Tras él se enfilan toda clase de organizaciones y millones de mexicanos. En junio, marcha hacia la capital mundial de la violencia: Ciudad Juárez. Su figura concita el apoyo y la atención que en los noventa recibió el Subcomandante Marcos; incluso el mismo Marcos se ha solidarizado con él. Sicilia dialoga con el presidente, con los legisladores. Organiza una colecta y programa otra marcha hacia el sur. Marchando, revitaliza a un pueblo mexicano que estaba inmovilizado ante un horror incontrolable.

Es un 2011 que la historia mundial recordará con la palabra indignación.
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7

En los poemas de Hamill —especialmente en el que da título al libro, abierta referencia a Pound— se traslucen ráfagas de una amarga indignación: Un presidente que dice mentiras que guían a la masacre, / periodistas repitiendo las mentiras que guían a la masacre, / qué importa un poco de excremento en tu hamburguesa / si esto no impide la producción / y por lo tanto asegura el beneficio?

A la vez, también se encuentran versos de una sabia resignación, que moderan lo anterior: Y mi amigo simplemente me dijo: “Thich Kuang Dúc / ha alcanzado la paz verdadera”. / Y yo supe esa noche que la paz verdadera / nunca estaría a mi alcance […].
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8

¿Cuánto influye en Estados Unidos el narcotráfico mexicano y cuánto, en México, las decisiones de la Casa Blanca? ¿A quiénes representan verdaderamente los gobiernos de uno y otro país? ¿En qué proporción se debe considerar la biografía de un creador cuando se sopesa su obra? ¿Será de verdad, ése, el último poema de Sicilia? ¿No aprovecha Hamill el aura de la disidencia para así inventar o acrecentar su propio mito? ¿Hasta qué punto se actúa tal cual se siente y desde qué punto se empiezan a calcular efectos y proyecciones? ¿Cuál es el equilibrio ideal entre arte y política, cuándo se potencian y cuándo se aniquilan entre sí?

Y ¿dónde empieza la poesía? En Hamill, hay tanta poesía en el gesto que antecede a las palabras como en las palabras mismas; en Sicilia, hay tanta poesía en la acción que sucede a las palabras como en las palabras mismas. Ambos son pruebas vivientes de que la poesía puede ser más que lo impreso en una página. Hamill aprendió eso de Kenneth Rexroth, su maestro, a quien le dedica un “Réquiem” en el libro. Con dolor mucho más grande, Sicilia lo aprendería de su hijo. Y, a su manera, marchando por todo el país, también le dedicaría un réquiem.

¿Dónde termina la poesía?

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Javier Sicilia al frente de una marcha contra la violencia en las calles de Cuernavaca.
[Foto: Omar Torres/AFP. Fuente: Eljacaguero.com].

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Nota: la presente crónica contiene fragmentos de mi reseña del libro de Hamill, publicada en El lince miope.

Las batallas en el desierto, de José Emilio Pacheco

Por Martín Cristal

El siguiente es el libro que recomendamos en el Nº 15 de la revista Ciudad X (septiembre de 2011).

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“Voy a guardar intacto el recuerdo de este instante, porque todo lo que existe ahora mismo nunca volverá a ser igual”. Esto piensa Carlos, el protagonista, en un pasaje crucial de Las batallas en el desierto. En ese momento, Carlos es un chico de ocho o diez años; ahora es el hombre mayor que nos narra aquella historia, y hay que reconocer que su memoria del México de fines de los cuarenta es nítida y consistente.

Remebranza vívida de una ciudad y una infancia perdidas, esta novela corta de José Emilio Pacheco (1939) es un exitoso intento de volver a ser niño —como quería Korczak— para batallar otra vez en el desierto de un patio de escuela. También es una forma de volver a enamorarse por primera vez. El primer amor es lo que congrega los recuerdos de Carlos, una memoria urbana hecha de nombres de autos, anuncios comerciales o la “Obsesión” por un bolero. Muchos de estos indicios son reconocibles como marcas de época; otros se centran en la demarcación de lo local: más que el tiempo, nos señalan el espacio de la Ciudad de México. También se infiltran las antiguas (las persistentes) moralinas, las diferencias de clase y de origen: entre capitalinos y provincianos, o entre mexicanos y extranjeros.

La prosa es impecable, viva prueba de que, para tener ritmo, las frases cortas y secas no son la única opción disponible; la variedad sintáctica puede ser mucho más efectiva. Lo que hay que manejar es la cadencia, y Pacheco (Premio Cervantes en 2009) la domina como el reconocido poeta que es. Incluso las enumeraciones —de películas, de revistas, de programas de radio— suenan perfectas en el orden que el autor les asigna. No es entonces sólo la brevedad de esta novela la que puede llevarnos a leerla en lo que duran una tarde y dos cafés, sino la hipnosis producida por el depurado oficio de un poeta que, esta vez, eligió narrar. Pacheco no nos cuenta una historia de amor ambientada en los años cuarenta del DF; nos cuenta los cuarenta y el DF, condensados en una historia de amor. Eso hace de Las batallas en el desierto una gran novela corta, y no un muy buen cuento largo.

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Las batallas en el desierto, de José Emilio Pacheco. Novela. Tusquets, 2010.
(Publicada originalmente en 1981).

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PD1. .

PD 1. Sobre esta novela, recomiendo leer también este texto reciente de Eduardo Huchín Sosa.

PD 2. De yapa: un perfecto fanmade video de Gabriella Pérez para «Las batallas» de Café Tacvba, canción basada en la novela. El video está armado con escenas de la película Mariana, Mariana (Alberto Isaac, 1987), que también se basa en el texto de Pacheco.

¿Qué estabas haciendo el 11-S?

Por Martín Cristal

En el suplemento «Temas» de La Voz del Interior, hoy sale una nota (coordinada por Emanuel Rodríguez) en la que once escritores cordobeses recuerdan brevemente el momento en que se enteraron del atentado a las Torres Gemelas. Lo que sigue es mi pequeño aporte. Los de los otros autores —Pablo Natale, Iván Ferreyra, Luciano Lamberti, Eugenia Almeida, Federico Falco, Martín Maigua, María Pousa, Fabio Martínez, José Playo y Pablo Dema— pueden leerse aquí.

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¿Qué estabas haciendo
el 11 de septiembre de 2001?

Vivía en México: el diseñador gráfico bancaba al escritor. Supe del atentado apenas llegué a las oficinas de la revista semanal donde trabajaba como director de arte. Había un clima de excitación morbosa (mis compañeros eran periodistas), de implícita revancha (eran mexicanos), de incredulidad y sorpre­sa (éramos televidentes). Todo el material preparado para ese número se fue al tacho. El cierre del viernes sería muy tarde.

Colaboré en la selección fotográfica. Debíamos componer el relato visual de una tragedia demasiado reciente. ¿Qué matizar, qué mostrar a página completa? ¿Yuxtaponer bomberos y víctimas? ¿Señalar al hombrecito que cae o dejar que lo descubran los lectores?

Ante la previsible unanimidad temática en los quioscos dominicales, decidimos competir con una tapa desplegable: una panorámica de Manhattan desde el río, su perfil tachado por una ominosa estela de humo. Titular: “Vientos de guerra”.

Anduvo bien. Nuestra siguiente tapa desplegable vendría tras el bombardeo de Bagdad.

Roger Dembrais, lector atroz de Borges


“Aunque identifiqué algunos elementos borgianos (sobre todo al inicio,
cuando se describe una biblioteca que emula la disposición de ‘La biblioteca de Babel’) tardé en percatarme de lo que Cristal consigue: como en toda buena novela de género negro, dosifica la información el suficiente tiempo como para hacer de este homenaje a Borges una auténtica sorpresa.
La casa del admirador (publicada en México en 2010 a través de La mosca muerta y en Argentina en 2007 a través de Ediciones del Boulevard) gira en torno a Roger Dembrais, un hombre obsesionado con la obra de Borges y la sutil venganza que ha creado a través de su casa, una especie de parque temático que recrea y refiere, en todos sus rincones y habitaciones, a algún momento de la obra del argentino. Roger Dembrais se trata, también,
de un lector atroz de Borges.”

Guillermo Núñez Jáuregui,
sobre La casa del admirador,
en el blog de La Tempestad.

La conquista de la singularidad (segundo movimiento)

Por Martín Cristal

El siguiente es el segundo de dos textos publicados en los números 18 y 19 de
Un pequeño deseo, la publicación de Casa 13. La invitación consistía en elegir alguno de los números anteriores de la revista para dialogar con su tema central y con los artistas que lo trataban. Yo elegí el Nº4, cuyo tema son las migraciones de artistas.

[Leer el Primer movimiento]
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Segundo movimiento:

La conquista de la singularidad

“El origen de la existencia es el movimiento. Esto significa que la inmovilidad no puede darse en la existencia, pues, de ser ésta inmóvil, regresaría a su origen: la Nada. Por esta razón el viaje no tiene fin…”. Cees Noteboom toma esta cita de un sabio del siglo XII, Ibn Arabi, para abrir su libro Hotel nómada. Supe de esta proposición —antieleática y contradictoria— gracias a una amiga que pasó por mi blog y dejó un comentario en un post que trata sobre el tópico literario que equipara la vida con un viaje: peregrinatio vitae. En ese texto me centraba en la idea del regreso y su imposibilidad: nadie vuelve porque, en una perspectiva temporal amplia, volver es seguir yendo.
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Para un artista, ¿es posible irse de su ciudad y a la vez seguir estando en ella? En el Nº4 de Un pequeño deseo, Natalia Blanch dice que el que se va no es quien debe responder esta pregunta. Para un escritor, la respuesta es fácil: siempre dirá que sí se puede, porque es así como todos los escritores quieren entender no sólo el espacio, sino también el tiempo. La posteridad: irse, pero seguir estando. Malas noticias, muchachos: el universo vuelve inexorablemente a su Nada previa y nuestras vidas y obras viajan con él. Bolaño nos lo recuerda en Los detectives salvajes:


Durante un tiempo la Crítica acompaña a la Obra, luego la Crítica se desvanece y son los Lectores quienes la acompañan. El viaje puede ser largo o corto. Luego los Lectores mueren uno por uno y la Obra sigue sola, aunque otra Crítica y otros Lectores poco a poco vayan acompasándose a su singladura.
[…] Finalmente la Obra viaja irremediablemente sola en la Inmensidad. Y un día la Obra muere, como mueren todas las cosas, como se extinguirá el Sol y la Tierra, el Sistema Solar y la Galaxia y la más recóndita memoria de los hombres.

Llevaba en México casi tres años cuando leí Los detectives salvajes. El libro me conmovió con sus personajes nómades, cuya vida entristece porque no consigue enraizarse en ninguna parte. “Uno se puede pasar toda la vida dando vueltas sin dirección”, dice Carlos Godoy. “El desarraigo siempre duele”, recuerda Daniel Giannone. Un dolor así comenzaba a surgir en mí por aquellos días.
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¿Cuánto habrá tenido que ver la lectura de Roberto Bolaño en mi decisión de volver? Sumó lo suyo. ¿Qué hubiera podido seguir escribiendo yo en el DF, qué historia personal hubiera podido narrar o inventar allá luego de que ya había hecho mi pequeña “novela de extranjero en México” (Bares vacíos) y luego de haber leído algo como Los detectives…? ¿Adoptaría el lenguaje mexicano ya no como un juego de contrastes, sino como algo propio? ¿Seguiría con otras historias de exilio o extranjería?

“El retorno es una pieza clave en el pensamiento”, dice Godoy; “todo se trata de tener presente la idea de volver con la misma idea de que a lo mejor nunca se vuelve”. En mí, ese equilibrio duró cinco años y al fin se inclinó hacia la vuelta a Córdoba. Volví a rastrear las historias que me concernieran a nivel afectivo. ¿Contar primero lo que se vio al viajar? Por qué no: parte del oficio de ser artista —según Blanch— es contar lo que se ve y se hace. “Lo exótico en narrativa es la mediación entre ‘el extranjero’ y un público que se supone ‘es de casa’”. Esto lo dice David Lodge en El arte de la ficción, apoyándose en ejemplos de Conrad y Greene. Practiqué esa mediación en los cuentos de Mapamundi, que fue lo primero que publiqué al volver. Ahora estoy dando el siguiente paso: adentrarme en el universo de mis afectos recuperados y deshacerme poco a poco de reglas y condicionamientos inútiles para narrar. La libertad y la originalidad no se compran hechas en un free shop lejano ni tampoco en un kiosco de Colón y General Paz. La única forma de ser algo así como original es ser personal. La cuestión no es sólo por la forma, sino también por el contenido: claro que importa el cómo, pero también tengo que pensar bien qué historias debo contar yo, esas historias que, si no son contadas por mí, no serán contadas por nadie. “La cuestión reside en la singularidad del individuo más allá de la identidad demasiado ligada al lugar de origen”, dice Natalia Blanch citando a William Kentridge. Y tiene razón: donde sea que estés, lo que importa es conquistar tu propia singularidad.

No tenemos ni la menor idea de quién pueda ser William Kentridge, pero si quisiéramos enterarnos, hoy esa información está a sólo dos o tres clics de distancia. Esto linkea directamente con la urgente revisión del consejo más trillado en la historia de la literatura: pinta tu aldea y pintarás el mundo. ¿Lo dice Tolstoi? Ya no: hoy lo dice Google, y agrega: “quizás quiso decir pinta tu aldea global”. El planeta se ha encogido y la trashumancia épica es historia. Ya nadie extrema el Oeste como Colón, o el Este, como Marco Polo; ya nadie fuerza el Norte como Peary o el Sur como Amundsen. Hoy sacás un crédito (o mendigás la bequita) y después volás a Nueva York o a México DF; caminás mucho, sacás fotos, tomás una sopa en lata, mirás una caja de cartón, leés una novela, creés entender un par de cosas y pegás la vuelta a ese lugar del que nunca saliste ni saldrás: el presente. Porque tu lugar puede cambiar, pero tu tiempo es hoy, muchacha (corazón de tiza). Y esto será siempre así, quedándote o yéndote. Y si mañana es mejor, es porque —dentro o fuera del arte— para todo lo que hagas mientras el universo no termine de desintegrarse, el Tiempo será tu juez. Un juez voluble, pero insobornable. Un juez mucho menos corrupto que el Lugar, ese envidioso intrigante que no quiere que nadie sea profeta en su tierra.

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No dejes de visitar los sitios de:
Leticia El Halli Obeid
Natalia Blanch
Leo Chiachio & Daniel Giannone
Carlos Godoy
Casa 13

De distancias y de artistas (primer movimiento)

Por Martín Cristal

El siguiente es el primero de dos textos publicados en los números 18 y 19 de
Un pequeño deseo, la publicación de Casa 13. La invitación consistía en elegir alguno de los números anteriores de la revista para dialogar con su tema central y con los artistas que lo trataban. Yo elegí el Nº4, cuyo tema son las migraciones de artistas.
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Primer movimiento:

De distancias y de artistas

Según mi osteópata, son siete las acciones cuya suspensión prolongada nos llevaría a la muerte: 1) respirar; 2) beber; 3) comer; 4) orinar; 5) defecar; 6) dormir; y 7) movernos. “Hay que moverse más”, me dice cada vez que me reacomoda el esqueleto y me reta por todo el tiempo que paso sentado frente a la pantalla escribiendo textos como éste. En otro texto, pero del número 4 de Un pequeño deseo, Leticia El Halli Obeid propone el movimiento (“salir, ir, volver, andar, recibir visitas…”) como una solución para que los artistas locales, sin que tengan que irse definitivamente a otra ciudad, logren “disipar el fantasma de que la fiesta siempre está pasando en otro lado”. Una recomendación saludable, diría mi osteópata, y a mí no me quedaría más que estar de acuerdo con un tipo que de todos modos sabría cómo reacomodarme el cráneo.

Más allá del consejo —y de que mi osteópata no dijo “orinar” y “defecar”, sino mear y cagar—, siempre conviene tener en cuenta que el arte es libre o no es nada: si un artista concluye que su entorno compromete seriamente su expansión creativa, entonces las opciones son dos: modificar ese entorno o partir. Para comprender mejor el recorrido de un artista que se va, habría que determinar si dicho movimiento responde a una lógica en la que el Arte es la premisa y el Viaje su consecuencia; o si, por el contrario, la premisa es el Viaje en sí, y luego es el Arte (o el Artista) lo que aflora como resultado del movimiento emprendido.

Lou Reed y John Cale empiezan su biografía musical de Andy Warhol —Songs for Drella con el instante en que el artista considera irse de Pittsburgh. La premisa acomodada en el cráneo de Warhol es su (nada pequeño) deseo de “triunfo” artístico: “¿De dónde salió Picasso? / No hay ningún Miguel Ángel que provenga de Pittsburgh / Si el arte es la punta del iceberg / yo soy la parte que se hunde debajo”. Para emerger a la escala de su anhelo, Warhol salta de su smalltown y, como tantos otros, cae en Nueva York (es decir: cae en un lugar común). Sinatra canta que si la hacemos ahí, la haremos en cualquier parte: “depende de ti, Nueva York”. La verdad es que no: depende del esfuerzo personal, la formación, las relaciones sociales y la suerte, aunque es cierto que sin el caldero de la Gran Ciudad, el “éxito” de Warhol no hubiera alcanzado la dimensión que él ambicionaba. Hay plantas que un día necesitan una maceta más grande. La medida de nuestras fantasías motiva y justifica todo movimiento.

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Lou Reed & John Cale: «Smalltown».
Del álbum Songs for Drella (1991)

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Daniel Giannone no se fue a Buenos Aires porque en Córdoba faltaran espacios artísticos, sino por una crisis que lo había llevado a interrumpir su producción (“me exilié de mi deseo, lo silencié”; una confesión terrible). Aduce motivos complementarios, pero reconoce que en Córdoba “no sucedían muchas cosas” y que le “resultaba más interesante la propuesta de Buenos Aires”. Creo que no debe proponer la ciudad, sino el artista, pero comprendo que partir haya sido necesario para reponer las fuerzas perdidas en la afonía del deseo. La mudanza de Natalia Blanch a Europa también se originó primero en una necesidad artística, aunque de formación; la variante en su caso es que el viaje se comió todo el ancho de banda, hasta abarcar su campo vital completo. Así pasa: primero uno viaja al extranjero; cierto día uno ya vive ahí, y hasta le cuesta determinar la frontera entre uno y otro estado.

Salvando las distancias entre ellos (aunque, ¿por qué salvarlas? Estamos hablando precisamente de eso: de distancias y de artistas), Warhol, Giannone y Blanch emprendieron sus viajes con el arte como premisa. Mi caso fue el opuesto: mi premisa no fue la literatura, sino el viaje en sí mismo. Armé una mochila y recorrí México por una necesidad íntima, la de todo viajero: ir en busca de experiencia (“todos somos Ulises en miniatura”, dice El Halli Obeid; “uno finalmente siempre va atrás de lo que busca”, completa Carlos Godoy). Después el viaje se fue haciendo vida. El arte —la literatura o el escritor o mi primera novela— terminó por aparecer entre toda esa experiencia que también me llevó a ver mi primera muestra de Andy Warhol.

Fue en el Palacio de Bellas Artes del DF. La obra que más me impresionó fue una de las famosas “cápsulas del tiempo”: una caja de cartón con objetos variados, cotidianos e intactos. Una novela es esto, pensé: una caja llena de cosas seleccionadas por alguien. El lector va sacando y dejándose llevar por el concierto de esas cosas, por su secreta correspondencia. Podría haber llegado a esta revelación por otros caminos, incluso sin ver la caja o sin viajar hasta México. “Sin salir de casa / se puede conocer el mundo”, dice el Tao Te Ching. Puede ser, pero sin duda esa definición de novela se fijó en mí con naturalidad, pregnancia e inmediatez máximas gracias a haberse revelado en una experiencia integrada a mi circunstancia vital, un estado de evidencia siempre más instantáneo que el que puede alcanzarse leyendo manuales de técnica narrativa o asistiendo a talleres literarios pedorros. El viaje: acelerador de partículas, maestro y catalizador, largavistas para espiarse desde fuera.

Sin viajar quizás tampoco hubiera visto nunca una lata de sopa Campbell’s. No fue en la muestra de Warhol; mi primera lata de sopa Campbell’s —la primera tridimensional y verdadera— la vi en un supermercado del DF. Cuando se la abre, cae un potaje semisólido que conserva la misma forma de la lata. Después, mezclada con agua caliente, se va ablandando en la olla. No está mal, aunque no da para comer eso todos los días. Volver para contar algo de lo que se vio es una opción que puede pacificar el alma de inquietudes y ansiedades.
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[El segundo movimiento, en el próximo post.]

La casa del admirador en México

Edición mexicana de La casa del admirador.
Plan C Editores, colección La Mosca Muerta.
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Parece que salió, nomás.
Aquí la noticia sobre la presentación en la
XXXII Feria Internacional del Libro
del Palacio de Minería, México DF.

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