Armando Zárate, in memoriam

Por Martín Cristal

Recién anoche me enteré del fallecimiento de Armando Zárate, ocurrido a principios de este mes. Poeta, ensayista, Doctor por la Universidad de California y Profesor Emérito de la Universidad de Vermont (Estados Unidos), Zárate casualmente compartía conmigo el hecho de haber vivido un tiempo en México: yo acababa de volver desde el DF a Córdoba cuando lo conocí (por intermedio de mi padre) en 2004; él había vivido en la capital mexicana como becario, en la década del sesenta. Tiempo más tarde descubrí que la autora mexicana Margo Glantz lo recordaba en el capítulo XLVI de su novela Las genealogías: Zárate era uno de los habitués del Carmel, el café de la familia Glantz, donde “cenaban y hacían poesía” él y otros poetas como Luis Mario Schneider o el chileno Gabriel Carvajal.

En 2007, Armando tuvo la amabilidad de presentar mi novela La casa del admirador. Por aquella gentileza siempre le estaré agradecido.
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Con Armando en una sala del Cabildo de Córdoba, antes de la presentación de la novela.
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Ese mismo año, Zárate publicó su Álbum poético de Córdoba (Ed. Comunicarte), libro de exquisita factura editorial en el que amplía su anterior Memorial poético de Córdoba (Ed. del Fundador, 2000), agregándole otros textos relacionados con la provincia, aunque ya no necesariamente de autores cordobeses.

El Álbum es una lectura de gran provecho para aprehender un derrotero (posible, entre tantos otros trazables) de la larga tradición poética de Córdoba. La muestra se presenta enriquecida con la mirada de otros poetas que pasaron por la provincia, como por ejemplo Pablo Neruda (del que Zárate selecciona dos odas: “…a las tormentas de Córdoba” y “…al algarrobo muerto”), o por un narrador como Daniel Moyano, que en el libro es capaz de sorprender con un poema: “El niño”. (Zárate me contó que una vez Moyano leyó este poema en público —¿en Vermont?—, y que apenas terminó, dejó caer el papel sobre la mesa y dijo con desdén: “no me gusta”). Moyano —que además de escritor, era músico, plomero y albañil— era muy amigo de Zárate, y le había hecho toda la cañería de su casa. Esto lo cuenta Armando en una entrevista que le hizo Rogelio Demarchi en La Voz del Interior con motivo de la publicación del Álbum. En esa misma casa vi colgado el cuadro de Manuel Reyna que ilustra la tapa del libro: la capilla de Candonga más linda que conozco (y eso que hay cientos de Candongas pintadas en Córdoba).

La selección del Álbum poético de Córdoba realizada por Armando Zárate arranca con el mismísimo fundador, Jerónimo Luis de Cabrera; lo siguen, entre muchos otros nombres ilustres, Luis de Tejeda, Leopoldo Lugones, José Rivera Indarte, Hilario Ascasubi, el Conde de Lautréamont, Carlos Romagosa, Arturo Capdevila, Saúl Taborda, Enrique Banchs, Azor Grimaut, Enrique Luis Revol o Emilio Sosa López (que dirigió junto a Zárate la revista Mundi; antes Zárate también había fundado una revista de poesía, Cara verde).

Para mi historial como lector, la inclusión más importante —porque en aquel entonces fue para mí toda una revelación— fue la de Romilio Ribero, que figura con dos poemas geniales: “Bailar en sal” y “Animales peligrosos”. Por estos poemas salí a buscar los libros de Ribero (toda su poesía está editada por Alción). También me impulsó la semblanza que Zárate hace del poeta: “Nadie sabía en Córdoba de qué vivía Romilio o de qué podría vivir. Un día, por mediación de un funcionario, le cedieron un cuarto de conserje en el teatro Rivera Indarte. Romilio, en las noches más frías y solitarias, se tendía envuelto por el alfombrado en las galerías y muy a gusto con los fantasmas del Coliseo”.

También por ese descubrimiento le estoy agradecido a Armando Zárate. Que en paz descanse.