Por Martín Cristal
Creo que mi fiebre de ciencia ficción se fortaleció gracias a que —después de los incentivos iniciales— tuve la suerte de arrancar con un muy buen libro. Me crucé con Ubik, de Philip K. Dick en la sección de libros de bolsillo de una de esas librerías de cadena (que en su correspondiente área de Ciencia Ficción no tenía ningún título del autor).
Existe un breve artículo de Dick donde explica qué es, para él, la buena ciencia ficción. Entre otras cosas, dice lo siguiente:
…la desfiguración conceptual(la idea nueva, en otras palabras) debe ser auténticamente nueva, o una nueva variación sobre otra anterior, y ha de estimular el intelecto del lector; tiene que invadir su mente y abrirla a la posibilidad de algo que hasta entonces no había imaginado.
[…]
Si la ciencia ficción es buena, la idea es nueva, es estimulante y, tal vez lo más importante, desencadena una reacción en cadena de ideas-ramificaciones en la mente del lector, podríamos decir que libera la mente de éste hasta el punto que empieza a crear, como la del autor. La ciencia ficción es creativa e inspira creatividad…
Dick ofrece en Ubik un ejemplo perfecto de su propia teoría (la cual iba a calibrar mis lecturas posteriores del género). El libro me resultó ágil, inteligente y sobre todo muy divertido. Sus ideas son refrescantes, y no se agotan en sus páginas: terminada la novela, el lector se queda pensando qué otros corolarios se desprenden del universo creado (y demostrado) por el autor.
Dicho universo tiene lugar en el no tan lejano año de 1992 (la novela es de 1969). Glen Runciter es el dueño de una compañía que monitorea telépatas para garantizar la privacidad de sus clientes, que pagan para que sus mentes no sean invadidas. El personal de Runciter se compone de “inerciales”, humanos dotados de algún poder capaz de contrarrestar el de los telépatas. La novela arranca cuando una llamada de la oficina despierta al viejo Runciter: le informan que el principal telépata del sistema solar ha desaparecido sin rastro. Preocupado por tan peligroso asunto, Runciter decide consultarle qué hacer a su mujer, codirectora asociada de la compañía. Así que va a verla a Suiza, donde Ella yace —sí, sí: muerta, o casi— en el Moratorio de los Amados Hermanos: una especie de precementerio cuyo oneroso servicio consiste en conservar congeladas a aquellas personas que —antes de morir “del todo”— se encuentran en un estado de “semivida”, durante el cual aún les es posible comunicarse con los vivos.
Entonces: 1) telépatas, 2) mutantes con «contrafacultades», 3) criogenia y 4) semivida… sólo en las primeras nueve páginas. Cualquier principiante se hubiera dado por satisfecho con todo eso y le hubiera dado para adelante con ese puñado de ideas. Pero Dick las presenta sólo para meternos en un mundo extraño que luego sea pasible de ser desintegrado por completo, para así darle pie a la idea central del libro (la verdadera «idea estimulante» que sigue a las otras que la camuflaban). La acción avanza mientras entramos a fondo en la historia, y entonces sí: las bambalinas caen. Lo fantástico, que se había vuelto real a fuerza de una imaginación bien organizada, se hace extraño una vez más: se vuelve de repente un escenario desnudo, y la realidad segunda que amanece tras esa escenografía demolida se vuelve tan dudosa como la primera (o más aún), porque también podría no ser más que otro decorado de la famosa paranoia de Philip Dick.
Más ideas se entrecruzan después de las primeras (el heterogéneo grupo de inerciales de Glen Runciter, o la capacidad especial de Pat Conley de alterar el pasado son dos ejemplos geniales). Pero, si la ciencia ficción va más allá del fuego artificial de futurizarlo todo, si la mejor sci-fi es la que alcanza preocupaciones metafísicas, entonces Ubik se encuentra claramente en esa categoría, porque incluso hasta ahí llega su exploración.
Dos líneas filosóficas cruzan esa preocupación central. La principal, más explotada pero presentada gradualmente, será la que hace pie en Berkeley y su famoso ser es ser percibido (Esse est percipi…, con el que Borges y Bioy titularon un cuento donde, como Dick, también tematizaban el simulacro).
“—Un momento, no digas nada. Tengo que pensar —dijo Al—. Es posible que Baltimore sólo esté allí cuando va uno de nosotros. Y el Supermercado del Cliente Afortunado, igual: puede que dejara de existir apenas lo abandonamos. Puede ser incluso que, en realidad, sólo experimentemos esto los que estuvimos en la Luna.
—Una cuestión filosófica irrelevante y falta de sentido, además imposible de demostrar o refutar”. [Ubik, p. 140]
¿“Irrelevante”? ¿“Falta de sentido”? Ironías de Dick: una idea “imposible de demostrar o refutar” es un material perfecto para la ficción especulativa. Entonces: si una realidad a puede incluir a una b en su seno, ¿cómo sabemos que a es, en efecto, la realidad exterior última? Podemos adivinar, o creer, pero «demostrar o refutar» resulta más difícil… si no imposible.
“Cuando usted o los otros miembros del grupo iban a alguna parte, yo edificaba una realidad tangible que correspondiera a sus expectativas mínimas”. [p. 230]
(Quizás hoy ya haya demasiadas películas que toman estas ideas de la obra de Dick, o que la “homenajean”, o que con todo permiso se basan en esa obra. Y según parece —salvo que surjan inconvenientes en contrario—, habrá una más: Michel Gondry —que ya mostró su pertinencia para dirigir este tipo de historias cuando filmó Eterno resplandor de una mente sin recuerdos—se prepara para estrenar Ubik en 2013).
La línea filosófica secundaria —que aparece después que la otra y se presenta más abiertamente— sigue el pensamiento de Platón:
“Todo aquello venía quizá a confirmar, de algún modo extraño, una vieja filosofía abandonada, la de los objetos ideales de Platón, los universales que tenían una existencia real para cada clase. La forma ‘televisor’ era un modelo impuesto como sucesor de otros modelos…” [p. 158]
Pronto todo en en el universo de uno de los inerciales de Runciter tenderá a sus formas platónicas… y, sí, lo hará de un “modo extraño”, salvo que se consiga el aerosol de la marca Ubik: un spray de eternidad, la ubicuidad de los dioses (inofensiva, si se la usa de acuerdo a las instrucciones). Ubik, el producto multiforme que en el relato de Dick opera como las extra lives de un videojuego. Un juego ambiguo, lleno de espejos y cajas chinas y escenografías que se desintegran. Un juego que al final quizás hasta invierta sus reglas, aunque si eso es cierto —si ésa es la verdad— es algo que deberá decidirlo cada lector.