Lo mejor que leí en 2011

Por Martín Cristal

Este año, visto que ya escribí (o preparé) mis comentarios sobre casi todos los libros que más disfruté leer, simplifico el ya tradicional post presentando sólo las tapas con los links a las correspondientes reseñas. Van en orden alfabético de autores; esto no es un ranking. Estos son los libros que más disfruté leer en 2011:

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Fiebre de guerra,
de J. G. Ballard
Por dentro todo está permitido,
de Jorge Baron Biza
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Me acuerdo,
de Joe Brainard
Ubik,
de Philip K. Dick
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Un canto pisano,
de Sam Hamill
Qué hacer,
de Pablo Katchadjian
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Chronic City,
de Jonathan Lethem
Asterios Polyp,
de David Mazzucchelli
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Las batallas en el desierto,
de José Emilio Pacheco
Contraluz,
de Thomas Pynchon
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Siempre juntos y otros cuentos,
de Rodrigo Rey Rosa
Lint,
de Chris Ware
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[Ver lo mejor de 2010 | 2009]

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En el ciclo «Las lecturas de 2011» de la revista digital Hermano Cerdo,
se puede leer una síntesis de la impresión que me causó cada uno de estos libros.

Qué hacer, de Pablo Katchadjian

Por Martín Cristal

El siguiente es el libro que recomendamos en el Nº 11 de la revista Ciudad X (mayo de 2011).

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Pablo Katchadjian (Buenos Aires, 1977) tiene un bigote tan excéntrico como algunas de sus obras: El Aleph engordado —una intervención sobre el cuento de Borges— o El Martín Fierro ordenado alfabéticamente, cuyo título explica la operación aplicada a los versos de Hernández (si se busca “Katchadjian” en YouTube aparece la lectura que hizo de varios fragmentos de esa obra en un festival de poesía).

En Qué hacer, la divertida nouvelle de Katchadjian, un narrador innominado y su inseparable compañero Alberto son docentes en una universidad inglesa. Están dando clase cuando un alumno —de dos metros y medio de altura— “se acerca a Alberto, lo agarra y empieza a metérselo en la boca”. Es un principio de enrarecimiento que se acentuará cuando el autor, condensando en capítulos cortos la lógica de los sueños recurrentes, haga y rehaga ésta y otras escenas igual de disparatadas, variando siempre una misma serie reducida de acciones y elementos: alumnos gigantescos, universidades inglesas, ochocientos bebedores de vino, una campera con capucha, una isla lejana, muñequitos, trapos viejos… A veces pasamos de una variación a otra sin más nexo que un “de pronto aparecemos en”.

Remake permanente de sí mismo, el libro se vuelve un memotest onírico: las mismas figuras, remezcladas y vueltas a poner boca abajo, se van revelando en distinto orden; intentamos recordar dónde hemos leído antes esas acciones, pero enseguida nos rendimos al encanto de su nueva (y absurda) recontextualización. La combinatoria expuesta resulta tan estimulante como la aparición, cada tanto, de algún elemento nuevo, el cual se sumará a los que ya circulan por esta calesita de los sueños.

Los experimentos deben ser breves: demostrado el punto, ¿para qué seguir? Katchadjian detiene su revival surrealista a las 96 páginas de este libro ligero, el cual toma su título de una obra de Lenin, aunque —tal como diría Alberto, levantando un dedo acusador— hacer eso no sea más que alardear.

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Qué hacer, de Pablo Katchadjian. Novela. Bajo la luna, 2010.