A qué edad escribieron sus obras clave los grandes novelistas

Por Martín Cristal

“…Hallándose [Julio César] desocupado en España, leía un escrito sobre las cosas de Alejandro [Magno], y se quedó pensativo largo rato, llegando a derramar lágrimas; y como se admirasen los amigos de lo que podría ser, les dijo: ‘Pues ¿no os parece digno de pesar el que Alejandro de esta edad reinase ya sobre tantos pueblos, y que yo no haya hecho todavía nada digno de memoria?’”.

PLUTARCO,
Vidas paralelas

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Me pareció interesante indagar a qué edad escribieron sus obras clave algunos novelistas de renombre. Entre la curiosidad, el asombro y la autoflagelación comparativa, terminé haciendo un relevamiento de 130 obras.

Mi selección es, por supuesto, arbitraria. Son novelas que me gustaron o me interesaron (en el caso de haberlas leído) o que —por distintos motivos y referencias, a veces algo inasibles— las considero importantes (aunque no las haya leído todavía).

En todo caso, las he seleccionado por su relevancia percibida, por entender que son títulos ineludibles en la historia del género novelístico. Ayudé la memoria con algunos listados disponibles en la web (de escritores y escritoras universales; del siglo XX; de premios Nobel; selecciones hechas por revistas y periódicos, encuestas a escritores, desatinos de Harold Bloom, etcétera). No hace falta decir que faltan cientos de obras y autores que podrían estar.

A veces se trata de la novela con la que debutó un autor, o la que abre/cierra un proyecto importante (trilogías, tetralogías, series, etc.); a veces es su obra más conocida; a veces, la que se considera su obra maestra; a veces, todo en uno. En algunos casos puse más de una obra por autor. Hay obras apreciadas por los eruditos y también obras populares. Clásicas y contemporáneas.

No he considerado la fecha de nacimiento exacta de cada autor, ni tampoco el día/mes exacto de publicación (hubiera demorado siglos en averiguarlos todos). La cuenta que hice se simplifica así:

[Año publicación] – [año nacimiento] = Edad aprox. al publicar (±1 año)

Por supuesto, hay que tener en cuenta que la fecha de publicación indica sólo la culminación del proceso general de escritura; ese proceso puede haberse iniciado muchos años antes de su publicación, cosa que vuelve aún más sorprendentes ciertas edades tempranas. Otro aspecto que me llama la atención al terminar el gráfico es lo diverso de la curiosidad humana, y cuán evidente se vuelve la influencia de la época en el trabajo creativo.

Recomiendo ampliar el gráfico para verlo mejor.

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Ver más infografías literarias en El pez volador.
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Lenta biografía literaria (4/6)

Por Martín Cristal
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Continúo la serie de posts donde, a modo de «biografía literaria», comparto una versión extendida del texto que se publicará antes de fin de año en los Cuadernos de la Biblioteca Córdoba, acerca de las obras que fueron puntos de inflexión en mi derrotero de lector-escritor.
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[Leer la parte 1 | Leer la parte 2 | Leer la parte 3]
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La hora de la estrella y Lazos de familia,
de Clarice Lispector

Clarice-Lispector-A-hora-da-estrela26-27 años | A los veintipocos, pensaba: “Estamos hasta el cuello de realidad. Hay que escribir relatos que le aporten al mundo la fantasía que el mundo no es capaz de darnos”. Con Lispector muté: descubrí el poder de la epifanía y también que lo real, si se mira con ojos sensibles y se lo narra con una voz personal, puede ser tanto o más interesante que lo fantástico. Me encantó también su manera de hacerme sentir más que de meramente concatenar un argumento.

Entre lo que llevo escrito, no me desagrada el cuento “El cielo azul de las postales”, que lleva como epígrafe una cita de Lazos de familia; la Clarice-Lispector-Lacos-de-familiacaricia de Clarice se le nota en sus períodos cortos, en sus pausas y repeticiones, en la manera en que los personajes se reconocen mutuamente.

Desde entonces el fantástico ha remitido un poco en mí. Quizás lo real y mi propia vida se han tornado tan complejos en la adultez que ya son una buena madeja de la que sacar hilos para tejer mis narraciones. Sin embargo, la imaginación forma parte de nuestra estancia en el mundo, y por eso no llego al extremo de abolir mis mundos imaginarios internos.
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Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal

Marechal-Adan-Buenosayres27 años | La gran novela argentina del siglo XX (haberla leído mientras vivía afuera quizás sumó algo a esa impresión de “argentinidad”). En la relectura —ayudado por Pedro Luis Barcia— reconocí la riqueza metaliteraria del texto, pero mi placer inicial fue sólo literario: ese que flota entre el relato y uno. El humor de Marechal, su épica de las acciones mundanas, la fantasía que intercala gliptodontes, sus adorables borrachos y su jarana que no termina… hasta que termina, y entonces, la hondura de los pensamientos de quien vuelve solo por la mismas calles, ahora vacías; y el Cuaderno de Tapas Azules, y Cacodelphia, menos interesantes que los primeros cinco libros, aunque a esa altura uno ya se da por bien servido. También me gustó El banquete de Severo Arcángelo, que influyó en el argumento de La casa del admirador (un narrador que llega a lo de un tipo excéntrico y se va enterando de sus planes a medida que va conociendo la casa y sus habitantes). En cambio, dejé a la mitad Megafón, o la guerra, aunque me alegrase la reaparición de Tesler. Adán Buenosayres sembró en mí el deseo de escribir una de esas novelas largas en las que cabe todo. Algún día, quizás.
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Pregúntale al polvo, de John Fante

John-Fante-Preguntale-al-polvo28 años | Hubo un período en el que deploraba que tantas novelas empezasen con mil páginas de contexto (“Era una larga noche de invierno, afuera nevaba…”). Entonces me crucé con la de Fante y su brutal primer párrafo. Es ejemplar la honestidad con que el joven aspirante a escritor Arturo Bandini mantiene a raya sus vanidosos delirios de fama. Bandini puede reírse de sí mismo porque se observa sin reticencias: expone sus veleidades, ansiedades, debilidades; su torpeza sentimental, que sin embargo es puro amor… Tuve que aceptar que esas ansias de reconocimiento y esas dificultades para amar coincidían con las mías de entonces. Sin embargo, y aunque Fante me atrajo, no quise escribir una novela más sobre un escritor que quiere escribir una novela… Mejor cuidar las proporciones: importa la vida y la literatura como parte de ella, no al revés.
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Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño

Roberto-Bolano-Los-detectives-salvajes28 años | Su total desmesura y todo cuanto me impactó de esta novela desde el arte (así como otras razones íntimas que me hicieron amarla) son materia de un artículo muy visitado de El pez volador: “Por qué adoro Los detectives salvajes.
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[Continuará en el próximo post].

A una década de la muerte de Roberto Bolaño

Por Martín Cristal
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A una década de la muerte de Bolaño, Javier Quintá nos preguntó a varios autores cordobeses —en el número de julio de Deodoro, gaceta de crítica y cultura de la UNC— qué nos dejó el escritor chileno, qué pensamos de sus obras póstumas, qué pasaría si hoy siguiera escribiendo… Además de un servidor, también responden José Di Marco, Luciano Lamberti, Pablo Giordano, Diego Fernandez Pais, Javier Martínez Ramacciotti y Oscar Bracamonte; las imágenes del número son obras de Luciano Burba. La nota completa se puede leer en las páginas 12 y 13, siguiendo este enlace:

«Queremos tanto a Bolaño» (pp. 12-13, en Deodoro Nº 33)

Deodoro-Bolano-CristalAprovecho para dejar acá mis respuestas completas al cuestionario de Javier (ya que las tengo escritas):

¿Hay un Bolaño antes y un Bolaño después de su muerte?

Había un Bolaño antes. Hoy no quedan más que sus libros.
[Bolaño + Obras de Bolaño] % La Muerte = Obras de Bolaño.

Haciendo un poco de futurología o pasadología, ¿su obra termina con su muerte? Si no hubiera muerto a los 50 años, ¿nos habría sorprendido con algo más? ¿Dijo o escribió todo?

Como le comentaba a un amigo en el blog: es imposible saber qué pasaría hoy con Bolaño si todavía estuviera vivo y escribiendo. Entre los factores que —en la experiencia de vida— condicionan los textos de un escritor, la enfermedad prolongada y la amenaza de la muerte deben de ser dos de los más fuertes. ¿Cuánto de la urgencia y la vitalidad que hay en la prosa que nos dejó Bolaño se habrá debido a la proximidad de la muerte? Quizás sin ese látigo cruel su literatura se hubiera permitido otros ritmos, pausas en la publicación, incursiones en otros temas, series nuevas, renovaciones poéticas… Esto sólo puede especularse, y esas especulaciones no tienen mucho sentido.

El fenómeno editorial, esto de la «moda Bolaño», ¿no le robó un poco a los escritores y a los lectores más exigentes al verdadero Bolaño? Viste que muchos quieren apropiarse de los autores grandes para sí y cuando se vuelven masivos ya no les gusta tanto. Además, me encontré con mucha gente que no lo leyó y que no quiere hacerlo ahora, o quiere hacerlo cuando pase un poco el polvo que se levantó.

Para mí, la publicación compulsiva de sus textos inéditos es cada vez menos interesante. Resulta más y más evidente que responde a una mera lógica de mercado, en la medida en que esos inéditos se van agotando pero se sigue raspando la olla y publicando cualquier cosa: borradores, versiones inacabadas… En todo caso, adelante, pero no son libros para mí. Los veo más como productos para fanáticos enceguecidos, para neuróticos completistas, para recién llegados que arriban a Bolaño con devoción mediáticamente prefabricada, para exégetas, tesistas e investigadores que seguirán rizando el rizo de sus análisis con tal de sostener la beca un año más… O bien —en el más deseable de los casos— para que nuevas camadas de lectores entren a la obra del autor y así descubran sus títulos más potentes, como 2666, Los detectives salvajes, o Estrella distante, entre otros. Esperemos que el carácter inacabado de esos inéditos no los empuje en la dirección contraria.

Más sobre Bolaño en El pez volador

• Por qué adoro Los detectives salvajes
• Bolaño y 2666: el misterio del título
2666: los críticos, Amalfitano y Fate
2666: La parte de los crímenes
2666: La parte de Archimboldi
• La Limonada Bolaño: ¿del hielo al sinsabor?

Mr Gwyn, de Alessandro Baricco

Por Martín Cristal

De cómo dejar la literatura para escribir de verdad

Alessandro-Baricco-Mr-Gwyn

Cuando un escritor elige que el protagonista de un relato también sea un escritor, la ficción suele tomar por un camino trillado donde el oficio del personaje da pie a consideraciones librescas: se intercalan citas, anécdotas de otros autores, reflexiones sobre el arte de narrar o escribir, cantos sobre la dificultad, el valor o la inutilidad de dedicarse a esa tarea… entre otros ensayos camuflados de narración.

Menos abundantes son los casos en que el autor sólo toma el aura del artista-escritor como un punto de partida, para luego llevar el relato hacia la vida que ese hombre-escritor vive cuando no está escribiendo. Los ejemplos contemporáneos más difundidos quizás sean varios personajes de Roberto Bolaño [*]: narradores y poetas de cuya vida se nos cuentan muchísimas cosas, pero de cuyas obras, estilo o ideas estéticas se nos dice bastante menos.

De las obras literarias de Jasper Gwyn no leeremos casi nada a lo largo de la novela que lo tiene por protagonista. Alessandro Baricco (Turín, 1958) nos presentará en Mr Gwyn a este exitoso escritor inglés en el preciso momento en que decide abandonar la escritura para siempre. Un lugar común, sí  —otro que renuncia, un Bartleby más para la colección de Vila-Matas—, salvo que Gwyn no permanecerá ocioso tras su retiro. Ante la desesperación de su agente, dejará atrás las formas habituales de la literatura, se inventará una actividad artística interdisciplinaria, y se concentrará en las obsesiones necesarias para llevarla a cabo.

No conviene revelar el espíritu de la nueva empresa de Jasper Gwyn. Adelantemos sólo dos cosas: primero, que Gwyn necesitará que alguien lo asista en su proyecto, alguien cuya perspectiva ante la vida cambiará tras prestarse para ese trabajo. Y segundo, que el acto de escribir participará del asunto pero sin volverse literatura convencional, es decir, sin que Baricco tenga que volver a ese camino gastado que mencionábamos al principio. (Puede amagar con hacerlo en algunos pasajes reflexivos iniciales, pero luego se despega).

Y es que no importa qué tal escribe Gwyn o qué personajes creó para sus novelas. Lo que importa en Mr Gwyn es que Baricco ha vuelto a modelar personajes que uno quisiera abrazar. Los narra con cariño, sin miedo de rozar —y algunas veces, incluso, de saltar— la cuerda que separa la emoción pura del mero sentimentalismo; una frontera difícil de determinar, pero que sin duda separa a sus fans de sus detractores.

¿Demasiado dulce, tal vez? Yo aprecio al autor de Seda por el pulso de su prosa, pero sobre todo porque narra y narra y narra y no para de narrar nunca, afirmándose en símiles efectivos y en un humor cándido o irónico según convenga. Baricco crea historias que al leerlas nos importan como personas queridas, y también personajes entrañables que al fin y al cabo no son otra cosa que historias vivientes.

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Mr Gwyn, de Alessandro Baricco. Novela. Anagrama, 2012. 178 páginas. Recomendamos este libro en “Ciudad X”, La Voz (Córdoba, 4 de abril de 2013).

[*] Por cierto, Baricco camufla en la novela una broma (?) que involucra a Bolaño: «Cuando acabó de comer, [Gwyn] dejó la mesa puesta y se tumbó en el sofá, escogiendo los tres libros a los que le dedicaría la velada. Eran una novela de Bolaño, las historietas completas del Pato Donald de Carl Barks, y el Discurso del método, de Descartes. Por lo menos dos de los tres habían cambiado el mundo. El tercero al menos, lo había respetado.» [p. 76]

La historia de tu vida, de Ted Chiang

Por Martín Cristal

Ted Chiang (EE.UU., 1967) reunió en La historia de tu vida sus primeros ocho relatos de ficción especulativa, casi todos publicados en revistas entre 1991 y 2002. Con ellos, este autor —que publica a cuentagotas— cosechó varios de los premios que galardonan a la mejor ciencia ficción. Son destacables la frescura del enfoque para cada tema y la inteligencia de los planteos que conducen cada trama, transportados por una prosa llana y amena. Aquí sintetizo el disparador de cada relato, sin quemar sus argumentos.

El libro abre con “La torre de Babilonia”, un
vívido relato en primera persona sobre la construcción de aquella mítica obra arquitectónica; su tono de fábula antigua lo distancia un poco del resto del libro. Mejor y más representativo resulta “Comprende”: narra la irrefrenable expansión de la inteligencia de un hombre cuyo cerebro, dañado después de un accidente, ha sido reconstruido y potenciado mediante una nueva droga. Si hace poco viste Sín límites (Limitless; Neil Burger, 2011) y te pareció que la peli desperdiciaba una buena idea por falta de profundidad —al fin y al cabo, la “inteligencia total” de su protagonista apenas le alcanza para hacerse rico y obtener poder, como si más allá de esos primeros objetivos los problemas metafísicos no terminaran siendo un desafío mayor para cualquier mente excelsa—, Chiang demuestra con este relato cuánto más lejos se puede llegar con el mismo concepto.

El núcleo duro del libro se compone de tres relatos que abrevan en las ciencias de los números y las letras. “Dividido entre cero” reexplora el tópico del matemático cuya propia genialidad se inclina hacia la locura, lo que lo lleva a cortar lazos con los demás; esto recuerda un poco a las películas Una mente brillante (A Beautiful Mind; Ron Howard, 2001) o La prueba (Proof; John Madden, 2005). En “La historia de tu vida”, una lingüista contratada para aprender el idioma de unos aliens recién llegados a la Tierra, le va contando a su hija el curso de sus vidas entrelazadas; los saltos adelante y atrás del relato quedan justificados por la nueva concepción del tiempo que ella abraza tras comprender el extraño sistema lingüístico de los extraterrestres. “Setenta y dos letras” es una sinuosa amalgama de autómatas victorianos, permutaciones cabalísticas, homúnculos, gólems y clonación genética.

En forma de ensayo, el brevísimo “La evolución de la ciencia humana” discurre sobre un salto en la historia del conocimiento, el cual dejaría atrás a buena parte de la humanidad, incluidos los mismos científicos. “El Infierno es la ausencia de Dios” pasa de la ciencia a la religión (cristiana): en un mundo contemporáneo en que los milagros son la práctica habitual de unos ángeles gigantescos —tan misericordiosos como destructores—, pueden distinguirse las fatalidades causadas por Dios de las que son obra del puro azar. La paradoja de tener que seguir amando a (y creyendo en) un ser superior capaz de dañarnos y quitárnoslo todo, obliga al protagonista a una difícil prueba: la de intentar acercarse a ese mismo Dios que mató a su mujer. Chiang entiende su cuento como una reescritura crítica de la historia de Job. Dice el autor en sus notas:


Para mí, una de las cosas menos satisfactorias del Libro de Job es que, al final, Dios recompensa a Job. Dejen a un lado la cuestión de si los nuevos hijos pueden compensar la pérdida de los anteriores. ¿Por qué Dios le devuelve algo a Job? ¿Por qué ese final feliz? Uno de los mensajes básicos de ese libro es que la virtud no siempre es recompensada; que a las buenas personas les suceden cosas malas. Job finalmente acepta esto, probando su virtud, y por consiguiente es recompensado. ¿No les parece que esto debilita el mensaje?

Me parece que al Libro de Job le faltó el valor de sus convicciones: si el autor estuviera realmente comprometido con la idea de que la virtud no siempre recibe su recompensa, ¿no creen que el libro debería haber terminado con un Job absolutamente desposeído de todo?

Cierra “¿Te gusta lo que ves? (Documental)”. Con una fluida estructura de documental televisivo (la cual recuerda un poco a la segunda parte de Los detectives salvajes), se alternan los testimonios de distintas personas a favor y en contra de un experimento: la “calistenia”, que consiste en eliminar, con una sencilla operación quirúrgica, la conexión cerebral entre la percepción y el reconocimiento de la belleza física. Las posiciones ideológicas y las consecuencias que Chiang extrapola de esa posibilidad son ricas y variadas.

Como los extras de un DVD, el libro se completa con una jugosa serie de comentarios del autor para cada cuento [de ahí tomamos la cita sobre Job]. La historia de tu vida no es fácil de conseguir en las librerías argentinas: podés comprarlo en alguna megalibrería virtual, pedirlo en el website de la editorial o —si no queda más remedio— rastrearlo por la gran tela de araña digital, ahí donde todavía no ha sido apedreada por el FBI. Yo no lo haría, pero ésta es la historia de tu vida, no de la mía.

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La historia de tu vida, de Ted Chiang. Relatos. Bibliópolis, Madrid, 2004. 256 páginas. Con otra versión de esta reseña, recomendamos este libro en el número 22 de la revista Ciudad X (abril de 2012).

Mujeres, de Elvio E. Gandolfo

Por Martín Cristal

Recomendamos este libro en el Nº 21 de la revista Ciudad X (marzo de 2012).

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El libro se titula Mujeres, pero no es ningún tratado con perspectiva de género. Yéndonos al otro extremo, tampoco es la novela homónima de Charles Bukowski, ésa en la que las palabras clave eran “coño”, “polla” y “follar”.

La cosa es así: cuando Elvio Gandolfo lo publicó, en 1992, el título de este libro era menos abarcativo. Nombrándolo Dos mujeres, el autor indicaba de entrada que lo central en aquel díptico serían esas mujeres particulares con las que se encontrarían los narradores de cada relato. Dos mujeres fue reeditado recientemente en España, con muy buena recepción crítica; en nuestras librerías puede conseguirse otra reedición, la montevideana de 2007, en la que Gandolfo agregó un tercer relato y consecuentemente cambió el título a Mujeres (quizás por aquello de que “tres son multitud”).

En el más memorable de estos tres relatos, “Escamas, piel”, la evocación de un levante en una panadería evoluciona morosamente hasta transportar al narrador (y al lector) desde esa atmósfera cotidiana y reconocible hasta el centro de un terror informe, lovecraftiano e insondable. Lo sigue “Rete Carótida”, la narración más paranoica y rara del libro, tanto por el extraño nombre de la mujer en cuestión (una gorda que acosa con fotos pornográficas al narrador) como por el clímax gélido y fantástico que consigue cristalizar. Ambos relatos comparten un aire de familia. El cuento extra es “Las negritas”: incluso el gay declarado y venido a menos que narra la historia se ve atraído sexualmente por estas dos voluptuosas “negritas” que hipnotizan al barrio de Pompeya. Habrá música tropical, sudor, sangre y mucho misterio en el camino hacia una inquietante resolución.

En las tres narraciones hay respeto y por momentos hasta un temor reverente por la figura femenina, la cual se ubica siempre como capaz de escapar de su propio molde (el establecido por la expectativa social, el estereotipo figurado y solventado por el varón) para convertirse en algo único, tan atractivo y deseable como repulsivo y amenazante: una síntesis de lo complejo de las relaciones hombre-mujer. Nunca el narrador-hombre aparece en una posición de superioridad respecto de esas extrañas mujeres que le toca conocer. Si así lo cree, es algo momentáneo: pronto cae en el plano inclinado de lo desconocido y rueda directo a una revelación fantástica, imprevisible. Porque “las chicas de Gandolfo”, más que particulares, son singularísimas.

“Ésta será un historia de terror… pero no lo parecerá porque soy yo la que la cuenta”, decía Auxilio Lacouture al comienzo de Amuleto, la novela de Bolaño. Las tres historias de Mujeres son un poco así: escalofriantes, aunque al principio no lo parecen… porque es Gandolfo el que las cuenta. Su estilo transparente y minucioso dosifica el mecanismo narrativo de modo tal que el estupor se apodera de los lectores en el momento justo.

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Mujeres, de Elvio. E. Gandolfo. Relatos. HUM Editor, 2007. 96 páginas.

La conquista de la singularidad (segundo movimiento)

Por Martín Cristal

El siguiente es el segundo de dos textos publicados en los números 18 y 19 de
Un pequeño deseo, la publicación de Casa 13. La invitación consistía en elegir alguno de los números anteriores de la revista para dialogar con su tema central y con los artistas que lo trataban. Yo elegí el Nº4, cuyo tema son las migraciones de artistas.

[Leer el Primer movimiento]
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Segundo movimiento:

La conquista de la singularidad

“El origen de la existencia es el movimiento. Esto significa que la inmovilidad no puede darse en la existencia, pues, de ser ésta inmóvil, regresaría a su origen: la Nada. Por esta razón el viaje no tiene fin…”. Cees Noteboom toma esta cita de un sabio del siglo XII, Ibn Arabi, para abrir su libro Hotel nómada. Supe de esta proposición —antieleática y contradictoria— gracias a una amiga que pasó por mi blog y dejó un comentario en un post que trata sobre el tópico literario que equipara la vida con un viaje: peregrinatio vitae. En ese texto me centraba en la idea del regreso y su imposibilidad: nadie vuelve porque, en una perspectiva temporal amplia, volver es seguir yendo.
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Para un artista, ¿es posible irse de su ciudad y a la vez seguir estando en ella? En el Nº4 de Un pequeño deseo, Natalia Blanch dice que el que se va no es quien debe responder esta pregunta. Para un escritor, la respuesta es fácil: siempre dirá que sí se puede, porque es así como todos los escritores quieren entender no sólo el espacio, sino también el tiempo. La posteridad: irse, pero seguir estando. Malas noticias, muchachos: el universo vuelve inexorablemente a su Nada previa y nuestras vidas y obras viajan con él. Bolaño nos lo recuerda en Los detectives salvajes:


Durante un tiempo la Crítica acompaña a la Obra, luego la Crítica se desvanece y son los Lectores quienes la acompañan. El viaje puede ser largo o corto. Luego los Lectores mueren uno por uno y la Obra sigue sola, aunque otra Crítica y otros Lectores poco a poco vayan acompasándose a su singladura.
[…] Finalmente la Obra viaja irremediablemente sola en la Inmensidad. Y un día la Obra muere, como mueren todas las cosas, como se extinguirá el Sol y la Tierra, el Sistema Solar y la Galaxia y la más recóndita memoria de los hombres.

Llevaba en México casi tres años cuando leí Los detectives salvajes. El libro me conmovió con sus personajes nómades, cuya vida entristece porque no consigue enraizarse en ninguna parte. “Uno se puede pasar toda la vida dando vueltas sin dirección”, dice Carlos Godoy. “El desarraigo siempre duele”, recuerda Daniel Giannone. Un dolor así comenzaba a surgir en mí por aquellos días.
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¿Cuánto habrá tenido que ver la lectura de Roberto Bolaño en mi decisión de volver? Sumó lo suyo. ¿Qué hubiera podido seguir escribiendo yo en el DF, qué historia personal hubiera podido narrar o inventar allá luego de que ya había hecho mi pequeña “novela de extranjero en México” (Bares vacíos) y luego de haber leído algo como Los detectives…? ¿Adoptaría el lenguaje mexicano ya no como un juego de contrastes, sino como algo propio? ¿Seguiría con otras historias de exilio o extranjería?

“El retorno es una pieza clave en el pensamiento”, dice Godoy; “todo se trata de tener presente la idea de volver con la misma idea de que a lo mejor nunca se vuelve”. En mí, ese equilibrio duró cinco años y al fin se inclinó hacia la vuelta a Córdoba. Volví a rastrear las historias que me concernieran a nivel afectivo. ¿Contar primero lo que se vio al viajar? Por qué no: parte del oficio de ser artista —según Blanch— es contar lo que se ve y se hace. “Lo exótico en narrativa es la mediación entre ‘el extranjero’ y un público que se supone ‘es de casa’”. Esto lo dice David Lodge en El arte de la ficción, apoyándose en ejemplos de Conrad y Greene. Practiqué esa mediación en los cuentos de Mapamundi, que fue lo primero que publiqué al volver. Ahora estoy dando el siguiente paso: adentrarme en el universo de mis afectos recuperados y deshacerme poco a poco de reglas y condicionamientos inútiles para narrar. La libertad y la originalidad no se compran hechas en un free shop lejano ni tampoco en un kiosco de Colón y General Paz. La única forma de ser algo así como original es ser personal. La cuestión no es sólo por la forma, sino también por el contenido: claro que importa el cómo, pero también tengo que pensar bien qué historias debo contar yo, esas historias que, si no son contadas por mí, no serán contadas por nadie. “La cuestión reside en la singularidad del individuo más allá de la identidad demasiado ligada al lugar de origen”, dice Natalia Blanch citando a William Kentridge. Y tiene razón: donde sea que estés, lo que importa es conquistar tu propia singularidad.

No tenemos ni la menor idea de quién pueda ser William Kentridge, pero si quisiéramos enterarnos, hoy esa información está a sólo dos o tres clics de distancia. Esto linkea directamente con la urgente revisión del consejo más trillado en la historia de la literatura: pinta tu aldea y pintarás el mundo. ¿Lo dice Tolstoi? Ya no: hoy lo dice Google, y agrega: “quizás quiso decir pinta tu aldea global”. El planeta se ha encogido y la trashumancia épica es historia. Ya nadie extrema el Oeste como Colón, o el Este, como Marco Polo; ya nadie fuerza el Norte como Peary o el Sur como Amundsen. Hoy sacás un crédito (o mendigás la bequita) y después volás a Nueva York o a México DF; caminás mucho, sacás fotos, tomás una sopa en lata, mirás una caja de cartón, leés una novela, creés entender un par de cosas y pegás la vuelta a ese lugar del que nunca saliste ni saldrás: el presente. Porque tu lugar puede cambiar, pero tu tiempo es hoy, muchacha (corazón de tiza). Y esto será siempre así, quedándote o yéndote. Y si mañana es mejor, es porque —dentro o fuera del arte— para todo lo que hagas mientras el universo no termine de desintegrarse, el Tiempo será tu juez. Un juez voluble, pero insobornable. Un juez mucho menos corrupto que el Lugar, ese envidioso intrigante que no quiere que nadie sea profeta en su tierra.

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No dejes de visitar los sitios de:
Leticia El Halli Obeid
Natalia Blanch
Leo Chiachio & Daniel Giannone
Carlos Godoy
Casa 13

Siempre juntos y otros cuentos, de Rodrigo Rey Rosa

Por Martín Cristal

El siguiente es el libro que recomendamos en el Nº 13 de la revista Ciudad X (julio de 2011). En el fondo, es una recomendación doble.

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Rodrigo Rey Rosa (1958) vive en su Guatemala natal, aunque antes también lo hizo en Nueva York y en Marruecos. Fue amigo de Paul Bowles y de Roberto Bolaño, quien lo nombra en la segunda parte de 2666 y lo pone de personaje central para una anécdota africana incluida en Entre paréntesis. Pero no lo descubrí ahí, sino en un viejo número de la revista mexicana La Tempestad, donde apareció un cuento suyo, inolvidable, protagonizado por dos escorpiones: “Siempre juntos”. Más tarde, en una mesa de saldos porteña, encontré Ningún lugar sagrado (Seix Barral, 1998). Con esos “cuentos neoyorquinos” confirmé lo buen narrador que es Rey Rosa.

Cómo resistirme entonces al hallar en una librería cordobesa un libro con dos escorpiones en la tapa y el título de Siempre juntos y otros cuentos: una antología de la labor cuentística de Rey Rosa de los últimos veinte años. Con refrescante variedad formal, el autor consigue exprimir la gran tensión que late bajo la regularidad de su prosa, tranquila y pausada, un poco como la calma superficial de las aguas en los cenotes: una tranquilidad que esconde el peligro de las corrientes subterráneas que los conectan.

Tan buenos como el cuento del título, lo son “Cárcel de árboles”, que con su pulso de novelita borgeana reflexiona sobre el lenguaje; la angustiante desaparición en “Otro zoo”; el tierno y doloroso “La niña que no tuve”; “La prueba”, “Gracia” y “El pagano”, que se preguntan por Dios; el desencuentro epistolar de “Hasta cierto punto” y las brevedades de “Vídeo”. (Hubiera querido que no quedase afuera del libro un cuento policial-poético buenísimo, titulado “Elementos”).

Siempre juntos… es una de esas antologías que dan la sensación de que el autor tiene superpoderes, aunque su secreto no sea otro que el oficio acumulado de años y una buena selección. Puede ser cara y difícil de conseguir, así que, si antes se cruzan con un ejemplar de Ningún lugar sagrado, ya saben: no lo dejen escapar.

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Siempre juntos y otros cuentos, de Rodrigo Rey Rosa. Cuentos. Almadía, 2008.

La Limonada Bolaño (¿del hielo al sinsabor?)

Por Martín Cristal

Hojeo en una mesa de novedades el «flamante» texto póstumo de Roberto Bolaño: Los sinsabores del verdadero policía. 328 páginas bajo un título no muy atractivo. ¿Es una pila de esbozos como El secreto del mal, libro flojísimo con el que ya nos clavamos sólo para atesorar en casa el hermoso cuento «Muerte de Ulises«? ¿O se trata de una novela, quizás monumental como 2666? Así nos hace dudar esta industria de los textos póstumos: se exhuma hasta la lista de la lavandería. Al menos con ese ejemplo ironizaba Woody Allen sobre el tema en «Las listas de Metterling«, uno de los relatos compilados en Cómo acabar de una vez por todas con la cultura (Getting Even, de 1974).

Ignacio Echevarría, quien hace un tiempo rescataba algunas páginas de Los sinsabores… como algunas de las mejores de Bolaño, también nos advertía que ésta «no es —como se repite insistentemente— una novela, no al menos en el sentido cabal, por extenso que sea, que se suele conceder a este término. Ni siquiera es, como se sugiere, una novela inconclusa.» ¿Entonces? El mismo Echevarría definía al texto como «materiales destinados a un proyecto de novela finalmente aparcado», o una «vía muerta» en «el camino que lleva de Los detectives salvajes a 2666«.

Igual que Echevarría, Patricio Pron distinguía este libro del inédito anterior, El Tercer Reich. Ésta había sido una novela primeriza pero terminada; en cambio, Los sinsabores… es —según Pron— «una novela o conjunto de relatos y proyectos de novela«. Sin restarle importancia al libro, Pron habla de «fragmentos», de «una relación enigmática con las narrativas principales que les sirven de marco«, de «elementos heterogéneos«, y también de «tendencia a la irresolución y a la insinuación«.

Mientras hojeo el libro de parado, constato que empieza con la clasificación bolañesca de los poetas como maricones o mariquitas, pasaje que ya leí y releí (con las mismas palabras, o casi las mismas) en Los detectives salvajes.

No se me escapa que la mía es una aproximación a priori, pero igual quisiera decir sólo dos cosas. Primero: que, la verdad, ya sea envuelta con prólogos y alabanzas de contratapa, o desmitificada por reseñas como las citadas, no me dan muchas ganas de leer Los sinsabores del verdadero policía. Lo siento, Roberto (pero lo siento de verdad). Segundo, a los involucrados en la edición de la obra póstuma de Bolaño, un respetuoso pedido: traten de no aguar más la limonada, por favor. Muchas gracias.

La Limonada Bolaño

Blogday 2010

Por Martín Cristal

El año pasado me enteré de la existencia del blogday, un día en el que los blogueros del mundo recomiendan otras bitácoras que les parecen interesantes. Aquí van mis recomendados para 2010.
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Hablando del asunto:
OK, sí: estoy devolviendo la gentileza… pero es que, justamente, la gentileza —algo que no abunda— es uno de los rasgos principales del blog colectivo que coordina Matías Fernández. Noticias, reseñas y comentarios de lo que pasa en el ámbito editorial y literario de Argentina (más específicamente de Buenos Aires, si bien muchas veces se extiende al resto del país y el universo). Un espacio ameno y amable, en general más de difusión que de discusión, aunque cada tanto se arma alguna. Cabe destacar el buen nivel de sus colaboradores, que aportan entrevistas, desgrabaciones de encuentros literarios, reseñan obras literarias e historietas.

http://www.hablandodelasunto.com.ar/

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Teoría del Caos:
Lo que me gusta del blog de René López Villamar es que la curiosidad de su autor no se mantiene incontaminada dentro del campo literario mexicano, sino que también abreva en la literatura de otros países, y no sólo en la literatura: René tiene interés en otros ámbitos de expresión contemporáneos, como los juegos de rol, sobre los que demuestra gran experiencia. Incluso lleva adelante un proyecto editorial propio para producir esta clase de juegos (muy avanzandos ya respecto del viejo arquetipo de Dungeons & Dragons, tal como aprendí en su propio blog). El e-book también tiene un lugar especial en sus reflexiones. Notas breves se alternan con entradas más extensas en una plantilla pulcra y muy legible. Para seguir.

http://teoria-del-caos.blogspot.com/

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Club de traductores literarios de Buenos Aires:
Se autodefine como un blog cuyos participantes y destinatarios «son todos aquellos interesados en la traducción literaria y de ciencias sociales». Su objetivo —dice— es «informar y presentar temas de discusión, tanto técnicos como administrativos, ligados a la profesión». Hace algunos meses lo descubrí cuando su administrador, Jorge Fondebrider, me pidió reproducir un artículo de El pez volador sobre las dificultades en la traducción de los Nueve cuentos de Salinger. El artículo reproducido en el Club generó una discusión muy interesante. El nivel de los comentarios es excelente; seguramente se debe a la especificidad del blog, la que sin duda alguna es su mayor capital.

http://clubdetraductoresliterariosdebaires.blogspot.com/

El lamento de Portnoy: desde España y a partir de 2004, Javier Avilés ofrece críticas, reseñas y ensayos de alto nivel sobre literatura y cine. Lo que más me gusta es la originalidad de su mirada y la actualidad de los contenidos (y también al revés: muchas veces lo que me conecta es la originalidad de los contenidos —cosas que no encontramos en otros blogs— y enseguida la mirada actual de Avilés sobre esos temas). Las obras de Roberto Bolaño, William Faulkner, Philip Roth y Enrique Vila-Matas han sido extensamente comentadas. Como se ve, buen gusto es lo que sobra.

http://ellamentodeportnoy.blogspot.com/

\: Sólo eso. Un blog hermoso y mínimalista. Blanco, limpio. De hoy. ¿Cuánto vale una imagen y cuánto una palabra? Aquí las palabras son pocas pero lo dicho es mucho. Cuanto más despacio se lo recorra, más jugo se le saca (el que mira tiene que tra-ba-jar). Lo descubrí a través de un comentario en otro blog; estaba firmado por «Rosana». Es todo lo que sé de este blog, y tal vez no haga falta más. De todos modos, la dirección delata que alguna vez —¿por tiranías de blogger?— este cuaderno virtual tuvo otro nombre. Enemigos de lo abstracto, abstenerse.

http://espacioadyacente.blogspot.com/

Por supuesto, recomiendo también cualquiera de los enlaces que están en el blogroll de El pez volador. —>

Lo mejor que leí en 2009 (1/3)

Por Martín Cristal

No siempre voy detrás de las últimas novedades; tampoco me atrinchero sólo entre los clásicos. Leo sobre todo narrativa, pero no exclusivamente. El azar me acercó a estos excelentes libros durante este año. Van en orden alfabético de autores (esto no es un ranking). Para coincidir o disentir con otros lectores, como recomendaciones o como agradecimiento por las recomendaciones de terceros, leyéndolos tarde o temprano respecto de otros (¿qué importa?), éstos son los 10 libros que más disfruté leer en 2009:
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2666, de Roberto Bolaño

Compactos Anagrama, 2008. Novela.

En El pez volador ya desglosamos las partes que componen este gran libro de Bolaño, entre las que la apuesta más alta nos parece la cuarta, “La parte de los crímenes”, y la más bella, la quinta, “La parte de Archimboldi”. También hemos propuesto una teoría para interpretar su misterioso título. Inconclusa en su trabajo —no en su argumento— debido a la muerte de Bolaño, creo que 2666 es una gran novela, aunque mi favorita del autor siga siendo Los detectives salvajes.

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Bajo este sol tremendo,
de Carlos Busqued

Anagrama, 2009. Novela.


Esta primera novela de Busqued (Chaco, 1970) fue recomendada para su publicación por el jurado del premio Anagrama 2008. Cruel, impiadosa, alejada de todo atisbo de bondad, es una exposición de la violencia sin moralina, enseñanza o comentario ético alguno. Con un ritmo que fluye sin ripios ni obstáculos, esta novela inicia en el paisaje inhóspito del Chaco, cuyo “sol tremendo” parece exacerbar el salvajismo de hombres y animales, un poco como la “luna caliente” de Giardinelli, aunque con muchísima más vileza implícita en cada línea del texto.

Cetarti, el personaje principal, vive en una abulia interferida o azuzada por el porro y los documentales del Discovery Channel. Cuando viaja a Lapachito para arreglar lo referente al brutal asesinato de su madre, conoce a Duarte, un ex milico que le propone una tramoya para cobrar el seguro a medias. Bajo el ala de Duarte también está Danielito, cuya existencia anodina se parece bastante a la de Cetarti, aunque la maldad que rodea la vida de Danielito parece haber estado sitiándolo siempre. Luego, una parte de la acción se traslada a Córdoba (donde el autor vivió varios años).

Busqued tiene un blog donde deja ver que la pasión de Duarte por el aeromodelismo es también una pasión propia: Borderline Carlito.

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Relatos II, de John Cheever

Emecé, 2006. Cuentos.

El primer tomo ya me había fascinado con cuentos como “Adiós, hermano mío”, “La olla repleta de oro”, “Los Wryson” o “El marido rural”, entre otros. Problemas conyugales, infidelidades y divorcios, abulia y alcoholismo social: los sueños rotos de la clase media norteamericana de los cincuenta son retratados por la prosa segura y tranquila de Cheever. Cierta culpa o moral cristiana se dejan ver en varios relatos como “El ladrón de Shady Hill”. Los protagonistas son vecinos de las amplias casas con jardines de los barrios suburbanos neoyorquinos (como Leonardo Di Caprio y Kate Winslet en Sólo un sueño —Revolutionary Road, de Sam Mendes [basada en la novela homónima de Richard Yates]), o bien integran los consorcios de la misma clase social en la Gran Manzana (algunas veces el foco pasa a la clase trabajadora de esos mismos edificios); o bien son americanos en Europa, mayormente Italia, de paso o exiliados.

En este segundo tomo, la obra de Cheever continúa desarrollándose en el mismo sentido, con esa tenacidad que presentan los escritores que —renuentes a probar distintas cosas o inaugurar diferentes etapas en su carrera— eligen desde el principio y para siempre una forma y un cúmulo limitado de temas como su inalterable documento de identidad. Esto, que a muchos escritores puede salirles mal, o que puede cansar y aburrir rápidamente a quienes los leen, en Cheever funciona impecablemente (o con muy pocas excepciones, sobre todo si se compara con los “cuentos completos” de otros autores).

Aquí destacan los cuentos “El camión de mudanzas escarlata”, “La edad de oro”, “El ángel del puente”, “El brigadier y la viuda del golf”, “La geometría del amor” —con el que se tituló una antología de Cheever— y también el sorprendente “El nadador”, uno de los pocos donde se cuela lo fantástico (también estaba “La monstruosa radio”, en el otro tomo). El volumen incluye un póslogo de Rodrigo Fresán, donde se nos aclara que existen otros 68 relatos de Cheever además de los 61 de esta edición.

Me voy de vacaciones. Quedan programadas para enero las dos entregas que completan esta serie. Como siempre, los comentarios serán bienvenidos, aunque demoraré en responderles… ¡Feliz año nuevo para todos!

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Por qué adoro Los detectives salvajes

Por Martín Cristal

Le he dedicado varios artículos a 2666 simplemente porque es una gran novela y tiene mucha tela para cortar, pero mi favorita entre las novelas de Roberto Bolaño sigue siendo Los detectives salvajes.

A mediados de 2001, yo ya llevaba en México DF casi tres años; había publicado mi primera novela, tenía un buen trabajo y acababa de mudarme a la calle Bucareli. Una fiebre me tumbó en la cama de ese departamento, enorme y vacío; falté al trabajo y me animé con el único libro que me quedaba sin leer: Los detectives salvajes. Lo había comprado junto con otros libros, por recomendación de Mónica Maristain (quien tiempo más tarde le haría a Bolaño su última entrevista). De esos libros, Los detectives salvajes había quedado al final, quizás por su mayor volumen. De inmediato me sorprendió que la historia escrita por un chileno que vivía cerca de Barcelona iniciara, no ya en el DF, sino precisamente en la misma calle a la que yo me había mudado.

Me sedujeron, claro, el dominio de un lenguaje mexicano con el que por entonces yo convivía, la evocación de un México mítico elegido como un territorio fecundo para disparar la imaginación… pero lo que más me atrapó fue la desmesura (que no es meramente extensión): una novela de seiscientas y tantas páginas, sí, pero cuya acción transcurre en un lapso de veinte años, en muchas ciudades diferentes, con más de cincuenta narradores distintos (algunos de ellos tomados de la vida real), con una gran cantidad de historias y voces… Imposible no impresionarse.

Bolaño narra vidas completas: registra todo el “ancho de banda” de la vida. En esto se opone diametralmente a Borges, cuya estrategia era cifrar el destino de un hombre en un momento de la vida de ese hombre, como si narrando ese único momento diera cuenta de la vida entera de esa persona. Bolaño no le saca el cuerpo a los pormenores, a las idas y vueltas, y así la vida en sus relatos se parece, efectivamente, a la vida: caprichosa, llena de meandros e incertidumbres, con tiempos muertos, pausas, vértigo, cambios, traslados… No se trata de que Borges sólo haya escrito cuentos y entonces, por una cuestión de síntesis, haya preferido aquella estrategia, mientras que Bolaño puede desarrollar más porque escribe largas novelas: no es eso, digo, ya que Bolaño no lo hace sólo en las novelas; también se da el lujo de lograr esa impresión en muchos de sus cuentos, como por ejemplo en “Vida de Anne Moore” (en Llamadas telefónicas).

Con Los detectives… Bolaño se ubica en la genealogía de Rayuela de Cortázar (1963), novela que le debe mucho al Adán Buenosayres de Marechal (1948), que a su vez desciende de dos líneas entrelazadas, el Ulises de Joyce (1922) y la Comedia de Dante (siglo XIV), y por ende de Virgilio y de Homero. Una línea genealógica en la que reconozco diversos placeres que me definen como lector.

Audacia, desmesura; narración coral; emociones alternadas, no pura tristeza, tampoco pura alegría; humor, a veces absurdo, con frecuencia irónico o lúdico, muy pocas veces simple; prosa sin ornamentos innecesarios, con períodos largos, y cadencias atractivas, de poeta con calle, que no reniega de la oralidad; metáforas desbordadas, hiperdesarrolladas; cierto riesgo estructural (estructuras abiertas); descripciones disyuntivas —del tipo “en la habitación había tal cosa, o quizás tal otra, o quizás no había nada”— que construyen una atmósfera, no meros inventarios; un buen equilibrio entre lo vital y lo metaliterario; la digresión como estrategia y un poder de fabulación enorme, una gran concatenación de anécdotas pequeñas y grandes: todo eso encontré en Los detectives salvajes.

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Eso me sorprendió desde el arte; en un plano más íntimo, la novela me conmovió con sus personajes nómades, cuya vida parece triste porque no consigue enraizarse en ninguna parte. Ése era exactamente el sentimiento que comenzaba a surgir en mí por aquellos años (yo viviría aún dos más en el DF). El viaje como búsqueda. La vida lejos del lugar que te vio nacer. Ulteriormente, ese sentimiento creció y pesó mucho en la decisión de volver a la Argentina, luego de un paso muy breve por Europa. De vuelta, lo primero que publiqué fue Mapamundi (2005), un librito con siete cuentos que, en distintos tonos, querían tocar esa fibra. Hoy sé que la vida no para en ningún lado porque está en todas partes.

Mis razones para volver de México a la Argentina fueron muchas, y no todas muy claras al momento de volver, por eso me pregunto: ¿cuánto habrá tenido que ver la lectura de Roberto Bolaño en esa decisión? Quizás leer a Bolaño tuvo algo que ver también porque ¿qué hubiera podido seguir escribiendo en el DF, qué historia personal hubiera podido narrar o inventar allá luego de que ya había hecho mi pequeña “novela de extranjero en México” (Bares vacíos, 2001) y luego de haber leído algo como Los detectives salvajes? ¿Seguir con otras historias de exilio o extranjería? ¿Adoptar el lenguaje mexicano ya no como un juego, sino como algo propio? Quizás era hora de volver, de descubrir mi verdadero lugar, y tal vez leer a Bolaño me ayudó a darme cuenta de eso.

Roberto Bolaño murió el 14 de julio de 2003. Hoy se cumplen seis inviernos. Este pequeño artículo no surge del mero deseo de hacer un homenaje, sino de la más pura gratitud.

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2666: La parte de Archimboldi

Por Martín Cristal

Ya hablamos del título, y también de las otras partes de 2666. Aquí el final de nuestro recorrido por la gran novela póstuma de Roberto Bolaño. La quinta y última sección de la novela: «La parte de Archimboldi».

5. “La parte de Archimboldi”

La prosa de Bolaño abandona el camuflaje forense de «La parte de los crímenes» y vuelve con su fuerza narrativa y su ironía habituales para desplegar la biografía de Benno von Archimboldi (seudónimo de Hans Reiter): niño-alga adorador de la fauna y flora submarinas, luego soldado temerario o suicida en el frente soviético, que irá desarrollándose lentamente como persona y como escritor.

La digresión vuelve a ser la estrategia para multiplicar los derroteros del relato, en el que se van intercalando —entre las hazañas de guerra o una noche de sexo en el castillo del conde Drácula— las lecturas iniciáticas de Reiter: primero un libro de divulgación sobre animales y plantas del litoral europeo; luego llega la gran literatura, cuando un amigo pone en sus manos el Parsifal de Wolfram von Eschenbach (la diferencia entre un libro divulgativo y uno literario, le explica su amigo Halder, consistía “en la belleza, en la belleza de la historia que se contaba y en la belleza de las palabras con que se contaba esa historia”); y más tarde, durante la guerra, el diario de un judío ruso: Boris Ansky, lectura crucial que se lleva varias páginas de esta parte.

Bolaño aprovecha el diario de Ansky para colar la historia del escritor ruso Efraim Ivánov, la cual ironiza sobre las ansias de éxito, la fama, el arribismo y el coqueteo de los escritores con el poder (en este caso, el poder soviético):


Para Ivánov un escritor de verdad, un artista y un creador de verdad era básicamente una persona responsable y con cierto grado de madurez. Un escritor de verdad tenía que saber escuchar y saber actuar en el momento justo. Tenía que ser razonablemente oportunista y razonablemente culto. La cultura excesiva despierta recelos y rencores. El oportunismo excesivo despierta sospechas. Un escritor de verdad tenía que ser alguien razonablemente tranquilo, un hombre con sentido común. Ni hablar demasiado alto ni provocar polémicas. Tenía que ser razonablemente simpático y tenía que saber no granjearse enemigos gratuitos. Sobre todo, no alzar la voz, a menos que todos los demás la alzaran. Un escritor de verdad tenía que saber que detrás de él está la Asociación de Escritores, el Sindicato de Artistas, la Confederación de Trabajadores de la Literatura, la Casa del Poeta. ¿Qué es lo primero que hace uno cuando entra en una iglesia?, se preguntaba Efraim Ivánov. Se quita el sombrero. Admitamos que no se santigüe. De acuerdo, que no se santigüe. Somos modernos. ¡Pero lo menos que puede hacer es descubrirse la cabeza! Los escritores adolescentes, por el contrario, entraban en una iglesia y no se quitaban el sombrero ni aunque los molieran a palos, que era, lamentablemente, lo que al final pasaba. Y no sólo no se quitaban el sombrero: se reían, bostezaban, hacían mariconadas, se tiraban flatulencias. Algunos incluso aplaudían.
(p. 892).

La muerte del judío Ansky conmueve al soldado alemán Hans Reiter, quien sin embargo no se lleva el diario consigo: lo deja donde lo encontró para “que ahora lo encuentre otro”. También lo conmueve, pero en un sentido más violento, la historia que le cuenta un tal Sammer en el campamento de prisioneros donde cae Reiter al finalizar la guerra. La historia de Sammer también involucra el exterminio de los judíos, otra de las crueldades de las que da cuenta 2666.

La posguerra es la época de la vida en pareja y del inicio como escritor: alquila una máquina de escribir, escribe su primera novela, elige su seudónimo y busca (y encuentra) un editor, Bubis, que confía en el talento de Archimboldi aunque al principio sus libros no se vendan o los críticos no sepan qué decir sobre su obra. Aquí vuelven las consideraciones explícitas sobre literatura que abundaban en «La parte de los críticos». Por ejemplo, sobre la secreta relación entre las obras menores y las mayores:

«Me dirá usted que la literatura no consiste únicamente en obras maestras sino que está poblada de obras, así llamadas, menores. Yo también creía eso. La literatura es un vasto bosque y las obras maestras son los lagos, los árboles inmensos o extrañísimos, las elocuentes flores preciosas o las escondidas grutas, pero un bosque también está compuesto por árboles comunes y corrientes, por yerbazales, por charcos, por plantas parásitas, por hongos y por florecillas silvestres. Me equivocaba […]. Toda obra menor tiene un autor secreto y todo autor secreto es, por definición, un escritor de obras maestras… (p. 982-983).

El juego y la equivocación son la venda y son el impulso de los escritores menores. También: son la promesa de su felicidad futura. Un bosque que crece a una velocidad vertiginosa, un bosque al que nadie le pone freno, ni siquiera las Academias, al contrario, las Academias se encargan de que crezca sin problemas, y los empresarios y las universidades (criaderos de atorrantes), y las oficinas estatales y los mecenas y las asociaciones culturales y las declamadoras de poesía, todos contribuyen a que el bosque crezca y oculte lo que tiene que ocultar, todos contribuyen a que el bosque reproduzca lo que tiene que reproducir, puesto que es inevitable que así lo haga, pero sin revelar nunca qué es aquello que reproduce, aquello que mansamente refleja.

¿Un plagio, se dirá usted? Sí, un plagio, en el sentido en que toda obra menor, toda obra salida de la pluma de un escritor menor, no puede ser sino un plagio de cualquier obra maestra. (p. 985)

Jesús es la obra maestra. Los ladrones son las obras menores. ¿Por qué están allí? No para realzar la crucifixión, como algunas almas cándidas creen, sino para ocultarla. (p. 989)

A ésta se le suman otras consideraciones sobre la fama y sobre el progreso del escritor, su trabajo, su concepción siempre particular de la literatura. Y también el cortejo al editor, y el de éste a los críticos. Y los adelantos. Y un jocoso catálogo de erratas famosas (lapsus cálami). Y una alegoría sobre el destino común de los escritores ocultos. Y otra sobre cómo los intelectuales ignoran qué parte de su trabajo será la que trascienda (quizás sólo sea la receta para un helado, y no el resto de la obra escrita). Y también, entre todo esto, la vida, la muerte y los motivos por los que un Archimboldi de casi ochenta años de edad decide viajar a Santa Teresa.

A 2666 se la presenta como una novela «inacabada» debido a la muerte de Bolaño, pero no es ése el sabor que me quedó después de tan prolongada lectura. Creo que 2666 es una gran novela; puede que no del todo pulida aquí o allá, pero completa, de ningún modo inacabada. Aunque entre las obras de Bolaño mi favorita siga siendo Los detectives salvajes, la lectura de 2666 es altamente recomendable; quizás no como puerta de ingreso al universo del autor, pero sí como una larga compañía que —luego de haber descubierto ese universo— nos consuele un poco por la pérdida de un talento tan grande.

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2666: La parte de los crímenes

Por Martín Cristal

Continúo con mi recorrido por 2666, la novela póstuma de Roberto Bolaño. Ya hablamos sobre el título de la novela, y sobre sus primeras tres partes. Aquí discurrimos sobre la cuarta (de cinco): «La parte de los crímenes».

4. “La parte de los crímenes”

La apuesta más alta del libro, la parte más densa de las cinco que lo componen. Bolaño muta otra vez: sus metáforas, siempre tan exuberantes —esas que se desbocan casi hasta convertirse en alegorías de algo misterioso, oculto, terrible y bello a la vez—, aquí se retraen, contenidas por un ritmo de prontuario policial, un lenguaje seco, forense, que apenas se permite algunos momentos de poesía (muy pocos si se compara con las otras cuatro partes) y casi nada de su habitual humor: esta parte de 2666 no es “divertida” sencillamente porque no puede ni debe serlo.

Consiste en 350 páginas de hallazgos de cadáveres, entrelazados con algunas historias intermitentes y teorías truncas sobre los crímenes de Ciudad Juárez y su contexto violento, impune, miserable, machista, terrorífico. Bolaño busca desbordar al lector, hartarlo, indignarlo; lo lleva hasta el límite del asco mediante la variación y repetición —es decir, el ritmo— de los asesinatos. La ficcional Santa Teresa, en el desértico estado de Sonora, es reflejo fiel de la Ciudad Juárez mexicana, y también de la cita de Baudelaire que abre el libro: “Un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento”.

Ese “horror” que capta Bolaño va más allá de los asesinatos de mujeres: se presenta también en los abusos policiales, en las vejaciones, en la violencia de las cárceles y la frialdad de los manicomios, y también en el fordismo de las maquiladoras (sueldos de miseria, horarios inhumanos, despidos por querer organizar un sindicato…).

La descripción de las heridas en los cadáveres es insistente, y por momentos tiene algo de homérica:


«…destinado a morir: la lanza se clavó en la unión de la cabeza con el cuello, en la primera vértebra, y cortó ambos ligamentos…»
(Ilíada, muerte de Arquéloco).

«La muerte se la habían producido las cuchilladas que exhibía en el tórax y en el cuello, y que afectaban los dos pulmones y múltiples arterias» (2666, muerte de María de la Luz Romero).

Pero si en la Ilíada las heridas, tan detalladas, indican una muerte que equivale a gloria y honor (porque se producen en combate, de hombre a hombre, con armas iguales), aquí señalan crueldad y cobardía, miseria, anonimato, olvido: mujeres violadas, tiros en la nuca, estrangulamientos, cadáveres NN, casos que se cierran sin resolverse…

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Lo central me parece lo siguiente: si en Los detectives salvajes Bolaño se enfocó en los infrarrealistas —un grupo under de poetas del DF de los años setenta, que en su momento fue casi desconocido, o al que algunos conocían pero casi sin considerarlos poetas— y, fabulando sobre su propio pasado entre aquellos poetas, consiguió darles un cuerpo ficcional hasta elevarlos a la estatura de mito (a punto tal que hoy ya hay quienes se han puesto a estudiar y desentrañar la correspondencia de los personajes de esa novela con personas de la vida real), en “La parte de los crímenes” Bolaño vuelve a un esfuerzo similar, pero en la dirección contraria: del mito nos devuelve a lo concreto. Bolaño toma el mito compacto de “Las muertas de Juárez”, ese relato ya instalado en la sociedad, un bloque del que pareciera que ya no es necesario hablar porque es un cuento conocido y sin final, y lo baja al plano detallado de lo múltiple, le da entidad pormenorizada a eso que, por acumulación y costumbre, llamamos en bloque “Las muertas de Juárez”. Toma a esas “muertas” indiferenciadas por nuestra indiferencia y las convierte en mujeres particulares, con un rostro preciso y un determinado color de cabello, con ciertas trazas y señales, vestidas de tal y cual manera, con tales y cuales trabajos, aspiraciones, parientes y amantes. Son personas. Asesinadas. Muchísimas, demasiadas. El que sea ficción no le resta horror al asunto, porque la ficción se rige por la verosimilitud, y no hay nada más horroroso que el hecho de que los crímenes de Ciudad Juárez sean verosímiles, y aun peor: verdaderos.

La Santa Teresa de Bolaño —cuyas calles son “oscuras, similares a agujeros negros”— funciona, precisamente, como un agujero negro: un punto donde lo que sucede es tan oscuro y grave, un punto de tanta gravedad, que hasta la luz cae y se pierde en él. Un agujero que arrastra a todos, no importa cuán lejos hayan nacido. Cesárea Tinajero, Ulises Lima, Arturo Belano, Lupe y Juan García Madero, Amalfitano y su hija, Oscar Fate, los críticos europeos —Pelletier, Espinoza, Norton—, y hasta el enigmático Archimboldi (en la quinta parte de 2666): todos ellos, terminan siendo atraídos por el agujero negro de Santa Teresa.

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Imagen: Escena de la adaptación teatral de la novela, dirigida por Álex Rigola y estrenada en 2007. (Fuente: www.publico.es – EFE).

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2666: los críticos, Amalfitano y Fate

Por Martín Cristal

En un artículo anterior ya me referí al misterio del título de 2666, la gran novela póstuma de Roberto Bolaño. Aquí empiezo a recorrer la novela parte por parte, arrancando con las tres primeras (de cinco): «La parte de los críticos», «La parte de Amalfitano» y «La parte de Fate».

1. “La parte de los críticos”

Cuatro críticos literarios europeos se conocen y estrechan relaciones a partir de su interés por la obra de Benno von Archimboldi: un escritor oculto, una especie de Salinger alemán, aunque más prolífico que Salinger. No hay que confundirlo —o quizás sí— con J. M. G. Arcimboldi, novelista francés al que se menciona un par de veces en Los detectives salvajes (y cuyas iniciales coinciden con las del Nobel 2008, Jean-Marie Gustave Le Clézio). En ambas novelas, Archimboldi/Arcimboldi figura como autor de un texto borgeanamente titulado La rosa ilimitada, como si Bolaño, en 1998, ya hubiera entrevisto al personaje central de 2666 sin definirlo del todo todavía: francés en lugar de alemán, con un nombre que todavía no era el definitivo…

Siguiendo el rastro difuso de su admirado escritor, los críticos terminan visitando un “páramo cultural”: la ciudad de Santa Teresa, en el estado de Sonora (México), ciudad ficcional por la que también pasaron Arturo Belano y Ulises Lima en Los detectives…, y que se calca sobre la verdadera Ciudad Juárez.

Bolaño despliega su máxima plasticidad poética cuando narra los sueños de los personajes. Y ya que sus personajes son críticos, Bolaño aprovecha para interpolar consideraciones literarias o artísticas: plantea una paradoja para preguntarse hasta qué punto alguien puede conocer la obra de otro; margina a la crítica “ultraconcreta”, que aporta datos pero no tiene ideas propias (una “arqueología de la fotocopiadora”); presenta a la obra de un autor como el campo de batalla donde críticos contrapuestos buscarán imponer su lectura, una “lectura que va a durar”; caracteriza a los escritores e intelectuales mexicanos como cortesanos seducidos por el Estado. Como siempre, Bolaño equilibra magistralmente lo vital y lo literario.

Como curiosidad: hay un cameo de Rodrigo Fresán en Kensington Gardens. A lo largo de 2666, Bolaño también se las arregla para nombrar a otros amigos suyos: Vila-Matas, Rey Rosa, Villoro…

Otra vez el viaje en busca de un escritor: la misma motivación que en Los detectives salvajes, que arrastra a los protagonistas de ambas novelas al mismo punto del planeta, Santa Teresa. Más allá de esa similitud, en esta “parte de los críticos” no se encuentra aquel relato coral con voces bien diferenciadas, en primera persona, que Bolaño había desplegado en Los detectives…, sino un narrador convencional, en tercera persona y tiempo pasado. La estrategia narrativa principal de Bolaño en esta parte de 2666 es otra: se trata de la digresión fecunda, el aprovechamiento de cada detalle nimio de la historia principal, de cada textura del tronco, para hacer que de ahí nazca una historia nueva, una rama que se sumará a la frondosa fabulación de 2666.

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2. “La parte de Amalfitano”

Amalfitano es un profesor universitario chileno que, luego de vivir en Barcelona, recala en la Universidad de Santa Teresa, Sonora, el mismo “páramo cultural” al que más tarde llegarán los críticos de la primera parte. Amalfitano vive con su hija Rosa y, en el patio de su casa, reproduce un ready-made: en la soga para la ropa, cuelga un libro de geometría de Rafael Dieste. (“Se me ocurrió de repente, dijo Amalfitano, la idea es de Duchamp, dejar un libro de geometría colgado a la intemperie para ver si aprende cuatro cosas de la vida real. Lo vas a destrozar, dijo Rosa. Yo no, dijo Amalfitano, la naturaleza. Oye, tú cada día estás más loco, dijo Rosa.”). En efecto, el ambiente sórdido y ominoso de Santa Teresa hará mella en la salud mental del viejo profesor.

Si en la primera parte se echó a los intelectuales en México, aquí Bolaño despacha a los de Chile:


En Chile los militares se comportaban como escritores y los escritores, para no ser menos, se comportaban como militares, y los políticos (de todas las tendencias) se comportaban como escritores y como militares, y los diplomáticos se comportaban como querubines cretinos, y los médicos y abogados se comportaban como ladrones, y así hubiera podido seguir hasta la náusea, inasequible al desaliento.
(p.286)

En esta parte, hay un fragmento importante que funciona como una defensa de las novelas “torrenciales”, o totales, al estilo de 2666:


[El farmacéutico] prefería claramente, sin discusión, la obra menor a la obra mayor. Escogía
La metamorfosis en lugar de El proceso, escogía Bartleby en lugar de Moby Dick, escogía Un corazón simple en lugar de Bouvard y Pécuchet, y Un cuento de Navidad en lugar de Historia de dos ciudades o de El Club Pickwick. Qué triste paradoja, pensó Amalfitano. Ya ni los farmacéuticos ilustrados se atreven con las grandes obras, imperfectas, torrenciales, las que abren camino en lo desconocido. Escogen los ejercicios perfectos de los grandes maestros. O lo que es lo mismo: quieren ver a los grandes maestros en sesiones de esgrima de entrenamiento, pero no quieren saber nada de los combates de verdad, en donde los grandes maestros luchan contra aquello, ese aquello que nos atemoriza a todos, ese aquello que acoquina y encacha, y hay sangre y heridas mortales y fetidez. (p.289)

“Sangre, heridas mortales y fetidez”: todo eso hay, y de sobra, en la cuarta parte de 2666: “La parte de los crímenes”, la más densa de todo el libro. Pero antes pasemos por la tercera…

3. “La parte de Fate”

Quincy Williams —hay que leer un rato para darse cuenta— es negro o, si se prefiere, afroamericano (“Soy americano. ¿Por qué no dije soy afroamericano? ¿Porque estoy en el extranjero? ¿Pero puedo considerarme en el extranjero cuando, si quisiera, podría ahora mismo irme caminando, y no caminar demasiado, hasta mi país? ¿Eso significa que en algún lugar soy americano y en algún lugar soy afroamericano y en algún otro lugar, por pura lógica, soy nadie?”). Trabaja como periodista para una revista de Harlem, Nueva York. Suele escribir sobre temas sociales pero, debido al fallecimiento del columnista de deportes, es enviado a México para cubrir una pelea de boxeo. Ahí se interesará por los asesinatos de mujeres que se cometen en Santa Teresa, y terminará visitando la cárcel para entrevistar a uno de los inculpados.

Si un nombre es un destino, “destino” es el nombre que Quincy Williams eligió como seudónimo: en su trabajo todos lo conocen como Oscar Fate (fate = destino). El juego de palabras entre ambos idiomas no debe dejar de considerarse, ya que en esta parte el estilo de Bolaño varía hasta parecerse a una traducción al castellano de un autor estadounidense. Por momentos parece un ejercicio paródico de la novela negra norteamericana, y casi no se reconoce a Bolaño. Aquí van dos pequeños ejemplos:

1.
–Así me gusta, muchacho –dijo el jefe–. ¿Te enteraste de que se cargaron a Jimmy Lowell?
–Algo oí.
–Fue en Paradise City, cerca de Chicago –dijo el jefe–. Dicen que Jimmy tenía allí una zorra. Una nena veinte años menor que él y casada.
(p. 300)

2.
Antes de despedirse de ellos Fate les dijo que probablemente nunca les perdonarían haber desfilado bajo la efigie de Osama bin Laden. Ibrahim y Khalil se rieron. Le parecieron dos piedras negras sacudiéndose de risa.
–Probablemente nunca lo
olvidarán –dijo Ibrahim. (p. 371)

En el segundo ejemplo hay dos verbos, “Perdonar/Olvidar”, que en inglés suenan parecido (Forgive/Forget). En el libro, el segundo verbo aparece enfatizado con itálicas, como si el autor norteamericano —¿Robert Bolan?— hubiera hecho un juego de palabras en el idioma original, juego que casi se perdió en la traducción al castellano realizada por el chileno Roberto Bolaño.

En esta parte se critica la sociedad capitalista norteamericana (sus sonrisas, su mala comida, su obsesión por la utilidad…), y en ese contexto también se interpolan consideraciones salteadas sobre la esclavitud. Esto es importante: en el abanico de vileza humana que Bolaño despliega en 2666, cuyo eje son los crímenes de Ciudad Juárez, abarca las formas más terribles de la crueldad: la discriminación racial de negros y mexicanos (en esta misma parte), los campos de exterminio nazi o la tiranía soviética (en la quinta parte)… y, por supuesto, también la crítica literaria (en la primera parte).

Respecto de los crímenes, en esta parte se lee: “Nadie presta atención a estos asesinatos, pero en ellos se esconde el secreto del mundo”. Quizás el destino de Oscar Fate es llegar sólo hasta el borde exterior de ese secreto.

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