Por Martín Cristal
En uno de los grupos de lectura que coordino, este año leímos novelas policiales de autores nórdicos contemporáneos. Por votación elegimos cinco libros, cada uno de un país diferente. Sigo con mi comentario de cada novela.
Leer anteriores:
De Noruega: El ojo de Eva, por Karin Fossum
De Suecia: La hora de las sombras, por Johan Theorin
De Islandia: La voz, por Arnaldur Indridason
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DINAMARCA
Los chicos que cayeron en la trampa,
de Jussi Adler-Olsen (Copenhague, 1950)
De 2008, es la segunda novela de la saga de Carl Mørck, la cabeza del Departamento Q: una unidad especial de la policía, dedicada a casos no resueltos.
El caso: A priori, nos interesaba la vueltita lógica del Departamento Q: no se trata aquí de resolver un caso actual, sino de revisar uno pasado. Hay que encontrar errores procedimentales (o corrupción, o encubrimientos, o falsas pistas) y recién entonces, con una nueva hipótesis, encarar una nueva investigación que esta vez sí consiga resolver el asunto.
Como Fossum, Theorin e Indridason, Adler-Olsen también empieza su novela con un teaser. Un hombre corre por un bosque; lleva las manos atadas detrás de la espalda y los ojos vendados con cinta adhesiva. Apenas consigue ver, pero corre lo más rápido que puede, porque sabe que otros hombres vienen a cazarlo.
La investigación en sí se inicia cuando en el escritorio de Carl Mørck aparecen los archivos de un caso de veinte años antes. El misterio es doble: a) ¿Quién (y por qué) dejó esa carpeta ahí?; y b) ¿Por qué a simple vista saltan tantas irregularidades en esa investigación original? ¿Cómo es que nadie la puso en duda?
Esa investigación original se retrotrae a 1987. En una cabaña, dos hermanos adolescentes fueron asesinados brutalmente. Los culpables podrían hallarse entre un grupo de jóvenes patricios, exitosos, ricos, prepotentes. Cuando uno de los sospechosos se entregó y confesó el crimen, el caso se dio por cerrado. Mørck activa su curiosidad y empieza a husmear por ahí; encuentra más pistas plantadas. Alguien quiere que ese caso se reabra sin importar que ya se haya dictado una condena al respecto.
En paralelo, la novela desarrolla dos líneas argumentales más: una que sigue el presente próspero de aquellos sospechosos que hace veinte años eran compañeros de un internado muy exclusivo, y que ahora son empresarios omnipotentes (exceptuando al que se culpó del crimen, quien todavía purga su condena en la cárcel); y otra que sigue la vida de una chica, que también integró aquel grupo de adolescentes, pero que ahora es una vagabunda que roba y se esconde en las inmediaciones de la estación de tren de Copenhague.
Leyendo el 10% inicial, se comprende que aquellos jóvenes (que recuerdan la relación riqueza-poder-aburrimiento-violencia-locura del American Psycho, de Bret Easton Ellis) no sólo son responsables del crimen de 1987, sino también de otros actos de violencia nunca esclarecidos; y que aun hoy todos ellos satisfacen su sadismo de distintas maneras, a excepción de Kimmie, la chica: si ella lleva años escondida en las calles de Copenhague, es porque sabe demasiado sobre ellos…
A diferencia de otras novelas en las que seguimos solamente al investigador mientras éste devela las zonas oscuras del caso hasta dar con un culpable, esta novela de Adler-Olsen se estructura como una partida de ajedrez: el lector es testigo de entrada de los movimientos de ambos contendientes. A medida que avanza, sigue los esfuerzos de una parte por resolver el caso, y de la otra, por evitar esa resolución.
Esta dinámica abierta de protagonista-antagonistas —que el guionismo hollywoodense ha sabido explotar muy bien— aquí tiene la contra de que a veces el lector sabe de antemano hechos que al policía le llevará muchas páginas corroborar: no hay ninguna sorpresa cuando por fin logra hacerlo, y así hay minucias que se dilatan. El principal defecto de la novela —sin contar el de ofrecer unos villanos sin matices— termina siendo éste: sus 512 páginas terminan resultando farragosas (la traducción tampoco ayuda). Un final que se pretende a toda orquesta no alcanza para disimularlo.
El investigador: El rasgo principal del subcomisario Carl Mørck es la ironía. Casi no hay diálogo que fluya solamente con los parlamentos de los hablantes; en todos, Mørck tiene que intercalar sus pensamientos sarcásticos off the record.
Como consecuencia de la novela anterior, sabemos que un compañero de Mørck terminó muerto en un tiroteo; otro, Hardy Henningsen, quedó paralítico en un hospital, cosa que mortifica al subcomisario. Una psicóloga de la policía, Mona, lo asiste al respecto; ella es el amor secreto de Mørck.
De carrera en la policía danesa desde que era un joven agente en las calles de Copenhague, Mørck ahora dirige el Departamento Q, cuya oficina queda en un sótano, y el cual tiene una seria escasez de personal.
Sólo dos personas colaboran con Mørck. En la calle, su asistente, el sirio Assad, que no es policía; no se entiende bien cuál sería su relación contractual con la fuerza, pero sí que muchas de sus intervenciones están construidas por Adler-Olsen como un comic relief, estrategia que se extiende también a un nuevo personaje que se introduce al Departamento Q en este libro: el de una nueva colaboradora interna, Rose, una pesada a quien nadie quiere en otras secciones de la policía, pero que puede ser eficiente cuando se lo propone.
Mørck es un tipo alto, que Rose describe sarcásticamente como “un tipo con un cinturón de cuero marrón, los quesos metidos en unos zapatones negros del cuarenta y cinco y pinta de no ser ni fu ni fa”, que además tiene “una calva con forma de culo en la coronilla”.
El contexto socio-geográfico: Algunos subrayados en tal sentido:
- “En comida no gastaba demasiado, pero gracias al Gobierno de la llamada conciencia sanitaria, el alcohol ya no era tan caro. Ahora destrozarse el hígado salía a mitad de precio, qué gran país”.
- “…puede permitirse comprar lo que le dé la gana. Armas incluidas. No tiene más que patear un poco el adoquinado de Copenhague para encontrar una amplia oferta, me consta”.
- “Carl no había visto semejante arrebato de indignación desde que el primer ministro reaccionara ante las acusaciones de la prensa con respecto a la intervención indirecta de los soldados daneses en varios casos de tortura en Afganistán”.
- Una noticia en la radio: “la amenaza del presidente de la derecha de acabar con el sistema de regiones que él mismo había exigido que se creara”.
- Mørck se burla de una delegación de noruegos que viene a conocer el Departamento Q. Para él son “un hatajo de desaboridos del país de los fiordos”; se ríe también de su idioma: “¿Cómo demonios era capaz de extraer una frase tan coherente de semejantes gorjeos?”. A su vez, los noruegos “estaban admirados de la sobriedad danesa y de que los resultados siempre fueran muy por delante de sus recursos y beneficios personales”.
Calificación del grupo: 6/10.