El purgatorio de Lost

Por Martín Cristal

[Este artículo contiene spoilers de Lost. No parece necesario agregar que también los tiene del Purgatorio de la Divina comedia. Infiero que, entre otras razones, una obra se vuelve un verdadero clásico cuando gana para sí una sólida «unspoilerableness»].

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No vi la última temporada de Lost al ritmo de la TV. Hice lo mismo que en las anteriores: esperé a que terminara (sin leer nada del tema en internet) y enseguida le pedí a un amigo que me la pasase completa para verla con mi chica en dos o tres sesiones maratónicas, que es como más la disfrutamos.

De la cantidad de artículos sobre Lost que más tarde sí leí en la red, me quedo con los de Daniel Link; y, respecto del final propiamente dicho, con (sólo una parte de) lo que Ross Douthat escribió en su blog del New York Times. Es la que sigue:


«Había tres razones para ver
Lost —o para seguir viéndola, mejor dicho— a través de seis temporadas sumamente apasionantes y sumamente frustrantes. Podías verla por los personajes, bidimensionales y en cierta forma arquetípicos, pero ricos y narrables e incluso queribles […]. Podías verla por la emoción: los cliffhangers sin fin, el latigazo narrativo constante, la trama en forma de cinta de Moebius, y la forma en que la serie podía desmontar y volver a montar alegremente su arquitectura narrativa (¡flashbacks seguidos por flashforwards! ¡Flashforwards seguidos por viajes en el tiempo!) y de alguna manera seguir funcionando. Y por supuesto, podías verla por la trama «macro»: la mitología de una isla misteriosa, que ponía capas de rompecabezas sobre acertijos sobre intriga como ningún otro show televisivo desde Los expedientes X, prometiendo todo el tiempo (o aparentando prometer, al menos) que se estaba construyendo algo en dirección a un desenlace revelador.

Ayer por la noche, el final de la serie fue un gran éxito si vieron el show por la primera razón; fue interesante de forma intermitente si lo vieron por la segunda, y un crescendo de fracaso si lo vieron por la tercera.»

Hacía rato que yo había descartado la razón numero tres, o al menos la había subordinado a las otras porque, con tantos frentes abiertos, ¿qué podía darnos un final centrado sólo en eso de la «trama macro»? Apenas un puré de Lostpedia y poco más.

Mejor así: todos muertitos. Una posibilidad —la de «Lost como purgatorio»— que los fans habían señalado desde un principio, cuando la serie aún se componía sólo de «isla + flashbacks». En aquel entonces, los guionistas y el productor rechazaron enfáticamente esa teoría, aunque cabe recordar que sólo negaron que la isla fuera el purgatorio: nunca negaron que más adelante otras situaciones de los personajes pudieran devenir en una especie de purgatorio cuántico.

En fin: para los que desde un principio intuyeron que la mano venía por ahí, va la siguiente síntesis ilustrada de…

El Purgatorio de Dante
for
losties

Cantos I-II: Llegada a la playa.

Llegamos luego a la desierta playa,
que nadie ha visto navegar sus aguas,
que conserve experiencias del regreso.
(I, 130-132)

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Canto III: Antepurgatorio. Primer repecho: excomulgados que se arrepintieron.

Abominables mis pecados fueron
mas tan gran brazo tiene la bondad
infinita, que acoge a quien la implora.
(III, 121-123)

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Cantos IV-V: Antepurgatorio. Segundo repecho: tardos en arrepentirse.

…ya más de ti
no me conduelo; pero dime, ¿porqué sentado
aquí mismo estás? ¿Esperas escolta
o a la vieja costumbre has retornado?

(IV, 123-126)


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Canto V: Antepurgatorio. Tercer repecho:
muertos violentamente que perdonan a sus agresores y se arrepienten de sus pecados.

Todos muertos violentamente fuimos,
y hasta el último instante pecadores…
(V, 52-53)

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Canto VI-VII: Antepurgatorio. Cuarto repecho:
el valle de los gobernantes que descuidaron
sus deberes.

Desde esta altura mejor los actos y rostros
conoceréis vosotros de todos ellos,

que mezclados con ellos en el fondo.

Aquel que en lo alto asienta y muestra semblante
de haber sido negligente en lo que debiera…
(VII, 88-92)


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Canto VIII: Se hace de noche…

Era la hora en que quiere el deseo
enternecer el pecho al navegante,

cuando de sus amigos se despide…

(VIII, 1-3)


Cantos IX-XII: Purgatorio, primera cornisa:
los soberbios.

…y no sólo la soberbia
me dañó a mí—, que a todos mis parientes
ha arrastrado consigo a la desgracia…
(XI, 67-69)


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Cantos XIII-XIV: Segunda cornisa:
los envidiosos.

…En este giro se azota
la culpa de la envidia, sin embargo de amor
están hechas las cuerdas de la fusta.
(XIII, 37-39)

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Cantos XV-XVII: Tercera cornisa:
los iracundos.

Y he aquí que poco a poco un humo vino
hacia nosotros como la noche oscuro;
ni de él lugar había donde abrigarse.
(XV, 142-144)


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Cantos XVII-XVIII: Cuarta cornisa:
los perezosos.

Oh gente en la que el agudo fervor ahora
compensa quizá la negligencia o tardanza
que pusisteis en el bien hacer, por flaqueza

(XVIII, 106-108)


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Cantos XIX-XXI: Quinta cornisa:
los avaros…

¡Oh avaricia! ¿qué más puedes hacer,
que así te has apropiado de mi sangre
que ni te cuidas de tu propia carne?
(XX, 82-84)

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…y también los derrochadores.

Entonces advertí que por abrir demás las alas
podía irse de manos el gasto, y arrepentíme
así de éste como de los otros males.
(XXII, 43-45)

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Cantos XXII-XXIV: Sexta cornisa:
los glotones.

Toda esta gente que llorando canta,
por seguir a la gula sin medida,
santa se vuelve aquí con sed y hambre…
(XXIII, 64-66)


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Cantos XXIV-XXVII: Séptima cornisa:
los lujuriosos.

Y este modo creo que les baste
por todo el tiempo que el fuego los abrase;
que tal cura es necesaria y con tal pasto
para que la llaga del sexo se digiera.
(XXV, 136-138)


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Canto XXVII: Virgilio, el «dulce padre»,
se despide de Dante.

«El fuego temporal, el fuego eterno
has visto, hijo; y has llegado a un sitio

en que yo, por mí mismo, ya no entiendo.

Te he conducido con arte y destreza;
tu voluntad ahora es ya tu guía…»
(XVII, 127-131)

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Canto XXVIII: Paraíso terrenal. El río Leteo.
Aparece Matilda.

Cuando llegó hasta donde las hierbas
bañadas son por las ondas del bello arroyo,
de alzar sus ojos me hizo regalo.

No creo que esplendiese tanta luz
bajo las cejas de Venus…

(XXVIII, 61-65)


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Canto XXIX: Desfile alegórico: incluye
un carro que representa a la Iglesia.

Ni a Roma con un carro tan bello
alegrara el Africano, ni tampoco Augusto,
hasta el del Sol sería pobre en su presencia…

(XXIX, 115-117)


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Canto XXX: Aparece Beatriz y reta a Dante
por haberse apartado de la senda de la virtud.

Le sostuve algún tiempo con mi rostro:
mostrándole mis ojos juveniles,
junto a mí le llevaba al buen camino.
[…]

…y por errada senda volvió el paso,
siguiendo imágenes falsas de un bien,
que ninguna promesa entera cumplen
.
(XXX, 121-123; 130-132)


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Canto XXXI: Paraíso terrenal:
Dante se baña en las aguas del Leteo.

…y hundióme la cabeza con su abrazo
para que yo gustase de aquel agua.
(XXXI, 101-102)


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Canto XXXII: Paraíso terrenal.
El árbol de la Ciencia del Bien y del Mal.

Así paseando por la alta selva, vacía
por culpa de quien creyó en la serpiente…
(XXII, 31-32)


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Canto XXXIII: Dante bebe el agua del río Eunoé…

Si tuviese lector, más largo espacio
para escribir, en parte cantaría
de aquel dulce beber que nunca sacia…
(XXXIII, 136-138)


…y luego pasa al Paraíso celeste,
que es todo luz.

De aquel agua santísima volví
transformado como una planta nueva
con un nuevo follaje renovada,
puro y dispuesto a alzarme a las estrellas.
(XXXIII, 142-145)

Fin.

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PD. En un comentario que hice en 2008 en el blog Nación apache, decía que, a mi entender, uno de los aciertos iniciales de la serie (que le permitió poder abrir el juego argumental) fue no definir de entrada el género de la narración: en los primeros capítulos, Lost parece cine catástrofe; de inmediato, pasa al plano de la ciencia ficción; luego se alternan el misterio, lo sobrenatural, lo fantástico, el thriller, el policial (en muchos flashbacks)… Y, ahora vemos, también la alegoría.

En ese mismo comentario también decía que, haciendo un paralelismo entre “series de TV” y “literatura”, las interrelaciones entre los diferentes capítulos de Lost se superponen de tal modo que, si uno compara esta serie con cualquier otra que hace diez o quince años nos haya parecido buena, la diferencia entre ellas es similar a la que hay entre el cosmos cerrado y complejo del Quijote y las novelas “en episodios” individuales que existían previo a la creación de Cervantes. Recientemente, Agustín Fernández Mallo hizo una comparación parecida, aunque para demostrar otra similitud entre Lost y el Quijote, e incluyendo dos elementos más: la serie Flashforwards y el Lazarillo de Tormes.

El Quijote: un resumen

Por Martín Cristal

Ayer fue el segundo cumpleaños de El pez volador. Para celebrar, va de regalo un resumen del Quijote dedicado a todos los espíritus pragmáticos que llegan a este blog mediante los motores de búsqueda con palabras como «quijote«, «resumen» «síntesis» y «breve».

Miguel de Cervantes Saavedra es el autor de una novela llamada El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, la cual se publicó en dos partes: la primera en 1604, aunque el impresor consignó 1605, y la segunda en 1615. Dentro de esa obra, un narrador, cuyo nombre nunca se dice que sea Miguel de Cervantes Saavedra, contrata a un traductor anónimo para que vierta al castellano cierto texto escrito por el sabio árabe Cide Hamete Benengeli, quien a su vez lo había compuesto basándose en dos fuentes: ciertos “autores que de esto escriben” y la “memoria de la Mancha”, la cual registra muchos hechos famosos de un tal Alonso Quijano, un hidalgo que de tanto leer libros de caballería terminó loco, y quiso convertirse en caballero andante. Dos amigos de Quijano —un barbero que a veces usa barbas falsas y un cura amigo de Miguel de Cervantes—, quieren salvar al hidalgo de su locura y para ello queman muchos de sus libros; se salva de la hoguera uno titulado La Galatea, obra del género pastoril cuyo autor es Miguel de Cervantes Saavedra, escritor nacido en el siglo XVI que en el prólogo de la segunda parte de su novela más famosa, asegura que está a punto de acabar la segunda parte de otra obra suya: La Galatea. El mismo cura quemalibros leerá más tarde la Novela del curioso impertinente, texto que un ventero encontró en una valija olvidada; en esa misma valija se encontró también el manuscrito de la Novela de Rinconete y Cortadillo, obra que cierto autor español, Miguel de Cervantes Saavedra, publicó en 1613. Éste es el mismo Miguel de Cervantes que de joven fue soldado y estuvo preso durante un lustro en Argel; mucho después, a los 55 años de edad, se encontró preso nuevamente en España y, para matar el tiempo, escribió la primera parte de una novela que titularía El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Esta obra trata de la locura de uno que se cree caballero y de la necedad de quien le sirve de escudero, un tal Sancho Panza, aunque el cronista original (un moro) no siempre los sigue de cerca y cada tanto presenta ciertas digresiones y desvíos, como la Novela del curioso impertinente o el relato de Ruy Pérez de Viedma, un capitán que narra cómo logro escapar de su prisión de Argel, donde sufrió casi tanto como “un tal de Saavedra”, un soldado manco que allá conoció y de quien se dice que permaneció preso en África por cinco años, durante los cuales se especula que habría concebido —aunque no escrito todavía— una novela que más tarde sería considerada como la primera de concepción moderna en la literatura universal: El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, cuya segunda parte sería publicada en 1614 por el licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, natural de Tordesillas. No duró mucho el embuste de esta secuela falsa, porque ese largo seudónimo no alcanzaba para ocultar lo evidente: que el autor de esa segunda parte no era Miguel de Cervantes Saavedra, el genial creador de un loco caballero que —en la verdadera Segunda Parte, publicada por Cervantes un año después de la falsa— se entera de que se ha impreso la Primera Parte de sus aventuras, lo cual como caballero lo pone muy contento, aunque después, cuando conoce que también se imprimió en Tarragona una Segunda Parte falsa, se ofusca tanto como su escudero, Sancho Panza, quien también es difamado en esa obra apócrifa, por más que antes el señor Hamete Benengeli se había esmerado en detallar que a veces el escudero podía decir cosas discretas. Esos arrebatos sanchescos siempre le resultaron sospechosos al traductor anónimo de la historia, quien a veces se rehúsa a creer lo que traduce. Pero no por esto él debería dejar partes sin traducir, porque es un traductor y no un censor, y porque para algo le paga el “autor segundo desta historia”: le paga para que traduzca punto por punto lo escrito por Cide Hamete Benengeli, el “autor primero”, sabio moro que en su momento puso en boca de Sancho un nuevo apodo para su amo: el Caballero de la Triste Figura, que así llama el escudero a don Quijote de la Mancha, personaje principal de la novela cumbre de la lengua castellana, idioma en el que nunca son vertidos los epitafios mal conservados de los personajes, que Cide Hamete entregó a un académico para que dilucidase su sentido por conjeturas. Pero nada se supo del académico; y así sólo se tradujeron al castellano los pocos epitafios que el sabio moro pudo encontrar gracias a un médico. Entre esos epitafios está el de la bella Dulcinea del Toboso, bella dama que en realidad se llamaba Aldonza Lorenzo y no era más que una labradora de pelo en pecho, conocida de oídas por el escudero y jamás vista por el caballero cuyas andanzas recogió Cide Hamete; éste, para evitar que cualquier otro Fernández de Avellaneda, o quizás el mismo, intentara robarse de nuevo el personaje y la historia, terminó de narrar la muerte de Alonso Quijano y luego le pidió a su pluma que por favor no escribiera más ni se dejara usar por nadie, y que en especial se cuidara del licenciado tordesillesco, a quien debía insultar de arriba abajo si lo veía. Se aseguró así Benengeli de que la historia de don Quijote quedase irremisiblemente terminada, agregando además que si él no había querido decir de qué villa era don Quijote, lo había hecho para que todas las villas de la Mancha se lo disputasen, y que por eso dijo desde un principio que el pobre loco aquel era de un lugar de la Mancha de cuyo nombre él —Cide Hamete— no quería acordarse. Y si todos nos acordamos de esa primera línea aun sin entenderla del todo, eso es porque El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra (cuya cuna también se disputaron varias ciudades de España y cuyo nombre, edad y heridas de guerra fueron menospreciados por el falsario de Tordesillas, a quien casi nadie recuerda ya), es una obra memorable, tal como tú, prudente letor, comprobarías si intentaras leerla directamente de sus páginas en lugar de leer estos resúmenes, que al fin y al cabo nunca se sabe muy bien por quién fueron escritos ni con qué intenciones.

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