Por Martín Cristal
Con este post iniciamos una serie sobre Contraluz (Against the Day), la novela de Thomas Pynchon.
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Para este año está programada la publicación en castellano de la novela más reciente de Thomas Pynchon: Vicio propio (Tusquets). Según las reseñas disponibles acerca de la versión original (Inherent Vice), se trataría de una novela menos extensa y laberíntica que las que este viejo misántropo neoyorquino acostumbra ofrecernos cada diez o doce años. Sería una novela mucho más digerible —aunque menos representativa de “lo pynchoneano”— que su inmediata predecesora: Contraluz (Against the Day).
Contraluz salió en castellano hace menos de un año, aunque en idioma original se había publicado en 2006. La demora no sorprende: la novela tiene 1337 páginas, docenas de personajes y una complejidad abrumadora para cualquier traductor, por lo que el buen oficio de Vicente Campos debe agradecerse (más allá de cierta discrepancia mía con su elección para el título, a la que me referiré después).
El argumento de Contraluz, como el de otras novelas de Pynchon, es imposible de resumir, lo cual no deja de ser una salida cómoda para cualquiera que la reseñe. Más adelante daremos cuenta de cada una de las partes que componen la novela; digamos, por ahora, que arranca en 1893, en la Exposición Universal de Chicago, que se extiende hasta principios de los años veinte, y que consta de un creciente racimo de personajes cuyas interconexiones y forzados (re)encuentros permiten una acción arbórea, ramificada por casi todo el planeta. “Cientos, miles a estas alturas, de narraciones, todas igualmente válidas… ¿qué puede significar?” (p. 848). Posiblemente nada más que el absurdo de un mundo regido por un código indescifrable.
Personajes
Puestos a elegir, sus personajes centrales podrían ser los siguientes: la cofradía de jóvenes aventureros llamada Los Chicos del Azar, unos alegres alcahuetes que cumplen misiones por todo el planeta a bordo de un dirigible, el Inconvenience, y que a la vez son protagonistas de una serie de libros como las de Harry Potter o Tin Tin; el minero anarquista Webb Traverse y sus cuatro hijos (la díscola y rebelde Lake, el práctico y aventurero Frank, el temerario y duro Reef, y el menor, Kit, más instruido e inteligente que los otros); el desorientado detective Lew Basnight; el vil magnate capitalista Scarsdale Vibe, sus hijos y su secuaz, el vidente Foley Walker; el fotógrafo Merle Rideout y su querida hijastra Dally; la madre de ésta, Erlys, que se fugó con el mago Zombini El Misterioso; la bella, inteligente y sexualmente ambidiestra Yashmeen Halfcourt; su enamorado binorma, Cyprian Latewood; los crueles matones Deuce Kindred y Sloat Fresno… entre otras docenas de figurantes. Una particularidad de Pynchon es la de darle un nombre (casi siempre estrafalario) a cada uno de sus personajes, tanto a los principales como a los secundarios. Esto impide que uno pueda prever si un personaje reaparecerá luego para copar el centro de la escena o si es sólo un extra que hace su acto en unas pocas páginas para ya no aparecer nunca más.
El resultado es un mosaico colosal, recargado y posmoderno, cuyo prometido leitmotiv inicial sería la aparición —primero demorada, luego recurrente y por fin abandonada— de un extraño mineral: el espato de Islandia. Es un mineral translúcido que tiene la propiedad de la doble refracción y múltiples aplicaciones narrativas: las telecomunicaciones, la alquimia, la magia, la óptica, la decodificación y también el absurdo.
Contraluz, de Thomas Pynchon
en El pez volador: Índice
I: Personajes principales
II: Parodias, temas, recurrencias
III: Toda novela larga tiene sus altibajos
IV: Puestas en abismo
V: Un verosímil permeable
VI: Acerca del título
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