Los últimos, de Katja Lange-Müller

Por Martín Cristal

Alquimia narrativa

Los-ultimos-Katja-Lange-MullerLa esencia del proceso de impresión creado por Gutemberg —la composición manual del texto acomodando bloques móviles de tipografía— se mantuvo relativamente intacta durante más de quinientos años. Tras la linotipia y la posterior composición “en frío”, llegó la progresiva informatización del rubro, y con esto, el fin de un viejo modo de hacer las cosas.

Sabemos que hoy Alemania es sinónimo de excelencia en lo referente a esta industria pero, ¿cómo puede haber sido una imprenta pequeña en la Berlín Oriental a fines de los setenta? Al entrar en la de Udo Posbich, por ejemplo, veríamos que todavía hay “cajistas” componiendo textos con caracteres grabados en plomo. Conviven con la linotipia, pero su trabajo manual persiste: Posbich puede cobrarlo más caro por la destreza y el tiempo que requiere. Para sus empleados es insalubre, pero de la salud y la jubilación de éstos ya se encargará el omnipresente Estado.

En esa sórdida atmósfera —donde mandan la rutina, el tedio y la falta de perspectivas individuales— nos sumerge Katja Lange-Müller (Berlín Oriental, 1951) desde las primeras páginas de Los últimos (nouvelle subtitulada Registros de la imprenta de Udo Posbich). Un trabajo decadente donde coinciden la triste narradora —una cajista novata— y otros tres empleados: son “los últimos” en ganarse el pan con el viejo oficio de Gutemberg antes de ser arrasados por la tecnología y la historia.

Los últimos de un oficio y de una era. Pero ese futuro inevitable que el lector avista desde el principio es sólo una finta narrativa, un camuflaje para las verdaderas historias que Lange-Müller nos tiene reservadas. Porque en realidad esas historias provienen del pasado: en los cinco capítulos de esta nouvelle magistralmente concisa, se nos resume un hecho crucial en la vida de estos cuatro imprenteros freaks, incluida la solitaria narradora, cuyos compañeros llaman “la morada elefanta manca”. El primero en sincerarse será Fritz, con el cuerpo marcado por la añoranza de un hermano; por boca de terceros lo conoceremos todo sobre Manfred, que sabe escuchar a las máquinas; y leyendo cartas ajenas entenderemos mejor a Willi, cuyo furioso desahogo quiere ser leído entre líneas (porque, como Spinetta, Willi también ha descubierto que “hay una armonía / donde no se lee / donde el papel / quedó en blanco”).

Los últimos es precisa y compacta en su disección del fracaso individual y colectivo. Los lectores ya sabemos que ese Muro de Berlín caerá y, con él, también el agobio del control estatal en la Alemania del Este; sabemos también que antes algunos habrán logrado cruzar las fronteras, y que algún día el nuevo soporte del texto será (ya es) electrónico. En el soporte que sea, este texto seguirá ofreciendo las experiencias pretéritas de cuatro “últimos” que supieron formar textos con sus manos. Un ramo de almas mustias, plantas solitarias que hace rato han perdido todas sus flores. Contándonos sus vidas, Katja Lange-Müller demuestra que es una alquimista narrativa capaz de transformar pasados de plomo en historias de oro.

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Los últimos, de Katja Lange-Müller. Nouvelle. Adriana Hidalgo Editora, 2007. 114 páginas. Recomendamos este libro en “Ciudad X”, La Voz (Córdoba, 14 de noviembre de 2013).