Por Martín Cristal
Segunda parte de la nota sobre la escritora, crítica y académica mexicana Margo Glantz que se publicó en el Nº 7 de la revista Ciudad X (enero de 2011). Incluyo un recuadro que por motivos de espacio no salió publicado en la versión en papel.
[Parte I: sobre las obras de Margo Glantz editadas en la Argentina]
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Entrevista
En los zapatos de Margo Glantz
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—En Saña contás que el pintor inglés Spencer, al recibir el título de Caballero, explicó que “siempre había deseado el galardón pero de manera sencilla, parecida a la de un hombre que espera que su vecina le regale un tarro de mermelada…”. ¿Cómo deseabas vos los reconocimientos que hoy tenés? ¿Cuánto piensan escritores y académicos en premios y doctorados honoris causa?
—No se escribe para ganar premios, pero es satisfactorio y desagradable a la vez recibirlos. Te exalta y te deprime al mismo tiempo, o por lo menos a mí. Quisiera tomármelo con más sentido del humor, como se lo tomó Nicanor Parra cuando le anunciaron que había sido el primero en obtener el Premio Juan Rulfo, sin ninguna solemnidad, con sentido del humor. Si sacas un premio prestigioso, te conviertes en otra persona para los demás. Hay quienes creen que no lo mereces, otros te siguen sólo porque lo sacaste… Pero, es evidente que a final de cuentas me satisface haber recibido premios, sobre todo el de la FIL, para mí siempre Premio Juan Rulfo, extraordinario escritor aunque no le guste a César Aira.
—Al constatar que una noticia sobre una top model hoy puede ocupar más espacio en el diario que otra sobre una guerra, te preguntás: “¿Pueden delimitarse las jerarquías si no existe previamente un orden?”. Enfoco esa pregunta sobre tu propio libro: ¿están disueltas las jerarquías temáticas de Saña? ¿Por qué elegiste entremezclarle los temas al lector?
—Si hubiera separado los temas de una manera común y corriente, Saña no sería lo que es. Esas mezclas, esos regresos, esas tribulaciones, esos viajes intertextuales le otorgan su más íntimo sentido; además, trabajo con la fragmentación, y la unidad la tendría que encontrar el lector. Yo creo que está presente, pero entreverada, diluida y a la vez fuertemente sugerida. Por otra parte, creo que cada texto funciona también individualmente por cuenta propia.
—Saña podría haberse gestado como blog: textos breves, variados, con eje en tus intereses como autora… Hay recurrencias que hubieran podido interrelacionarse con links o haberse articulado con tags (“etiquetas”, que con sólo un clic reunirían los textos correspondientes a un mismo tema). ¿Te parece pertinente este paralelismo?
—Quizá sea pertinente, pero como soy en cierta medida una escritora antediluviana —me limito a usar la computadora como una máquina de escribir más eficiente— soy completamente ajena a esas técnicas que enumeras. Aunque pienso que quizá pudiera tomarse como tú dices mi texto —es una posible interpretación—, yo lo escribí como si fuese un libro que se ha ido integrando paulatinamente y cuyos fragmentos se fueron produciendo a lo largo de los años. En el trabajo de estructuración lograron conformarse como un todo armónico.
—En uno de los mejores relatos de Zona de derrumbe, la narradora va a hacerse una mamografía. Ese texto destila femineidad, una manera de ser mujer por la sencilla vía de serlo, y no un feminismo militante, que sesgaría la lectura. ¿Creés que esto sucede sólo por la situación narrada, a la que un hombre no tiene acceso? ¿Se debe a tu mirada femenina, o quizás a una manera consciente de escribir que pueda tipificarse como “propiamente femenina”?
—Me importaba explorar en ese cuento —cosa que sigo haciendo— el aspecto biológico del cuerpo sujeto a la enfermedad, y de alguna manera explorar la identidad corpórea femenina. Esa relación se explicita metafóricamente en el texto, pues se refiere específicamente a una enfermedad que le sobreviene a un cuerpo femenino, aunque conozco a algunos varones que han sufrido el mismo tipo de cáncer, con un significado obviamente distinto, lo viven por lo general como una doble humillación. Existe un cáncer equivalente en el hombre, el de próstata, pero en el relato mencionado, “Palabras para una fábula”, los senos delimitan una zona corporal femenina ligada al erotismo, a la maternidad y a la enfermedad. Me interesa también explorar cómo una zona del cuerpo pasa de ser erógena para convertirse en una zona de muerte.
Margo Glantz. Foto: Alina López Cámara.
—Con Las genealogías indagaste en tus orígenes judíos. ¿Creés que trabajar ese texto a lo largo de todos estos años, pueda haber sido, en el fondo de tu mexicanidad, tu manera de ser judía, una manera de expresarte como judía?
—La identidad es resbaladiza y ambigua, hay muchas formas de enfrentarla. Yo intenté hacerlo con Las genealogías y también leyendo a y escribiendo sobre autores como Roth, Celan, Levi, Benjamin, Sebald, Arendt. Las genealogías es un asunto familiar, reencontrarme con mis padres de otra manera, conocerlos de otra forma distinta a la visceral.
—Corregiste y aumentaste Las genealogías en sucesivas reediciones; un pasaje de El rastro (acerca de un museo bostoniano) reaparece como fragmento independiente en Saña; los relatos de Zona de derrumbe se reconfiguran y expanden en Historia de una mujer… ¿Qué valor encontrás en la reescritura?
—No creo en la fórmula matemática de que el orden de los factores no altera el producto. La manera de insertar un fragmento textual en situaciones narrativas distintas altera totalmente el sentido que tiene ese fragmento por sí mismo. Como algo específico, funciona también perfectamente así aislado, pero en el conjunto se potencia de manera diferente; es una forma muy habitual que tengo de trabajar… Varios de los textos de Saña sobre la India se recogerán, se alterarán, se reconstruirán y formarán parte de otra textualidad; así pasó con el que mencionas de El rastro. Allí se adecuaba al sentido del relato, pero cuando se alía con otros textos donde el arte es importante adquiere connotaciones especiales… A menudo recurro a la pintura para explicarlo. Como otros pintores, Bacon —muy presente en Saña y en un nuevo libro que estoy escribiendo— regresa al mismo tema una y otra vez, pero cada vez que lo hace produce algo totalmente distinto de lo anterior, aunque obviamente se adviertan las conexiones.
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Onda y nuevas generaciones
En 1971, Glantz publicó la antología Onda y escritura, jóvenes de 20 a 33. Así le dio nombre a una corriente surgida en los ‘60, la “Literatura de la Onda”: José Agustín, Gustavo Sainz y otros escritores, siempre reticentes en aceptar el nombre acuñado por Glantz. Actualmente a ella ya no le interesa recordar a aquellos autores: “fueron importantes pero circunstanciales”, dice.
Visto que el Jurado de la FIL también destacó a Glantz como “referente indispensable para nuevas generaciones de escritores”, le preguntamos por la literatura mexicana contemporánea y le pedimos recomendaciones sobre los autores jóvenes de hoy.
—Hay escritores diversos, no me atrevería a hacer una catalogación como lo hice con la “Generación de la Onda”. No puedo ponerle títulos a las corrientes que están surgiendo. Pero sí es una literatura mucho más trabajada. La Onda rompió con formas establecidas e inauguró un lenguaje nuevo, pero allí naufragaron muchos escritores, se convirtió en una receta. Ahora hay un mayor cuidado por la escritura. Interesan nuevos temas, por ejemplo, y tristemente, el del crimen y el narco.
Recomendaría sobre todo a Mario Bellatin, que ya está totalmente consolidado, una voz importantísima que sobrepasa lo local; también a Guadalupe Nettel, una escritora de 40 años, a Emiliano Monge, de unos 30, y a Valeria Luiselli, de 25.