El mapa y el territorio, de Michel Houellebecq

Por Martín Cristal

Con una versión más corta del presente artículo, recomendamos esta novela en el Nº 20 de la revista Ciudad X (febrero de 2012).

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Arte contemporáneo y capitalismo puro
(¿o era al revés?)

1. El mapa.

Por El mapa y el territorio —su quinta novela—, Michel Houellebecq (Francia, 1958) recibió el prestigioso premio Goncourt; dicho reconocimiento parece llegarle algo tarde. Aunque no supera a Las partículas elementales, El mapa y el territorio resulta muy representativa del estilo y la mirada de este autor, por lo que es una excelente entrada a su obra novelística; es tanto o más interesante que Plataforma, y mucho más que Ampliación del campo de batalla. (Hay una novela más de Houellebecq: es La posibilidad de una isla, la única no editada por Anagrama, y por ende convenientemente ninguneada en las solapas y contratapas de esa editorial).

De ciertos indicios sembrados en el texto (por ejemplo: de las edades de Frédéric Beigbeder, que aparece como personaje en la novela), se deduce que la acción narrada arranca a finales de 2014, si bien la novela apareció en 2010. Sucede que las dos primeras partes de El mapa y el territorio están escritas como una biografía futura: la de Jed Martin, un artista contemporáneo (de ficción).

El lector no sólo va comprendiendo el aislamiento social de Martin, sino también la errancia intuitiva de sus búsquedas estéticas, esto con el apoyo de algunas citas atribuidas a futuros críticos y estudiosos de su obra. Solapada bajo la búsqueda de Martin, Houellebecq despliega la suya: tematizar al arte contemporáneo como parte del “sector productivo de la sociedad”. El capitalismo ve al arte como un producto más, tan sensible a la obsolescencia como cualquier otro, y sujeto a sus propias y caprichosas leyes de mercado.

Para el catálogo de una de sus muestras, Martin le pide un texto a un escritor famoso: Michel Houellebecq. Al introducirse como personaje de su propia novela, el autor aprovecha su nuevo estatuto ficcional para acrecentar el mito de su misantropía y despacharse contra enemigos literarios y periodistas. Ese tono irónico es el que deleita a los fans de Houellebecq, aunque esta vez haya matizado un poco su cinismo y su acidez habituales (hay una escena entre Jed y su padre que se resuelve con una compasión filial impensable en los libros anteriores del autor). Por lo demás, el nihilismo houellebecquiano permanece intacto.

En una movida arriesgada, la tercera parte cambia de punto de vista y adopta una trama de policial. Entre sus truculencias detecto una pequeña falla de método:


[Atención: spoiler].
Los policías no descubren el móvil del asesinato hasta que Jed Martin les da la pista del cuadro robado… Sin embargo, más adelante (ver p. 347) se menciona que en el testamento de la víctima ya figuraba la existencia del cuadro. Que los policías no hayan revisado antes el testamento resulta inverosímil por poco profesional. Determinar quiénes podrían beneficiarse con la muerte de una persona asesinada es una de las operaciones básicas para señalar posibles sospechosos durante un proceso de investigación.

Cierra un epílogo que se extiende un poco, en plan de novela de anticipación.

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2. El territorio

La fascinación de leer a Houellebecq deviene del funcionamiento discursivo general del autor, que suele proponer tres etapas:

1) Intercalar en la historia narrada cierta información enciclopédica o científica sobre un asunto que parece tangencial para la trama; puede ser el funcionamiento de una cámara fotográfica coreana, la evolución simbólica del transporte aéreo, la formación de precios en el mercado internacional del arte, la historia de una raza canina, los aspectos científicos de cierto tipo de esterilidad o la comercialización de radiadores, un asunto del que Houellebecq afirma que podría destilarse una novela entera (explicitando así su método narrativo):


…me parece que el problema de las artes plásticas —prosiguió
[Jed], vacilante— es la abundancia de temas. Por ejemplo, podría muy bien considerar ese radiador como un tema pictórico válido. […] Yo no sé si usted podría hacer algo con el radiador, en el terreno literario. […] Bueno, sí, está Robbe-Grillet, se habría limitado a describirlo… Pero no sé, no lo encuentro tan interesante…

—Olvidemos a Robbe-Grillet —zanjó su interlocutor [Houellebecq], para su vivo alivio—. Sí, posiblemente se podría hacer algo con ese radiador… Por ejemplo, creo haber leído en Internet que su padre era arquitecto…

—Sí, es cierto; le retraté en uno de mis cuadros, el día en que abandonó la dirección de su empresa.

—La gente compra rara vez individualmente este tipo de radiador. Los clientes suelen ser empresas de construcción como la que dirigía su padre, y compran radiadores por decenas y hasta centenares de unidades. Se podría imaginar muy bien un thriller con un mercado importante de miles de radiadores, para equipar, por ejemplo, todas las aulas de un país; sobornos, intervenciones políticas, la comercial muy sexy de una empresa de radiadores rumanos. En ese contexto encajaría muy bien una larga descripción, de varias páginas, de ese radiador y de modelos de la competencia.

2) Extrapolar luego algunas consecuencias de la información provista hasta alcanzar generalidades de corte sociológico, que suelen considerar sobre todo a la población de Europa occidental.

3) Reanudar la narración enlazando esos convincentes corolarios a las particularidades de sus personajes, de manera que quede claro por qué son prisioneros de su tiempo y su lugar.

Dicho encantamiento sigue presente en este libro, aunque su efecto ha menguado. En la actualidad, el uso de Wikipedia es más práctico y frecuente de lo que hace diez o doce años nos resultaba el de cualquier enciclopedia de papel. Cabe pensar que esta disponibilidad de recorrer en diagonal el conocimiento enciclopédico online (incluso con sus falencias, por todos conocidas) quizás sea la responsable de que en El mapa y el territorio haya disminuido un pelito esa fascinación con que leímos las primeras obras de este autor. El mismo Houellebecq admite haber consultado la Wikipedia para esta novela, recurso lícito que sin embargo fue aprovechado para el escándalo mediático-promocional (con la palabra “plagio” como débil hoguera).

El léxico, que en esas digresiones acerca la novela al ensayo; la complejidad de las construcciones sintácticas, y la capacidad de establecer conexiones sorprendentes entre temas diversos —algo que en la narrativa argentina nadie cultivó mejor que Fogwill—, logran la impresión de que Michel Houellebecq siempre tiene una opinión formada para todos los temas.

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El mapa y el territorio, de Michel Houellebecq. Novela. Anagrama, 2011. 384 páginas.

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