El manantial, de Ayn Rand (I)

Por Martín Cristal

Dos arquitectos jóvenes: Howard Roark tiene sus propias teorías respecto de la arquitectura y está muy seguro de ellas, aunque en la universidad sean pocos los profesores dispuestos a reconocer su valor; por el contrario, Peter Keating es el mejor estudiante de su promoción y se gradúa con honores, aunque lo cierto sea que tiene menos talento que ansias de ser reconocido por los demás.

Con este contrapunto se abre El manantial (The Fountainhead), novela de Ayn Rand publicada en 1943 y que pronto se convirtió en best-seller. Su acción arranca al comienzo de los años veinte, transcurre sobre todo en Nueva York y se extiende por más de quince años.

El relato participa del espíritu de la modernidad y comparte su ideal de progreso. La cruzada modernista de Roark chocará contra el clasicismo decadente que aún domina la arquitectura norteamericana de esos años, modelo al que Keating se plegará por pura conveniencia.

La dicotomía modernismo/clasicismo no es la única con la que se teje El manantial. Hay otras: amor al trabajo versus fama o figuración social; independencia de criterio versus búsqueda de aprobación; egoísmo versus altruismo… En suma: el individuo enfrentado a la sociedad, a lo colectivo, lo que a fin de cuentas se evidencia como una defensa abierta del sistema capitalista americano frente a los modelos socialistas o comunistas. 

Aunque la novela está bien estructurada, me parece que a Rand puede reprochársele que para la Arquitectura —que se toma como emblema de las artes en general— su relato reclame “lo nuevo” y “lo original” mientras que ella misma eligió construir su novela sobre un paradigma decimonónico, tradicional: narrador omnisciente en tercera persona, una voz autorial con dilatadas descripciones de escenarios y personajes (y fisonomías, y vestimentas…). Rand optó por un modelo de narrativa clásica sin atender a ninguna de las técnicas inventadas en la primera mitad del siglo XX; menos aún pretendió inventar ella misma algo en este sentido. Si su novela fuera un edificio, sería “íntegro” como uno de los de Roark por su solvente unidad temática, pero no por sus atributos estéticos: éstos lo emparentarían más con algún edificio clasicón y comercial, como los Peter Keating.

Buildings

El superhombre americano

El manantial es lo que se llama una «novela de ideas». Su objetivo —declarado por la misma autora— es «la proyección de un hombre ideal».

Howard Roark no transa jamás; como artista, tiene nuestra total simpatía. Sin embargo, como personaje, su imperturbabilidad resulta cada vez más inverosímil a medida que el texto avanza. El personaje de Keating, con todo y lo mezquino que es en su ansiedad de fama, termina reuniendo rasgos humanos más plausibles. Roark encarna un ideal, el empeño de todo artista que se precie de serlo, el espíritu emprendedor sin fisuras, pero a fin de cuentas resulta demasiado intocable, granítico, un superhombre difícil de encontrar en la vida real. Es un personaje inalterable, sin un sólo momento de debilidad, sin un arranque de furia ni un rapto de celos. La única debilidad de Roark parece ser la de ayudar al ingrato traidor de Keating demasiadas veces.

Por lo demás, Roark es casi una máquina. ¿Cómo reaccionaría un hombre así ante un accidente que sufriera un ser querido, por ejemplo, o ante la enfermedad? La novela no propone estas situaciones, salvo quizás en las visitas de Roark a su viejo mentor, Henry Cameron, quien comparte la misma ideología individualista y excepcionalmente dice:


“—Ayúdeme a sentarme.

“Era la primera vez que Cameron pronunciaba esa frase; su hermana y Roark ya sabían, desde hacía tiempo, que la intención de ayudarle a caminar era la única injuria prohibida en su presencia”. (1, X).

Para el anciano individualista, aun cerca de la muerte, que le ayuden a caminar es una injuria. Los superhombres no admiten debilidades. Nada de altruismo o asistencialismo. Hasta la piedad es un sentimiento “monstruoso”, tal como lo razona Roark respecto de la decadencia de Keating como arquitecto:


“Cuando Keating se fue, Roark se recostó contra la puerta y cerró los ojos. Estaba enfermo de piedad.

“Nunca se había sentido así antes, ni cuando Cameron tuvo un colapso, a sus pies, en la oficina, ni cuando vio a Steven Mallory sollozando en la cama. Aquellos momentos habían sido limpios. Pero esto era piedad, conocimiento de un hombre sin valor ni esperanza, un sentimiento de conclusión, de no poder ser redimido. ‘Esto es piedad —se dijo, y entonces levantó la cabeza con asombro—. Debe de haber algo terriblemente malo en un mundo —pensó—, donde este sentimiento monstruoso se llama virtud.’” (4, VIII)

El símbolo del superhombre cristaliza con Roark parado en la cima de un rascacielos que él mismo ha creado, el más alto de la ciudad, por sobre los Bancos y los Templos. Un hombre y el horizonte: una postal compatible con el modelo estadounidense del hombre que todo lo puede si tiene una idea y fuerza de voluntad. Todos los clientes que comprendieron su trabajo —desde Heller hasta Wynand— y lo ayudaron a llegar a esa cima, lo hicieron porque coincidían con ese modelo de hombre. Por supuesto, ningún comité (un «cliente colectivo») aceptó un trabajo suyo…


Fragmento de The Fountainhead
(King Vidor, 1949; guión adaptado por Ayn Rand)

El éxito de Roark termina de falsearlo como personaje. En este sentido, el viejo Cameron casi resulta más efectivo como símbolo si se quiere representar a un ser individualista, ya que a pesar de la derrota sigue plantado hasta el final en su manera de pensar. Cameron es alcohólico, impulsivo; un personaje más convincente gracias a esos defectos que lo acercan a la vulnerabilidad humana.

Tampoco es muy creíble la transformación de Gail Wynand de un pandillero de barrio bajo a un sensible coleccionista de arte. En cambio, la evolución del intrigante Ellsworth Toohey sí es plausible. Con toda intención, Rand hace que la asociación de Toohey con las ideas de izquierda, narradas inicialmente desde la perspectiva de una sobrina que lo quiere y respeta, produzca una simpatía inicial que va mermando a medida que descubrimos sus verdaderas ambiciones de poder.

Los discursos de Toohey son agotadores. En la novela abundan los diálogos filosóficos, incluso entre personajes que no parecerían capaces de llevarlos adelante con tanta coherencia. Su meta es exponer, cada vez más abiertamente, el antagonismo ideológico que es cimiento de El manantial, el cual anida en el sistema filosófico que la autora bautizó con el nombre de Objetivismo.

[Leer segunda parte]

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21 pensamientos en “El manantial, de Ayn Rand (I)

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  3. Este es un buen ejemplo de la clase de mutación que el sistema capitalista puede desarrollar respetando una epistemología que cambia en su forma pero no en su esencia. En esta novela se pretende mostrar la lucha de un arquitecto por imponer su concepción “moderna”, acorde a las nuevas necesidades que impone “el progreso” en la construcción de la arquitectura urbana y las fuerzas retardatarias o conservadoras que pretenden imponer un simbolismo formal caduco. La autora resuelve la contradicción recurriendo a la aparición de “nuevos agentes empresariales”, innovadores tecnológicos plenos de fe en un futuro centrado en la competitividad que puede proporcionar la innovación y difusión tecnológica y que encuentran en el personaje principal el paradigma que personaliza sus aspiraciones “schumpeterianas”.
    La fundamentación teórica aparece en la revista The Objectivist Newsletter (1962 hasta 1976) con una cerrada defensa del laissez-faire.
    El Objetivismo según Rand:
    1. Metafísica: Realidad objetiva.
    2. Epistemología: Razón.
    3. Ética: Interés propio.
    4. Política: Capitalismo.
    La realidad es lo que es. A es A. No sólo existe una realidad en este universo (punto primero) sino que ésta es discernible (punto segundo) (por la razón). Esa racionalidad, esa capacidad de entender el mundo no es automática. Requiere un esfuerzo, es un acto volitivo.
    Por lo tanto, el éxito depende de cada uno, ese es el tercer punto: el propio interés. El objetivismo rechaza la noción de que debamos ayudar a los demás siempre y en todo lugar antes que a nosotros mismos. Las necesidades de los demás no pueden representar una hipoteca sobre la felicidad de uno. “{…}Se han reunido para formar un nuevo tipo de comunidad: una comunidad que no se basa en la represión de la libre individualidad para mantener un sistema social cerrado, sino en la libre acción constructiva en común para proteger(!) los recursos colectivos que permitan a cada individuo llegar a ser tätig-frei” (Berman.- M. «Todo lo sólido se desvanece en el aire» pag.58)
    La razón entendida como una cuña dicotómica entre el «ser» y el «hacer».

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  6. Es una crítica muy completa, gracias por ella. Sólo quiero contrariar tu opinión respecto a dos cosas:

    El estilo narrativo de Rand: no veo incongruencia alguna entre la literatura tradicional de la autora y el estilo modernista en la arquitectura de Roark. De hecho creo que no tienen relación, pues Rand eligió a la arquitectura como centro temático por ser un arte principalmente creadora de obras de uso práctico, e idealizó la arquitectura moderna por tener un propósito racional y progresista comparada con el uso indiscriminado de estilos tradicionales por pura subordinación a la tradición social y el ornamento, que no necesariamente son los adecuados para las posibilidades actuales de la arquitectura. De hecho en el prólogo de la edición especial que yo leí Rand hace notar su aprecio por el arte del romanticismo, en cuanto a la idealización y la proyección de dichos ideales en la vida del humano; además del sentimiento de libertad que el Romanticismo adquiere en su contexto histórico. Probablemente eso justifica su «estilo decimonónico», inmortal y bello.

    Es cierto que no es una novela de vanguardia, hace descripciones muy extensas, pero creo que todo eso sirvió al propósito de Ayn Rand y nunca me pareció «pesado» de leer. Hay ocasiones en las que incluso las descripciones aparentemente banales terminan reforzando el espíritu filosófico de la obra. Como expresa Roark en algún punto «…los hombres son como los edificios, todo en ellos debe servir a un propósito único». Y eso me lleva a hablar del otro aspecto…

    …La perfección de Howard Roark: cuando comencé a leer El Manantial también se me dificultó asimilar la enorme fidelidad casi maquinaria a la razón y a la libertad del protagonista, pero eso es justamente lo que Rand deseaba expresar, un humano perfecto. No hay porqué alarmarse y rechazar a un personaje tan bueno sólo porque no estamos acostumbrados a tales. Eso sería una rendición, un masoquismo retrógrada contrapuesto a un sistema filosófico que personalmente considero acertado, sobretodo ética y gnoseológicamente (casi perfecto en su política y economía, pero esa opinión aquí no importa). Además el objetivismo pretende ser práctico y humanista. Por eso Roark es un «non plus ultra» pero a nivel de calle en pleno Nueva York (nótese que el lugar/país no es tan importante para la trama). Es una adoración a su propia mente, tal como dictamina el objetivismo, no obstante existe rodeado de miseria en gran parte de la historia, miseria en la universidad, en su vida laboral; pero queda muy claro que es miseria ajena. Ese sufrimiento de los que defraudaron su propia felicidad y se subordinaron al colectivismo, al misticismo, al autosacrificio, ¡a la subordinación! Él jamás pensó en ellos ni se arrepintió de llevar lo que discernió como éticamente bueno hasta sus últimas consecuencias, respetando la libertad de otros individuos por supuesto. Su tenacidad le demostró a los personajes «sub-humanos» que ser perfecto es ser humano.

    A pesar de que soy un lector relativamente activo creo que soy algo joven para decir que El Manantial es de mis favoritos.

  7. Abelardo: Disculpas, recién veo tu comentario, se me había pasado. Gracias por el aporte: viene a completar la filosofía de Rand, la cual no había buscado desarrollar en este espacio. Saludos.

    Isaac: El escritor es un artista. Si ese artista, en su obra, exige «lo nuevo» a otros artistas (no importa de qué disciplina sean), y si para colmo lo hace mediante un personaje de una inflexibilidad total, entonces su propio libro debería bogar por esa novedad también; si no, es simplemente otro caso de «haz lo que yo digo pero no lo que yo hago». La admiración de Rand por periodos artísticos anteriores no la exime de predicar con el ejemplo. Si no, no prediques y ya.

    Respecto de «…eso es justamente lo que Rand deseaba expresar, un humano perfecto. No hay porqué alarmarse y rechazar a un personaje tan bueno sólo porque no estamos acostumbrados a tales.» Lo de «bueno» es un juicio de valor tuyo; por si no lo dejé claro en el artículo, a mí Roark, como personaje, no me lo parece tanto. No es «alarma» de mi parte ni cuestión de mi «costumbre» como lector, sino de simple y llana teoría del personaje (un asunto largamente estudiado, un argumento puramente literario, que precisamente un estilo tradicional-realista no puede darse el lujo de pasar por alto). «Humano perfecto» es un oxímoron. Sin debilidad no hay humanidad. Si el objetivo de Rand era ése, entonces parte de un error de base. Ni siquiera los dioses clásicos son pura virtud.

    Estas cuestiones son puramente literarias, y no buscan discutir el sistema filosófico randiano (no voy a extenderme por ende sobre tu término «sub-humanos», que me parece aterrador). La novela de Rand está bien, muy bien por momentos, pero en mi opinión dista de ser una obra maestra. Saludos.

  8. Esa puede ser tu interpretación del término «humano». No creo que puedas encontrar una definición de diccionario que indique un sentido opuesto al término «perfección»; no como para decir que «humano perfecto» es un oximorón. Además no tiene sentido decir que los dioses grecolatinos se acercan a la virtud pura; de hecho muchos eran bastante más mundanos y grotescos que los mismos humanos. Incesto, zoofilia, antropofagia, etc.

    Como sea, no pretendo discutir, sólo expresarme; y te doy las gracias por brindar un lindo espacio para hacerlo.

  9. Isaac: Señalar la imperfección del hombre excede en mucho una mera interpretación personal mía o de quién fuere. No hay casuistica que pueda alimentar ni la más mínima sospecha de que exista o haya existido un humano perfecto en todo sentido. Y es absurdo necesitar una validación proveniente del diccionario. Se es perfecto o no se lo es —perfección/imperfección son categorías excluyentes—; en todo caso, el diccionario no indicará ni un cosa ni la otra en una definición. La razón por la que el oxímoron sí existe es sencillamente que nadie puede señalar a un individuo perfecto en toda la historia de la humanidad.

    De todas maneras, no me interesaba filosofar sobre eso (me aburre sobremanera escribir un párrafo como el anterior). Como ya te dije —quizás no lo entendiste—, me refería a algo muy concreto, de pura técnica literaria: la teoría de la construcción dramática de un personaje. Hablo de Roark como personaje de un relato tradicional-realista; en relatos así, el personaje que se presenta sin debilidad alguna es un personaje unidimensional, mal construido. ¿Puro villano o puro héroe, sin mácula? Hay que plantear alguna debilidad (como sí las tiene el personaje Cameron, por ejemplo, aun cuando comparte la filosofía de Roark). Es algo básico.

    Ver por ejemplo: http://elinquilinoguionista.blogspot.com.ar/2012/02/la-guionista-en-la-cumbre-de-guionistas.html (Ver «Los 7 pasos de la estructura principal»). No puedo ofrecerte más pruebas de por qué el personaje no es tan bueno desde el punto de vista literario.

  10. Yo creo que la naturaleza literaria del protagonista es irrelevante, en contraste con el propósito detrás del mismo. No se trata de la perfección humana, se trata de un ideal o un conjunto de ideales y de la convicción sin precedentes en dichos ideales.

    Lejos de discutir lo nuevo y lo clásico, de que si las acciones de Rand parecen antagónicas a lo que predica en la misma novela, creo que se está siendo muy específico cuando lo más importante en si es la dicotomía del altruismo y convicción en sus propias creencias, siendo el tema de fondo generalizado de la novela. Saludes.

  11. Jassel, si así fuera y sólo importara «el tema de fondo generalizado», entonces la escritura de la novela sale sobrando. Rand podría haber escrito un ensayo filosófico exponiendo sus ideas, y ya. ¿Para qué ficcionalizar, entonces?

    En este blog nos importa la literatura, especialmente en su vertiente narrativa. Si la autora decide comunicar su ideario con un mensaje indirecto —es decir, si elige la parábola en lugar de la línea recta— y entonces escribe una ficción, aquí la leemos como tal, y por ende sí nos parecen de la mayor relevancia los aspectos discutidos (construcción de los personajes, paradigma formal de la novela, etc.).

  12. Tenés razon martin. Olvidé la importancia subjetiva que tienen las cosas por un momento (El objetivismo y el altruismo de Rand han tenido gran impacto en mi vida). Si, es una novela y debe ser discutida como tal. Sin embargo, pienso que desde que la novela es un medio para transmitir sus ideas filosóficas, esto le confiere cierta flexibilidad al momento de construir un personaje.

    Por otro lado, Rand se dedicó al individualismo en contra de la colectividad en forma de no-ficción hacia la última etapa de su vida, pero personalmente pienso que cuando lo hace en forma de «parábola», sus ideas llegan a la conciencia del lector de tal manera que su idealismo se refleja personificado no solo en los personajes, sino en la vida personal del lector (Con respecto a Howard Roark, la personificación diríase que se hace por contraste dado a su «unidimensionalidad y falta de debilidad alguna») Osea, sus principios en acción. Saludes!

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  16. Respecto a esto que pusiste Martin: «Hablo de Roark como personaje de un relato tradicional-realista; en relatos así, el personaje que se presenta sin debilidad alguna es un personaje unidimensional, mal construido. ¿Puro villano o puro héroe, sin mácula? Hay que plantear alguna debilidad»

    La literatura de Rand no es realista tradicional, es mas ella consideraba que ese tipo de arte era de lo peor. Ella se definia como realista romantica, apuntaba a mostrar un retrato de la vida, no de como es, sino de como deberia ser.

  17. Celeste: Entonces es como le decía a Isaac: si la concepción de Rand es ésa —mostrar «como debería ser…» el hombre según ella—, entonces parte de un error de base. ¿Qué sentido tiene pintar cómo «debería ser» algo que a las claras no puede ser así de ningún modo? Es inútil, narrativamente hablando: hubiera escrito un ensayo y listo.

    Ni siquiera los dioses clásicos son pura virtud. En esto, el personaje de Cameron es más verosímil, literariamente hablando, aun compartiendo los criterios profesionales estrictos de Roark.

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